jueves, 18 de diciembre de 2008

El pequeño libro que producirá una gran tormenta

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POPE-KNEEL

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Dom Alcuin Reid OSB ha escrito un interesante artículo sobre el libro "Dominus est" de Monseñor Athanasius Schneider para el The Catholic Herald de Inglaterra. Ofrecemos nuestra traducción.


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Era 1969. Pablo VI era el Papa. La Congregación para el Culto Divino publicaba una Instrucción, “Memoriale Domini”, sobre el modo de recibir la Santa Comunión. Es una lectura muy interesante.

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Después de referirse a la evolución de la recepción de la Comunión en la lengua como fruto de “una profundización en la comprensión de la verdad del Misterio Eucarístico, de su poder y de la Presencia de Cristo en el mismo”, la Instrucción declara que “este modo de distribuir la Santa Comunión debe ser conservado… no sólo porque tiene detrás siglos de tradición, sino especialmente porque expresa la reverencia de los fieles a la Eucaristía”.

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“La costumbre no quita nada de la dignidad personal de aquellos que se acercan a este gran Sacramento: es parte de aquella preparación que se necesita para la recepción más fructuosa del Cuerpo del Señor”, decía la Instrucción.

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También advertía: “Un cambio en un asunto de tanta trascendencia, que tiene sus bases en una tradición antiquísima y venerable, no afecta solamente a la disciplina. Conlleva ciertos peligros que pueden surgir del nuevo modo de administrar la Santa Comunión: el peligro de una pérdida de reverencia por el augusto Sacramento del Altar, el peligro de la profanación, el peligro de adulterar la doctrina verdadera”.

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Y publicaba un sondeo de los obispos del mundo, que llevaba a concluir: “La gran mayoría de los obispos cree que la actual disciplina no debe ser cambiada, y que si lo fuera, el cambio sería ofensivo a los sentimientos y a la cultura espiritual de los mismos obispos y de muchos de los fieles”.

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Por esta razón, agregaba: “El Santo Padre ha decidido no cambiar el modo existente de administrar la Santa Comunión a los fieles”. Pero entonces, y dado que la Comunión en la mano es prácticamente universal, y que las jóvenes generaciones prácticamente no conocen otra cosa, ¿qué es lo que sucedió?

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Hubo una “laguna”. La Instrucción contenía la provisión para que las conferencias episcopales tomaran la decisión de permitir la Comunión en la mano en los lugares donde “prevaleciera el uso contrario”. En la década siguiente, esta “laguna” fue explotada.

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Hoy, las advertencias de la Instrucción acerca de la pérdida de reverencia, de fe, e incluso la existencia de profanaciones del Santísimo Sacramento han sido – tristemente – confirmadas. Es tiempo de revisar la cuestión de la Comunión en la mano. Y esto es precisamente lo que un joven obispo de Asia Central ha hecho en “Dominus Est”.

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El Obispo Athanasius Schneider, un especialista en los Padres de la Iglesia nombrado por el Papa Benedicto en el 2006, ha levantado su voz y ha realizado un llamado profético a la Iglesia occidental, para recordar la importancia, si no la necesidad, de retornar a la disciplina de la recepción de la Santa Comunión de rodillas y en la lengua.

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Por supuesto, no hay dudas que – como atestigua la misma Memoriale Domini – es “verdad que el antiguo uso permitió en un momento a los fieles tomar el Divino Alimento con las manos y ponerlo ellos mismos en la boca”.

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De este hecho se hizo gran ostentación en toda la década del ’70, al mismo tiempo que se hablaba de recibir la Santa Comunión como personas adultas, y no como niños. Se nos animaba a regresar a la pureza original de la práctica de la primera Iglesia; emergíamos de siglos de adiciones supuestamente corruptas en la forma en que practicábamos nuestro culto.

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Sin embargo, en nuestro entusiasmo ignorábamos los datos que, como atestigua el Obispo Schneider, enseñan que el “desarrollo orgánico” de la práctica de recibir la Comunión en la lengua no es otra cosa que “el fruto de la espiritualidad y la devoción eucarística proveniente del tiempo de los Padres de la Iglesia”, y que la eliminación de la postura de rodillas para recibir la Santa Comunión fue un rasgo de la revuelta teológica protestante, tanto de Calvino como de Zwinglio.

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De hecho, un experto de la altura de Klaus Gamber señala que la recepción de la Comunión en la mano “fue abandonada… del siglo quinto o sexto en adelante”.

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La Iglesia, con el tiempo, acumula sabiduría. Su Sagrada Liturgia, desarrollada en la tradición, es un lugar privilegiado de esta misma sabiduría. Todos los liturgistas, salvo los más partidistas, reconocen hoy que muchas de las apresuradas decisiones tomadas con respecto a la reforma y práctica litúrgicas en los ’60 y ’70, estaban inficionadas de un “anticuarianismo” que fue ingenuo y hasta desequilibrado. Es tiempo de reconsiderar algunas – si no muchas – de aquellas decisiones, y de dar pasos decisivos para corregirlas donde sea necesario. La Comunión en la mano es uno de esos casos.

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Para que no pensemos que este joven obispo – cuyo relato, en el primer capítulo del libro, sobre su formación en la piedad eucarística bajo la persecución comunista es un verdadero tesoro espiritual – eleva su voz en soledad, aclaremos que el libro lleva la aprobación de los superiores de la Congregación para el Culto Divino. El Cardenal Arinze, quien se retiró en este mes, afirma: “He leído con placer el libro completo. Es excelente”.

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Y el Arzobispo Malcolm Ranjith, un verdadero profeta de la reforma litúrgica de Benedicto XVI, escribe en el prefacio: “Creo que es tiempo de evaluar cuidadosamente la práctica de la Comunión en la mano, y, si se ve necesario, abandonar lo que nunca fue pedido ni por la Sacrosanctum Concilium del Vaticano II, ni por los Padres Conciliares, sino que fue… ‘aceptado’ después de su introducción, como un abuso, en algunos países”.

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Este pequeño libro, un breve pero intuitivo estudio de los Padres, la Iglesia primitiva, el Magisterio y los ritos litúrgicos de oriente y occidente, es capaz de crear una tormenta – no “dentro de una taza de té”, sino dentro de las mentes de aquellos excesivamente apegados a los fallidos cambios hechos a la liturgia en lo que sólo puede ser descripto como un período peculiar de la historia de la Iglesia.

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Que llegue a provocar una tormenta es desafortunado, dado que la práctica por la que aboga es una práctica de amor y humildad, de la que no debiera rehuir ninguno de los que verdaderamente adoran a Cristo presente en el Santísimo Sacramento.

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Pero quizá hoy sea necesario algo de controversia. Es probable que las generaciones futuras, sin embargo, se pregunten por qué tardamos tanto en darnos cuenta que es, realmente, el Señor, y por qué tardamos tanto en volver a comportarnos como corresponde.

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Estamos en el 2008. El Papa es Benedicto XVI. El mismo Santo Padre ya reformó el modo de la recepción de la Santa Comunión en las Misas que él celebra. Sigamos su ejemplo. Está de acuerdo con la enseñanza del Papa Pablo VI.

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Texto original: The Catholic Herald

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 17 de diciembre de 2008

Las Grandes Antífonas de Adviento

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Comienza hoy la recta final del Adviento, y la súplica de la Iglesia se hace aún más intensa.

Recordamos aquí una bella práctica de la Liturgia Católica, hoy bastante olvidada.

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Entre las Antífonas que, del 17 al 24 de diciembre, resuenan en los Oficios de Adviento, las más solemnes [se rezan con el Magnificat, en las Vísperas] son las llamadas “Grandes Antífonas”, o “Antífonas O” [Oh], por empezar todas con esa aclamación. Son como las últimas explosiones de las fervientes plegarias del Adviento, y los últimos y más apremiantes llamamientos de la Iglesia al suspirado Mesías.

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Según Amalario de Metz, estas Antífonas son de origen romano, y probablemente datan del siglo VII. Fueron, en un principio, siete, ocho, nueve y a veces hasta diez y más; pero desde San Pío V se fijó en siete su número. En cada una llámase al Mesías con un nombre distinto. Han sido vaciadas todas en un mismo molde literario y traducidas a una misma melodía musical, siendo, bajo ambos aspectos, composiciones clásicas.

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Antiguamente, al menos en las abadías, después del Abad y del prior, las entonaban por su orden: el monje jardinero, el mayordomo, el tesorero, el preboste y el bibliotecario, en atención a la afinidad que creían hallar entre cada uno de esos títulos y sus respectivos cargos. Servíanse de viejos cantorales, iluminados con miniaturas y perfiles simbólicos. Todo este aparato y el significado mismo de las Antífonas, llevaban al rezo de las Vísperas de estos días a numerosos fieles, que mezclaban sus voces con las del clero y así disponían progresivamente sus corazones para las alegrías de la Navidad.

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Las letras iniciales de estas Antífonas (Sapientia, Adonai, Radix, Clavis, Oriens, Rex, Emmanuel), invertidas, forman un ingenioso acróstico de dos palabras: ERO CRAS (estaré mañana), que es como la respuesta atenta del Divino Emmanuel a esos siete llamamientos de la Iglesia.

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Tomado de “La Flor de la Liturgia” del P. Andrés Azcárate.

Ver también el artículo al respecto de Sandro Magister.

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lunes, 15 de diciembre de 2008

Summorum Pontificum: perspectiva canónica

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Norbert Lüdecke, profesor de Derecho Canónico en la Universidad de Bonn, ha escrito unas notas sobre algunas implicaciones de Summorum Pontificum desde una perspectiva canónica. Un sumario de las mismas fue publicado por kath-info.de, y traducido al inglés por The New Liturgical Movement, de donde tomamos la información.


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1. Los obispos pueden publicar “anotaciones e instrucciones para la implementación” del Motu Proprio Summorum Pontificum, pero no pueden agregar “nuevos contenidos obligatorios”.

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2. Las “directrices” de la Conferencia Episcopal alemana del 27 de septiembre del 2007 no obligan a los obispos diocesanos.

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3. La celebración de la Missa sine populo ha de ser permitida, exceptuando el caso de obstáculos insalvables, en “cualquier lugar legítimo”. “Las restricciones del usus antiquior a ciertos lugares o tiempos, por parte de la ley particular, son (…) inadmisibles”

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4. En una Missa sine populo (traducido literalmente: “Misa sin pueblo”), los fieles pueden participar sua sponte (es decir, sin coacción). Ellos pueden también advertir a otros fieles sobre esta Santa Misa.

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5. En el caso de un grupo, que según el Motu proprio es un prerrequisito para la celebración de la Santa Misa con pueblo, es suficiente el número de tres personas. El obispo diocesano no puede establecer un número mínimo más alto.

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6. El párroco no debe hacer discriminación en contra de las Misas celebradas según el uso antiguo “manteniéndolas en secreto, o programándolas en tiempos difícilmente accesibles”.

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7. “El Papa no ha establecido que los párrocos pueden acceder al pedido de los fieles interesados. Ha ordenado que así lo hagan”.

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8. Los fieles a los que el párroco niega el derecho a la Santa Misa en el uso antiguo no tienen sólo la posibilidad, sino el deber de informar de esto al obispo diocesano.

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9. Las “solicitudes” para la liturgia tradicional no son “peticiones de gracia o de favor”. “Los párrocos, y también los obispos diocesanos, están obligados por ley para acceder a este pedido”.

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10. No se requiere el consentimiento del obispo para la celebración de la Santa Misa según el uso antiguo establecida por el párroco según el deseo de los fieles.

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11. No se permiten en la liturgia tradicional ni los laicos como ministros extraordinarios de la Santa Comunión, ni las mujeres en el servicio del altar.

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The New Liturgical Movement opina, respecto al punto nº 5, que el pedido por parte de un grupo de fieles es un prerrequisito para que los fieles tengan el “derecho” a la celebración de la Santa Misa, pero no es requisito para la pública celebración de la misma. Es decir, el sacerdote puede celebrar la Misa con pueblo aunque nadie se lo haya solicitado.


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Fuente: The New Liturgical Movement


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo


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La nueva curia del Papa

Ofrecemos la traducción de un artículo del vaticanista del diario La Stampa, Marco Tossati, acerca de los próximos cambios que el Papa Benedicto XVI realizaría en la Curia Romana.


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Desde enero, en la Curia Romana, comienzan grandes cambios. Benedicto XVI, que con pasos circunspectos se encamina hacia su cumpleaños 82, realizará la obra de desmantelamiento de los compañeros de gobierno heredados de Wojtyla, tres años atrás. Ya en los días pasados ha confiado al ex arzobispo de Toledo, Cañizares, el “ministerio” del culto que le es muy querido, para corregir hasta donde se pueda lo que juzga como excesos del post-Concilio. El “pequeño Ratzinger”, como es llamado el cardenal español, ofrece mayores garantías que Francis Arinze, tibio defensor del derecho de los nostálgicos de la antigua Misa. Cañizares será ayudado a tomar las riendas de la situación por el secretario, Malcom Ranjith, que habría deseado convertirse en el “número 1”, pero quizá lo ha dado a entender demasiado.

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Ranjith, sin embargo, ha movido al Presidente de la República de Sri Lanka – sostienen los maliciosos – quien ha escrito al Papa diciendo lo importante que sería el retorno de Ranjith a Colombo para convertirse en arzobispo. Y quizás también cardenal, lo que lo pondría en una pole position en el continente y en Roma, para alguna futura meta. Pero la lista de los posibles pensionados es larga. Uno de ellos es el “ministro de la paz”, el cardenal Renato Raffaele Martino, cuyo tiempo canónico se ha vencido en noviembre del año pasado. ¿Quién lo reemplazará? Como siempre, las decisiones del Papa Ratzinger no son fácilmente previsibles. Se está moviendo mucho para alcanzar ese puesto el Arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, un “progresista” ayudado en la operación por algunos importantes nombres de la diplomacia vaticana. No había mucha simpatía entre él y el Cardenal Ratzinger pero no sería la primera vez que el Papa elige nombres entre personas con las que no tenía afinidad. Y luego está el Cardenal Walter Kasper (cumplió 75 el pasado marzo), el hombre del diálogo con los otros cristianos y con los judíos. Su partida, según algunos, podría ocurrir en los primeros meses de 2009, inmediatamente después de la semana de de oración por la unidad de los cristianos y quizás incluso antes de la elección del nuevo Patriarca de todas las Rusias, el sucesor de Alejo II. El sucesor de Walter Kasper podría ser un nombre excelente, en la nobleza de la Iglesia: el cardenal arzobispo de Viena Christoph Schonborn, gran amigo y discípulo de Joseph Ratzinger. Viena es, desde siempre, un punto privilegiado de encuentro y diálogo con los ortodoxos; no es un misterio para nadie que es precisamente en el frente de las iglesias orientales donde Benedicto XVI espera obtener pasos concretos y notables en el proceso de reunificación de los cristianos.

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Hay, sin embargo, un candidato italiano y es el obispo de Terni, Vincenzo Paglia, “padre espiritual” de San Egidio. Y está luego el problema, y es probablemente el más grande de todos, del “Papa rojo”, el cardenal prefecto de la Congregación de Propaganda Fide. Es el ministerio que se ocupa de la evangelización de los pueblos; es probablemente el dicasterio vaticano más importante, administra el cuarenta por ciento del orbe católico, tiene un balance independiente del de la Santa Sede, propone sus obispos directamente al Papa sin pasar por la Congregación para los Obispos. La guía actualmente un diplomático indio, antiguo arzobispo de Bombay, Ivan Dias. En el cónclave que eligió a Ratzinger, se hablaba de él como un posible y respetable candidato del tercer mundo. Es muy estimado por Benedicto XVI. Lamentablemente, sus condiciones de salud harían precaria, según fuentes fidedignas, su permanencia al frente de una congregación tan importante y central para la vida de la Iglesia. Algunos hablan de su dimisión para enero.

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El 30 de enero cumple setenta y cinco años también otro cardenal importantísimo: Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación para los Obispos. Es raro que al cardenal que termina no se le conceda un período, a veces también suficientemente largo, de prórroga. Sin embargo, están quienes dicen que podría realizar el gesto de poner su renuncia en las manos del Papa en la fecha exacta de vencimiento del mandato. También el “ministro de salud”, el mexicano Javier Lozano Barragán, cumplirá en enero un año de prórroga desde el final de su mandato al cumplir 75 años. Por último, se espera una decisión del Papa para la sustitución del arzobispo de Westminster, el cardenal Cormac Murphy O’Connor. Se habla de obispos de línea conservadora como Vincent Gerard Nichols y el arzobispo de Cardiff, Peter Smith. Tiene menos posibilidades, en cambio, Malcom Mc Mahon, obispo de Nottingham, que hace un tiempo hizo declaraciones sobre el celibato de los sacerdotes, juzgadas imprudentes por Roma. En resumen, un panorama de grandes cambios que el Papa Ratzinger, como es su política, reflexionará semana a semana: no le gustan – ahora ya es claro – las lluvias de nombramientos.

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Fuente: San Pietro e dintorni


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 12 de diciembre de 2008

“Ad Orientem” – El Sol que Nace de lo Alto

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The New Liturgical Movement ha publicado la homilía que el Padre Pedro Stravinskas ha pronunciado para la comunidad de las Clarisas en Portsmouth el pasado 5 de diciembre, viernes de la Primer Semana de Adviento. Presentamos aquí nuestra traducción.

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El tiempo de Adviento tiene un doble énfasis que mucha, mucha gente no parece recordar o ni siquiera haber conocido. Y éste énfasis está puesto en las dos Venidas de Cristo: primero, en Su Venida en el tiempo como Juez del mundo; segundo – y a la que la mayoría de las personas asocian exclusivamente con el Adviento –, Su Venida en la historia como el Niño de Belén. Pero en realidad, hasta el 17 de diciembre, es a Su Segunda y definitiva Venida a lo que la Iglesia dirige nuestra atención. Los temas que la Iglesia nos presenta durante este período se refieren a la luz – la Luz que viene al mundo. Esto pueden verlo en todas las lecturas del día de hoy.

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Los primeros cristianos creían que Jesús volvería durante la celebración de la Sagrada Liturgia, y que lo haría desde el Este. Por eso, cuando era posible, las iglesias eran construidas de forma que mirasen hacia el Oriente.

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Al llegar a la Capilla esta mañana, y si estaban despiertos, habrán notado que hay un pequeño cambio en la disposición del santuario. Esta disposición diferente busca sugerir un diferente foco de atención.

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En el lenguaje teológico o litúrgico, esto se llama orientación litúgica, la liturgia celebrada mirando a Oriente, que no siempre puede ser un oriente geográfico. Pero sí significa que tanto el sacerdote como el pueblo, juntos, miran hacia Cristo, hacia la venida del Alba, que llega hasta ellos desde el Este.

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Y hay algunas implicaciones muy prácticas de todo esto: la atención recae mucho menos en el sacerdote, y mucho más en Cristo. Juan el Bautista, la voz y figura por excelencia del tiempo de Adviento, decía: “Es preciso que Él crezca y que yo disminuya”. Así, hay un culto menos centrado en el sacerdote, hay menos distracciones para el sacerdote que debiera mirar a Dios y no a la congregación, y hay menos distracción para el pueblo – que no se distrae por las idiosincrasias de los sacerdotes.

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Y déjenme hacer algunas pocas aclaraciones.
Primero, que no hay nada en el Concilio Vaticano II que haya siquiera llamado a dar vuelta los altares, así como no hay nada en el Vaticano II que haya pedido deshacerse del latín en la liturgia. Jamás imaginaron cosas como la comunión en la mano, o ministros extraordinarios de la Santa Comunión, o mujeres en el altar. Todas estas cosas sucedieron muchos años después del Concilio, y los mismos Padres Conciliares se habrían escandalizado bastante al descubrir esto.

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Segundo, que el actual Misal Romano reformado, incluso en inglés, presume que el sacerdote no está mirando a la congregación, y así, las rúbricas (que son las directivas para la celebración de la liturgia) dicen constantemente cosas como: “El sacerdote se da vuelta, y de cara al pueblo dice ‘El Señor esté con vosotros’”.

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Tercero, que para las partes de la Misa en que se dirige al Pueblo, el sacerdote continúa mirando al Pueblo, por ejemplo, en la Liturgia de la Palabra. No tiene sentido, para mí, leer el Evangelio mirando a la pared, o predicar en esa dirección (aunque a veces uno tenga la impresión de obtener la misma reacción).

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Cuarto, que por años, el Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, escribió repetidamente acerca de la importancia de retornar a la antigua práctica de mirar hacia Oriente. ¿Por qué? Para restaurar un sano sentido de lo sagrado, de lo trascendente. Para que esto no se perciba como una hora social, o como un “entretenimiento”, sino como el culto de la Iglesia al Dios Trino.

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Quinto, que muchos sacerdotes (especialmente los más jóvenes, lo que es muy interesante), están tomando en serio la admonición del entonces Cardenal y actual Papa. La semana pasada, estuve en Greenville, South Carolina, donde todas las Misas de la parroquia se han estado celebrando “ad orientem”, mirando al Este, todo el presente año. El miércoles visité la Iglesia de la Sagrada Familia en Columbus, donde desde el inicio del Adviento, tres de las cuatro Misas dominicales se celebran mirando al Este.

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Como he indicado el otro día, el Adviento es un tiempo de nuevos comienzos. Así, es un buen tiempo para que nosotros hagamos este acto de restauración aquí en el Monasterio, y oportunamente durante el retiro anual de las hermanas. Esto puede significar para algunas de vosotras, un poco de reajuste, pero creo que encontrarán un gran beneficio espiritual en un tiempo razonablemente corto.

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Tal vez no se hayan dado cuenta, pero todas las religiones han usado la geografía como un punto de referencia teológico. Saben, estoy seguro, que los musulmanes giran hacia la Mecca, sin importar donde se encuentren. Cuando rezan, miran hacia la Mecca. Los judíos ortodoxos, hasta el día de hoy, se dan vuelta mirando hacia Jerusalén. Cada día en la celebración de las Laudes (u oración de la mañana), la Iglesia reza el Benedictus, el Cántico que Zacarías recitó como reacción por la noticia del nacimiento de su hijo, Juan el Bautista. En ese cántico, Zacarías profetiza, bajo la inspiración del Espíritu Santo, que el Sol de lo alto nos visitaría. Sabemos que el sol sale por el Este, que el Alba, que ese Sol Naciente se hará presente en unos pocos minutos sobre este Altar. Entonces, todos juntos, vosotras y yo, sacerdote y pueblo, miremos hacia el Este, preparados para encontrarnos con Aquel que viene al mundo como Luz del mundo.

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Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 9 de diciembre de 2008

El guardián de la Sagrada Liturgia


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Esta mañana, el Cardenal Antonio Cañizares Llovera, hasta hoy Arzobispo de Toledo y Primado de España, ha sido nombrado Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
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De este modo, el cardenal de 63 años ha sido llamado a ocuparse del dicasterio romano encargado de “la ordenación y promoción de la sagrada liturgia, en primer lugar de los sacramentos”. Considerando que precisamente la liturgia es una clave de lectura privilegiada del pontificado del Papa Ratzinger, es evidente que el nuevo prefecto se convierte así en uno de los “hombres fuertes” del Papa, quien le ha confiado un aspecto central, no sólo de su pontificado, sino de la vida y la misión de la Iglesia.
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No es secreto que Cañizares promovió con especial dedicación en su Arquidiócesis la forma extraordinaria del Rito Romano y la formación de los futuros sacerdotes en su celebración. Basta recordar, al respecto, que Su Eminencia ha celebrado en varias ocasiones la Misa Gregoriana y que, tal como afirmó el Cardenal Castrillón Hoyos en una reciente entrevista, en Toledo “se está valorando si conviene hacer un seminario extra para la preparación al rito extraordinario, o dar cursos especiales en el seminario de la diócesis”. Desde hoy, el Purpurado velará para que se logre aquella necesaria “hermenéutica de la continuidad con referencia también a una correcta lectura del desarrollo litúrgico después del Concilio Vaticano II” (cfr. Sacramentum caritatis 4) y para que “en la celebración de la Misa según el Misal de Pablo VI se manifieste, en un modo más intenso de cuanto se ha hecho a menudo hasta ahora, aquella sacralidad que atrae a muchos hacia el uso antiguo” (cfr. Carta a los Obispos que acompaña el Motu Proprio Summorum Pontificum). Como autoridad máxima de la otrora llamada Congregación de Ritos, deberá vigilar para erradicar del seno de la Iglesia aquellos abusos que oscurecen la digna celebración de la Sagrada Liturgia y que, en muchos casos, llegan al límite de lo soportable, basándose en un presunto derecho a la creatividad, la cual “no puede ser una categoría auténtica en la realidad litúrgica” (Cfr. Joseph Ratzinger; El Espíritu de la liturgia). En definitiva, será aquel que tendrá en sus manos la “reforma de la reforma” tantas veces evocada por el Cardenal Ratzinger. Ésta no será, como quizás muchos pensaron tras la elección de Benedicto XVI, una brusca intervención que lo produzca todo en un abrir y cerrar de ojos. Será, más bien, un proceso orgánico que continuará y profundizará la labor que el Santo Padre está realizando en la Liturgia en estos tres años de su luminoso y sereno pontificado, y cuyos primeros frutos están a la vista. Será fruto, también, de la “paciencia del amor” característica del Papa Ratzinger (Cfr. Nicola Bux; La riforma di Benedetto XVI)
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De más está decir que Monseñor Cañizares es amigo y hombre de confianza del Papa desde hace ya muchos años, ambos han trabajado juntos en la Congregación para la doctrina de la fe (uno como miembro, otro como prefecto). De hecho, el hasta hoy Arzobispo de Toledo es conocido en España como “pequeño Ratzinger”. Este particular apodo, que causa gracia al mismo Santo Padre, ha sido explicado en unas palabras que demuestran también la inquebrantable fidelidad del nuevo Prefecto del Culto Divino a Cristo, a la Iglesia y al Papa : “…creo que se debe al parecido por el pelo blanco y por haber estado antes de obispo secretario de la Comisión Doctrinal en España y a esa sintonía que Dios me ha concedido con el pensamiento del entonces cardenal Ratzinger, sintonía y comunión en la misma fe y en las grandes preocupaciones por el hombre al que si le falta Dios, le falta todo. También es sintonía y comunión en el gran amor y pasión por la Iglesia, en la búsqueda de la verdad que nos hace libres, una Verdad que nos llega por la Tradición y por lo mismo es sintonía en la fidelidad a la Tradición que es la única manera de abrirse al futuro y hacer posible que surja una renovación de la Iglesia y la sociedad. He aprendido mucho en los años en los que trabajé a su lado como miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Es un don de Dios haber trabajado con él y un don de Dios el sentirme tan hondamente vinculado con Pedro en la figura de Benedicto XVI. Sé que sólo así caminaré en la Iglesia y no daré pasos en vano.”
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Mientras invitamos a nuestros lectores a orar por el Cardenal en la importantísima tarea que se le ha confiado para el bien de la Iglesia universal, habrá que decir que a la Arquidiócesis de Toledo se le ha pedido un gran sacrificio, y no es menor el que se le pide al Cardenal Cañizares. Basta leer la respuesta que dio, hace pocos meses, cuando un periodista le preguntó qué diría si el Papa lo llama a colaborar con él en Roma: “No me lo planteo. Pero nunca he dicho ‘no’ a lo que la Iglesia me pida. Mi vida no tiene otro criterio que el que llevo en mi lema episcopal: Fiat voluntas tua. Me gustaría estar, y no es falsa modestia, en los últimos puestos. Pasar desapercibido. Que no apareciese. Una vida escondida por completo. Dios me lleva por estos caminos, pues ahí estoy. ¿Me rebelo contra ello? No. ¿Me canso de ello? Tampoco. Lo que Dios quiera de mí.”


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Ver
aquí una biografía del Cardenal Antonio Cañizares.
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viernes, 5 de diciembre de 2008

¡Toma el balón y corre!

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El Padre Zuhlsdorf en su blog, transcribe un texto escrito por el Arzobispo Thomas Gullickson, Nuncio Apostólico de Trinidad y Tobago, en el que reflexiona sobre la Liturgia y la decisión del Obispo de Tulsa de celebrar ad Orientem durante Adviento y Navidad.


Para un mejor aprovechamiento, recomendamos ver en la misma página web del Padre Z, el video al que refiere el Nuncio en su texto.


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Tomando una posición acerca del creciente sentimiento en favor de la reforma de la Reforma Litúrgica


Recientemente me topé con lo que, creo, era un comercial de calzado deportivo para televisión, de un estilo surrealista, elaborado en torno al tema del rugby. En el video, un balón ingresa a un restaurant rompiendo la ventana del frente, y en la siguiente escena los que estaban en el restaurant se unen al juego, vestidos de traje, en las calles de la tumultuosa ciudad. El video muestra tanto una batalla urbana como un deporte. Sé que el rugby se ha transformado en “algo” genuino para los jóvenes…


Al mirar el video, se me ocurrió que mucho de lo que sucede en el área de la liturgia vernácula, su planificación y celebración no carece de paralelos con el rugby y con su ethos. Lo disparatado de este pensamiento me resulta tan llamativo como ver en el video la persecución del balón entre los automóviles, las calles y a través de la bulliciosa zona comercial de la ciudad.


Desde la promulgación de Summorum Pontificum, los llamados a una genuina reforma de aquella reforma litúrgica que hemos tejido en los últimos cuarenta años, se han hecho más insistentes, y a la vez más elocuentes y creíbles, al tiempo que los que la proponen clarifican sus respectivas posiciones y se alinean detrás del Santo Padre. El contraste entre el “status quo” (a veces similar al del rugby) y lo presentado por la suave mano del Papa y sus equilibradas palabras, notorias durante su reciente visita a Francia, me han llevado a establecer mi pequeño paralelo entre lo que se ha tratado de vender como una reforma según la mente del Concilio Vaticano II, pero que en muchas ocasiones a través de los años e incluso todavía hoy, parece más seguir las reglas del rugby en aquello de tomar el balón y correr con él, y eso, si te atreves. La renovación litúrgica, que muchos de nosotros hemos experimentado en muchas partes del mundo occidental, está teñida desafortunadamente de una inclinación al protagonismo por parte de los sacerdotes celebrantes, y a una no pequeña cantidad de bravatas por parte de otros (señalemos con el dedo a algunos de los coros, músicos y bailarines pop, sin contar a las personas con la agenda feminista y otras, que también intentan ocasionalmente secuestrar aquello que, nos enseñaron, es la obra de todo el Pueblo de Dios).


No creo ser el único que haya sido testigo de los intentos de individuos o grupos de usurpar el lugar central o, al menos, correr tan lejos como puedan con el “balón” sin ser tacleados. La juventud católica de hoy, y un buen número de personas de mediana edad, sólo han conocido esta situación donde lo que fue cuidadosa y sabiamente decretado por la Sacrosanctum Concilium ha sido derribado por la “carga de caballería” iniciada por los entusiastas que vieron su chance de ocupar el lugar estratégico. La apreciación fundamental que tenían los Padres del Concilio Vaticano II de la necesidad de encaminar las reformas litúrgicas iniciadas por los Papas San Pío X y Pío XII, parece haberse perdido en el tumulto [del “scrum”].


El reciente anuncio de la intención del Obispo de Tulsa, Oklahoma, de celebrar el santo Sacrificio de la Misa, en inglés pero ad Orientem en el Adviento y en la Navidad, está claramente motivado por un encomiable deseo por parte del obispo, de restablecer la continuidad de la reforma dentro de la Tradición, uno de los distintivos de la reforma tal y como fue querida y decretada por el Concilio Vaticano II. La publicación en un blog litúrgico italiano de un texto muy elocuente tomado de una publicación del año 2001 de nuestro actual Santo Padre, en la que trata sobre el ser cristiano en el nuevo milenio, ha dado nueva urgencia a mi propio sentido de la obligación de tomar posición en este “juego”. Por alguna extraña razón, y sin querer cuestionar la buena voluntad de nadie, parece evidente que la liturgia vernácula como es hoy celebrada, no sólo está demasiado abierta al abuso, sino que parece distante de lo que quisieron los Padres Conciliares y de lo que pudo haberse logrado desde entonces, si todos se hubieran mantenido fieles a sus palabras de instrucción y dirección.


¿Es que fuimos (los sacerdotes y el pueblo) mal encaminados por los expertos en liturgia para dejar de orar en la misma dirección y empezar a mirarnos unos a otros? Ahora sabemos que el destierro casi absoluto del latín de nuestro repertorio musical fue un empobrecimiento, una forma de iconoclastia, no distinta de la que despojó a las pequeñas y hermosas iglesias de sus incontables ofrendas votivas: a veces dejando como resultado lugares desolados en donde antes uno se había sentido en casa con Dios, la Santísima Virgen y todos los Santos. ¿No es también posible que hayamos sido mal aconsejados en aceptar algo sin precedentes en nuestra historia (recordemos que el consejo venía de la misma gente que evidentemente no comprendía lo suficiente la historia del culto divino, y que no se ocupó lo suficiente en lo que había sido prescrito por los Padres Conciliares)? Las consecuencias negativas de esta personalización del culto (cara a cara) son patentes. Ponen unas expectativas irreales en el sacerdote celebrante, quien a menudo en vez de guiarnos en la oración, parece obligado a buscar “eco”, o incluso contacto visual con la gente que está ante él.


Sacrosanctum Concilium N. 23 estableció el siguiente principio, entre otros, para la renovación: “Por último, no se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes”. Incluso en las mejores celebraciones de la liturgia reformada, uno tendría que ser fuertemente presionado para aceptar que la celebración con el altar de por medio, es “verdadera y ciertamente” requerida para la utilidad de la Iglesia. El desarrollo orgánico es también difícil de verificar en lo que muchas personas han experimentado como ruptura.


Cuando el N. 33 del mismo decreto conciliar reclama que la sagrada liturgia sea instructiva, lo hace recordándonos que: “la sagrada liturgia es principalmente el culto a la Divina Majestad…”. El pasaje del citado texto del Cardenal Ratzinger, enfatiza correctamente que es de la mayor importancia que volvamos a adquirir el respeto por la liturgia, y que reconozcamos nuevamente que ésta no está abierta a la manipulación; que no está puesta a nuestra discreción, para que la planifiquemos y presentemos según nuestros talentos nos lo permitan. El actual Santo Padre, llamaba en este artículo al restablecimiento del contacto con la historia en una forma clara y orgánica.


No puedo sino pensar que la multiplicación de celebraciones según el “usus antiquior” desde la promulgación de Summorum Pontificum será una herramienta que nos ayudará a volver a la Tradición. Una restauración completa de las cosas tal y como estaban antes de la Sacrosanctum Concilium, sin embargo, negaría el análisis y los deseos de los santos Papas y de un histórico concilio ecuménico. El Papa San Pío X tenía razón al defender el canto gregoriano, y el Papa Pío XII nos obsequió con una renovación del Triduo Sacro que buscó reflejar los sublimes misterios celebrados en él. Las intervenciones de ambos Papas significaron un cambio genuino en la liturgia, dentro de una atmósfera de profundo respeto por lo sagrado de las palabras y de los gestos que estaban modificando. Sin duda, la intención del Concilio Vaticano II fue proponer esta misma suerte de reforma prudente y orgánica. Pero, como he dicho, uno tiene la impresión de que a menudo se aplicaron las reglas del rugby, y que más de un aficionado decidió tomar el balón y correr con él.


El artículo sobre la decisión del Obispo de Tulsa contiene dos grandes citas del Obispo Slattery: “Espero que esta postura común de la Iglesia en oración les ayudará a experimentar la verdad trascendente de la Misa en una forma nueva e inmemorial…”. “Rezo para que esta práctica restaurada nos ayude a comprender que en la Misa, participamos en el culto auténtico que Cristo brinda a Su Padre, siendo 'obediente hasta la muerte' (Flp 2,8)”. Un deseo modesto de mi parte es que muchos más pastores den pronto un ejemplo similar.


El atractivo que sienten hoy particularmente los jóvenes por el “usus antiquior” debiera hacernos pensar. La explicación de este fenómeno podría ser tan simple como el recordar la experiencia de Dios del Profeta Elías en el Monte Sinaí: fue a la abertura de la cueva y se cubrió el rostro con su manto ante el suave y susurrante sonido de Dios que pasaba. Dios no Se encontraba ni en la tormenta ni en la tempestad. Mucho de lo que se difunde hoy como liturgia para los jóvenes debe ser juzgado ciertamente como reñido con Sacrosanctum Concilium N. 34: “Los ritos deben resplandecer con noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles”. Aunque mi vida de niño fue mucho más tranquila y libre de estímulos externos que la de mis sobrinas y sobrinos, aún así solía encontrar un respiro,  siendo sólo un niño de preescolar, en la Iglesia grande y tranquila los domingos por la mañana cuando, no habiendo “Misa Solemne”, el silencio sólo era roto por un preludio del órgano, por otra pieza tenue durante la Comunión, y por las antífonas cantadas por una sola voz desde el balcón del coro. El “genio” del pasado y su atractivo para la gente de hoy viene del ser capaces de percibir la Misa como un don, como algo retirado del ámbito de mi discreción o capricho, como algo de Dios, algo sagrado. El Papa Benedicto XVI habla con urgencia de nuestra necesidad de volver a suscitar un sentido profundo de lo sagrado.


Tenemos algo que es inestimable en el calendario litúrgico reformado, y en la abundancia del Leccionario con su ciclo en tres años para los Domingos y las Solemnidades. La introducción del vernáculo al culto respondió ciertamente a un hambre casi desesperado de toda la Iglesia universal, con la posible excepción del mundo latino. Me gustaría creer que el Obispo de Tulsa está detrás de algo cuando sencilla y humildemente restablece una simple orientación para la oración en su catedral en este Adviento y Navidad. Ojalá que este intento logre rescatar a la Misa de aquellos que querrían derrumbarla con sus inventos personales, o hacerle cambiar las “reglas de juego” por otras de agresión. Hay un tiempo y un lugar para el rugby, y no todos somos lo suficientemente resistentes como para jugar ese juego.


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Fuente: What Does The Prayer Really Say

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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Rodé a los religiosos. Excelente discurso

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Publicamos nuestra traducción de la intervención que el Cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, ha pronunciado en Boston con ocasión de un encuentro con religiosos y religiosas de América del Norte. Se trata de un texto brillante en el cual, con gran claridad y valor, el Cardenal Rodé analiza las causas de la actual crisis de la vida religiosa y propone algunas ideas para una correcta renovación.

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Una correcta hermenéutica para una nueva vida religiosa


En los últimos cuarenta años, la Iglesia ha pasado por una de las mayores crisis de la propia historia. Todos nosotros sabemos que la dramática situación de la vida consagrada no ha sido marginal en este asunto. Prácticamente en todos los países de Occidente, los observadores notan que la mayoría de las comunidades religiosas está entrando en la fase final de una prolongada crisis, cuyo resultado –dicen – está ya establecido por las estadísticas.


En muchos de estos países occidentales, los religiosos han perdido la esperanza. Están resignados a la pérdida de vitalidad, de significado, de alegría, de atractivo, de vida. Pero América es diversa. La vitalidad, la creatividad, la exuberancia que denota la floreciente cultura de los Estados Unidos, se reflejan en la vida cristiana y también en la vida consagrada. Basta pensar que, desde el Concilio Vaticano II, más de ciento nueve comunidades religiosas han brotado de este fértil suelo.


Éste es el país que el Papa Benedicto ha visitado en abril con el fin de traer el mensaje de la esperanza de Cristo. Pero cuando él volvió a Roma, dijo: “He encontrado una gran vitalidad y la voluntad firme de vivir y testimoniar la fe en Jesús”. Con gran alegría, ha confesado que él mismo ha sido “confirmado en la esperanza por los católicos americanos”.

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El estado actual de la vida religiosa


No obstante este pasado grandioso y la actual vitalidad, nosotros sabemos – y ésta es una de las principales razones por las que estamos reunidos aquí hoy – que no todo va bien en la vida religiosa en América. Hoy, mis observaciones están dirigidas especialmente a los religiosos de vida activa.


En primer lugar, hay numerosas nuevas comunidades, algunas más conocidas que otras, muchas de las cuales son florecientes y sus estadísticas indican lo contrario de la tendencia general. En segundo lugar, hay comunidades más antiguas que han actuado para preservar y reformar la genuina vida religiosa en el interior del propio carisma; también éstas están en fase de crecimiento, contrariamente a la tendencia general, y la edad promedio de sus religiosos es inferior a la general de los religiosos. Ninguno de estos dos grupos ve acercarse el “fin” en el sentido que los observadores de las tendencias generales suelen decir; por el contrario, su futuro se presenta prometedor si continúan siendo lo que son y cómo son. En tercer lugar, están aquellas que aceptan la actual situación de decaimiento como -dicen ellos – el signo del Espíritu en la Iglesia, el signo de una nueva dirección a seguir. En este grupo, están aquellos que han simplemente aceptado la desaparición de la vida religiosa o, por lo menos, de sus comunidades, y se esfuerzan para que esto ocurra de la forma más pacífica posible, dando gracias a Dios por los beneficios del pasado.


Además, debemos admitir la existencia de aquellos que han optado por caminos que los han alejado de la comunión con Cristo en la Iglesia Católica, si bien puedan haber decidido “estar” en la Iglesia físicamente. Estos pueden ser individuos o grupos en institutos que tienen una visión diferente, o pueden ser comunidades enteras.


Por último, quisiera distinguir a aquellos que creen fervientemente en su vocación personal y en el carisma de su comunidad, y buscan medios para invertir la tendencia actual o, en otras palabras, realizar una auténtica renovación. Estos pueden ser instituciones enteras, individuos, grupos de individuos e incluso comunidades en el seno de un instituto. Me dirijo hoy especialmente a estos últimos grupos, con la intención de ofrecerles ánimo e ideas para seguir. Pero mis reflexiones pueden ser útiles también a los primeros dos grupos para que no pierdan aquello que ya tienen, como advierte San Pablo a los Corintios: “El que esté seguro, cuídese de no caer” (1 Corintios, 10, 12).


Con este fin, será muy importante examinar las raíces de la crisis. Aquí nos tropezaremos con una pregunta necesaria y brutal: ¿”renovación” no ha sido exactamente lo que hemos hecho después del Concilio? ¿Esto no debía conducirnos a una nueva era? ¿Y no ha sido exactamente esta “renovación” que nos ha hecho llegar a donde estamos hoy?

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La hermenéutica de ruptura y discontinuidad


El Concilio, en realidad, ha ofrecido claras y abundantes directivas para la necesaria reforma de la vida consagrada. La cuestión crucial es: ¿cómo han sido interpretadas y aplicadas estas directivas? Globalmente, el Concilio ha sido interpretado y aplicado, en su conjunto, en dos formas muy diversas y opuestas que nosotros debemos analizar más de cerca si queremos comprender qué ha ocurrido y trazar un camino a seguir en el futuro.


“¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil?”, ha preguntado Benedicto XVI en un importante discurso, tres años atrás. La respuesta por él ofrecida es cristalina: “todo depende de la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación”. Hay un excelente equilibrio en los documentos conciliares pero, llegado el momento, dado que el mandado ha sido para la “actualización”, ha sido más fácil justificar los cambios que defender la continuidad.


En el segundo parágrafo de Perfectae Caritatis se lee: “la renovación de la vida religiosa comprende, a la vez, el continuo retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración originaria de los Institutos, y la acomodación de los mismos, a las cambiadas condiciones de los tiempos” (2). Leídas en la hermenéutica de la ruptura y la discontinuidad, “el continuo retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración originaria de los Institutos” ha tenido la tendencia a ser interpretado a la luz de “la acomodación a las cambiadas condiciones de los tiempos”, en lugar de lo contrario.

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Las consecuencias en la vida religiosa


Debemos comenzar con reconocer que había, seguramente, mucho para corregir en la vida religiosa y mucho para mejorar en la formación de los religiosos. Debemos también admitir que la sociedad ha propuesto desafíos para los cuales muchos religiosos no estaban preparados. En algunos casos, se necesitaba sacudir la rutina y las incrustaciones de costumbres superadas. En este sentido, debemos afirmar categóricamente no sólo que el Concilio no se equivocaba en su impulso a la renovación de la vida religiosa sino que al hacerlo ha estado verdaderamente inspirado por el Espíritu Santo.


La vida religiosa, siendo un don del Espíritu Santo a cada religioso y a la Iglesia, depende especialmente de la fidelidad a sus orígenes, fidelidad al fundador y fidelidad al carisma particular. La fidelidad a este carisma es esencial ya que Dios bendice la fidelidad y “resiste a los soberbios” (Santiago 4, 6). La completa ruptura de algunos con el pasado va, por lo tanto, contra la naturaleza de una congregación religiosa y, en sustancia, provoca el rechazo de Dios.


Apenas el naturalismo fue aceptado como el nuevo camino, la obediencia se ha convertido en su primera víctima porque ella no puede sobrevivir sin fe y esperanza. La oración, especialmente la oración comunitaria y la liturgia sacramental, ha sido minimizada o abandonada. La penitencia, el ascetismo, y lo que ha sido denominado como “espiritualidad negativa”, se han convertido en cosas del pasado. Muchos religiosos se han sentido a disgusto vistiendo hábito. La agitación social y política se convirtió en el centro de su acción apostólica. Todo se ha convertido en un problema a discutir. Rechazada la oración tradicional, las genuinas aspiraciones espirituales de los religiosos han buscado formas más esotéricas.


Los resultados no se han hecho esperar, bajo la forma de un éxodo de miembros. En consecuencia, los apostolados y ministerios que eran esenciales para la vida de la comunidad católica y de su radio de acción caritativa - sobre todo las escuelas – han desaparecido velozmente. Las vocaciones se acabaron rápidamente. A pesar de que los resultados comenzaron a hablar por sí mismos, estaban aquellos según los cuales las cosas no andaban bien porque no se habían hecho cambios suficientes, el proyecto no estaba completo. Y así el daño ha ido aumentando. Se debe notar, además, que muchos responsables de las decisiones y de las acciones desastrosas de estos años postconciliares, luego han abandonado ellos mismos la vida religiosa. Muchos de ustedes se han mantenido fieles. Con inmenso valor han cargado con el peso de remediar el daño y reconstruir vuestras familias religiosas. Mi corazón y mi oración están con ustedes.

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La hermenéutica de la continuidad y de la reforma


El verdadero espíritu del Concilio ha sido descripto en su inauguración por el Papa Juan XXIII, cuando ha afirmado que el Concilio "quiere transmitir la doctrina en su pureza e integridad, sin atenuaciones ni deformaciones". Y ha continuado: “"Nuestra tarea no es únicamente guardar este tesoro precioso, como si nos preocupáramos tan sólo de la antigüedad, sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin temor, a estudiar lo que exige nuestra época (...). Es necesario que esta doctrina, verdadera e inmutable, a la que se debe prestar fielmente obediencia, se profundice y exponga según las exigencias de nuestro tiempo. En efecto, una cosa es el depósito de la fe, es decir, las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta el modo como se enuncian estas verdades, conservando sin embargo el mismo sentido y significado". Estas palabras permiten interpretar el Concilio de un modo muy diferente al descripto anteriormente. Aquí tenemos, en esencia, la hermenéutica de la continuidad y de la reforma.


La continuidad suscita un armonioso diálogo entre fe y razón. La razón iluminada por la fe no caerá en la trampa del secularismo moderno. El auténtico profetismo en la Iglesia quiere rectificar los comportamientos y no cambiar la revelación apostólica.

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Los frutos


Hoy miramos con gratitud al Concilio Vaticano II, por habernos provisto de directivas claras para distinguir entre la sustancia del depósito de la fe y sus manifestaciones circunstanciales. La continuidad con lo que es esencial en la vida religiosa no suprime sino que anima la reforma de cuanto es obsoleto, accidental y perfectible. Esto se hace evidente cuando leemos los criterios y las directivas, atentamente equilibrados, de Perfectae Caritatis (1-18), a los cuales ya hemos hecho referencia hablando de la ruptura y la discontinuidad.


Si estos mismos números son interpretados en términos de continuidad, se nota que los cambios no están nunca separados de las raíces. Cuantos buscan la continuidad en la renovación notarán que el Concilio ha llamado a una renovación que es eminentemente renovación del espíritu, enfatizando la centralidad de Cristo como se encuentra en los Evangelios, siguiéndolo en el camino trazado por el fundador, a través de los votos (cfr. Perfectae caritatis, 2).

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Buscar la renovación


Debemos ahora afrontar la cuestión: ¿en qué dirección podemos ir? ¿Hay una nueva vida para las comunidades religiosas de Norte América que aspiran a una auténtica reforma? Aquí debemos notar que, si bien el fondo del problema es el mismo y hay problemas y desafíos comunes para los religiosos y las religiosas (la ingeniería del lenguaje, la tendencia al relativismo, la pérdida del sentido de lo sobrenatural y, en algunos casos, dudas sobre la relevancia y centralidad de Cristo), es también cierto que cada grupo debe afrontar los propios desafíos particulares. Las religiosas, en particular, tienen necesidad de esforzarse críticamente en relación a cierto tipo de feminismo, actualmente fuera de moda pero que, a pesar de esto, continúa ejerciendo mucha influencia en ciertos ambientes. Permitan que me concentre en algunos de los elementos comunes. Si la ruptura y la confusión son lo que caracteriza las recientes dificultades en la vida religiosa, entonces el camino a seguir debe ser una mayor búsqueda de continuidad y claridad. Como el escriba que ha sido instruido en el Reino de los Cielos, debemos tener en nuestro tesoro “cosas antiguas y cosas nuevas” (cfr. Mateo 13, 52).


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Continuidad con la fe católica


Podría parecer superfluo hacer esta observación ya que sería justo imaginar que sobre este punto no hay discusión. Por el contrario, todo hemos experimentado la presencia de grupos o personas que, bajo la propia responsabilidad, “han ido más allá de la Iglesia”, aunque permaneciendo exteriormente “en el interior” de la Iglesia. Seguramente, una existencia así ambivalente no puede traer frutos de alegría y paz (cfr. Gálatas 5, 22), ni para ellos mismos ni para la Iglesia. Oramos para que el Espíritu Santo los ilumine para que vean el camino de la verdadera paz y libertad, y tengan el valor de seguirlo.


De acuerdo con el Concilio, “la misma autoridad de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, se preocupa de interpretarlos, de regular la práctica y también de establecer formas estables de vida”. La autoridad y la tradición de la Iglesia han hablado, en el curso de los siglos, de la sustancia de la vida consagrada. Benedicto XVI la ha formulado de este modo: “Pertenecer al Señor: he aquí la misión de los hombres y de las mujeres que han elegido seguir a Cristo casto, pobre y obediente, para que el mundo crea y sea salvado”.

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Continuidad con el carisma del fundador


Este punto es de capital importancia, y es la clave para renovar y revitalizar nuestras congregaciones, para atraer vocaciones y realizar nuestras obligaciones en relación a los jóvenes que eventualmente entran en nuestras familias religiosas. El Concilio insiste sobre este punto. Debemos garantizar que, en nuestras congregaciones, la vida sea plenamente católica y enteramente alineada con el carisma del fundador o de la fundadora. Sobre esta materia, no puede haber contradicciones ya que el carisma ha sido dado a los fundadores en el contexto eclesial y ha sido sometido a la aprobación de la Iglesia. Muchas congregaciones están haciendo vigorosos esfuerzos en este sentido.


Sin embargo, algunos superiores religiosos han descubierto que esto no es suficiente. Están haciendo grandes esfuerzos para reavivar la figura y la centralidad de sus fundadores; están renovando la observancia religiosa y la vida en su comunidad; pero dicen que las vocaciones aún no están llegando. Hay otros dos elementos, ambos muy importantes, que deben ser tomados en consideración.


En las actuales circunstancias, ofrecer un programa de formación adecuado y fiel es un desafío particularmente significativo. Ofrezco algunas consideraciones al respecto: vale la pena hacer cualquier sacrificio para dedicar a la formación los mejores miembros. Ellos deben estar plenamente en comunión con la Iglesia. Deben ser prudentes, eminentemente espirituales y prácticos. Deben amar su congregación e identificarse con el carisma del fundador, poseer un amor espiritual por sus deberes, ser conscientes de las fuerzas y debilidades de los jóvenes de hoy, y tener la completa asistencia de los superiores.


Los programas de postulantado y noviciado son más fáciles de realizar, pero el desafío es mayor en lo concerniente a los estudios de filosofía y teología u otras carreras universitarias necesarias para el apostolado desarrollado por los miembros. Cuando son necesarios estudios religiosos en centros de fuera de la congregación de pertenencia, estos deben ser elegidos con prudencia de modo que la doctrina que los jóvenes religiosos reciban sea segura y profunda, y las circunstancias externas permitan que ellos vivan una auténtica vida comunitaria y religiosa, y continúen cultivando todas las áreas de su formación, incluidas las dimensiones espiritual, sacramental y humana.


Las nuevas vocaciones deben ser educadas a la luz de las ricas contribuciones de Juan Pablo II y de Benedicto XVI respecto a la comprensión de la dignidad de la persona humana, la naturaleza de la libertad, la naturaleza de la dimensión religiosa de nuestras vidas, la necesidad de la formación humana. Ellos deben estar imbuidos de amor por su fundador, la historia, las tradiciones, las contribuciones, y de un saludable deseo de servir a las almas.


La fidelidad al espíritu de la vida religiosa y a un instituto no debería ser despersonalizada o estática. Por el contrario, debería ser creativa, capaz de encontrar caminos innovadores para desarrollar y aplicar el carisma y para llegar a las nuevas generaciones de católicos y los potenciales miembros del instituto.


Distingo dos modos diferentes y complementarios para promover las vocaciones: a uno lo llamaría indirecto, y al otro directo. Y, al contrario de lo que se podría intuir, considero que la llamada promoción indirecta es la más importante en el actual contexto de la Iglesia, porque cada uno de nosotros puede empeñarse en ella, todo el cuerpo eclesial se beneficia, y sin ella la promoción directa de las vocaciones permanece, en gran medida, estéril. Promoción indirecta es todo lo que construye la vida de Cristo en la Iglesia y puede ser sintetizada en tres dimensiones de vida: espiritualidad, catequesis y apostolado o ministerio. Nosotros debemos centrar la atención sobre estas dimensiones de la vida cristiana en los dos lugares que más influencian la vocación a la consagración: la familia y el corazón, mente y alma del joven. Muy frecuentemente, en nuestras vidas y comunidades, la semilla no da frutos no porque el suelo sea rocoso o mediocre sino porque muchos otros intereses reclaman nuestro tiempo y atención. Quiero decir que hoy nosotros estamos inquietos y preocupados por muchas cosas, como Marta (Lucas 10, 41). Reuniones, conferencias, debates sobre la justicia social, comunicados de prensa y cosas de este estilo, llenan nuestro calendario. Pero hay una cosa y una sola cosa que, en última instancia, cambia el mundo: la íntima transformación de la persona por medio del contacto con la gracia de Cristo.


La espiritualidad no está centrada en el vago sentimiento religioso de estar bien con Dios y el prójimo y tener experiencias agradables en la oración. Su esencia es la continua conversión, alimentada por los Sacramentos y la realización del plan de Dios para la propia vida. Ella tiene una dimensión objetiva.


La catequesis no se limita a una instrucción inicial sino que es la continua profundización de las riquezas de nuestra fe católica que, sola entre todas las religiones y versiones del cristianismo, ofrece un sólido y plenamente satisfactorio alimento tanto para el intelecto como para el alma. Es esencial que la catequesis vaya a la par con la espiritualidad y sea capaz de justificar nuestra esperanza, como ha dicho San Pedro (cfr. Pedro 3, 15). Como testimonia el Papa Benedicto.


La tercera dimensión es la acción: vivir externamente la caridad de Cristo que nos lleva más allá de las fronteras de la propia comodidad. Para la persona, ésta es una nueva experiencia de Cristo. Normalmente, Dios planta la semilla de una vocación en las familias y en la vida de las personas. Y esto nos lleva al próximo punto: la promoción directa. La promoción directa de las vocaciones se realiza cuando hemos empezado a encontrar y animar a aquellos jóvenes que Dios está llamando a nuestras comunidades. Esto supone que nosotros realmente creemos que Dios está trabajando en aquellas almas y, por esta razón, nos esforzamos con confianza y no nos desanimamos si el éxito no llega inmediatamente.


Hacemos promoción directa de muchas formas: hacemos propaganda, hablamos en escuelas y universidades, escribimos, invitamos, ofrecemos retiros y experiencias, y así sucesivamente. Esto debe y puede continuar y aumentar si es posible, utilizando todos los medios que hoy tenemos a nuestra disposición.


Yo creo que hay tres elementos que contribuyen a hacer efectiva esta promoción directa: primero, la preparación indirecta mencionada anteriormente (realizada por medio de un apostolado o ministerio de una de nuestras comunidades, o de otra comunidad o movimiento eclesial, o también en la parroquia de la persona). Segundo: lo que nosotros ofrecemos debe ser genuino. En otras palabras, la vida de la comunidad y la formación a la cual yo invito a este joven, debe reflejar el carisma particular de mi familia religiosa y estar en plena y alegre comunión con la Iglesia. Por último, los promotores de vocaciones deben poseer una preparación humana, intelectual y espiritual adaptada a su delicada tarea.

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Conclusión


No debe sorprendernos el hecho de que el camino a seguir esté erizado de dificultades y desafíos. Sin embargo, deseo que estén seguros de mi total apoyo a cualquier esfuerzo sincero de renovación de cada una de las familias religiosas en la línea de la fidelidad a la Iglesia y al fundador. Se necesitará mucha honestidad, humildad, valor, apertura de mente, diálogo, sacrificio, perseverancia y oración, como nos ha recordado el Papa Benedicto. En el Evangelio, Jesús nos ha advertido que dos son los caminos: uno es el camino estrecho que conduce a la vida, el otro es el camino amplio que conduce a la perdición (cfr. Mateo 7, 13-14).


Permítanme concluir con una oración tomada de la oración Colecta y Post-Comunión de la Misa por los religiosos del Misal Romano: “Oh Dios, que inspiras y llevas a feliz término todo propósito bueno, guía a tus siervos y tus siervas en el camino de la salvación. Concede a quienes dejaron todo para consagrarse totalmente a ti que siguiendo a Cristo y renunciando a las cosas de este mundo, te sirvan fielmente y amen a los hermanos con alma de pobre y corazón humilde. Concede a los consagrados y consagradas por los consejos evangélicos que, congregados en tu amor y alimentados con un mismo Pan, se animen mutuamente a progresar en la caridad y en las buenas obras, para que por su vida santa den, en todas partes, un auténtico testimonio de Cristo. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, en la unidad del Espíritu Santo. Amén.”


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Fuente: L’Osservatore Romano

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 4 de diciembre de 2008

Romanos rumores

Monseñor Aguer, el Arzobispo argentino que refutó al Cardenal Martini, es noticia en un diario francés.

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Monseñor Aguer

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Rorate Caeli informa hoy sobre una noticia aparecida en el diario francés Golias. Debido a la importancia de los cargos sobre los que versan estos rumores, nos hacemos eco de la noticia.

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El hiper-progresista semanario religioso Golias, menciona varios posibles cambios en la Curia Romana, después del probable nombramiento del Cardenal Cañizares Llovera como nuevo Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, y el eventual nombramiento del actual Secretario de la misma Congregación, el Arzobispo Malcolm Ranjith como el nuevo Arzobispo de Colombo, en Sri Lanka. La lista de los posibles reemplazantes del Arzobispo Ranjith incluyen a Monseñor Nicola Bux, al Padre Joseph Augustine DiNoia, OP, sub-secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y Dom Gregor Henckel-Donnemarck, OSB, abad de Heiligenkreuz, Austria.


Golias también menciona un posible substituto para el amigo del Arzobispo de Piero Marini, quien tiene el timón de la Cappella Musicale Pontificia Sistina, Monseñor Giuseppe Liberto. Monseñor Fortunato Baldelli(actual nuncio en Francia), el Cardenal  Martínez Sistach (Arzobispo de Barcelona), y Monseñor Diarmuid Martin (Arzobispo de Dublín) podrían ser nombrados para posiciones menos importantes en la Curia, que harían dejar disponibles sus actuales posiciones para nuevos nombramientos papales.


El bien conocido rumor de un anticipado retiro del Cardenal Levada como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se menciona nuevamente como posible; su substituto podría ser bien el Cardenal Arzobispo de Viena, o el Cardenal Grocholewsky (actual Prefecto de La Congregación para la Educación Católica), o Monseñor Héctor Aguer, de La Plata, Argentina – criticado, de manera previsible por Golias, pero considerado por muchos como una rara luz que brilla en el episcopado latinoamericano.


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Fuente: Rorate Caeli


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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Benedicto XVI y la paciencia del amor

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L`Osservatore Romano ha publicado hoy gran parte de la conclusión del nuevo libro de Monseñor Nicola Bux, “La reforma de Benedicto XVI”. Ofrecemos nuestra traducción de la conclusión, que hemos tomado del texto original italiano del libro, que presenta algunas variantes respecto a la ofrecida por el periódico vaticano.

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Está naciendo un nuevo movimiento litúrgico que dirige la mirada a las liturgias de Benedicto XVI; no bastan las instrucciones preparadas por expertos, se necesitan liturgias ejemplares que hagan encontrar a Dios. Sólo por los espíritus voluntariamente superficiales no se advertiría. Es un nuevo inicio que nace desde lo profundo de la liturgia precisamente como el movimiento litúrgico del siglo pasado llegó a su culmen con el concilio.

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La liturgia como lugar del encuentro con el Dios viviente, no un show para hacer interesante la religión, no un museo de formas rituales grandiosas. El pueblo de Dios celebra el nuevo rito con respeto y solemnidad pero queda desorientado por las contradicciones de los dos extremos. La liturgia volverá a ser acción eclesial, no por obra de especialistas y equipos litúrgicos, sino de sacerdotes y laicos que, gracias al conocimiento de las fuentes, consideren la liturgia occidental como fruto de un desarrollo histórico y la oriental como reflejo de la eterna. Los antiguos padres y maestros medievales se opusieron a la mistificación de la liturgia y, conociendo la historia, nos han mostrado las múltiples formas de su camino. Del movimiento litúrgico preconciliar, el Santo Padre recoge su herencia y la hace fructificar, él ha acogido el deseo de que las formas antigua y nueva del rito romano coexistieran una junto a otra como ya ocurre con la ambrosiana y las orientales.

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Confiemos en Él: Él lleva pacientemente la sabiduría de la imaginación católica en la vida de la Iglesia actual. Él comprende bien la innovación no como hostil a la tradición sino como parte de la savia del Espíritu Santo. No es un conservador y, mucho menos, un innovador sino un misionero, “humilde trabajador en la viña del Señor”. En el libro Jesús de Nazareth, pone de relieve la “comprensión” que en el Evangelio de Lucas – a diferencia de los otros evangelios – Jesús demuestra en relación a los israelitas: “Me parece particularmente significativo – observa – el modo en el que conduce la historia del vino nuevo y de los odres viejos o nuevos. En Marcos se lee: «Nadie pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!» (Marcos 2, 22). En Mateo 9, 17 el texto es similar. Lucas nos transmite la misma conversación, agregando sin embargo al final: «Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El viejo es mejor» (Lucas 5, 39) – un añadido que tal vez es lícito interpretar como una expresión de comprensión respecto a aquellos que querían quedarse con «el vino viejo» (pag. 216-117)”. ¿No es esto aplicable al debate entre usus antiquior y usus novus de la Misa, originado a continuación del motu proprio?

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La liturgia cristiana, como el mismo suceso cristiano, no es hecha por nosotros. Un término como actualización ha generado la idea de que nosotros tenemos la capacidad para rehacerlo, de crear las condiciones justas para que pueda ocurrir, de organizarlo casi como si fuéramos creadores de aquello que afirmamos creer. En realidad, Jesucristo es quien hace la sagrada liturgia con el Espíritu Santo. A nosotros nos corresponde seguirlo, dar lugar a su obra. El método, al alcance de todos, es mirar aquello que ocurre – se solía decir “asistir”, esto es, ad-stare – estar delante de su presencia; significa adherir a Algo que viene antes, seguir aquello que Él realiza en medio nuestro, capaz siempre de revertir en un segundo la idea de que el culto es hecho por nosotros. La liturgia es sagrada y divina porque es una Cosa que viene de otro mundo.

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Quisiéramos ayudar a comprender y a celebrar dignamente la liturgia como posibilidad de encuentro con la realidad de Dios y causa de la moralidad del hombre; a leer las degradaciones, síntoma de vacío espiritual, indicando el camino para restaurar el espíritu en el signo de la unidad de la fe apostólica y católica; a promover un debate serio y un camino educativo siguiendo el pensamiento y el ejemplo del Papa que permita retomar el movimiento litúrgico. Es necesario mirar al espíritu de la liturgia como adoración de Dios Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo, y como pedagogía para entrar en el misterio y ser transformados en moralidad y santidad. Es una invitación también a los laicos no creyentes pero deseosos de la verdad, ¡porque nadie es inmune a la duda de que tal vez exista Algún otro a quien dedicar el tiempo! Sobre este tal vez, que la liturgia no desvela del todo, -por eso, se pide que sea preservado el sentido del misterio y de lo sagrado, - se instaurará la comunicación entre quienes son creyentes y quienes no lo son, o lo son de manera diversa.

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A Vittorio Messori, con el cual he compartido no pocas reflexiones sobre el tema y que, con su mujer Rosanna, me ha animado en este trabajo, mi agradecimiento cordial y mi gran admiración por haber presentido con Joseph Ratzinger en “Informe sobre la fe” este tiempo “en que se requiere la paciencia, esta forma cotidiana del amor. Un amor en el que están presentes, al mismo tiempo, la fe y la esperanza”.

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Por lo tanto, debemos esperar que se realice lo que el Santo Padre ha dicho en la conclusión de la homilía de la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo del año 2008: “Cuando el mundo en su totalidad se transforme en liturgia de Dios, cuando su realidad se transforme en adoración, entonces alcanzará su meta, entonces estará salvado. Este es el objetivo último de la misión apostólica de san Pablo y de nuestra misión. A este ministerio nos llama el Señor. Roguemos en esta hora para que él nos ayude a ejercerlo como es preciso y a convertirnos en verdaderos liturgos de Jesucristo”.

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Monseñor Nicola Bux

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Fuente: “La riforma di Benedetto XVI”; Nicola Bux.

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 2 de diciembre de 2008

Una respuesta clara al Cardenal Martini

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Monseñor Aguer

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A muchos asombraba el gran silencio frente al polémico libro del no menos polémico Cardenal Carlo María Martini, en el que arzobispo emérito de Milán expresaba algunas ideas que poco tenían que ver con la enseñanza de la Iglesia Católica. Finalmente, desde la arquidiócesis de La Plata, Argentina, llega una inteligente y respetuosa respuesta de Monseñor Héctor Aguer. A continuación, el texto completo de su alocución.

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Recientemente se ha publicado un libro del Cardenal Carlo María Martini titulado “Coloquios nocturnos en Jerusalén”. El título podría interpretarse en este sentido: en esa obra el ilustre Cardenal emite algunas opiniones muy poco claras, más bien obscuras, nocturnas.


Opina, poniendo en duda verdades y prácticas sostenidas permanentemente por la Iglesia, tales como el celibato de los sacerdotes, la ordenación sacerdotal reservada a los varones, la inmoralidad de las relaciones homosexuales. Pero donde el Cardenal es muy claro es en su crítica, una crítica muy severa, a Paulo VI y a la Encíclica “Humanae Vitae”, de cuya publicación se ha cumplido este año el cuadragésimo aniversario.


Llega a decir cosas muy serias, como que esta Encíclica ha producido un grave daño con la prohibición de la contracepción artificial que allí se establece, lo cual habría determinado que muchas personas se hayan alejado de la Iglesia y la Iglesia de las personas.


Más aún: el Cardenal Martini parece imputarle a Paulo VI haber ocultado la verdad, como que el Papa, en realidad, no estaba convencido de lo que afirmaba en su encíclica, pero lo hizo igual. Las críticas continúan, porque enfocan también a Juan Pablo II que “siguió el camino de una rigurosa aplicación” -dice el Cardenal Martini- de las prohibiciones de la Encíclica con el propósito de mantener las afirmaciones que había hecho Paulo VI en un plano absolutamente indudable.


El antiguo arzobispo de Milán propone que la Iglesia corrija el error cometido. Dice textualmente: “Probablemente el Papa no retirará la Encíclica. Pero puede escribir una nueva  e ir en ella más lejos.. Estoy firmemente convencido de que la conducción de la Iglesia pueda mostrar un camino mejor del que logró mostrar la “Humanae Vitae”. La Iglesia recuperará con ello credibilidad y competencia. Es un signo de grandeza y de seguridad en sí mismo que alguien pueda admitir sus faltas y la estrechez de su visión de antaño”.


Llama mucho la atención que un Cardenal, un hombre tan inteligente, tan destacado, como es el Cardenal Carlo María Martini se haga eco y haga suyas las críticas que dirige y ha dirigido a la Iglesia, durante décadas, la cultura secularizada y aquellos sectores intraeclesiales que se han manifestado en una postura de disenso contra el magisterio eclesial.


En realidad la doctrina de la “Humanae Vitae” sigue una tradición constante que arranca en los Santos Padres. Los Padres de la Iglesia han condenado como inmoral la anticoncepción y cuando las técnicas modernas presentaron nuevos caminos para frustrar la fecundidad del acto conyugal, desde principios del siglo XIX, el magisterio eclesial ha sido constante en señalar la negación de la apertura a la vida como un acto intrínsecamente malo.


Podemos mencionar, entre otros documentos, la Encíclica “Casti Connubii” del Papa Pío XI, los numerosos discursos de Pío XII, lo que dice el Concilio Vaticano II en la Constitución “Gaudium et Spes”, las intervenciones de Juan XXIII, la misma “Humanae Vitae” y muchos discursos de Paulo VI y toda la enseñanza de Juan Pablo II, especialmente su teología del cuerpo y de la sexualidad.


En la Encíclica “Humanae Vitae” se afirma algo fundamental, que tiene que ver con el sentido del amor conyugal:  el carácter inseparable del doble significado del acto de los esposos, el significado unitivo y el  procreativo. Se trata de una verdad natural, pero además en ella se juega algo fundamental para la vida cristiana de aquellos fieles de la Iglesia que están llamados al matrimonio.


Además, Benedicto XVI ha ratificado expresamente la doctrina de la “Humanae Vitae” y lo ha hecho en varias oportunidades este año. Quiero citar un discurso del 10 de mayo donde el Santo Padre dice: “40 años después de su publicación esa doctrina no sólo sigue manifestando su verdad, también revela la clarividencia con la que se afrontó el problema”.


Benedicto XVI recuerda también que el texto de la “Humanae Vitae” ha sido muchas veces mal entendido, y aún tergiversado. También señala: “Lo que era verdad ayer sigue siéndolo igualmente hoy. La verdad expresada en la “Humanae Vitae” no cambia, más aún, precisamente a la luz de los nuevos descubrimientos científicos su doctrina se hace más actual e impulsa a reflexionar sobre el valor intrínseco que posee”. Se refiere el Papa precisamente, al significado verdadero del amor conyugal”.


Las desafortunadas opiniones que vierte el Cardenal Martini en su libro, probablemente han obtenido la adhesión de algunos grupos, de algunos sectores de gente que piensa que son planteos inteligentes y a los cuales habría que hacer caso. De hecho, entre nosotros han sido difundidas con beneplácito por medios de comunicación que habitualmente descalifican la enseñanza tradicional de la Iglesia. Pero, además, me temo que para la mayoría de los fieles hayan resultado escandalosas. Dicho esto con el respeto debido al ilustre Cardenal.


Ahora bien: nosotros, si nos dejamos llevar por el instinto de la fe, nuestro sano instinto católico, sabemos muy bien a lo que tenemos que adherir. Tenemos que adherir a la doctrina constante de la Iglesia y a la enseñanza de Benedicto XVI que es el Pastor que actualmente, a todos, nos guía. A esa enseñanza debe adherir, tanto el más humilde de los fieles como el más publicitado de los cardenales.


Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata


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