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Uno de los viajes pontificios más esperados (y también más combatidos) de este año ha concluido hace apenas un día. Es un buen momento para hacer un balance, necesariamente provisional, de lo que han significado estas cuatro jornadas que Benedicto XVI ha transcurrido en Escocia e Inglaterra.
Que una vez más la realidad ha desmentido las previsiones de fracaso, que tanta repercusión habían tenido a través de los medios de comunicación, es algo que está a la vista de todos. Las tan anunciadas protestas públicas contra el Sucesor de Pedro, caracterizadas por la falta de respeto y el odio irracional, se han realizado, sí, pero la participación ha sido mucho menor a la prevista. Por el contrario, en las celebraciones litúrgicas y los actos presididos por el Pontífice, para los cuales pocos días atrás se anunciaba un número de asistentes menor al esperado, se ha registrado una superación de las expectativas. Sin contar los miles de fieles que han saludado al Papa, tanto en Edimburgo como en Londres, cuando el papamóvil lo trasladaba de un sitio a otro. La misma prensa británica, que durante meses trató la visita papal con una creciente hostilidad, terminó dando un sorprendente giro al decidirse a asumir la realidad: “¿Rottweiller? No, es un abuelo santo” y “"El Papa de la gente deja Gran Bretaña con una sonrisa en su rostro" son algunos de los titulares de los más importantes periódicos que demuestran el éxito de este décimo séptimo viaje internacional del Papa Ratzinger.
El Pontífice, que ya en la entrevista con los periodistas en el avión afirmó claramente que “donde existe anticatolicismo, voy adelante con gran valentía y alegría”, recordó poco después, en el discurso pronunciado durante la audiencia con la Reina Isabel II, las raíces cristianas de Gran Bretaña: “el mensaje cristiano ha sido una parte integral de la lengua, el pensamiento y la cultura de los pueblos de estas islas durante más de mil años. El respeto de sus antepasados por la verdad y la justicia, la misericordia y la caridad, os llegan desde una fe que sigue siendo una fuerza poderosa para el bien de vuestro reino y el mayor beneficio de cristianos y no cristianos por igual”. En este contexto, el Papa recordó y elogió la oposición británica al régimen nazi, “que deseaba erradicar a Dios y negaba nuestra común humanidad a muchos”, una experiencia histórica que recuerda “cómo la exclusión de Dios, la religión y la virtud de la vida pública conduce finalmente a una visión sesgada del hombre y de la sociedad y por lo tanto a una visión restringida de la persona y su destino”.
La jornada del Papa en Escocia tuvo su culmen en la Santa Misa, con una participación multitudinaria, que presidió en Glasgow. En su homilía, el Vicario de Cristo recordó la gran importancia de la evangelización de la cultura en estos tiempos, “cuando la dictadura del relativismo amenaza con oscurecer la verdad inmutable sobre la naturaleza del hombre, sobre su destino y su bien último”. Y avanzando un poco más en uno de los grandes temas de su visita, frente a “algunos que buscan excluir de la esfera pública las creencias religiosas, objetando que son una amenaza para la igualdad y la libertad, recordó a los católicos que “la sociedad actual necesita voces claras que propongan nuestro derecho a vivir, no en una selva de libertades autodestructivas y arbitrarias, sino en una sociedad que trabaje por el verdadero bienestar de sus ciudadanos y les ofrezca guía y protección en su debilidad y fragilidad”. A los obispos, los llamó a ser un alter Christus especialmente para sus sacerdotes. A los presbíteros, les pidió dedicarse sólo a Dios y así ser “ejemplo luminoso de santidad, de vida sencilla y alegre para los jóvenes”. A los jóvenes, finalmente, les advirtió: “Hay muchas tentaciones que debéis afrontar cada día —droga, dinero, sexo, pornografía, alcohol— y que el mundo os dice que os darán felicidad, cuando, en verdad, estas cosas son destructivas y crean división. Sólo una cosa permanece: el amor personal de Jesús por cada uno de vosotros”.
En la segunda e intensa jornada del viaje apostólico, ya en Londres, Benedicto XVI se encontró con el mundo de la educación católica en el campo de deportes del St Mary’s University College donde pudo hablar, entre quienes estaban presentes y quienes lo seguían por internet, a todos los alumnos de todas las escuelas católicas de Inglaterra, Escocia y Gales. El mensaje del Papa, en un discurso a la vez sencillo y profundo, fue muy claro: “Espero que, entre quienes me escucháis hoy, esté alguno de los futuros santos del siglo XXI. Lo que Dios desea más de cada uno de vosotros es que seáis santos. Él os ama mucho más de lo que jamás podríais imaginar y quiere lo mejor para vosotros. Y, sin duda, lo mejor para vosotros es que crezcáis en santidad”. Y añadió: “La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra, porque la busca en los lugares equivocados. La clave para esto es muy sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios”.
Más tarde, frente a los representantes de otras religiones, el Papa pronunció unas palabras sobre la necesidad de la reciprocidad para alcanzar un diálogo fecundo, pensando especialmente en “en la situación de algunas partes del mundo donde la colaboración y el diálogo interreligioso necesita del respeto recíproco, la libertad para poder practicar la propia religión y participar en actos públicos de culto, así como la libertad de seguir la propia conciencia sin sufrir ostracismo o persecución, incluso después de la conversión de una religión a otra”. Por otro lado, en visita de cortesía al arzobispo de Canterbury Rowan Williams, primado de la Comunión Anglicana, el Sucesor de Pedro, no queriendo hacer referencia a las dificultades del diálogo que son “bien conocidas por todos los presentes”, quiso dar gracias a Dios por la creciente amistad entre anglicanos y católicos y por el progreso en muchos ámbitos del diálogo. Al líder de una cada vez más dividida Comunión Anglicana, Benedicto XVI recordó que “fieles a la voluntad del Señor reconocemos que la Iglesia está llamada a ser inclusiva, pero nunca a expensas de la verdad cristiana. En esto radica el dilema que afrontan cuantos están sinceramente comprometidos con el camino ecuménico”. Era la primera vez que un Obispo de Roma visitaba el Lambeth Palace y se dirigía desde allí a los obispos anglicanos.
Uno de los eventos más esperados, mencionado recientemente en esta Buhardilla, fue el histórico discurso que Benedicto XVI pronunció en su encuentro con representantes de la sociedad británica en el Westminster Hall, el lugar donde santo Tomás Moro fue condenado a muerte. Allí, el Papa afirmó que “si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia”. Acercándose más al tema central de su discurso, “el lugar apropiado de las creencias religiosas en el proceso político”, explicó que el papel de la religión en el debate político consiste en “ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos”. En efecto, recordó el Pontífice, “sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana”. Finalmente, el Vicario de Cristo, al manifestar su preocupación por “la creciente marginación de la religión, especialmente del cristianismo, incluso en algunas naciones que otorgan un gran énfasis a la tolerancia”, afirmó que “la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar sino una contribución vital al debate nacional”.
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La segunda jornada del viaje apostólico concluyó con la celebración ecuménica de las Vísperas en la Abadía de Westminster, que por primera vez recibía la visita de un Romano Pontífice. Allí, el Santo Padre, presentándose como “Sucesor de San Pedro en la Sede de Roma” y utilizando una bellísima estola perteneciente al Papa León XIII, se arrodilló para orar frente a la tumba de san Eduardo, el Confesor, “un modelo de verdadero cristiano y un ejemplo de la verdadera grandeza a la que el Señor llama a sus discípulos”. En sus palabras, el Papa Benedicto afirmó que “la unidad de la Iglesia jamás puede ser otra cosa que la unidad en la fe apostólica”, añadiendo luego que “todos somos conscientes de los retos, las bendiciones, las decepciones y los signos de esperanza que han marcado nuestro camino ecuménico”, animando a encomendar todo ello al Señor. Finalmente, recordó que la obediencia a la Palabra de Dios “debe estar libre de conformismo intelectual o acomodación fácil a las modas del momento. Ésta es la palabra de aliento que deseo dejaros esta noche, y lo hago con fidelidad a mi ministerio de Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro, encargado de cuidar especialmente de la unidad del rebaño de Cristo”.
La Santa Misa que el Santo Padre celebró, el sábado por la mañana, en la Catedral de Westminster, dedicada a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, se caracterizó por la belleza, el decoro y la dignidad en la liturgia. En su homilía, el Papa quiso hablar sobre “la unidad entre el sacrificio de Cristo en la cruz, el sacrificio eucarístico que ha entregado a su Iglesia y su sacerdocio eterno”. En ese contexto, recordó que “la realidad del sacrificio eucarístico ha estado siempre en el corazón de la fe católica; cuestionada en el siglo XVI, fue solemnemente reafirmada en el Concilio de Trento en el contexto de nuestra justificación en Cristo. Aquí en Inglaterra, como sabemos, hubo muchos que defendieron incondicionalmente la Misa, a menudo a un precio costoso, incrementando la devoción a la Santísima Eucaristía, que ha sido un sello distintivo del catolicismo en estas tierras”. Benedicto XVI, citando algunos documentos del concilio Vaticano II, habló del indispensable papel que los laicos deben desempeñar en la misión de la Iglesia, recordando sin embargo que “cuanto más crece el apostolado seglar, con mayor urgencia se percibe la necesidad de sacerdotes; y cuanto más profundizan los laicos en la propia vocación, más se subraya lo que es propio del sacerdote”. Al final de la celebración, el Papa se dirigió hacia la entrada del templo donde lo esperaban miles de jóvenes, a los que dirigió un breve pero profundo mensaje. Luego volvió a entrar en la catedral para bendecir un mosaico de san David, patrono del pueblo galés, y encender la lámpara de la imagen de Nuestra Señora de Cardigan, dirigiendo además un saludo a los fieles galeses, a quienes no pudo visitar en esta ocasión.
Por la tarde, antes de dirigirse al Hyde Park para presidir una Vigilia de Oración, el Peregrino Apostólico visitó una residencia de ancianos donde pronunció un breve discurso en el que puso como ejemplo al Papa Juan Pablo II, quien “sufrió de forma muy notoria en los últimos años de su vida. Todos teníamos claro que lo hizo en unión con los sufrimientos de nuestro Salvador. Su buen humor y paciencia cuando afrontó sus últimos días fueron un ejemplo extraordinario y conmovedor para todos los que debemos cargar con el peso de la avanzada edad”. Finalmente, habiéndose presentado “no sólo como un padre, sino también como un hermano que conoce bien las alegrías y fatigas que llegan con la edad”, les pidió que oraran por él y aseguró su oración por ellos para que la Santísima Virgen y su esposo San José “intercedan por nuestra felicidad en esta vida y nos obtengan la bendición de un tránsito tranquilo a la venidera”.
Una mención aparte merece el tratamiento que el Papa ha dado, en este viaje, a la dolorosa cuestión del escándalo por los abusos sexuales de algunos miembros del clero. Una vez más, en forma privada el sábado por la tarde, se reunió con algunas víctimas, escuchó sus historias, les expresó su dolor y vergüenza y rezó con y por ellos. Ya esa mañana, durante la homilía, Benedicto XVI había manifestado su profundo pesar junto con su esperanza de que “el poder de la gracia de Cristo, su sacrificio de reconciliación, traerá la curación profunda y la paz a sus vidas”. También reconoció “la vergüenza y la humillación que todos hemos sufrido a causa de estos pecados” e invitó a presentarlas al Señor, “confiando que este castigo contribuirá a la sanación de las víctimas, a la purificación de la Iglesia y a la renovación de su inveterado compromiso con la educación y la atención de los jóvenes”. Luego de hablar con las víctimas, el Papa se reunió también con algunos profesionales dedicados a la protección de los niños en el ambiente eclesiástico, frente a los cuales reconoció que “es deplorable que, en neta contradicción con la larga tradición de la Iglesia de cuidar a los niños, éstos hayan sufrido abusos y malos tratos por parte de algunos sacerdotes y religiosos” pero también afirmó que “aunque nunca podremos estar satisfechos del todo, el crédito se debe dar cuando es merecido: hay que reconocer los esfuerzos de la Iglesia en este país y en otros lugares, especialmente en los últimos diez años, para garantizar la seguridad de niños y jóvenes y para mostrarles respeto a medida que se encaminan a la madurez”. En este sentido, al encontrarse con los obispos británicos, también los animó a compartir las lecciones aprendidas con la comunidad en general ya que – se preguntó – “¿qué mejor manera podría haber de reparar estos pecados que acercarse, con un espíritu humilde de compasión, a los niños que siguen sufriendo abusos en otros lugares?”.
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El resto del viaje apostólico tuvo como protagonista al cardenal John Henry Newman. En la Vigilia de Oración del sábado por la noche, el Sumo Pontífice expresó la importancia de la beatificación con estas palabras: “Cuántas personas han anhelado este momento, en Inglaterra y en todo el mundo. También es una gran alegría para mí, personalmente, compartir con vosotros esta experiencia. Como sabéis, durante mucho tiempo, Newman ha ejercido una importante influencia en mi vida y pensamiento, como también en otras muchas personas más allá de estas islas”. De la vida del gran cardenal inglés, Benedicto XVI mencionó tres enseñanzas que considera relevantes para nuestros tiempos. En primer lugar, “Newman nos recuerda que…fuimos creados para conocer la verdad, y encontrar en esta verdad nuestra libertad última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas más profundas. En una palabra, estamos destinados a conocer a Cristo”. En segundo lugar, nos enseña que “la pasión por la verdad, la honestidad intelectual y la auténtica conversión son costosas”, y puso como ejemplo a los mártires de Tyburn, añadiendo luego: “en nuestro tiempo, el precio que hay que pagar por la fidelidad al Evangelio ya no es ser ahorcado, descoyuntado y descuartizado, pero a menudo implica ser excluido, ridiculizado o parodiado. Y, sin embargo, la Iglesia no puede sustraerse a la misión de anunciar a Cristo y su Evangelio como verdad salvadora…”. Finalmente, “nos enseña que si hemos aceptado la verdad de Cristo y nos hemos comprometido con él, no puede haber separación entre lo que creemos y lo que vivimos”.
En uno de los pasajes más importantes de su discurso, y retomando uno de los grandes temas del viaje apostólico, el Santo Padre dijo: “Nadie que contemple con realismo nuestro mundo de hoy podría pensar que los cristianos pueden permitirse el lujo de continuar como si no pasara nada, haciendo caso omiso de la profunda crisis de fe que impregna nuestra sociedad, o confiando sencillamente en que el patrimonio de valores transmitido durante siglos de cristianismo seguirá inspirando y configurando el futuro de nuestra sociedad. Sabemos que en tiempos de crisis y turbación Dios ha suscitado grandes santos y profetas para la renovación de la Iglesia y la sociedad cristiana; confiamos en su providencia y pedimos que nos guíe constantemente. Pero cada uno de nosotros, de acuerdo con su estado de vida, está llamado a trabajar por el progreso del Reino de Dios, infundiendo en la vida temporal los valores del Evangelio”.
El momento culminante de estas cuatro jornadas del Papa Ratzinger en el Reino Unido fue, como se esperaba, la Santa Misa que presidió el domingo por la mañana en Birmingham, en la cual beatificó al Cardenal John Henry Newman. La última ceremonia de beatificación presidida por un Pontífice había sido en el año 2004, con el Papa Juan Pablo II, dado que Benedicto XVI, al ser elegido Sucesor de Pedro, decidió que las beatificaciones se celebrarían en los lugares de proveniencia de los nuevos beatos y que serían presididas, en nombre del Romano Pontífice, por el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. En este caso, como se sabe, el Papa ha hecho una excepción a la regla que él mismo estableció. En su homilía, Benedicto XVI señaló que “el lema del Cardenal Newman, cor ad cor loquitur, nos da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios”. Además de recordar algunas enseñanzas del Beato John Newman sobre la oración y sobre la vocación, recordó que “el servicio concreto al que fue llamado incluía la aplicación entusiasta de su inteligencia y su prolífica pluma a muchas de las más urgentes cuestiones del día. Sus intuiciones sobre la relación entre fe y razón, sobre el lugar vital de la religión revelada en la sociedad civilizada, y sobre la necesidad de una educación esmerada y amplia fueron de gran importancia, no sólo para la Inglaterra victoriana. Hoy también siguen inspirando e iluminando a muchos en todo el mundo”. Recordó también, como una deseable meta para los profesores de religión, una frase del nuevo Beato: “Quiero un laicado que no sea arrogante ni imprudente a la hora de hablar, ni alborotador, sino hombres que conozcan bien su religión, que profundicen en ella, que sepan bien dónde están, que sepan qué tienen y qué no tienen, que conozcan su credo a tal punto que puedan dar cuentas de él, que conozcan tan bien la historia que puedan defenderla”. Finalmente, Benedicto XVI explicó que la visión que el Beato John Henry tenía del ministerio pastoral estaba planteada “bajo el prisma de la calidez y la humanidad”, una visión que él mismo vivió “en sus desvelos pastorales por el pueblo de Birmingham, durante los años dedicados al Oratorio que él mismo fundó, visitando a los enfermos y a los pobres, consolando al triste, o atendiendo a los encarcelados”.
Antes de partir hacia Roma, el Vicario de Cristo se encontró con todos los obispos de Inglaterra, Gales y Escocia, a quienes dirigió un amplio discurso, en el que les confesó que durante su visita había “percibido con claridad la sed profunda que el pueblo británico tiene de la Buena Noticia de Jesucristo” y les pidió que se aseguraran “de presentar en su plenitud el mensaje del Evangelio que da vida, incluso aquellos elementos que ponen en tela de juicio las opiniones corrientes de la cultura actual”, al mismo tiempo que los animó a hacer uso de los servicios del recientemente creado Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. Quiso también referirse a dos cuestiones concretas: en primer lugar, a la nueva traducción en lengua inglesa del Misal Romano, animándolos a “aprovechar la oportunidad que ofrece la nueva traducción para una catequesis más profunda sobre la Eucaristía y una renovada devoción en la forma de su celebración”; en segundo lugar, a su reciente Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus, la cual “debería contemplarse – afirmó – como un gesto profético que puede contribuir positivamente al desarrollo de las relaciones entre anglicanos y católicos”, ya que “nos ayuda a fijar nuestra atención en el objetivo último de toda actividad ecuménica: la restauración de la plena comunión eclesial en un contexto en el que el intercambio recíproco de dones de nuestros respectivos patrimonios espirituales nos enriquezca a todos”.
Ya en el aeropuerto, al pronunciar su último discurso, el Peregrino Apostólico, además de agradecer todo el intenso trabajo de preparación de su visita, volvió a mostrar su alegría por la beatificación del Cardenal Newman (del cual, mientras tanto, se está estudiando otro presunto milagro, que podría ser el necesario para su canonización) y se mostró “convencido de que, con su vasto legado de escritos académicos y espirituales, tiene todavía mucho que enseñarnos sobre la vida y el testimonio cristiano en medio de los desafíos del mundo actual, desafíos que él previó con sorprendente claridad”.
“El corazón habla al corazón” era el lema de esta visita, tomado a su vez del lema del Beato John Newman. También en este viaje apostólico, que ha sido un éxito desde todo punto de vista, el corazón ha hablado al corazón. El corazón de Benedicto XVI, el Pastor sabio y humilde, al corazón de todos los británicos, creyentes y no creyentes.
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