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Ofrecemos la traducción de la entrevista que Marco Politi realizó, para el diario La Repubblica, a Monseñor Albert Malcolm Ranjith, secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
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La señal ha sido clara. Primero en Corpus Christi en Roma, luego se ha visto en todo el mundo en Sidney. Benedicto XVI exige que, delante de él, la Comunión sea recibida de rodillas. Es una de las tantas cosas que ha recuperado este pontificado: el latín, la Misa tridentina, la celebración de espaldas a los fieles.
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El Papa Ratzinger tiene un plan y el monseñor srilankés Malcolm Ranjith, que el Pontífice ha querido junto a sí en el Vaticano como secretario de la Congregación para el Culto, lo delinea con eficacia.
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La atención a la liturgia, explica, tiene el objetivo de una “apertura a lo trascendente”. Por petición del Pontífice, preanuncia Ranjith, la Congregación para el Culto está preparando un Compendio Eucarístico para ayudar a los sacerdotes a “disponerse bien para la celebración de la adoración eucarística”.
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La Comunión de rodillas, ¿va en esta dirección?
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En la liturgia se siente la necesidad de reencontrar el sentido de lo sagrado, sobre todo en la celebración Eucarística. Porque nosotros creemos que lo que sucede sobre el altar va mucho más allá de lo que nos podemos imaginar humanamente. Y, por lo tanto, la fe de la Iglesia en la Presencia Real de Cristo en las especies Eucarísticas debe ser expresada a través de gestos adecuados y de comportamientos distintos a los de la cotidianidad.
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¿Marcando una discontinuidad?
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No estamos delante de un jefe político o un personaje de la sociedad moderna, sino delante de Dios. Cuando sobre el altar desciende la presencia del Dios eterno, debemos ponernos en la posición más adecuada para adorarlo. En mi cultura, en Sri Lanka, debemos postrarnos con la cabeza en el suelo como hacen los budistas y los musulmanes en oración.
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La Hostia en la mano, ¿disminuye el sentido de trascendencia de la Eucaristía?
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En cierto sentido, sí. Expone al que comulga a sentirla casi como un pan normal. El Santo Padre habla a menudo de la necesidad de salvaguardar el sentido de la “alteridad” en cada expresión de la liturgia. El gesto de tomar la Sagrada Hostia y, en lugar de recibirla, ponerla en la boca nosotros mismos, reduce el profundo significado de la Comunión.
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¿Se quiere contrarrestar una banalización de la Misa?
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En algunos lugares se ha perdido el sentido de lo eterno, lo sagrado o celestial. Hubo una tendencia de poner al hombre en el centro de la celebración y no al Señor. Pero el Concilio Vaticano II habla claramente de la liturgia como actio Dei, actio Christi. En lugar de ello, en ciertos círculos litúrgicos, ya sea por ideología o por un cierto intelectualismo, se ha difundido la idea de una liturgia adaptable a diversas situaciones, en la que se debe dar espacio a la creatividad para que sea accesible y aceptable para todos. Luego están también los que han introducido innovaciones sin siquiera respetar el sensus fidei y los sentimientos espirituales de los fieles.
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A veces, incluso obispos empuñan el micrófono y se dirigen a sus oyentes con preguntas y respuestas…
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El peligro moderno es que el sacerdote piense que él es el centro de la acción. De este modo, el rito puede tomar el aspecto de un teatro o de la performance de un presentador televisivo. El celebrante ve a la gente que lo mira a él como punto de referencia y se corre el riesgo de que, para tener el mayor éxito posible con el público, invente gestos y expresiones como si fuera el protagonista.
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¿Cuál sería la actitud correcta?
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Cuando el sacerdote sabe que no está él en el centro sino Cristo. Respetar la liturgia y sus reglas, en humilde servicio al Señor y a la Iglesia, como algo recibido y no inventado, significa dejar más espacio al Señor para que, a través del instrumento del sacerdote, pueda estimular la conciencia de los fieles.
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¿También son desviaciones las homilías pronunciadas por laicos?
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Sí. Porque la homilía, como dice el Santo Padre, es el modo en que la Revelación y la gran tradición de la Iglesia es explicada para que la Palabra de Dios inspire la vida de los fieles en sus elecciones cotidianas y haga a la celebración litúrgica rica en frutos espirituales. Y la tradición litúrgica de la Iglesia reserva la homilía al celebrante. A los obispos, a los sacerdotes y a los diáconos. Pero no a los laicos.
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¿Absolutamente no?
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No porque ellos no sean capaces de hacer una reflexión sino porque en la liturgia deben ser respetados los roles. Existe, como decía el Concilio, una diferencia “en esencia y no sólo en grado” entre el sacerdocio común de todos los bautizados y el de los sacerdotes.
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Hace algún tiempo, el Cardenal Ratzinger se lamentaba de la pérdida del sentido del misterio en los ritos.
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A menudo, la reforma conciliar ha sido interpretada o considerada de un modo no del todo conforme al espíritu del Vaticano II. El Santo Padre define esta tendencia como el anti-espíritu del Concilio.
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A un año de la plena reintroducción de la Misa Tridentina, ¿cuál es el balance?
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La Misa Tridentina tiene en su interior valores profundos que reflejan toda la tradición de la Iglesia. Hay más respeto hacia lo sagrado a través de los gestos, las genuflexiones, los silencios. Hay más espacio reservado a la reflexión sobre la acción del Señor y también a la devoción personal del celebrante, que ofrece el sacrificio no sólo por los fieles sino también por sus propios pecados y su propia salvación. Algunos elementos importantes del antiguo rito pueden ayudar también a la reflexión sobre el modo de celebrar el Novus Ordo. Estamos en medio de un camino.
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En el futuro, ¿ve un rito que tome lo mejor del antiguo y del nuevo?
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Puede darse… yo quizás no lo veré. Pienso que en las próximas décadas se llegará a una valoración global del rito antiguo y del nuevo, salvaguardando lo eterno y sobrenatural que ocurre sobre el altar y reduciendo todo protagonismo para dejar espacio al contacto efectivo entre los fieles y el Señor a través de la figura, no predominante, del sacerdote.
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¿Con posiciones alternadas del celebrante? ¿Cuándo el sacerdote estaría vuelto hacia el ábside?
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Se podría pensar en el ofertorio, cuando las ofrendas son llevadas al altar, y desde ese momento hasta el fin de la plegaria eucarística, que representa el momento culminante de la "trans-substantiatio" y la "communio”.
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Desorienta a los fieles que el sacerdote esté de espaldas a ellos…
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Es un error hablar así. Al contrario, se dirige al Señor junto con el pueblo. El Santo Padre en su libro “El espíritu del Concilio” ha explicado que cuando nos sentamos alrededor mirando cada uno la cara del otro, se forma un círculo cerrado. Pero cuando el sacerdote y los fieles miran juntos hacia el Oriente, hacia el Señor que viene, es un modo de abrirse a lo eterno.
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¿En esta visión se inserta también la recuperación del latín?
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No me gusta la palabra recuperar. Estamos implementando el Concilio Vaticano II que afirma explícitamente que el uso de la lengua latina, salvo el derecho particular, debe ser conservado en los ritos latinos. Entonces, incluso si se ha dado espacio a la introducción de las lenguas vernáculas, el latín no ha sido abandonado completamente. El uso de una lengua sagrada es tradición en todo el mundo. En el Hinduismo la lengua de oración es el sánscrito, que ya no está en uso. En el Budismo se usa el Pali, lengua que hoy sólo los monjes budistas estudian. En el Islam se emplea el árabe del Corán. El uso de una lengua sagrada nos ayuda a vivir la sensación de la alteridad.
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¿El latín como lengua sagrada en la Iglesia?
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Por supuesto. El Santo Padre mismo dice en la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, 62: “Para expresar mejor la unidad y universalidad de la Iglesia, quisiera recomendar lo que ha sugerido el Sínodo de los Obispos, en sintonía con las normas del Concilio Vaticano II: exceptuadas las lecturas, la homilía y la oración de los fieles, sería bueno que dichas celebraciones fueran en latín”. Por supuesto, durante los encuentros internacionales.
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Dando nueva fuerza a la liturgia, ¿qué es lo que quiere lograr Benedicto XVI?
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El Papa quiere ofrecer la posibilidad de acceso a la maravilla de la vida en Cristo, una vida que viviéndola aquí sobre la tierra nos hace sentir la libertad y la eternidad de los hijos de Dios. Y este tipo de experiencia se vive fuertemente a través de una auténtica renovación de la fe, la cual supone pregustar de las realidades celestiales en la liturgia que se cree, se celebra y se vive. La Iglesia es, y debe ser, el instrumento válido y el camino para esta experiencia liberadora. Y su liturgia es la que hace posible estimular tal experiencia en sus fieles
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