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Presentamos nuestra traducción de un interesante informe, realizado por Włodzimierz Rędzioch para la revista Inside the Vatican, y publicado por Zenit en su edición italiana, sobre el cardenal canadiense Marc Ouellet, actual Prefecto de la Congregación para los Obispos. El periodista comienza trazando un perfil del purpurado y fundamentando su opinión personal de que se trata del “candidato” de Benedicto XVI para su sucesión. Luego presenta el diálogo que mantuvo con el mismo Cardenal Ouellet, con ocasión del 2º aniversario de su nombramiento para tan importante oficio, en el cual el prelado habla del modo de trabajo en su dicasterio, de la delicada cuestión del nombramiento de nuevos obispos y de los grandes desafíos de la Iglesia actual, cuya situación define “alarmante” a causa de una notable “crisis de fe”.
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Una vez pregunté al difunto cardenal Andrzej-Maria Deskur si después de la muerte de Pablo VI esperaba la elección de un cardenal no italiano. Para mi sorpresa, me respondió decididamente: “No sólo me esperaba la elección de un cardenal no italiano, sino de un purpurado concreto, el cardenal Karol Wojtyla”. Cuando le pedí que me explicase cómo nació su previsión, como gran conocedor de la Curia y de los “mecanismos” vaticanos, me respondió: “Se sabe que el nuevo Pontífice es elegido por los cardenales pero, en cierto modo, su gran elector es también su predecesor, que elige los miembros del Colegio Cardenalicio, determinando el resultado del Cónclave. Pablo VI apreciaba mucho al cardenal Wojtyla y diría que de algún modo lo preparó para sucederlo. Primero, lo quiso predicador de los ejercicios espirituales en el Vaticano para la Curia Romana, para hacer conocer su gran saber y su profunda espiritualidad. Luego lo nombró relator del Sínodo sobre la Evangelización: era una sorpresa para todos porque se esperaba un relator proveniente de algún país de misión. Pero de este modo también los cardenales del tercer mundo podían conocer al Arzobispo de Cracovia y apreciar su celo pastoral y misionero. No es de poca importancia el hecho de que Pablo VI animaba al cardenal Wojtyla a viajar por el mundo para conocer mejor la realidad de las Iglesias locales”.
Si cada Papa es un “gran elector” de su sucesor, si con sus decisiones y sus opciones personales “determina” de algún modo el resultado del Cónclave, entonces sería necesario analizar ciertos hechos para comprender quién podría ser el “candidato” de Benedicto XVI a su sucesión.
- Cuando en el año 2010 fue necesario elegir al nuevo Prefecto para una de las congregaciones más importantes, la Congregación para los Obispos, Benedicto XVI eligió al entonces arzobispo de Quebec, el cardenal Marc Ouellet.
- Cuando el 10 de marzo de 2011 era presentado, en la Sala de Prensa de la Santa Sede, el libro de Benedicto XVI “Jesús de Nazareth – De la entrada en Jerusalén a la Resurrección”, ¿quién presentaba esta importantísima obra del Papa teólogo? El cardenal Marc Ouellet.
- En abril se llevaron a cabo los ejercicios espirituales del movimiento Comunión y Liberación (una de las realidades más dinámicas en la Iglesia no sólo en Italia sino en varias partes del mundo). El 22 de abril, en la conclusión de los ejercicios, la Santa Misa para 26.000 participantes ha sido celebrada por el cardenal Ouellet (por otro lado, amigo del difundo fundador de CL, don Giussani).
- Cuando en los meses de abril-mayo, en Tréveris, Alemania, se realizaba la ostensión de la Sagrada Túnica de Jesús, el Papa eligió como su Legado al cardenal Ouellet, que el 13 de abril presidió las celebraciones de inauguración.
- Del 11 al 14 de mayo de 2012, en Lourdes, se desarrolló el 54º peregrinación internacional militar. El cardenal Ouellet presidió esa peregrinación.
- En junio se llevó a cabo en Irlanda el importantísimo 50º Congreso Eucarístico Internacional. El Papa mandó como su Legado al cardenal Ouellet.
- En mayo, del 21 al 24, se llevó a cabo en Roma la 64º Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana (una de las conferencias episcopales más numerosas del mundo, con muchos cardenales). ¿Quién ha celebrado, en la Basílica de San Pedro, la Misa para los 232 miembros de la CEI? El cardenal Marc Ouellet.
Obviamente no podemos leer en los pensamientos del Papa y saber por qué Benedicto XVI da tanta visibilidad al actual Prefecto de la Congregación para los Obispos, pero es un hecho innegable que este obispo canadiense se ha convertido, en pocos años, en uno de las personas más importantes de la Iglesia Católica. Su curriculum, rico de estudios y de muchas experiencias pastorales, explica este “ascenso”.
Marc Ouellet nació el 8 de junio de 1944 en Lamotte, en la diócesis canadiense de Amos. Su vocación nació en los años `60, que fueron en todo Occidente los años de la contestación; se contestaba toda autoridad, también en la Iglesia. A pesar de esta atmósfera poco favorable, el joven Marc logró seguir su vocación sacerdotal y en 1968 se convirtió en sacerdote diocesano. En 1972 decidió entrar en la Compañía de los Sacerdotes de San Sulpicio (sulpicianos), cuyo carisma es la formación de los sacerdotes.
Comienza, por estudios y trabajo, a viajar: en primer lugar a Colombia, luego a la Roma pontificia (estudia en el Angelicum y en la Gregoriana), y también a Austria (Inssbruk) y Alemania (Passau) para los estudios de lengua alemana. Los estudios y los viajes enriquecen mucho a este joven sacerdote del Quebec. En los años `70 y `80, trabajando en varios seminarios de Colombia, ha tenido la posibilidad de aprender la lengua española y conocer la Iglesia en América Latina, continente donde vive la mayor parte de los católicos del mundo.
Como teólogo, ha estado vinculado a la revista Communio y al gran teólogo suizo Hans Urs Von Balthasar. En 1996-1997 volvió a Roma para enseñar en el Instituto Juan Pablo II para la Familia. En el 2001 el Papa lo nombra Secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la unidad de los Cristianos pero su estadía es breve porque, al año siguiente, Juan Pablo II lo envía nuevamente a Canadá, nombrándolo como 14º Arzobispo metropolitano de Quebec y primado de Canadá, y elevándolo a la dignidad cardenalicia en el 2003.
En Canadá, el cardenal Ouellet ha debido afrontar la profunda secularización de la sociedad canadiense francófona, hasta poco tiempo atrás muy religiosa y vinculada a la Iglesia católica, así como la crisis vocacional. Lo hizo con gran celo y valentía, ganándose la estima de los fieles y del Papa. Cuando en el 2010 Benedicto XVI tuvo que elegir al sucesor del cardenal Re a la guía de la Congregación para los Obispos, la elección recayó sobre el arzobispo de Quebec. Y el cardenal Ouellet volvió una vez más a Roma para convertirse en uno de los más estrechos colaboradores del Santo Padre.
Con ocasión del segundo aniversario de su nombramiento como Prefecto de la Congregación para los Obispos, me he encontrado con el Card. Ouellet para hablar de su misión en la Iglesia.
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Siete años después de su nombramiento como Arzobispo de Quebec, el 30 de junio de 2010 Benedicto XVI lo ha llamado al Vaticano para dirigir una de las congregaciones más importantes: la Congregación para los Obispos. ¿Ha sido difícil dejar la diócesis por un trabajo, si bien muy prestigioso, en la Curia?
Ha sido difícil porque durante siete años he establecido una relación pastoral y espiritual muy profunda con la gente de Quebec, que es mi Patria. No pensaba en otras tareas, por lo tanto, el llamado del Papa ha sido una sorpresa para mí. Pero debo decir que dejar Quebec y venir a Roma era para mí una separación afectiva difícil.
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¿Podría decirnos, en pocas palabras, de qué se ocupa la Congregación para los Obispos?
La Congregación para los Obispos se ocupa de todo lo que concierne a las diócesis: la creación de las diócesis, su supresión, pero sobre todo la preparación de los nombramientos episcopales. Para preparar los nombramientos se necesita trabajar en estrecho contacto con los Nuncios Apostólicos y las Conferencias Episcopales para recoger toda la documentación que concierne a los eventuales candidatos para proponer al Santo Padre. Otra tarea de la Congregación es la de seguir el gobierno de las diócesis: intervenimos si hay problemas particulares en alguna diócesis que deben resolverse.
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¿Quién lo ayuda en su tarea?
Los principales responsables de la Congregación son tres: el Prefecto, el Secretario y el Sub-Secretario. Luego tenemos cerca de 30 personas, la mayor parte de los cuales son sacerdotes, que trabajan en nuestro dicasterio.
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Usted, como Prefecto de la Congregación para los Obispos, tiene este gran privilegio de encontrarse regularmente con el Santo Padre (habitualmente los sábados). ¿Cómo se desarrollan estos encuentros, se puede revelar?
Son encuentros de trabajo que se desarrollan con mucha sencillez y cordialidad. Todo el encuentro está concentrado en el informe que yo llevo conmigo: el Santo Padre lo recibe anticipadamente y por eso conoce su contenido. Entonces podemos intercambiar nuestras reflexiones y el Papa toma las decisiones.
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En su opinión, Eminencia, ¿qué cualidades debería tener un obispo católico en este difícil momento de nuestra historia?
Debe ser un hombre de fe firme: lo más importante es la fe del pastor. Debe ser un hombre preparado intelectualmente, capaz no sólo de predicar la fe sino también de defenderla. Éste es un rasgo que san Pablo subraya cuando habla de los obispos.
Pienso que necesitamos hombres valientes. En la cultura se ven menos los valores cristianos y los medios de comunicación son a veces muy críticos con la Iglesia. Por lo tanto, se necesita coraje para afrontar estos ataques y para proteger a los fieles de todas estas corrientes anticristianas así como para hacerles mantener la fe.
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¿Hay casos contrarios, es decir, el rechazo del candidato elegido para ser obispo?
Es cierto. Hay casos de rechazo. Si alguno rechaza, es necesario respetar la conciencia de la persona (alguien debe tener motivos serios para no aceptar). En ese caso se pide al Santo Padre que dispense a la persona de la aceptación del nombramiento para que la persona permanezca tranquila con la propia conciencia.
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Detrás del rechazo de la aceptación del nombramiento episcopal, ¿puede existir sencillamente el miedo a esta tarea?
Si alguien tiene miedo significa que no tiene suficiente fe. Si no tiene fe, entonces es correcto que no acepte.
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En su opinión, Eminencia, ¿el mecanismo de consultas para elegir un obispo funciona bien y permite al Santo Padre elegir al mejor candidato?
Eso espero, si bien no hay garantía al 100% de que los candidatos que presentamos al Santo Padre son los mejores posibles, porque también podemos equivocarnos. Pero el proceso de investigación es hecho con seriedad. Hay consultas con las personas competentes que, en el “secreto pontificio”, pueden decir todo aquello que saben y piensan, sin miedo de que sus declaraciones sean conocidas por las personas interesadas. De este modo se recogen informaciones sobre cada candidato que son analizadas durante la reunión plenaria de 30 cardenales y arzobispos, en la cual cada uno puede expresar su parecer y yo, como Prefecto, llevo al Santo Padre el resultado de ese discernimiento. Al Papa le corresponde la decisión final.
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¿Qué entendemos por el “secreto pontificio?
Las personas interrogadas deben mantener el “secreto pontificio”, es decir, no revelar a nadie sobre quién han sido interrogadas, el contenido de sus declaraciones y ni siquiera el hecho de haber sido consultados.
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¿El Santo Padre puede elegir autónomamente a su candidato, fuera de vuestras propuestas?
Ciertamente. Él es la Cabeza del Colegio de los sucesores de los Apóstoles y puede decidir en forma autónoma. Nuestra Congregación prepara los expedientes para el Santo Padre pero él recibe noticias e informaciones sobre las personas de muchas partes. Entonces, sin desatender los pareces de nuestra Congregación, puede decidir con toda libertad.
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Una de las tareas de Su Congregación es la organización de las visitas de los obispos al Vaticano previstas por el derecho eclesiástico, las llamadas visitas “ad limina Apostolorum”. Pero en todo el mundo los obispos son ya cinco mil. ¿Qué tipo de dificultades crea este hecho?
La normativa dice que cada obispo debería realizar la visita “ad limina” cada 5 años, pero los obispos son muchos y, aunque la normativa no ha cambiado todavía, en la práctica los tiempos se han alargado a 7 años. Hay también un cierto límite para las visitas privadas al Papa: las tradicionales visitas privadas de los obispos de 15 minutos son todavía posibles pero más escasas. Ahora los obispos encuentran al Santo Padre en pequeños grupos.
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Su rol de Prefecto de la Congregación para los Obispos lo pone en condición de conocer la realidad eclesiástica de muchos países y conocer a los obispos de todo el mundo. Desde este privilegiado punto de observación, ¿cómo ve la situación de la Iglesia católica y el “estado de la fe” en el mundo?
Hay una crisis de fe, especialmente en el mundo occidental. Por esta razón no por casualidad se habla desde hace años de la nueva evangelización y Benedicto XVI ha proclamado el Año de la Fe. La situación es alarmante y esto se ve en la disminución de las vocaciones y en las dificultades que encuentran los sacerdotes.
Pienso que la nueva evangelización se podrá hacer sobre la base de la renovada y más intensa comunión eclesial. Están bien las ideas nuevas, los proyectos nuevos, pero lo que convence es la verdadera comunión dentro de la Iglesia. Si nosotros no estamos en comunión unos con otros, entonces la presencia de Dios no es palpable y la Buena Noticia del Evangelio no pasa.
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Los documentos que producen los diversos organismos de la Iglesia, los congresos que se organizan, tantas bellas palabras que se escuchan, no suscitan la fe de un hombre de hoy. La gente encuentra la fe, se acerca a la Iglesia, gracias a los verdaderos testigos del Evangelio. ¿Cómo hacer que los cristianos se conviertan en auténticos testigos del mensaje evangélico?
La familia es la clave para el futuro de la evangelización. Hoy existe la crisis antropológica: la ausencia de Dios hace desaparecer también el sentido del hombre. Por lo tanto, es necesario reencontrar la identidad del hombre. Tal identidad está siempre en relación con los otros y las relaciones fundamentales son las relaciones familiares. Es necesario redescubrir la gracia de Dios en el sacramento del matrimonio, que es la clave para el futuro. De familias nuevas y generosas nacen vocaciones.
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Hablando de la familia y del matrimonio, quisiera recordar que usted, Eminencia, enseñaba en el Instituto Juan Pablo II para la Familia, en Roma. Hoy uno de los enemigos de la familia entendida como la unión de un hombre y una mujer es la ideología de género. ¿Cuáles son los riesgos de esta ideología que quiere imponer una nueva visión del hombre, una nueva antropología?
Es una nueva antropología que no tiene ya el fundamento divino, el fundamento bíblico. Nosotros somos creados a imagen y semejanza de Dios. Dios es relacional en la complementariedad de Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Entonces no sólo el individuo sino también la familia en su complementariedad es imagen de Dios. En cambio, esta ideología hace desaparecer la natural complementariedad de los sexos, la reduce a un factor cultural, niega que el hombre recibe su identidad de Dios y, en este sentido, niega la obra de Dios, convirtiéndose en una antropología sin Dios.
En la óptica de esta ideología el hombre puede elegir lo que quiere ser, puede “rehacerse” sólo, puede realizarse por sí mismo sólo sobre la base de la voluntad de poder. Ya en el Génesis se habla de esto: queremos ser como Dios, pero sin Dios. En cambio, Dios quiere “divinizarnos” en la Gracia, es decir, en el libre intercambio de amor entre Él y nosotros en Jesucristo. Los diversos lobbies quieren imponer a la gente esta ideología también a través de las legislaciones estatales. Entonces la Iglesia debe proponer la verdad sobre el hombre a la luz de la Revelación.
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¿Cuáles son los grandes desafíos que debe afrontar hoy la Iglesia?
El gran desafío concierne a la globalización de las comunicaciones, que ha creado un mundo nuevo, un mundo digital. Debemos entonces ver cómo insertarnos en este mundo, cómo ponerlo también al servicio del Evangelio. Debemos estar presentes para ofrecer a todos la luz del Evangelio. En este campo yo no tengo soluciones técnicas y estratégicas, pero veo que aquí hay un gran desafío.
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Usted, Eminencia, viaja a menudo y conoce bien las realidades eclesiales en el mundo. ¿Dónde ve los signos de esperanza en la Iglesia?
Los veo, en primer lugar, en los grandes movimientos eclesiales, en las muchas nuevas comunidades (pienso en los Focolares, en Comunión y Liberación, en la Comunidad de San Egidio, el Camino Neocatecumenal, el Movimiento Carismático, en Polonia en Fe y Luz). Allí hay una nueva evangelización en acto que ya produce frutos: he podido constatar esto en varias partes del mundo. En estas realidades existe el impulso hacia la vida evangélica y la vida de familia, nacen las nuevas vocaciones.
La realidad del Evangelio es el encuentro con Jesús, el Resucitado, que fascina y que hace nacer la comunión. Y donde hay comunión, está la Iglesia. Las nuevas comunidades son la nueva realidad de la Iglesia que puede revitalizar las parroquias y el tejido eclesial.
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Usted, Eminencia, conoce bien América Latina, el continente más “católico”. ¿Cómo está cambiando la situación de la Iglesia bajo la presión de la secularización y del proselitismo de las sectas?
Diría que, a pesar de todo, la situación sigue siendo positiva. Por muchas décadas la Iglesia en América Latina apuntaba a los temas de la justicia.
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La famosa opción preferencial por los pobres…
Así es. Este campo no se puede abandonar, pero no podemos resolver todos los problemas sociales del mundo. En cambio, recientemente – especialmente después de Aparecida – se ha apuntado a la principal misión de la Iglesia: anunciar a Jesús al mundo. Por lo tanto, veo también en América Latina un nuevo impulso para la misión: ha sido organizada una misión continental de 10 años de duración (del 2007 al 2017). Es un bello testimonio para todo el mundo. De modo que este continente sigue siendo para la Iglesia el “continente de la esperanza”.
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Fuente: Zenit (edición en lengua italiana)
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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