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Su Santidad Benedicto XVI y Mons. Bartolucci
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Ofrecemos la traducción al español de una valiosa entrevista a Monseñor Domenico Bartolucci, de 92 años, nombrado por Pío XII Maestro "ad vitam" de la Capilla Sixtina pero alejado del cargo en 1997, debido a la intervención de Mons. Piero Marini, una medida que fue vigorosamente rechazada por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger. El título del post, de hecho, hace referencia a las palabras que el mismo Ratzinger dijo a Mons. Bartolucci meses antes de que éste cesara en el cargo.
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Maestro, la reciente publicación del Motu Proprio “Summorum Pontificum” ha traído un soplo de aire fresco en el desolador panorama litúrgico que nos rodea; también usted puede ahora, por lo tanto, celebrar la “Misa de siempre”.
Pero, a decir verdad, yo siempre la he celebrado ininterrumpidamente, a partir de mi ordenación… tendría dificultad, en cambio, no habiéndola dicho nunca, en celebrar la Misa del rito moderno.
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¿Nunca abolida, entonces?
Son las palabras del Santo Padre, aún si algunos fingen no entenderlas y si muchos en el pasado han sostenido lo contrario.
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Maestro, será necesario conceder a los denigradores de la Misa antigua que esta última no es “participada”…
¡No digamos disparates! He conocido la participación de los tiempos antiguos tanto en Roma, en la Basílica, como en el mundo, como aquí abajo en el Mugello, en esta parroquia de este bello pueblo, un templo poblado de gente llena de fe y de piedad. El Domingo, en las vísperas, el sacerdote habría podido limitarse a entonar el “Deus in adiutorium meum intende” y luego ponerse a dormir sobre el asiento… los campesinos habrían continuado solos y los jefes de familia habrían pensado en entonar las antífonas.
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¿Una velada polémica, Maestro, respecto al actual estilo litúrgico?
Yo no sé si, ¡ay de mí!, han estado en un funeral: “aleluya”, aplausos, frases risueñas, uno se pregunta si esta gente leyó alguna vez el Evangelio; Nuestro Señor mismo lloró sobre Lázaro y su muerte. Aquí, con este sentimentalismo insípido, no se respeta ni siquiera el dolor de una madre. Yo les habría mostrado cómo asistía al pueblo a una Misa de difuntos, con qué compunción y devoción se entonaba aquel magnífico y tremendo “Dies Irae”.
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¿La reforma no ha sido hecha por gente consciente y doctrinalmente formada?
Discúlpeme, pero la reforma ha sido hecha por gente árida, se lo repito, árida. Y yo los he conocido. En cuanto a la doctrina, el Cardenal Ferdinando Antonelli, de venerada memoria, solía decir a menudo: ¿“qué hacemos liturgistas que no conocen la teología?”.
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Estamos de acuerdo con usted, Monseñor, pero es cierto también que la gente no entendía…
Queridísimos amigos, ¿han leído alguna vez a San Pablo: “no importa saber más allá de lo necesario”, “es necesario amar el conocimiento ‘ad sobrietatem’”. De aquí a algunos años se intentará entender la transubstanciación como se explica un teorema de matemática. ¡Pero si ni siquiera el sacerdote puede comprender hasta el fondo tal misterio!
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¿Pero cómo se llegó, entonces, a esta distorsión de la liturgia?
Fue una moda, todos hablaban, todos “renovaban”, todos pontificaban, en la estela del sentimentalismo, de reformas. Y las voces que se levantaban en defensa de la Tradición bimilenaria de la Iglesia eran hábilmente calladas. Se inventó una especie de “liturgia del pueblo”… cuando escuchaba estas frases, me venían en mente las palabras de mi profesor del seminario que decía: “la liturgia es del clero para el pueblo”, ella desciende de Dios y no sale desde abajo. Debo reconocer, sin embargo, que aquel aire hediondo se ha hecho menos denso. Las jóvenes generaciones de sacerdotes son, tal vez, mejores que las que las han precedido, no tienen los furores ideológicos dominados por un modernismo iconoclasta, están llenos de buenos sentimientos pero les falta formación.
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¿Qué quiere decir, Maestro, con que “les falta formación”?
¡Quiero decir que queremos los seminarios! Hablo de aquellas estructuras que la sabiduría de la Iglesia había cincelado elegantemente durante los siglos. No se da cuenta de la importancia del seminario: una liturgia vivida, los momentos del año son vividos “socialmente” con los hermanos… el Adviento, la Cuaresma, las grandes fiestas que siguen a la Pascua. Todo esto educa, ¡y no se imagina cuánto! Una retórica tonta dio la imagen de que el seminario arruina al sacerdote, de que los seminaristas, alejados del mundo, permanecen encerrados en sí mismos y distantes de la gente. Todas fantasías para disipar una riqueza formativa plurisecular y para remplazarla luego con nada.
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Retornando a la crisis de la Iglesia y al cierre de muchos seminarios, ¿Usted es partidario de un retorno a la continuidad de la Tradición?
Mire, defender el rito antiguo no es ser del pasado sino ser “de siempre”. Vea, se comete un error cuando a la misa tradicional se la llama “Misa de San Pío V” o “Tridentina”, como si fuese la Misa de una época particular: es nuestra Misa, la romana, es universal en los tiempos y en los lugares, una única lengua desde la Oceanía hasta el Ártico.
Por lo que respecta a la continuidad en los tiempos, quisiera contarles un episodio. Una vez estábamos reunidos en compañía de un Obispo, cuyo nombre no recuerdo, en una pequeña iglesia del Mugello, y llegó la noticia de la repentina muerte de un hermano nuestro, propusimos celebrar enseguida una Misa pero nos dimos cuenta de que sólo había misales antiguos. El Obispo rechazó categóricamente celebrar. No lo olvidaré nunca y reitero que la continuidad de la liturgia implica que, salvo minucias, se pueda celebrar hoy con aquel viejo misal polvoriento tomado de un estante y que hace cuatro siglos sirvió a un predecesor mío en el sacerdocio.
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Monseñor, se habla de una “reforma de la reforma” que debería limar las deformaciones que vienen de los años sesenta...
La cuestión es bastante compleja. Que el nuevo rito tenga deficiencias es ya una evidencia para todos y el Papa ha dicho y escrito varias veces que debería “mirar al antiguo”; sin embargo, Dios nos guarde de la tentación de los líos híbridos; la Liturgia, con la “ele” mayúscula, es la que nos viene de los siglos, ella es la referencia, no se la debe corromper con compromisos “a Dio spiacenti e a l’inimici sui” [que desagradan a Dios y a sus enemigos].
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¿Qué quiere decir, Maestro?
Tomemos, como ejemplo, las innovaciones de los años sesenta. Algunas “canciones populares” beat y horribles y tan de moda en las iglesias en el ’68, hoy ya son trozos de arqueología; cuando se renuncia a la perennidad de la tradición para hundirse en el tiempo, se está condenado al cambiar de las modas. Me viene a la mente la Reforma de Semana Santa de los años cincuenta, hecha con una cierta prisa bajo un Pío XII ya cansado. Y bien, sólo algunos años después, bajo el pontificado de Juan XXIII (quien, más allá de lo que se diga, en liturgia era de un tradicionalismo convencido y conmovedor), me llegó una llamada de Mons. Dante, ceremoniero del Papa, que me pedía preparar el “Vexilla Regis” para la inminente celebración del Viernes Santo. Respondí: “pero lo han abolido”. Se me respondió: “el Papa lo quiere”. En pocas horas, organicé las repeticiones de canto y, con gran alegría, cantamos de nuevo lo que la Iglesia había cantado por siglos en aquel día. ¡Todo esto para decir que, cuando se hacen desgarros en el tejido litúrgico, esos agujeros son difíciles de cubrir y se ven! Nuestra liturgia plurisecular debemos contemplarla con veneración y recordar que, en el afán de “mejorarla”, corremos el riesgo de hacerle sólo daños.
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Maestro, ¿qué papel tuvo la música en este proceso?
Tuvo un rol importante por varias razones. El melindroso cecilianismo, al cual ciertamente Perosi no fue ajeno, introdujo con sus aires pegadizos un sentimentalismo romántico nuevo, que nada tenía que ver con aquella densidad elocuente y sólida de Palestrina. Ciertas extravagancias de Solesmes habían cultivado un gregoriano susurrado, fruto también de aquella pseudo restauración medievalizante que tanta suerte tuvo en el siglo XIX.
Cundía la idea de la oportunidad de una recuperación arqueológica, tanto en música como en liturgia, de un pasado lejano del cual nos separaban los así llamados “siglos oscuros” del Concilio de Trento… Arqueologismo, en resumen, que no tiene nada que ver con la Tradición y que quiere restaurar lo que tal vez nunca ha existido. Un poco como ciertas iglesias restauradas en estilo “pseudo-románico” por Viollet-le-Duc.
Por lo tanto, entre un arqueologismo que quería remitirse al pasado apostólico, prescindiendo de los siglos que nos separan de ellos, y un romanticismo sentimental, que desprecia la teología y la doctrina en una exaltación del “estado de ánimo”, se preparó el terreno para aquella actitud de suficiencia respecto a lo que la Iglesia y nuestros Padres nos habían transmitido.
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¿Qué quiere decir, Monseñor, cuando en el ámbito musical ataca a Solesmes?
Quiero decir que el canto gregoriano es modal, no tonal; es libre, no ritmado, no es “uno, dos tres, uno dos tres”; no se debía despreciar el modo de cantar de nuestras catedrales para sustituirlo con un susurro pseudo-monástico y afectado. No se interpreta un canto del Medioevo con teorías de hoy sino que se lo toma como ha llegado hasta nosotros; además, el gregoriano sabía ser también canto de pueblo, cantando con fuerza nuestro pueblo expresaba su fe. Esto Solesmes no lo entendió, pero todo esto sea dicho reconociendo el gran y sabio trabajo filológico que hizo con el estudio de los manuscritos antiguos.
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Maestro, ¿en qué punto estamos, entonces, de la restauración de la música sagrada y de la liturgia?
No niego que haya algunos signos de restablecimiento. Sin embargo, veo el persistir de una ceguera, casi una complacencia por todo lo que es vulgar, grosero, de mal gusto e incluso doctrinalmente temerario… No me pida, por favor, que dé un juicio sobre las “chitarrine” y sobre las “tarantelle” que todavía nos cantan durante el ofertorio… El problema litúrgico es serio, no se debe escuchar a aquellas voces que no aman a la Iglesia y que se lanzan contra el Papa. Y si se quiere sanar al enfermo, hay que recordar que el médico piadoso hace la llaga purulenta…
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Fuente: Disputationes Theologicae
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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3 Comentarios:
Maravilloso!
A propósito de este tema, y de la muerte de la belleza en la liturgia: Soy un convencido (no soy para nada el único) que formal o materialmente (no espiritualmente desde luego, o si se prefiere como Cuerpo Místico del Cordero. Incluso en forma material quedan algunos enclaves católicos) la Iglesia Católica terminó. La fecha histórica - en mi opinión- es la misma que la clausura del Concilio Vaticano II, cuando la jerarquía de buena fe dio (sin darse cuenta) un giro de carácter copernicano a la fe católica: Se reemplazó a Dios como centro de ella por el Hombre. Se hizo eco de una vez por todas de las ideas democráticas de la Revolución Francesa. Esa presión ya venía desde hace mucho tiempo, pero los Papas hasta Pío XII siempre combatieron tenzamente esas ideas, aferrándose a la Verdad.
Esto es difícil de explicar, toda vez que quien no conoce de historia, menos aún de historia comparada, y menos aún de filosofía, no se dará nunca cuenta. La misma gente dice livianamente, como todos lo hemos oído, que la Iglesia tiene cambiar, y aceptar de frentón el mundo moderno (el que ahora sería bueno, lo que ayer era malo, y viceversa). La amayoría de la gente nunca aceptará que es ella misma la que tiene que cambiar (conversión), no la Iglesia, (además que ya cambió con el CVII y fue la causa de su actual ruina).
Se puede porner por ejemplo de la caida material del imperio romano de occidente en año 476. Se puede hacer un paralelo excelente.
A partir del día siguiente de la fecha de la deposición de Rómulo Augustulo, el último emperador occidental, los habitantes de Italia, Galia, Iberia, y norte de africa (territorios de la mitad occidental), siguieron su vida habitual sin pensar que se había terminado el Imperio (aunque las funestas consecuencias materiales y culturales no tardarían mucho en hacerse presente). Ellos creyeron que ahora el imperio simplemente se había unificado, y el emperador romano era sólo uno (el de oriente) en lugar de dos: El gobierno se radicaba sólo en Bizancio y no en esta ciudad y en Ravena (última capital occidental). El imperio seguía en pie, nada terrible había ocurrido. Más aún, hasta que el Papa Leon coronó como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico a Carlomagno (s. VIII), ni éste ni ningún rey o caudillo de los antiguos territorios romano - occidentales se les había ocurrido que fueran independientes: Tan grande era el áurea que dejó el Imperio Romano. Hasta esa época si bien eran absolutamente independientes del Emperador de Oriente, se creían y sentían gobernando en nombre de aquel. El título de reyes que ostentaban no tenía en esa época el significado actual, simplemente los reyes eran sólo caudillos militares.
Pero, la realidad era otra, y muy distinta: Estos reyes eran de hecho completamente independientes y reyes en el sentido actual, su vasallaje con el emperador bizantino era meramente nominal, y nunca siquiera le preguntaron opinión alguna, porque éste no tenía suficente poder para dominarlos, ya que afrontaba por su frontera oriental la amenaza de los persas, y a partir del s. VII la de los musulmanes. En teoría, en el mapa el imperio romano duró hasta el s. IX (coronación de Carlomagno), pero en la práctica hacía cientos de años que se su mitad occidental ya no existía como perteneciente a su territorio.
¿No parece esto similar a la crisis de la Iglesia?: Aún hay Papa (emperador de Oriente), pero ¿el clero le obedece en los hechos? ¿El Papa tiene poder real para exigir obediencia en los hechos? O, ¿más bien mandan los obispos y movimientos religiosos, muy distintos entre sí? (distintos reyes y caudillos europeos). La doctrina ¿es una como antes?, o, bajo el pretexto de la diversidad o de la interpretación subjetiva, ya no es una sola, cada movimiento cristiano tiene sus interpretaciones y énfasis particulares (realidades disímiles de los distintos reinos europeos, germanos, francos, visigodos, lombardos, etc.). ¿La misa es la misma que nutrió por 2000 años a la Iglesia, o se protestantizó para hacerla más comprensible y participativa (sic)?
Gustavo,
El punto culminante será el jueves 19 de noviembre en la hora vespertina en la que el sol inflama el ábside de San Pedro. Ese día hará su retorno solemne en la basílica, para dirigir una santa misa cantada, el más grande intérprete vivo de la escuela polifónica romana, la que desde Giovanni Pierluigi de Palestrina – definido por Giuseppe Verdi como "el padre eterno" de la música de Occidente – ha llegado hasta nuestros días.
Este intérprete de absoluta grandeza es Domenico Bartolucci, por décadas "maestro perpetuo" del coro de la Capilla Sixtina, el coro del Papa, y hoy, a los 93 años, todavía director palestriniano de milagrosa fuerza.
Bartolucci es testigo vivo de la prohibición de la música litúrgica de Occidente, pero también de su posible renacimiento. La última misa completa de Palestrina dirigida por él en San Pedro se remonta al lejano 1963. Su última dirección del coro de la Capilla Sixtina se remonta a 1997. Ese año fue brutalmente retirado, y sin él la Capilla decayó a niveles pobres.
http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1340985?sp=y
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