*
*
Mons. Brunero Gherardini, canónigo de la Basílica de San Pedro y autor del libro “Concilio Ecumenico Vaticano II. Un discorso da fare”, ha escrito un artículo sobre el futuro de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, publicado en el blog Fides et Forma. Ofrecemos nuestra traducción en lengua española.
***
Durante un amigable encuentro, algunos amigos me han preguntado cuál podría ser el futuro de la Fraternidad San Pío X como conclusión de los diálogos en curso entre la misma y la Santa Sede. Hemos hablado mucho de ello y las opiniones eran discordes. Por eso, expreso la mía también por escrito, en la esperanza – si no es presunción, ¡y Dios me guarde de ello! – de que pueda ser útil no sólo para los amigos sino también para las partes en diálogo.
Advierto, en primer lugar, que nadie es profeta ni hijo de profetas. El futuro está en las manos de Dios. Algunas veces es posible preordenarlo, al menos en parte; otras veces, se nos escapa del todo. Es necesario, además, dar acto a las dos partes, finalmente trabajando para una solución del ya antiguo problema de los “lefebvristas”, quienes hasta ahora han mantenido de forma laudable y ejemplar el debido silencio sobre sus diálogos. Tal silencio, sin embargo, no ayudar a prever los posibles desarrollos.
“Rumores”, sin embargo, sí se escuchan; y no pocos. Cuál es su fundamento es un misterio. Examinaré, por lo tanto, alguna des las opiniones expresadas en la ocasión antes mencionada, para luego decir la mía en forma articulada.
1. Algunos juzgaban positiva una reciente invitación a la Fraternidad a “salir del bunker en el cual se encerró durante el post-concilio para defender la Fe de los ataques del neomodernismo”. Fue fácil advertir la dificultad de un juicio a este respecto. Que la Fraternidad haya estado por algunas décadas en el bunker, es evidente; lamentablemente lo está todavía. En cambio, es menos evidente el saber si ha entrado por sí misma, o por alguien, o si ha sido impulsada por los acontecimientos. Me parece que, si queremos hablar propiamente de bunker, ha sido Mons. Lefebvre quien ha aprisionado a su Fraternidad aquel 30 de junio de 1988 cuando, después de dos advertencias oficiales y una admonición formal para que renunciara al proyectado acto “cismático”, ordenó obispos a cuatro de sus sacerdotes. Ese fue el bunker: no de un cisma formalmente entendido, porque aún siendo “rechazo de la sumisión al Sumo Pontífice” (CIC 751), faltó el dolo y la intención de crear una anti-iglesia; estuvo más bien determinado por el amor a la Iglesia y por una suerte de “necesidad” para la continuidad de la genuina Tradición católica, seriamente comprometida por el neomodernismo postconciliar. Pero bunker fue: el de una desobediencia en los límites del desafío, del callejón sin salida, y sin perspectivas de una posible apertura. Y no el de la salvaguardia de los valores comprometidos.
Es difícil entender en qué sentido, “para defender la Fe de los ataques del neomodernismo”, fuese precisamente necesario “encerrarse en un bunker”. Es decir, dejar libre el paso a la irrupción de la herejía modernista. Y, de hecho, el paso fue ininterrumpidamente obstaculizado. Aún estando en una posición de condena canónica, y por lo tanto fuera de las filas de la oficialidad pero con la conciencia de trabajar para Cristo y su Iglesia, una, santa católica, apostólica y romana, la Fraternidad atendió sobre todo a la formación del clero, siendo esta su tarea específica; fundó y dirigió seminarios; promovió y sostuvo debates teológicos a veces de alto perfil; publicó libros de relevante valor eclesiológico; dio cuentas de sí misma mediante folletos de información interna y externa; y todo al descubierto, demostrando de qué fuerzas – dejadas lamentablemente al margen – podría valerse la Iglesia para su finalidad de evangelización universal. Que los efectos de la activa presencia lefebvrista puedan ser juzgados modestos o que, de hecho, no sean muy llamativos, puede depender de dos razones:
- de la condición canónicamente anómala en la que trabaja,
- y de sus dimensiones; se sabe que “la mosca da el puntapié que puede”.
Pero yo estoy profundamente convencido de que precisamente por eso se debería agradecer a la Fraternidad, la cual, en un contexto de secularización ya en los márgenes de una era post-cristiana, y también de antipatía no disimulada hacia ella, ha tenido y tiene bien alta la antorcha de la Fe y de la Tradición.
2. En la ocasión mencionada al comienzo, alguno hizo referencia a una conferencia durante la cual la Fraternidad fue invitada a tener mayor confianza en el mundo eclesial contemporáneo, recurriendo si es necesario a algún compromiso, porque la “salus animarum” exige – lo habría dicho un lefebvrista – que se corra también este riesgo. Sí, pero no ciertamente el riesgo de “comprometer” la salvación eterna propia y de los otros.
Es probable que las palabras traicionen las intenciones. O que no se conozca el valor de las palabras. Si hay algo que, en materia de Fe, es obligado evitar, es el compromiso. Y el apelo de la Fraternidad – así como de todo auténtico seguidor de Cristo – al “sí, sí, no, no” de Mateo 5, 37 (Santiago 5, 12) es la única respuesta a la perspectiva del compromiso. El texto citado continúa diciendo: “todo lo demás viene del maligno”; por lo tanto, también, y especialmente, el compromiso. Al menos en su acepción de renuncia a los propios principios morales y a las propias razones de vida.
A decir verdad, también a mí, desde que comenzaron los diálogos entre la Santa Sede y la Fraternidad, me había llegado el rumor de un posible compromiso. Es decir, de un comportamiento indigno, del cual imagino que la misma Santa Sede es la primera en huir. Un compromiso sobre lo que no compromete la confesión de la auténtica Fe, es posible y a veces plausible; nunca lo es a expensas de los valores no negociables. Sería además una contradicción in terminis porque también el compromiso es un negotium. Y un negocio con riesgo: el naufragio de la Fe. Me repugna, por lo tanto, el solo pensar que la Santa Sede lo proponga o lo acepte: obtendría mucho menos que un plato de lentejas y cargaría con la responsabilidad de un delito gravísimo. Me repugna también pensar en una Fraternidad que, después de haber hecho de la Fe sin rebajas la bandera de su misma existencia, resbalara sobre la cáscara de plátano deslizándose al rechazo de su misma razón de ser.
Añado que, a juzgar por algún indicio tal vez no del todo infundado, la metodología bilateralmente desarrollada no parece abrir grandes perspectivas. Es la metodología del punto contra punto: Vaticano II sí, Vaticano II no, o sí si. Es decir, a condición de que de una o de otra parte, o de ambas, se baje la guardia. ¿Una rendición incondicional? Para la Fraternidad, el ponerse en las manos de la Iglesia sería el único comportamiento realmente cristiano, si no estuviese la razón por la que nació y por la que dio vida a su Aventino. Es decir, aquel Vaticano II que, especialmente con algunos de sus documentos, está literalmente en el lado opuesto de lo que ella cree y por lo que ella obra. Con tal metodología, no se vislumbra una vía media: o la capitulación, o el compromiso.
Un resultado tan funesto podría ser evitado siguiendo una metodología diversa. El puntum dolens de todo el conflicto se llama Tradición. A ella es constante el apelo de una o de otra parte, que, por otro lado, tienen de la Tradición un concepto netamente diferente. El Papa Wojtyla declaró oficialmente “incompleta y contradictoria” la Tradición defendida por la Fraternidad. Se debería, por lo tanto, demostrar el porqué del carácter incompleto y contradictorio, pero todavía más urgente es la necesidad de que las partes lleguen a un concepto común, es decir, bilateralmente compartido. Tal concepto se convierte, entonces, en el famoso punto al que llegan todos los problemas. No hay problema teológico y de vida eclesial que no tenga en dicho concepto su solución. Si, por lo tanto, se continúa con el diálogo manteniendo, una y otra parte, el propio punto de partida, o se dará vida a un diálogo entre sordos, o, para demostrar que no se ha dialogado en vano, se dará libre acceso al compromiso. En particular, si aceptara la tesis de los “contrastes aparentes”, según la cual no están determinados por disensos de carácter dogmático sino por las siempre nuevas interpretaciones de los hechos históricos, la Fraternidad declararía su fin, sustituyendo míseramente su Tradición, que es la apostólica, con la vaporosa, inconsistente y heterogénea Tradición viviente de los neomodernistas.
3. Una última cuestión tratamos en nuestro amigable encuentro, expresando más esperanzas que previsiones concretamente fundadas: el futuro de la Fraternidad. Sobre el tema ha hablado también, recientemente, el sitio cordialiter.blogspot.com con una idílica anticipación del feliz futuro que podría esperar a la Fraternidad: un nuevo - ¿nuevo? por ahora, no ha tenido uno – “status” canónico, comienzo del fin del modernismo, prioratos abarrotados de fieles, Fraternidad transformada en “super-diócesis autónoma”. También yo espero mucho de la anhelada recomposición para la cual se está trabajando, pero con los pies un poco más sobre la tierra.
Trato de agudizar la mirada y ver qué podría ocurrir mañana. Lo específico de la Fraternidad, ya lo he recordado, es la preparación al sacerdocio y el cuidado de las vocaciones sacerdotales. No debería abrirse para ella un campo diverso del de los Seminarios, siendo este su verdadero campo de batalla: propios y no propios, en los Seminarios, más que en otro lugar o que de otra manera, podría expresarse la naturaleza y las finalidades de la Fraternidad.
¿Bajo qué perfil canónico? No es fácil preverlo. Me parece, de todos modos, que el ser una Fraternidad sacerdotal debería sugerir la estructura canónica en una forma de “Sociedad Sacerdotal”, bajo el supremo gobierno de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Por otra parte, el tener ya cuatro Obispos podría sugerir, como solución, una “Prelatura” de la que la Santa Sede, en el momento oportuno, podrá precisar la exacta configuración jurídica. Este no me parece, sin embargo, el problema principal. Más importante es, sin duda, tanto la resolución dentro de la Iglesia de un conflicto poco comprensible en tiempos del diálogo con todos, como la liberalización de una fuerza compacta en torno a la idea y al ideal de la Tradición, para que pueda obrar no desde el bunker sino a la luz del sol y como expresión viva y auténtica de la Iglesia.
***
Fuente: Fides et Forma
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
***
3 Comentarios:
En la presentación de Mons. Gherardini me parece que debe mencionarse que es decano emérito de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Lateranense, (la universidad del Papa), que no es poco.
Desde lo poco que entiendo y conozco sobre los pormenores de esta situación lo que me parece es que la Fraternidad continua eligiendo seguir en el bunker innecesariamente, porque es más importante para la Iglesia que hayan mantenido a salvaguarda la Tradición que el que insistan en mantenerla única y exclusivamente bajo sus condiciones.
Quisiera que esto lo resolvieran porque es necesarísimo en nuestro tiempo que la vida litúrgica de la Iglesia se impregne de lo que tan maravillosamente ha conservado la Fraternidad.
Yo tampoco creo que el Papa haya movido el diálogo con el fin de llegar a una transacción con los lefebvristas. Ante todo ha pretendido darles audiencia. Lo asombroso es que no se hubiera hecho antes. La FSSPX es una voz muy digna de ser escuchada, y muchas de sus quejas son compartidas por conspicuos sectores de fieles.
Los tres expertos están oyendo sus objeciones al Concilio. Algunas versarán sobre expresiones ambiguas aunque ambas partes estarán de acuerdo en lo que se debe entender. En otros casos las diferencias serán más de fondo.
Una vez informado el Papa, hará lo que le parezca. Pero es muy probable que decida emitir actos de Magisterio que clarifiquen algunos de los puntos discutidos.
Publicar un comentario