domingo, 13 de julio de 2008

Una propuesta desafiante

Por Francesco

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benedictoavion

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Mientras escribimos estos párrafos, el Papa aún está a bordo del avión que lo lleva a Sidney. Un cansador viaje de más de 20 horas, con escala técnica en Darwin, al que se le suma el cansancio propio de la diferencia horaria entre Italia y Australia. Se trata del viaje más largo que realiza Benedicto XVI, quien tiene 81 años y se considera a sí mismo “de salud más bien frágil”. Un viaje que no fue ciertamente recomendado por los médicos del Papa, quienes al menos lograron que el Pontífice tenga tres días de descanso entre la llegada a Sidney y el comienzo de las duras jornadas de actividad que allí le esperan.

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Hasta aquí, el artículo de nuestra Buhardilla no parece diferenciarse del que muchos medios publicaron (y ciertamente publicarán, con mayor fuerza aún, en estos días) acerca del viaje del Santo Padre. De hecho, es necesario reconocer que todas las afirmaciones del párrafo anterior son reales: no hay en ellas nada de invención o fantasía. Sin embargo, para ser fieles a la verdad, habría que completar el panorama de este noveno viaje internacional de Benedicto XVI, con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud. ¿Por qué el Papa, que en otras circunstancias se muestra cauteloso, ha decidido realizar un viaje tan largo y cansador? ¿Por qué no envió a algún Cardenal que pudiera representarlo mientras él se conectaba vía satélite, desde el palacio apostólico, como ya ha hecho en otras ocasiones?

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El Santo Padre viaja porque está convencido de que estos grandes encuentros de la juventud católica del mundo con el Sucesor de Pedro no son al estilo de aquellas “manifestaciones de multitudes que sólo tienen como efecto una auto-afirmación… en las cuales, los jóvenes se dejan llevar de la embriaguez del ritmo y de los sonidos, acabando por encontrar alegría sólo por sí mismos” (cfr. Discurso a la Curia Romana, 2007). Por el contrario, el Papa sabe que estos encuentros constituyen un “pacto de alianza entre el Señor Jesucristo y las nuevas generaciones”, como afirmó hace pocos días.

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El Papa va a Sidney para ser el garante de ese pacto, para llevarles a los jóvenes que allí se congreguen (y, a través de ellos, a los de todo el mundo) el mensaje del cual es el primer servidor: el mensaje del Evangelio, el mensaje de Jesucristo. En el 2005, cuando presidió por primera vez la Jornada de la Juventud, en Colonia, muchas voces presagiaban un gran fracaso del “ultraconservador Papa alemán que, faltándole el carisma de su predecesor, no tenía modo de comunicarse con los jóvenes”. Y sin embargo, esas voces enmudecieron al ver que Benedicto XVI no sólo logró comunicarse, sino que recibió la respuesta de más de un millón de jóvenes, respuesta caracterizada por el amor de hijos a su Padre común.

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Y es que, por más que “el mundo” nunca pueda entenderlo, desde el 19 de abril de 2005, a Joseph Ratzinger, al ser elegido Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, se le ha confiado el ministerio proprio de Pedro y sus sucesores: confirmar a sus hermanos en la fe. Es esa la misión principal que lo lleva, en esta ocasión, a Sidney.

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Como San Pablo, Benedicto XVI tampoco busca “la aprobación de los hombres” ni le interesa “adular con las palabras”. No teme hacer a los jóvenes propuestas desafiantes porque es consciente de que el Evangelio es desafiante. No busca proponerles “soluciones cómodas” porque sabe, por experiencia propia, que “los caminos del Señor no son cómodos… pero tampoco hemos sido creados para la comodidad, sino para el bien” (cfr. Audiencia con los peregrinos alemanes después de su elección).

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El Papa quiere que los jóvenes descubran en Cristo a “Alguien que ni se engaña ni puede engañar, y que por eso es capaz de ofrecer una certidumbre tan firme, que vale la pena vivir por ella y, si fuera preciso, también morir por ella” . Quiere recordarles, como lo hizo al inicio de su pontificado, que “quien deja entrar a Cristo(en la propia vida) no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera” (cfr. Discurso en la Ceremonia de bienvenida en Colonia).

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Teniendo en cuenta todo esto, podemos darnos cuenta de la gran importancia de este viaje del Santo Padre. Y, al mismo tiempo, la necesidad de acompañarlo con nuestra oración constante. De este modo, estaremos respondiendo al pedido que formuló el domingo pasado, cuando invitó a toda la Iglesia a sentirse partícipe de este acontecimiento.

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«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos»

(Lema de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud)

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