domingo, 9 de noviembre de 2008

Un paseo al Paraíso (Parte II)

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SEGUNDA PARTE


En la noche del 8 de abril Don Bosco se presentó ante los jóvenes que estaban deseosos de oír la continuación del relato. Antes de comenzar dio algunos avisos disciplinares. El siervo de Dios se dio cuenta de la impaciencia de los jóvenes y echando una mirada a su alrededor, prosiguió después de una breve pausa con aspecto sonriente.

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¡Recordarán que había un gran lago que llenar de sangre, al fondo del valle, próximo al primer lago! Después de haber contemplado las varias escenas anteriormente descritas y de recorrer la altiplanicie de que les hablé, nos encontramos ante un paso libre por el que podemos proseguir nuestro camino.

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Proseguimos, pues, adelante yo y mis jóvenes a través de un valle que nos llevó a una gran plaza. Penetramos en ella; la entrada de dicha plaza era ancha y espaciosa, pero después se iba estrechando cada vez más, de forma que al fondo, cerca ya de la montaña, terminaba en un sendero abierto entre dos rocas por el que apenas si podía pasar un hombre de una vez. La plaza estaba llena de gente alegre que despreocupadamente se divertía, dirigiéndose al mismo tiempo al sendero que llevaba a la montaña. Nosotros nos preguntábamos unos a otros:


—¿Será este el camino que conduce al Paraíso?

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Entretanto, los que se encontraban en aquel lugar se dirigían uno tras otro con la idea de pasar por aquella angostura, y para conseguirlo tenían que recogerse bien las ropas, encoger los miembros cuanto podían e incluso abandonar el equipaje o cuanto llevaban consigo. Esto me dio a entender que en realidad, aquel era el camino del Paraíso, puesto que para ir al cielo no basta solamente estar libre de pecado, sino también de todo pensamiento, de todo afecto terrenal, según el dicho del Apóstol: Nihil coinquinatum intrabit in eo.

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Nosotros estuvimos observando a los que pasaban por espacio como de una hora. Pero ¡cuan necio fui! En vez de intentar el paso de aquel sendero, preferimos volver atrás para ver lo que había al otro lado de la plaza. Habíamos divisado otra muchedumbre de gente en aquel lugar y deseábamos saber qué era lo que hacían. Atravesamos, pues, por un camino muy ancho y cuyo fin no podía ser apreciado por el ojo humano. Allí contemplamos un extraño espectáculo. Vimos a numerosos hombres y también a bastantes de nuestros jóvenes uncidos con animales de diversas especies. Algunos estaban aparejados con bueyes. Yo pensaba:


—¿Qué querrá decir esto?

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Entonces recordé que el buey es el símbolo de la pereza y deduje que aquellos jóvenes eran los perezosos. Los conocía a todos: eran los lentos, los flojos en el cumplimiento de sus deberes. Y al verlos me decía a mí mismo:


—Sí, sí; les está muy bien empleado. No quieren hacer nada y ahora tienen que soportar la compañía de ese animal. Vi a otros uncidos con asnos. Eran los testarudos. Así aparejados tenían que soportar pesadas cargas o pacer en compañía de aquellos animales. Eran los que no hacían caso de los consejos, ni de las órdenes de los superiores. Vi a otros uncidos con mulos y con caballos y recordé lo que dice el Señor: Factus est sicut equus et mulus quibus non est intelectus. Eran los que no quieren pensar nunca en las cosas del alma: los desgraciados sin seso. Vi a otros que pacían en compañía de los puercos: se revolcaban en las inmundicias y en el fango como esos animales y como ellos hozaban en el cieno. Eran los que se alimentan solamente de cosas terrenas; los que viven entregados a las bajas pasiones; los que están alejados del Padre Celestial. ¡Oh lamentable espectáculo! Entonces me recordé de lo que dice el Evangelio del Hijo pródigo: que quedó reducido al más miserable de los estados luxuriose vivendo. Vi después muchísima gente y a numerosos jóvenes en compañía de gatos, de perros, gallos, conejos, etc., etc.; o sea, a los ladrones, a los escandalosos, a los soberbios, a los tímidos por respeto humano, y así sucesivamente. Al contemplar esta variedad de escenas, nos dimos cuenta de que el gran valle representaba el mundo. Observé detenidamente a cada uno de aquellos jóvenes y desde allí nos dirigimos a otro lugar también muy espacioso, que formaba parte de la inmensa llanura.

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El terreno ofrecía un poco de pendiente, de forma que caminábamos casi sin darnos cuenta. A cierta distancia vimos que el paraje tomaba el aspecto de un jardín y nos dijimos:


—¿Vamos a ver qué es aquello?

—¡Vamos!, —exclamaron todos—.


Y comenzamos a encontrar hermosísimas rosas encarnadas.

—¡Oh, qué bellas rosas! ¡Oh, qué bellas rosas!, —gritaban los jóvenes mientras corrían a cogerlas—.


Pero, apenas las tuvieron en sus manos, se dieron cuenta de que despedían un olor desagradable en extremo. Los muchachos no pudieron disimular su desagrado. Vimos también numerosísimas violetas, en apariencia lozanas, y que creímos despedirían agradable fragancia; pero cuando nos acercamos a cogerlas para formar algunos ramilletes, nos dimos cuenta de que sus tallos estaban marchitos y que despedían un olor hediondo. Proseguimos siempre adelante y he aquí que nos encontramos en unos encantadores bosquecillos cubiertos de árboles tan cargados de frutos que era un placer el contemplarlos. En especial, los manzanos, ¡qué deliciosa apariencia tenían! Un joven corrió inmediatamente y cortó de una rama una hermosa fruta de apariencia fragante y madura, mas apenas le hubo clavado los dientes, la arrojó indignado lejos de sí. Estaba llena de tierra y de arena y al gustarla sintió deseos de vomitar.


—Pero ¿qué es esto?, —nos preguntamos—.

Uno de nuestros jóvenes, cuyo nombre no recuerdo, nos dijo:


—Esto significa la belleza y la bondad aparente del mundo. ¡Todo en él es insípido, engañoso!

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Mientras estábamos pensando adonde nos conduciría nuestro sendero, nos dimos cuenta de que el camino que llevábamos descendía casi insensiblemente. Entonces, un jovencito observó:


—Por aquí vamos bajando cada vez más; me parece que no vamos bien.

—Ya veremos, —le respondí—.


Y seguidamente apareció una muchedumbre incalculable que corría por aquel mismo camino que llevábamos nosotros. Unos iban en coche, otros a caballo, otros a pie. Quiénes saltaban, brincaban, cantaban y danzaban al son de la música y al compás de los tambores. El ruido y la algarabía eran ensordecedores.

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—Vamos a detenernos un poco —nos dijimos— y observemos a esta gente antes de proseguir en su compañía. Entonces un joven descubrió en medio de aquella multitud a algunos que parecían dirigir a cada una de las comparsas. Eran individuos de agradable apariencia, vestidos de una manera elegante, pero por debajo del sombrero asomaban los cuernos. Aquella llanura, pues, era el mundo pervertido dirigido por el maligno. Est vía quae videtur recta, et novissima ejus ducunt ad morten. De pronto UNO dijo:


—Mirad cómo los hombres van a parar al infierno casi sin darse cuenta. Después de haber contemplado esto y de oír estas palabras, llamé a los jóvenes que iban delante de mí, los cuales vinieron a mi encuentro corriendo y gritando:


—¡Nosotros no queremos seguir por ahí!

Y seguidamente volvieron precipitadamente hacia atrás deshaciendo el camino recorrido y dejándome solo.


—Sí, tenéis razón —les dije cuando me uní a ellos—; huyamos pronto de aquí; volvamos atrás, de otra manera, sin darnos cuenta, iremos también nosotros a parar al infierno. Quisimos, pues, volver a la plaza de la que habíamos partido y seguir el sendero que nos conduciría a la montaña del Paraíso; pero cual no sería nuestra sorpresa cuando, tras un largo caminar, nos encontramos en un prado. Nos volvimos a una y otra parte sin lograr orientarnos. Algunos decían:


—Hemos equivocado el camino.

Otros gritaban:

—No; no nos hemos equivocado: el camino es este.

Mientras los jóvenes discutían entre sí y cada uno quería mantener el propio parecer, yo me desperté.

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Esta es la segunda parte del sueño correspondiente a la segunda noche. Más, antes que se retiren, escuchen. No quiero que den importancia a mi sueño, pero recordad que los placeres que conducen a la perdición no son más que aparentes; sólo ofrecen una belleza exterior. Estén en guardia contra aquellos vicios que nos hacen semejantes a los animales, hasta el punto de emparejarnos con ellos; especialmente ¡cuidado con ciertos pecados que nos asemejan a los animales inmundos! ¡Oh, cuan deshonroso es para una criatura racional, tener que ser comparada a los bueyes y a los asnos! ¡Cuan abominable es para quien fue creado a imagen y semejanza de Dios y constituido heredero del Paraíso, revolcarse en el fango como los cerdos al cometer aquellos pecados que la Escritura señala al decir: Luxuriose vivendo.

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Solamente les he contado las circunstancias principales del sueño y de forma resumida; pues, si se los hubiese expuesto tal y como fue, hubiera sido demasiado largo. Igualmente, ayer por la noche solamente les hice un resumen de cuanto vi. Mañana les contaré la tercera parte.


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Fuente: “Los sueños de Don Bosco”

Central Catequística Salesiana, 1958.


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sábado, 8 de noviembre de 2008

Un paseo al Paraíso (Parte I)

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Transcribimos aquí la narración de uno de los sueños de San Juan Bosco. Como sabemos, en la vida de Don Bosco, los sueños tuvieron una gran importancia. Comenzó a experimentar estos fenómenos de carácter trascendente a la edad de 9 años, y dejó de tenerlos poco antes de morir. Si bien fueron muchos más, se recogen 153 sueños en las Memorias biográficas.

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Todas las grandes empresas en la vida de Don Bosco tuvieron su origen en sueños. Cuando él aseguró a su hijos, los salesianos, que en orden a la Congregación no había dado un paso que no le fuera mandado, aludía a los sueños, porque era la vía ordinaria en que Dios le manifestaba su voluntad.

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El siguiente, es conocido como el sueño 29, que tuvo Don Bosco durante las fechas del 3, 4 y 5 de abril del año 1861. El Santo mismo narró este sueño a los jovencitos del Oratorio.

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En la noche del 7 de abril de 1861, después de las oraciones Don Bosco subió a la tribuna desde donde solía hablar, para decir una buena palabra a los jovencitos y comenzó así:


—Tengo algo muy curioso que contarles. Se trata de un sueño. Un sueño no es una cosa real. Se los digo para que no le den mayor importancia de la que merece. Antes de comenzar mi narración debo hacerles algunas observaciones. Yo se los cuento todo, de la misma manera que me agrada me digan todas sus cosas. Sepan que no tengo secretos para ustedes, pero lo que se dice aquí debe quedar entre nosotros. No me atrevería a asegurar que se haga reo de pecado quien lo cuente a personas extrañas, pero es mejor que estas cosas no pasen del dintel del Oratorio. Coméntenlo entre ustedes, rían, bromeen sobre cuanto les voy a decir, cuanto les plazca, pero sólo con aquellas personas que sean de su confianza y que crean pueden sacar de ello algún provecho, si las consideran convenientemente capacitadas para ello.


El sueño consta de tres partes; lo tuve durante tres noches consecutivas; por eso, hoy les contaré una parte y las otras dos en las noches siguientes. Lo que más admiración me produjo fue que reanudé el sueño la segunda y tercera noche en el punto preciso en que había quedado la noche precedente al despertarme.


PRIMERA PARTE


Los sueños se tienen durmiendo, por tanto, yo dormía al comenzar a soñar. Algunos días antes había estado fuera de Turín, pasando muy cerca de las colinas de Moncalieri. El espectáculo de aquellas colinas que comenzaban a cubrirse de verdor, me quedó impreso en la mente, y, por tanto, bien pudo ser que las noches siguientes, al dormir, la idea de aquel hermoso espectáculo viniese de nuevo a impresionar mi fantasía y ésta avivase en mí el deseo de dar un paseo.

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Lo cierto es que, en sueños, contemplé una amplia y dilatada llanura: ante mis ojos se levantaba una alta y extensa colina. Estábamos todos parados cuando, de pronto, hice a mis jóvenes la siguiente propuesta:


—¿Vamos a dar un buen paseo?

—Pero ¿adonde?


Nos miramos los unos a los otros; reflexionamos unos instantes y después, no sé por qué causa extraña alguno comenzó a decir:

—¿Vamos al Paraíso?

—Sí, sí; vamos a dar un paseo al Paraíso —replicaron los demás—.

—¡Bien, bien! ¡Vamos!,—exclamaron todos a una—.

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Partiendo de la llanura, después de caminar un poco nos encontramos al pie de la colina. Al comenzar a subir por un sendero: ¡qué admirable espectáculo! Sobre toda la extensión que podíamos abarcar con la vista, la dilatada ladera de aquella colina estaba cubierta de bellísimas plantas de todas las especies: frágiles y bajas, fuertes y robustas, con todo, estas últimas no eran más gruesas que un brazo. Había perales, manzanos, cerezos, ciruelos, vides de variadísimos aspectos, etcétera, etcétera. Lo más singular era que en cada una de las plantas se veían flores que comenzaban a brotar y otras plenamente formadas y dotadas de bellísimos colores; frutos pequeños y verdes y otros gruesos y maduros; de forma que en aquellas plantas había cuanto de hermoso producen la primavera, el verano y el otoño.

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La abundancia de frutos era tal, que parecía que las ramas no podrían resistir el peso. Los jóvenes se acercaban a mí llenos de curiosidad y me preguntaban la explicación de aquel fenómeno, pues no sabían darse razón de semejante milagro. Recuerdo que para satisfacerles un poco les di la siguiente respuesta:


—Tengan presente que el Paraíso no es como nuestra tierra, donde cambian las temperaturas y las estaciones. Han de saber que aquí no hay cambio alguno; la temperatura es siempre igual, suavísima, adaptada a las exigencias de cada planta. Por eso cada una de éstas recoge en sí cuanto de hermoso y de bueno hay en cada estación del año.

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Quedamos, pues, completamente extáticos contemplando aquel jardín encantador. Soplaba una suave brisa; en la atmósfera reinaba la más completa calma, se percibía un sosiego, un ambiente de suavísimos perfumes que penetraba por todos nuestros sentidos haciéndonos comprender que estábamos gustando las delicias de todas aquellas frutas. Los jóvenes tomaban de aquí una pera, de allá una manzana, de acullá una ciruela o un racimo de uvas, mientras que, al mismo tiempo, seguíamos subiendo todos juntos la colina. Cuando llegamos a la cumbre creímos estar en el Paraíso; en cambio, estábamos bien distantes de él...

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Desde aquella elevación, y del lado allá de una gran llanura o explanada que estaba en el centro de una extensa altiplanicie, se divisaba una montaña tan alta que su cúspide tocaba a las nubes. Por ella subía trepando trabajosamente, pero con gran celeridad, una gran multitud de gentes y en lo más elevado estaba Quien invitaba a los que subían a que continuasen sin desmayo la ascensión.

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Veíamos a otros descender desde la cumbre a lo más bajo para ayudar a los que estaban ya muy cansados, por haber escalado un paraje difícil y escarpado. Los que, finalmente, llegaban a la meta eran recibidos con gran júbilo, con extraordinario regocijo. Todos nos dimos cuenta de que el Paraíso estaba allá y, encaminándonos hacia la altiplanicie, proseguimos después en dirección a la montaña para intentar la subida. Ya habíamos recorrido un buen trozo de camino, cuando numerosos jóvenes, emprendiendo una veloz carrera, para llegar antes, se adelantaron en mucho a la multitud de sus compañeros.

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Mas, antes de llegar a la falda de aquella montaña, vimos en la altiplanicie un lago lleno de sangre, de una extensión como desde el Oratorio a Plaza Castillo. Alrededor de este lago, en sus orilla, había manos, pies y brazos cortados; piernas, cráneos y miembros descuartizados. ¡Qué horrible espectáculo! Parecía que en aquel paraje se hubiese reñido una cruenta batalla. Los jóvenes que se habían adelantado corriendo y que habían sido los primeros en llegar, estaban horrorizados.

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Yo, que me encontraba aún muy lejos y que de nada me había dado cuenta, al observar sus gestos de estupor y que se habían detenido con una gran melancolía reflejada en sus rostros, les grité:


—¡Por qué esa tristeza? ¿Qué les sucede? ¡Sigan adelante!

—¿Sí? ¿Que sigamos adelante? Venga, venga a ver — me respondieron—.


Apresuré el paso y pude contemplar aquel espectáculo. Todos los demás jóvenes que acababan de llegar y que poco antes estaban tan alegres, quedaron silenciosos y llenos de melancolía. Yo, entretanto, erguido sobre la playa del lago misterioso, observaba a mi alrededor. No era posible seguir adelante. De frente, en la orilla opuesta, se veía escrito en grandes caracteres: “PER SANGUINEM”.

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Los jóvenes se preguntaban unos a otros:

—¿Qué es esto? ¿Qué quiere decir todo esto?

Entonces pregunté a uno, que ahora no recuerdo quién era, el cual me dijo:


—Aquí está la sangre vertida por tantos y tantos que alcanzaron ya la cumbre de la montaña y que ahora están en el Paraíso. ¡Esta es la sangre de los mártires! ¡Aquí está la sangre de Jesucristo, con la que fueron rociados los cuerpos de aquellos que dieron testimonio de la fe! Nadie puede ir al Paraíso sin pasar por este lago y sin ser rociado con esta sangre. Esta sangre defensora de la Santa Montaña representa a la Iglesia Católica. Todo aquel que intente asaltarla morirá víctima de su locura. Todas estas manos y todos estos pies truncados, estas calaveras deshechas, los miembros cortados en pedazos que veis diseminados por las orillas, son los restos miserables de los enemigos que quisieron combatir contra la Iglesia. ¡Todos fueron destrozados! ¡Todos perecieron en este lago!

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Aquel joven, en el curso de su conversación, nombró a numerosos mártires, entre los cuales también a los soldados del Papa, caídos en el campo de batalla por defender el poder temporal del Pontificado. Dicho esto, señalando hacia nuestra derecha, en dirección Este, nos indicó un inmenso valle, cuatro o cinco veces más extenso que el valle de sangre y añadió:


—¿Ven allá, aquel valle? Pues allá irá a parar la sangre de aquellos que siguiendo este camino escalarán la montaña; la sangre de los justos, de los que morirán por la fe en los tiempos venideros. Yo procuraba animar a mis jóvenes, que no podían disimular el terror que los invadía al ver y escuchar aquellas cosas, diciéndoles que si moríamos mártires, nuestra sangre sería recogida en aquel valle, pero que nuestros miembros no serían arrojados a las orillas como los que habíamos visto.

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Entretanto, los muchachos se apresuraron a ponerse en marcha. Bordeando las orillas del lago, teníamos a nuestra izquierda la cumbre de la colina que habíamos cruzado y a la derecha el lago y la montaña. A cierta distancia, donde terminaba el lago de sangre, había un paraje plantado de encinas, laureles, palmeras y otras plantas diversas. Nos introdujimos en él para comprobar si era posible el acceso a la montaña; pero, he aquí que ante nuestra vista se ofreció otro nuevo espectáculo. Vimos otro lago enorme, lleno de agua y en ella una gran cantidad de miembros partidos y descuartizados. En la orilla se veía escrito en caracteres cubitales: "PER AQUAM".

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—¿Qué es esto? ¿Quién nos explicará el significado de esto?


—En este lago está —nos dijo UNO— el agua que brotó del costado de Jesucristo; la cual fue poca en cantidad, pero aumentó en forma considerable y sigue aumentado y aumentará en el futuro. Esta es el agua del Santo Bautismo, con el cual fueron lavados y purificados los que escalaron ya esta montaña y con la que deberán ser bautizados y purificados los que han de subir a ella en el porvenir. En ella tendrán que ser bañados todos aquellos que quieran ir al Paraíso. Al Paraíso se llega, o por medio de la inocencia o por medio de la penitencia. Nadie puede salvarse sin haberse bañado en este agua.


Seguidamente, señalando los restos humanos, prosiguió:

—Esos miembros pertenecen a aquellos que atacaron a la Iglesia en el tiempo presente.

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Seguidamente vimos mucha gente y también a algunos de nuestros jóvenes caminando sobre las aguas con una celeridad extraordinaria; con tal rapidez, que apenas si tocaban la superficie con la punta de los pies y, casi sin mojarse, llegaban a la otra orilla. Nosotros contemplábamos atónitos aquel portento cuando nos fue dicho:


—Estos son los justos, porque el alma de los santos, cuando está separada del cuerpo y el mismo cuerpo cuando está glorificado, no sólo puede caminar ligera y velozmente sobre el agua, sino también volar por el mismo aire. Entonces, todos los jóvenes desearon correr sobre las aguas del lago, como aquellos a los cuales habían visto. Después me miraron como para interrogarme con la mirada, pero ninguno se atrevía a iniciar la marcha. Yo les dije:


—Por mi parte, no me atrevo; es una temeridad creerse tan justos como para poder cruzar sobre esas aguas sin hundirse.

Entonces todos exclamaron:

—¡Si usted no se atreve, mucho menos nosotros!

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Proseguimos adelante, siempre girando alrededor de la montaña, cuando he aquí que llegamos a un tercer lago, amplio como el primero y lleno de fuego, en el cual se veían trozos de miembros humanos despedazados. En la orilla opuesta se leía un cartel: “PER IGNEM”.


—Aquí —nos dijo AQUEL tal— está el fuego de la caridad de Dios y de los santos; las llamas del amor y del deseo, por las que deben pasar los que no lo hicieron por la sangre y el agua. Este es también el fuego con que fueron atormentados y consumidos por los tiranos, los cuerpos de tantos mártires. Muchos son los que tuvieron que pasar por aquí para llegar a la cumbre de la montaña. Estas llamas servirán también de suplicio a los enemigos de la Iglesia. Por tercera vez veíamos triturados a los enemigos del Señor en el campo de sus derrotas.

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Nos apresuramos, pues, a seguir adelante y del lado allá de este lago vimos otro a manera de amplísimo anfiteatro que ofrecía un aspecto aún más horrible. Estaba lleno de bestias feroces, de lobos, osos, tigres, leones, panteras, serpientes, perros, gatos y otros muchísimos monstruos que estaban con sus fauces abiertas prestos a devorar a quien se acercara. Vimos mucha gente caminando sobre sus cabezas. Algunos jóvenes comenzaron a correr sobre ellos, pasando sin temor sobre las cabezas de aquellas alimañas sin sufrir el menor daño. Yo quise llamarlos y les gritaba con todas mis fuerzas:


—¡No! ¡Por caridad! ¡Deténganse! ¡No prosigan! ¿No ven cómo esos animales están dispuestos a destrozarlos y a devorarlos después?


Pero mi voz no fue escuchada y continuaron caminando sobre los dientes y sobre las cabezas de aquellos animales, como sobre la más segura de las sendas. El intérprete de siempre me dijo entonces:


—Estos animales son los demonios, los peligros y los lazos del mundo. Los que pasan impunemente sobre las cabezas de las alimañas son las almas justas, los inocentes. ¿No recuerdas que está escrito: Super aspidem et basiliscum ambulabunt et conculcabunt leonem et draconem? A estas almas se refería el profeta San David. Y en el Evangelio se lee: Ecce dedi vobis potestatem calcandi supra serpentes et scorpiones et super omnem virtutem inimici: et nihil vobis nocebit.

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Entonces nos preguntamos:

—¿Cómo haremos para pasar al lado de allá? ¿Tendremos que caminar también nosotros sobre esas horribles cabezas?

—¡ Sí, sí, vamos!, —me dijo uno.

—¡Oh! Yo no me siento con valor para hacerlo — respondí—, sería una presunción el suponerse tan justo como para poder pasar ilesos sobre las cabezas de esos monstruos feroces. Id vosotros si queréis; yo no voy.

Y los jóvenes volvieron a exclamar:

—¡Ah, si Usted no se atreve, mucho menos nosotros!

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Nos alejamos del lago de las bestias y a poco contemplamos una extensa zona de terreno, ocupada por una gran muchedumbre. Parecía o era realidad que a algunos les faltaba la nariz, a otros las orejas, algunos tenían la cabeza cortada; quiénes estaban sin brazos; éstos sin piernas, aquéllos sin manos o sin pies. Unos no tenían lengua y a otros les habían sacado los ojos. Los jóvenes estaban maravillados de ver a toda aquella pobre gente tan mal parada, cuando UNO dijo:


—Estos son los amigos de Dios; los que por salvarse mortificaron sus sentidos: el oído, la vista, la lengua, haciendo además muchas obras buenas. Gran número de ellos perdieron las partes del cuerpo de que se ven privados, por las grandes obras de penitencia a que se entregaron o por el trabajo a que se dieron en aras del amor a Dios o al prójimo. Los de la cabeza cortada son los que se consagraron al Señor de una manera particular.

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Mientras considerábamos estas cosas, vimos una gran muchedumbre de personas, parte de las cuales habían atravesado el lago y subían la montaña poniéndose en contacto con otros que, habiendo llegado antes a la cumbre, descendían para darles la mano y les animaban a que subieran. Después, estos últimos aplaudían, exclamando:


—¡Bien! ¡Bravos!


Al oír aquel ruido de aplausos y aquellas voces, me desperté y me di cuenta de que estaba en la cama. Esta es la primera parte del sueño, esto es, lo que soñé la primera noche.


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Fuente: “Los sueños de Don Bosco”

Central Catequística Salesiana, 1958.

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No os ajustéis a este mundo

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Obispo Jaime Soto

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Hace pocos días Juanjo Romero publicó en De Lapsis una muy interesante entrada titulada “El lobby gay pierde las elecciones en USA”. Allí hace referencia al discurso que el Obispo Jaime Soto pronunció ante la  “National Association of Catholic Diocesan Lesbian and Gay Ministries”. Presentamos aquí nuestra traducción de esa ponencia y recomendamos la lectura del post de Juanjo.


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Cuando meditamos sobre la Persona de Jesús, a menudo recordamos las muchas formas en las que Jesús ayudó a la gente. En todas las muchas instancias del Evangelio en las que la gente se acercó al Señor Jesús con sus necesidades, Él los alimentó, Él los sanó, Él los perdonó, y los salvó. Esto puede muchas veces llevarnos a la conclusión de que Jesús siempre dijo “Sí”. Que Él siempre le dio a la gente lo que quería. Que fue una persona que siempre estaba de acuerdo.

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No siempre es este el caso en el Evangelio. Hace un par de semanas, escuchábamos en el Evangelio del Domingo la historia de un difícil encuentro entre Jesús y Simón Pedro. En el capítulo dieciséis de Mateo, seleccionado para el Domingo 22º Durante el Año, Jesús comienza a presentar a Sus discípulos la ya próxima Pasión y Muerte que Le aguardan en Jerusalén. Simón Pedro está un poco desconcertado ante el tema de la conversación de Jesús acerca de los sufrimientos que Le esperan. Simón Pedro intenta persuadir al Señor de que esto no es una buena idea ni para Él ni para Sus seguidores. Lo que Jesús describía no era el viaje para el que Simón Pedro se había anotado. Cuando Simón Pedro dio su respuesta inicial a la invitación del Señor a seguirlo, esto no estaba en el itinerario.

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Jesús le dice “no” a Su amigo, Simón Pedro, en términos muy claros. “No piensas como lo hace Dios, sino como lo hacen los hombres”. Las palabras de Jesús deben haber conmovido a Pedro. No era éste el hombre agradable al que había llegado a conocer y al que seguía. Probablemente se sintió como el profeta Jeremías que, en la primer lectura del mismo Domingo, dice bastante francamente: “Me has engañado, Señor, y yo me dejé engañar”.

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Jesús le dice “no” al pedido de Pedro, para poder decirle “sí” a Pedro y a nosotros con Su sacrificio en la Cruz. Jesús no cede ante las expectativas de Pedro o ante las de otros. Tiene firmemente plantadas en Su corazón las expectativas y deseos de Su Padre Celestial. Dice “no” a Pedro, y desafía a Pedro a dar un “sí” más grande, a tomar su cruz y a seguirlo.

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Pablo tenía la misma cosa en mente cuando dice en la Carta a los Romanos: “No os ajustéis a este mundo”. Pablo nos recuerda que no debemos conformarnos con las modas y los gustos de nuestra sociedad. Debemos ajustarnos a Cristo.

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Podemos fácilmente ceder a la tentación de seguir de largo y arreglárnoslas solos. Podemos fácilmente ser engañados por las ideas y tendencias que nos rodean. “Todo el mundo lo hace” puede transformarse en una razón suficiente para pensarlo o hacerlo nosotros mismos. Como Pedro, podemos pensar que lo que Jesús enseña es demasiado poco realista, demasiado poco razonable. Como Pedro, podemos convencernos a nosotros mismos de que sabemos más que el Señor. Podemos incluso tratar de negociar con Jesús por condiciones más sencillas, como hace Pedro.

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Vemos esto especialmente en el área de la sexualidad. Mucho de lo que vemos y oímos cada día puede llevarnos a una comprensión distorsionada de nuestra sexualidad. La sexualidad ha sido reducida a un asunto de preferencia y placer personal, sin responsabilidad y con muy poco respeto por los demás. Podemos perder de vista la profundidad de la dignidad de la persona humana, que tiene parte en el Amor y en la obra creadora de Dios a través de la casta expresión de su sexualidad, según el llamado propio en la vida.

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Estamos rodeados por una “cultura contraceptiva” que ha reducido el acto procreador a una simple recreación, privada de cualquier responsabilidad.

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El engañoso lenguaje “pro-choice” ignora las consecuencias de elegir el aborto, que hace violencia a los más inocentes y deja cicatrices traumáticas en muchas mujeres jóvenes.

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Lo que es una preocupación y una alarma particular para nosotros, tanto en California como en otros lugares del país, es el descarado cuestionamiento judicial a la añeja comprensión cultural y moral del matrimonio como un pacto sagrado entre un hombre y una mujer. Nuestros esfuerzos por restaurar el sentido común por medio de una iniciativa electoral, la “Proposición 8”1, son presentados como intolerantes y fuera de sintonía. La ironía es que lo que proponemos está más en sintonía con la naturaleza de las familias y con lo que es bueno para el bienestar de todos.

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Que nos encontremos en este tiempo reafirmando la comprensión moral básica y razonable del matrimonio, significa que mucho ha cambiado en la percepción popular de la sexualidad y en las nociones corrientes acerca del matrimonio. Al tiempo que trabajamos porque se apruebe la “Proposición 8” este próximo noviembre, es importante recordar por qué hacemos esto. Como Jesús, en el capítulo dieciséis de Mateo que he citado, estamos diciendo un fuerte “no” a las cortes de California y a muchos que apoyan la mal encaminada decisión de la corte. Este “no” no tiene sus raíces en la intolerancia o en los prejuicios. Está firmemente enraizado en un “sí” más grande, un “sí” a una valoración más verdadera y más auténtica del llamado al amor que está en la esencia del corazón humano.

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La naturaleza del amor ha sido distorsionada. Muchas nociones populares la han desviado de su verdadero destino. El amor, para muchos, ha venido a significar el tener relaciones sexuales. Si no puedes tener relaciones, entonces no puedes amar. Éste es el mensaje. E incluso más destructiva es la noción – que prevalece – de que el sexo no es una expresión del amor. El sexo es el amor. Esta reductio ad absurdam priva a la sexualidad de su verdadero significado, y quita a la persona humana la posibilidad de siquiera conocer el verdadero amor.

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Las relaciones sexuales son una bella expresión del amor, pero lo son cuando son entendidas como una expresión singular que busca tener parte en el amor fiel y creador de Dios. Como el Santo Padre, Benedicto XVI, explicó en su primer encíclica, Deus Caritas Est, “El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo” – entre un hombre y una mujer – “se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano”. (DCE, n. 11). Las relaciones sexuales en el contexto de la alianza matrimonial, se convierten en un hermoso icono – un Sacramento – del Amor Creador y Unificador de Dios. Cuando las relaciones sexuales se separan de este contexto icónico sacramental de la alianza complementaria y procreadora entre un hombre y una mujer, son empobrecidas, y degradan a la persona humana.

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Las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer en la alianza matrimonial son expresión del amor al que la persona humana puede aspirar, pero todos estamos llamados a amar. Amar es parte de nuestra naturaleza humana. Todos tenemos el deseo de amar, pero este amor puede desviarse de su verdadero llamado cuando exalta solamente el placer corporal. El Papa Benedicto dijo en la misma encíclica, “el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta engañoso. El eros, degradado a puro ‘sexo’, se convierte en mercancía, en simple ‘objeto’ que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. En realidad, éste no es propiamente el gran sí del hombre a su cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador” (DCE, n. 5). No es éste nuestro verdadero llamado. El deseo humano de amar debe llevarnos a lo divino. Siguiendo la encíclica del Santo Padre, nos dice, “Ciertamente, el eros quiere remontarnos ‘en éxtasis’ hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y sanación” (DCE, n. 5).

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Este camino es el camino de la castidad. Es muy verdadero en el matrimonio. Y es también verdadero en toda vida humana, porque es la naturaleza de todo amor auténtico. Todos estamos llamados a amar. Todos estamos llamados a ser amados. Esto sólo puede suceder cuando elegimos amar en la forma en que Dios nos ha llamado a vivir. El amor nos conduce al éxtasis, no como un momento de intoxicación sino más bien como un camino, “como un camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios: ‘El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará’ (Lc 17, 33)” (DCE n. 6).

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La sexualidad, por tanto, como parte de nuestra naturaleza humana, sólo nos dignifica y libera cuando comenzamos a amar en armonía con el Amor de Dios y con la Sabiduría de Dios para con nosotros. La castidad como virtud, es un camino que nos conduce a esa armonía con la Sabiduría y el Amor de Dios. La castidad nos mueve más allá de los propios deseos y hacia aquello que Dios quiere para cada uno de nosotros. La castidad es el viaje del amor en camino “de ascesis, renuncia, purificación y sanación”. La castidad es la comprensión de que no todo versa sobre mí o sobre nosotros. Actuamos siempre bajo la mirada de Dios. El deseo, templado y probado por la “renuncia, la purificación y la sanación” puede llevarnos al Designio de Dios.

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Esto es verdadero para todos nosotros. Es también verdadero para los hombres y las mujeres que son homosexuales. Todos estamos llamados a vivir y a amar en una forma que nos conduzca a relaciones castas y respetuosas con los demás, y a una relación íntima con Dios. Debiéramos ser instrumentos del Amor de Dios hacia los demás. Permítanme ser claro. Las relaciones sexuales fuera del pacto matrimonial entre un hombre y una mujer pueden ser seductoras y embriagadoras, pero no nos conducirán por la senda liberadora del verdadero auto-descubrimiento y del auténtico descubrimiento de Dios. Por esta razón, son pecaminosas. Las relaciones sexuales entre personas de un mismo sexo pueden ser seductoras para los homosexuales, pero desvían del verdadero significado del acto, y alejan de la verdadera naturaleza del amor al que Dios nos ha llamado a todos. Por esta razón, son pecaminosas.


El amor matrimonial es una expresión bella y heroica del amor fiel, dador y creador de vida. No debiera ser acomodado ni manipulado por aquellos que creen tener el derecho de remedar su singular expresión.

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El matrimonio no es el único ámbito del amor, como algunos de los políticos parecerían indicar. El amor es vivido y celebrado en muchas maneras que pueden llevarnos a una vida sana, seria y religiosa: el amor profundo y casto de los verdaderos amigos, el amor incansable de los religiosos y clérigos, los lazos profundos y amorosos entre los miembros de una comunidad cristiana, el amor duradero, comprensivo y compasivo entre los miembros de una familia. ¿Deberíamos desechar o menospreciar la significación humana y espiritual de estas vidas entregadas en el amor?

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Este es hoy un mensaje es duro. Pero así y todo, es el mensaje correcto. Perturbará y molestará a muchos de nuestros hermanos y hermanas, de la misma manera en que Pedro fue perturbado y desconcertado por la severa reprimenda de Su Maestro y buen Amigo, el Señor Jesús. Si la historia de la relación de Pedro con Jesús hubiese comenzado y terminado allí, habría sido una triste historia, por cierto, pero esa no fue toda la historia entonces, ni tampoco es toda la historia ahora. Jesús encontró a Simón Pedro en la orilla del Mar de Galilea. Le dijo con gran amor y cariño: “Ven, sígueme”. Pedro no sólo continuará siguiendo al Señor Jesús hasta Jerusalén. A pesar de sus muchos defectos y debilidades, llegará el momento en que elija amar como Jesús lo amó. Morirá con la muerte de los mártires en Roma, dándose completamente por Aquel que tanto lo amó.

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La enseñanza de la Iglesia con respecto a la sagrada dignidad de la sexualidad humana no es una reprimenda sino una invitación a amar como Dios nos ama. El firme apoyo de la Iglesia a la “Proposición 8” no es una reprimenda contra los homosexuales, sino una afirmación sincera de la naturaleza del pacto matrimonial entre un hombre y una mujer. Esperamos y rogamos que todos, también nuestros hermanos y hermanas homosexuales, verán la racionabilidad de nuestra posición, y la sinceridad de nuestro amor para con ellos.

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Por esta razón, deberíamos dejar que las palabras de San Pablo nos persigan y nos incomoden: “No os ajustéis a este mundo”. Podemos dejarnos engañar y manejar de tantas formas por las modas y tendencias de estos tiempos. Es mucho mejor permitirnos ser conducidos en los caminos y modos de Jesús. El Señor Jesús nos exhorta como exhortó a Su amigo, Simón Pedro, a no ajustarnos a lo que está de moda o a la conveniencia. Él tiene mucho más para ofrecernos. No pensemos como piensan los demás. Pensemos como Dios lo hace. Él nos muestra el Camino, la Verdad y la Vida.


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1La Proposición 8 es un referéndum en las elecciones estatales de California que elimina el derecho de las parejas del mismo sexo a contraer matrimonio. La proposición busca que se añada en la Constitución que sólo el matrimonio entre un hombre y una mujer es válido o reconocido en California.

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Fuente: California Catholic Daily


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo


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viernes, 7 de noviembre de 2008

¿A quién debo recurrir?

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Santa_Gema

Santa Gema Galgani

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En este pequeño relato de un episodio de la vida de Santa Gema Galgani (1878-1903), habla su director espiritual, el Padre Germán de San Estanislao.

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Su madre adoptiva vino a llamarme; voy y me encuentro a aquella joven en pleno éxtasis, cuyo asunto era un pecador y su forma una lucha entre ella y la Divina Justicia, a fin de obtener la conversión de aquél. Confieso no haber asistido en mi vida a un espectáculo más conmovedor.

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Gema estaba sentada sobre la cama, con los ojos, la cara y todo el cuerpo vuelto hacia un lugar de la estancia en donde se había aparecido el Señor.

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No se encontraba agitada, pero sí conmovida y resuelta, como el que hallándose en alguna dificultad, quiere superarla a toda costa. Comenzó a decir: “ya que habéis venido, Jesús, te vuelvo a rogar por mi pecador. Es hijo tuyo y hermano mío: sálvalo, Jesús”. Y lo nombró.

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Era un forastero que había conocido en Luca, y movida por interior inspiración, ya lo había amonestado de palabra y por escrito a que arreglara su conciencia y que no se contentase con la fama de buen cristiano que gozaba ante el público. Jesús, en cambio, deseando obrar con justicia, no daba oídos a la súplica de su sierva.

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Ella, sin acobardarse, le decía: “¿Por qué no me escuchas, Jesús? ¿Tanto hiciste por un alma sola, y ahora rehúsas salvar a ésta? Sálvala, Jesús, sálvala… Sé bueno, Jesús, no me hables de este modo… Puesto que eres la Misericordia misma, no cae bien en tus labios la palabra abandono; no la debes pronunciar. Tú no has medido la sangre que derramaste por los pecadores, y ¿ahora quieres medir el número de nuestros pecados? ¿no me escuchas? Y ¿a quién debo recurrir? Has derramado tu sangre tanto por él como por mí; ¿a mí me salvas y a él no? No me levantaré de aquí; sálvalo; dímelo que lo salvarás”.

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“Me ofrezco como víctima, pero singularmente por él. Te prometo no rehusarte nada; ¿me lo das? Es un alma… un alma que te ha costado mucho. Llevará una vida mejor y no pecará más.”

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Por toda respuesta, el Salvador oponía la Divina Justicia; y ella animándose cada vez más, continuaba: “no busco tu Justicia, sino tu Misericordia. Vé, Jesús mío, vé a buscar a este pecador y dale un golpe al corazón…” El Salvador para manifestar a su sierva cuánta razón tenía para permanecer inflexible, empezó a mostrarle una por una y con las más menudas circunstancias de tiempo y lugar las culpas de aquel pecador, concluyendo que ya había colmado la medida. La pobre joven dio muestras de desaliento; dejó caer los brazos y exhaló un profundo suspiro, como si perdiera la esperanza de triunfar. Pero, inmediatamente se repuso y, tornó al ataque:

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“Lo sé, lo sé, Jesús mío; te ha ofendido; pero yo te he ofendido más; y conmigo has usado de misericordia. Por caridad, Jesús. Las finezas de amor que has empleado conmigo, te suplico las tengas con mi pecador. Acuérdate, Jesús, que lo quiero ver salvo. Triunfa, triunfa, te lo pido por caridad”.

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El Señor no parecía conmoverse: Gema experimentaba nuevo abatimiento; y guardando silencio, iba ya a dejar la contienda, cuando de improviso, surgió en su mente otro motivo que le pareció invencible ante cualquier resistencia. Se reanimó toda y dijo: “está bien; soy una pecadora: Tú mismo me dijiste no haber hallado otra peor que yo. Sí, lo confieso; no merezco que me atiendas; pero aquí te presento otra intercesora a favor de mi pecador: es tu misma Madre la que ruega por él. ¡Oh, díle que no a tu Madre! A Ella no le puedes decir que no. Dime pues, ahora, Jesús, que has salvado a mi pecador”.

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La victoria estaba concedida. La escena cambió de aspecto. El piadoso Señor ya había firmado la gracia; y Gema, tomando un aire de indescriptible alegría, clamaba: … “¡está salvo! ¡está salvo! ¡has vencido, Jesús; triunfa siempre así!” Y salió del éxtasis.


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Fuente: “Santa Gema Galgani”

del P. Amadeo de la M. del Buen Pastor; Ed. Claretiana, 1940.


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jueves, 6 de noviembre de 2008

Comparecer ante el Cordero Inmaculado

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Santa_Gertrudis

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Narra Santa Gertrudis que una religiosa de su monasterio a la que amaba singularmente a causa de las grandes virtudes de que estaba adornada, habiendo muerto muy joven con los sentimientos de la más edificante piedad, se le apareció un día en uno de sus éxtasis, como colocada delante del trono de Dios, rodeada de fúlgida aureola y cubierta de ricas vestiduras, pero afligidísima en el rostro y pensativa y permaneciendo con los ojos bajos como si tuviese vergüenza de comparecer delante de Dios.

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Sorprendida a tal vista la Santa rogó al divino Esposo de la Vírgenes se dignara manifestarle la causa de la tristeza y extremada reserva de aquella alma escogida suplicándole al mismo tiempo la invitara a acercársele y a abrirle los brazos para adentrarla en la gloria.

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Entonces Jesús sonriendo dulcemente a aquélla buena religiosa hízole señal de acercarse, pero ella por el contrario, más turbada y temerosa, después de postrarse delante de la majestad de Dios y de adorarle, se alejaba.

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Más que nunca admirada la Santa, volvióse entonces directamente a aquella alma preguntándole por qué titubeaba tanto, y se alejaba mientras el Salvador tan amorosamente la invitaba, y siendo así que en vida había deseado tanto la suprema felicidad.

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Contestóle entonces aquella alma: “Ah, madre mía, aún no soy digna de comparecer delante del Cordero Inmaculado, porque tengo todavía en mi alma algunas leves manchas contraídas en el mundo. Para poder acercarse al Sol de Justicia es necesario ser más puros que la misma luz, al paso que yo no poseo aún esa pureza tan perfecta que Él desea contemplar en sus Santos. Aún cuando las puertas del Cielo estuviesen abiertas de par en par, y de mi sola voluntad dependiese el entrar, no me atrevería a hacerlo antes de estar enteramente purificada de las culpas más ligeras. Paréceme que el coro de las Vírgenes que sigue al Cordero en donde quiera que vaya, me arrojaría lejos de sí con horror. El resplandor que vos veis que me rodea no es más que la franja de las sublimes vestiduras de la inmortalidad. Cosa muy diversa y mucho más grande es el ver a Dios, vivir con Él y poseerlo para siempre”.

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Fuente: “El Purgatorio según las revelaciones de los Santos”

Colección “Lecturas Católicas”, Tipografía Salesiana, 1888.

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miércoles, 5 de noviembre de 2008

“Regresa, para ayudarnos”

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Estanislao de Jesús y María

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A lo largo de la historia de la Iglesia, han sido muchos los Santos que han tenido experiencias del todo particulares acerca del Purgatorio.

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Algunos de ellos son muy conocidos, como Santa Faustina Kowalska, San Nicolás de Tolentino o la Beata Ana Catalina Emmerick.

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Presentamos aquí la traducción de algunos párrafos de una biografía del sacerdote polaco recientemente beatificado, Padre Estanislao de Jesús y María Papczynski, religioso y fundador de una congregación dedicada a la Santísima Virgen.

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En 1676, el Padre Papczynski realizó una peregrinación al Santuario de Nuestra Señora en Studzianna, a 50 km en línea recta del bosque de Korabiew. Se enfermó gravemente y pidió que lo lleven al icono de la Sagrada Familia, famoso por sus milagros. En ese momento, el Padre Juan Ligeza, el amigo más cercano del Padre Estanislao y su confesor, era superior del Monasterio Oratoniano en Studzianna. Después de la confesión y la Santa Misa, el Padre Estanislao se fue a la celda que se le había asignado. Allí sintió que perdía todas sus fuerzas y sus sentidos. Casi muerto, en éxtasis, una vez más experimentó el misterio del sufrimiento de las Almas en el Purgatorio. Al ver este terrible sufrimiento, sintió que la Santísima Virgen le pedía, junto con todas las Almas, que regresara a la vida para ayudar a los difuntos.

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Mientras el Padre Estanislao estaba en éxtasis, los residentes del monasterio, después de terminar su comida, entraron en su celda para ver qué le sucedía. Pensaron que estaba muerto y le informaron esto al Padre Ligeza. Ya se estaban preguntando qué arreglos hacer para su funeral, pero su superior no estaba alarmado por esta noticia. Les aseguró que el Padre Estanislao no había muerto y que sabía dónde se hallaba. Muy pronto, el Padre Papczynski revivió, y habiendo recibido la bendición del superior, pálido por la fiebre, fue a la iglesia y dio a los fieles un largo sermón sobre la necesidad de ayudar a las Almas del Purgatorio. Entonces regresó a su Monasterio y ordenó a sus compañeros que rezasen el Rosario y el Oficio de los Difuntos cada día. También les dijo que ofreciesen cada mérito, trabajo, mortificación y otras obras de misericordia en favor de las Almas, para que pudieran ser liberadas de sus sufrimientos.

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Los contemporáneos del Padre Papczynski recuerdan que a menudo se encerraba en su celda para orar y en éxtasis descendía al Purgatorio. Durante estos éxtasis podía sentir los sufrimientos de las Almas del Purgatorio. En esas ocasiones, pedía al Padre del Cielo: “Oh Dios de Infinita Misericordia, dame a mí más sufrimientos y disminuye su castigo” (O Clementissime Deus, auge mihi dolores, et ipsis poenas minue).

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A veces Dios Misericordioso le revelaba los misteriosos designios de su Divina Providencia a este amante de las Almas del Purgatorio. Un día, mientras estaba rezando con sus compañeros en el coro, vio a un alma temerosa que estaba siendo duramente juzgada por Dios por sus pecados y temblando de miedo ante la condenación. Conmovido por esta alma, le dijo a sus compañeros, rompiendo el silencio: “Oremos por esta alma que está siendo juzgada en este momento”. Aunque no reveló de quién se trataba siempre se supuso que era el alma del Rey Juan III Sobieski [n. del t.: quien liderara la coalición de reyes y príncipes de naciones cristianas que en el año 1683 detuvo el avance musulmán a las puertas de Viena], que murió en Varsovia en ese momento.

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Animado por el amor a las Almas que sufrían en el Purgatorio, P. Papczynski ofreció todas sus enfermedades, sufrimientos, trabajos, persecuciones, mortificaciones, ayunos, penitencias, buenas obras y méritos por ellas. Impuso la misma obligación a sus compañeros. Para alentarlos a que hicieran esto, les recomendó en su Testamento en 1692 que cualquiera que realizara estos actos de amor heroico sería recompensado doblemente por Dios. “Les prometo -escribió- una doble recompensa de manos de Dios a todos aquellos que elijan y apoyen a esta pequeña Congregación de la Inmaculada Concepción, que ha nacido por voluntad de Dios para asistir a los difuntos”.

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Fuente en inglés: “Lumen Marianorum. Stanislaus Papczynski (1631-1701)”

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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Agradecemos a “Seneka” y a “Abbe” por avisarnos con sus comentarios que lo que habíamos posteado en la entrada anterior (que ya hemos borrado) y que habíamos recibido por e-mail se trataba, tan sólo, de una broma.

¡A qué tiempos hemos llegado para que nos haya resultado creíble!

martes, 4 de noviembre de 2008

La reforma de la reforma según Mons. Burke

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Monseñor_Burke

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Monseñor Burke, Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, ha concedido una entrevista a la revista Inside the Vatican. La última pregunta trata sobre la celebración de la Santa Misa en ambas formas del Rito Romano, y resulta interesante para conocer la opinión del prelado en relación a la reforma de la reforma.

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Usted ha apoyado mucho a grupos en St Louis que deseaban hacer uso de Summorum Pontificum. Con la liberación de las restricciones en la celebración de la antigua Misa, ¿es probable que crezca el movimiento en favor de la tradición, y qué efectos es probable que esto tenga en cuanto a la reforma litúrgica?


El Papa Benedicto XVI ha hecho claras sus razones para la promulgación de Summorum Pontificum, entre las que está el enriquecimiento de la Forma Ordinaria del Rito latino por medio de la celebración de la Forma Extraordinaria. Tal enriquecimiento será algo natural, dado que la Forma Ordinaria se desarrolló orgánicamente de lo que es ahora la Forma Extraordinaria. Cuanto más lleguen los fieles a apreciar la Forma Extraordinaria, tanto más llegarán a comprender la profunda realidad de cada celebración de la Santa Misa, ya sea en la Forma Extraordinaria como en la Forma Ordinaria. Si entiendo al Santo Padre correctamente, con el tiempo, puede tener lugar una posterior reforma de la Sagrada Liturgia, que utilice más completamente la riqueza de la Forma Extraordinaria. La legislación dada en Summorum Pontificum, estoy convencido, fomentará grandemente la reforma litúrgica, que era la meta del Concilio Ecuménico Vaticano II.

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Fuente: Inside the Vatican


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 3 de noviembre de 2008

Las alegrías del Purgatorio

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El_Purgatorio

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La Editorial Rialp ha publicado una revelación particular sobre el Purgatorio. El sujeto de las revelaciones ha preferido permanecer en el anonimato por consejo de su padre espiritual. Aquí consignamos un bello capítulo del libro:


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Oración de la mañana: una gran luz aparece ante mi vista interior, y contemplo a una religiosa mayor que tiene en la mano un tamiz de oro lleno de brasas.

Avanza hacia mí y dice: “¡Alabado sea Jesucristo por siempre!”. Me pregunta:


Hijo mío, ¿quieres rezar por mí?

Nadie reza por mí

porque he muerto en gran paz,

con fama de santidad,

y mis queridas hermanas

seguramente me creen en el Paraíso,

y no ruegan por mí.

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Le prometo mi oración y se vuelve radiante, una inmensa luz la inunda con sus rayos. Prosigue:


Como ves, estoy en la Antesala del Paraíso,

languideciendo de amor;

cerca de mi Divino Esposo;

este amor es el motor de mi júbilo

y la causa de la pena que me tortura.

El dolor es nuestra alegría en el Purgatorio,

pues es tormento de amor, enfermedad de amor.

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Ruego por esta alma, y de vez en cuando caen algunas brazas rojizas del tamiz, que se vacía poco a poco, pero la religiosa no se da cuenta y me dice alborozada, levantando los ojos al Cielo:


Comienzas a conocer el Purgatorio,

y no has experimentado

ni sus alegrías ni sus penas.

Di a tus hermanos que vuestras grandes alegrías

en la tierra

no son más que viento y humo,

al lado de las sublimes alegrías del Purgatorio.

La mayor felicidad para un alma es estar en el Cielo.

¡Es la Bienaventuranza Eterna!

Pero inmediatamente después,

no hay alegría más grande

que saborear las alegrías del Purgatorio.


Y aprende esto: cuanto más va hacia la plenitud

nuestra unión,

más disminuyen nuestras penas,

que se concentran hasta desaparecer.

No queda más que esta enfermedad de amor

que conocemos aquí,

en la Antesala del Paraíso.

¡Sí, habla de las penas del Purgatorio,

pero habla también de sus inefables alegrías!


Radiante, desapareció de mi vista interior dejando mi alma consolada.

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Sevilla no se queda atrás: ¡Enhorabuena!

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La Asociación Una Voce Sevilla


Tiene el placer de invitarle a la
Misa Gregoriana Solemne


Que tendrá lugar el próximo
sábado 15 de noviembre, a las 18:00 horas en la


Parroquia de San Bernardo de Sevilla (C/ Santo Rey)


Oficiará el Santo Sacrificio


Monseñor Gilles Wach

Superior del Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote,

sociedad apostólica de Derecho Pontificio


Cantará el

Coro Virgen de las Nieves

de Sanlúcar la Mayor


A su conclusión el mismo orador sagrado pronunciará la

Conferencia

“El nuevo movimiento litúrgico de Benedicto XVI”

en el cercano hotel

NH Viapol

(C Balbino Marrón, 9 – C/ Enramadilla)


www.unavocesevilla.info


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Nuestros amigos de Una Voce Sevilla nos escriben:


El próximo sábado 15 de noviembre contaremos en Sevilla con la presencia de Monseñor Gilles Wach, superior del Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote, que oficiará una Misa Solemne, con canto gregoriano, en la parroquia de San Bernardo de Sevilla, y a continuación pronunciará una interesante conferencia en el cercano Hotel NH Viapol, de la capital.


Se trata de una ocasión especialísima, pues hace más de cuarenta años que en la ciudad de Sevilla no se celebra una Misa Solemne (con diácono y subdiácono) según el Misal de Juan XXIII. Con el reciente Motu Proprio “Summorum Pontificum” de S.S. el Papa Benedicto XVI, el Santo Padre ha abierto la oportunidad para los fieles de conocer y profundizar en estas bellas formas litúrgicas que representan una enorme riqueza de la Iglesia, y que durante tantos cientos de años han sido camino de santidad para generaciones enteras.


La Asociación Una Voce Sevilla, que sirve como instrumento al servicio del Santo Padre expresado en el citado motu proprio, organiza junto con el Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote esta solemne celebración, segura de que redundará en el bien de muchas almas y que favorecerá el conocimiento de la tradición litúrgica de la Iglesia entre muchos fieles. Son muchas las partes del mundo en las que ya se están dando cumplidas respuestas a los deseos del Papa, y de Oriente a Occidente prolifera la celebración de Misas según el Misal del Beato Juan XXIII. Sevilla, dado su relevante e histórico puesto en la Cristiandad, no debe quedarse atrás.


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Agradecemos a Una Voce Sevilla por esta invitación, haciéndola extensiva a nuestros lectores, a quienes pedimos la difusión de la noticia. Felicitamos a los organizadores por su encomiable labor.

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domingo, 2 de noviembre de 2008

¿Se resuelve la cuestión de la FSSPX?

marcel_lefebvre

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El blog La Cigueña de la Torre informa que sería inminente el retiro del decreto de excomunión que pesa sobre los obispos consagrados por Monseñor Lefebvre. Recemos para que se haga la voluntad de Dios.


Ver artículo completo

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viernes, 31 de octubre de 2008

Ya se lo extraña

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Cruz_y_Fierro

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Sí, don Cruz y Fierro, así es. Lo echamos de menos.

Ojalá regrese pronto.

Un cordial saludo de los buhardilleros.

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