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Por Francesco
“El régimen comunista soviético… tenía la pretensión de establecer una especie de paraíso sobre la tierra. Pero este reino no podía tener consistencia ya que estaba fundado sobre la mentira, sobre la violación de la dignidad del hombre, sobre la negación y el odio de Dios y de su Iglesia. Todo signo que recordara a Dios, a Cristo y a la Iglesia, era borrado de la vida pública y de la vista de los hombres. Existía, sin embargo, una realidad que recordaba a Dios de un modo especial: el sacerdote. Por eso, el sacerdote no debía ser visible, mas aún, no debía existir. Para los perseguidores de Cristo y de su Iglesia, el sacerdote era la persona más peligrosa. Quizás ellos, implícitamente, conocían la razón.... La verdadera razón era sólo esta: sólo el sacerdote podía dar a Dios, dar a Cristo en la manera más concreta y directa posible, esto es, a través de la Eucaristía y la Sagrada Comunión. Por esto, estaba prohibida la celebración de la Santa Misa. Pero ningún poder humano estaba en grado de vencer la potencia divina, que obraba en el misterio de la Iglesia y sobre todo en los sacramentos”.
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Así comienza el primer capítulo de “Dominus est”, el libro escrito por Monseñor Athanasius Schneider O.R.C. Se trata de una pequeña obra, pero de gran valor, en la cual, el autor, partiendo de su experiencia personal y familiar bajo el régimen soviético, y continuando con algunas observaciones histórico-litúrgicas sobre la Sagrada Comunión, nos lleva a reflexionar sobre la actitud más adecuada que debemos tener ante nuestro Dios y Señor, presente en el Sacramento de la Eucaristía.
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Monseñor Schneider nació en abril de 1961, y cuarenta y cinco años después, fue nombrado obispo auxiliar de Karaganda (Kazajstán) por el Papa Benedicto XVI. Luego de trabajar apostólicamente en Brasil, y de doctorarse en Patrología en Roma, fue elegido consejero general de su Orden. En una entrevista, él mismo contaba: “Durante esta permanencia en Roma conocí a un sacerdote que venía de Kazajstán y me invitó a ir al país, para ayudarles en la formación sacerdotal del seminario diocesano, el primer seminario católico en esa región. Con el permiso de los superiores fui allí y en el año 2001 los obispos de Kazajstán pidieron a nuestra Orden que me liberasen de mi trabajo en Roma para estar de forma permanente en Kazajstán. De este modo fui allí. Era director espiritual del seminario, director de estudios, profesor y también párroco de algunas comunidades esparcidas en estos territorios. También fui Consejero de la diócesis y redactor de un revista mensual católica”.
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En octubre de 2005, el entonces Padre Schneider participó como auditor en el Sínodo de los obispos sobre la Sagrada Eucaristía. Su intervención, a la que bien podríamos considerar un “anticipo” de su libro, fue la siguiente:
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"He pasado mi infancia y mi primera juventud en la Unión Soviética. La vida sacramental, y especialmente la vida eucarística, debían desarrollarse en la clandestinidad. Lo que me ha impresionado mucho, y me ha quedado impreso en la memoria, ha sido la actitud hacia la Santa Comunión que describiría como “ars communicandi”, aludiendo a la expresión “ars celebrandi”. A continuación doy los siguientes ejemplos de dos sacerdotes de aquellos tiempos. El primero es el Beato Alexis Saritski, que murió mártir en Kazakistán (+30-10-1963). En los años cincuenta, durante sus visitas clandestinas a los católicos deportados en los montes Urales, donde se encontraban mis padres, mi madre le pidió que dejara una hostia consagrada para su madre gravemente enferma, la cual deseaba ardientemente recibir todavía una vez más la Santa Comunión antes de morir, ya que no sabía si habría llegado o no algún sacerdote a esa lejana región. El Beato Alexis dejó una hostia consagrada a mi madre, dándole la instrucción de administrar la Comunión de la manera más reverente posible. Cuando llegó el momento oportuno, mi madre se puso unos guantes blancos y con unas pinzas administró la Santa Comunión a su madre enferma. Y esta fue la última Comunión para ella. Durante la administración de la Eucaristía mi madre misma hubiera querido recibirla, pero no fue posible hacerlo sacramentalmente sino solo espiritualmente. Pasaron todavía algunos años antes de que mi madre pudiera recibir la Santa Comunión. Sin embargo, esa Comunión espiritual le daba la fuerza suficiente para seguir siendo fiel en tiempos de persecución para transmitir el amor y el respeto hacia la Eucaristía a sus hijos. El otro ejemplo es el del Padre Janis Pawlowski. También él paso un período en el lager estalinista de Kazakistán y luego murió en olor de santidad en Letonia (+09-05-2000). Él celebró mi primera Comunión en la clandestinidad cuando éramos un pequeño grupo de niños. Las circunstancias de la vida eran bastante modestas, pero había una gran alegría interior en nuestras almas, y el Padre Pawlowski nos repetía: «Traten de hacer cada comunión como si fuera su primera y última Comunión» ".
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La fe que ha animado a este joven obispo a escribir su libro para la edificación de toda la Iglesia, es la misma fe que hizo que en medio del régimen soviético, la Iglesia permaneciera firme, pese a todos los intentos de acabar con ella. La fuerza venía de la Eucaristía, y así lo dice él mismo al comienzo de su libro: “Durante aquellos años, la Iglesia en el imperio soviético estaba obligada a vivir en la clandestinidad. Pero lo más importante era esto: la Iglesia estaba viva, más aun, vivísima… si bien le faltaban las estructuras visibles, si bien le faltaban los edificios sagrados, si bien había una enorme escasez de sacerdotes. La Iglesia estaba vivísima, porque no le faltaba del todo la Eucaristía -aunque raramente accesible a los fieles - porque no le faltaban almas con una fe firme en el misterio eucarístico…”
2 Comentarios:
Magnifico articulo sobre la piedad y reverencia a la Sagrada Eucaristia, bajo el régimen comunista soviético. Realmente es para felicitar y alentar a los responsables del blog ...La Buhardilla de Jerónimo. Ojala en nuestra Patria se tuviera mas respeto a la Sagrada Eucaristia. Unidos en la Santa Misa.
Hermosa nota.
Saludos
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