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Presentamos nuestra traducción de una reflexión que el Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, ha escrito a cinco años de la importante Carta del Santo Padre Benedicto XVI a los católicos chinos, la cual nunca ha recibido una respuesta por parte de las autoridades de la República Popular China. La reflexión del purpurado hace un balance de la compleja situación actual de la Iglesia en China y ofrece algunas propuestas concretas para el futuro.
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El 2007 representa un año clave para la Santa Sede respecto a China: diez años antes, Hong Kong había vuelto bajo la soberanía de Pekín y treinta años antes (1977), Deng Xiaoping había abierto China. Por algunos años (1992-2001) yo he vivido en Hong Kong ocupándome de la Iglesia de aquel país que salía de largas y dramáticas persecuciones. Por razones de oficio, algunas veces he viajado a Pekín, encontrando favorables impresiones sobre el desarrollo económico de la nación. También para el futuro de la Iglesia se nutrían esperanzas: su historia de sufrimiento y de fidelidad, con sus confesores y mártires, provocaban una extraordinaria fascinación. Parecía que ya no pudiese sufrir más de lo que ya había sufrido, especialmente durante la Revolución Cultural (1966-1976). Sin embargo, los problemas, tanto internos a la Iglesia como en las relaciones con el Estado, eran enormes.
También entre China y la Santa Sede había grandes dificultades: históricas, culturales, políticas, de comprensión recíproca y de valoración de las cuestiones. Juan Pablo II había muerto en el 2005 con el deseo de visitar China y dejando una rica herencia de amor apasionado por la Iglesia en China, de atención paternal por quien se había alejado de la comunión plena con el Sucesor de Pedro, de vivo aprecio y de sentimientos de amistad por el pueblo chino. Yo fui testigo directo de esto en no pocas ocasiones. En el 2007, Benedicto XVI, examinando a fondo el status quo, consideró que los tiempos para las relaciones entre China y la Santa Sede eran objetivamente lejanos y por eso se necesitaba trabajar para allanar el camino. La primera tarea era manifestar públicamente cuál era la actitud de la Santa Sede frente a la compleja situación de la Iglesia en China, luego cuál debía ser la actitud que se esperaba internamente de la Iglesia china y en las relaciones con el Estado, y finalmente qué actitud tenía la Santa Sede respecto al Estado chino.
En este contexto nació y fue preparada la Carta a los Obispos, a los presbíteros, a las personas consagradas y a los fieles laicos de la Iglesia Católica en la República Popular China, publicada el 27 de mayo de 2007.
La Santa Sede y la compleja situación de la Iglesia en China
Después de años de estudio, la Santa Sede tenía la clara percepción de que la Iglesia en China, en su conjunto, no había sido nunca cismática. Cuando estuve en Hong Kong usaba una analogía para describir lo que había ocurrido. Desde su comienzo histórico, la evangelización en China había tenido lugar en fidelidad al Evangelio. Cristo era su única fuente y la Iglesia que de allí había nacido fluía como un río de agua límpida, a pesar de las vueltas y revueltas por los accidentes del terreno, es decir, de la historia. Un terremoto político que comenzó en 1950 alteró la vida. Por eso, una parte de las aguas comenzó a fluir bajo tierra, y otra parte continuó fluyendo en la superficie. Sucedió, por lo tanto, que una parte de la Iglesia no aceptó los compromisos y el control político, la otra los aceptó por cálculo existencial. Nos preguntábamos: ¿volverían esas aguas a fluir juntas, libre y abiertamente? Ciertamente en el Corazón de Cristo, mar infinito de Misericordia, allí habría una común conclusión. Pero en el curso de la historia, ¿sería posible que la Iglesia en China se presentase de nuevo visiblemente unida?
El objetivo de la Carta del Papa Benedicto XVI, como ya se dice en el parágrafo 2, es ofrecer orientaciones respecto a la vida de la Iglesia y a la obra de evangelización en China. Por lo tanto, no tiene un principal objetivo político. Según el Papa, de hecho, la Iglesia en China debería reencontrar en sí misma la voluntad y las energías para proceder hacia la reconciliación. Se necesitaba, por lo tanto, eliminar prejuicios e interferencias, divisiones y conspiraciones, odio y ambigüedad. Por eso era necesario comenzar un proceso de verdad, de confianza, de purificación y de perdón.
Los sujetos interesados eran: la así llamada Iglesia “clandestina”, o sea, no oficialmente reconocida por las autoridades civiles, y la así llamada Iglesia “patriótica”, o sea, oficialmente reconocida por las autoridades civiles. Pero estaban también la Sede Apostólica y las autoridades de Pekín.
Estos sujetos, de hecho, interactuaban creando una multiplicidad de relaciones abiertas y escondidas, prudentes e imprudentes, violentas y cautas.
Por lo tanto, ¿la reconciliación no habría sido nunca posible sin, al mismo tiempo, un diálogo entre la Santa Sede y Pekín?
El diálogo entre las las dos “corrientes”
A primera vista, hay que reconocer que lo auspiciado en la Carta del Papa ha conocido dificultades. Esto fue causado por las presiones externas sobre la misma Iglesia, pero también por las incomprensiones entre las dos “corrientes”. Décadas de separación han cavado surcos y elevado muros, de modo que las profundas heridas internas a la Iglesia están todavía presentes.
Se sabe, sin embargo, que el diálogo tiene como presupuesto la búsqueda de la verdad y como fin el perdón y la reconciliación. Si el Papa escribe que la solución de los problemas existentes no puede ser perseguida a través de un conflicto permanente, esto debe ser tomado en consideración por las dos “corrientes” de la Iglesia en China. Por lo tanto, el punto muerto puede ser superado por ambas “corrientes” en la fidelidad y en la obediencia al Sucesor de Pedro, principio y fundamento perpetuo y visible de la fe y de la comunión
(cf. Conc. Vat. II, Lumen gentium, 18).
El diálogo entre la Santa Sede y las autoridades chinas
La Carta de Benedicto XVI a la Iglesia en China se abre con la declaración, pública y clara, de que la Santa Sede está dispuesta a un diálogo respetuoso y constructivo con las autoridades de Pekín, subrayando que la solución de los problemas existentes no puede ser buscada a través de un conflicto permanente (n.4). Esta manifestación abierta de buena voluntad y de disponibilidad nunca ha faltado. Ciertamente el proceder de la Sede Apostólica y de un país grande y en evolución como China puede ser diverso, pero nos preguntamos: ¿se debe esperar para siempre?
Por su parte, ¿bajo qué condiciones la Santa Sede accede al diálogo (no sólo con China, sino con todos los países del mundo)? Supuestos algunas preliminares como la confianza recíproca, la igual dignidad, la voluntad clara de acceder y de proseguir también en las dificultades, la Santa Sede pone los propios parámetros de referencia en las características queridas para la Iglesia por su Fundador: la unidad, incluida la de los Obispos entre ellos y con el Papa; la santidad, incluyendo la dignidad y la idoneidad de sus pastores; la catolicidad, es decir, la universalidad; la totalidad y la integridad de la fe; y la apostolicidad, en relación a su origen y estructura. La Santa Sede es consciente de que tales características son encarnadas y vividas en el contexto concreto de cada pueblo, transformando íntimamente los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo. Por eso la Iglesia en China, así como en otros países, tendrá expresiones particulares, que permitan a sus fieles ser y sentirse plenamente católicos y plenamente chinos.
Es con referencia a tales características que se han manifestado los altibajos en estos cinco años desde la publicación de la Carta de Benedicto XVI a los católicos chinos. Por cuestiones de brevedad, podría identificar tres recientes obstáculos surgidos en el camino entre la Santa Sede y las Autoridades chinas:
1. La VIII Asamblea Nacional de los Representantes Católicos, organizada por las autoridades de Pekín en el 2010, ha incrementado el control del Estado sobre la Iglesia y en particular la política de las tres autonomías. Luego ha habido un encarnizamiento hacia el clero llamado “clandestino” para que adhiriese a la Asociación Patriótica, una institución puesta al control de la Iglesia en China con el fin de hacerla independiente de la catolicidad y del Papa. A su vez, la misma Asociación ha incrementando el propio control también sobre la comunidad llamada “oficial”, es decir, sobre los propios obispos, clero, lugares de culto, finanzas, seminarios (por ejemplo, un oficial del gobierno había sido nombrado vice-rector del Seminario Mayor de Shijiazhuang, induciendo a los seminaristas a la huelga y la protesta).
2. El control riguroso sobre los nombramientos de los Obispos ha llevado a la elección de candidatos a menudo discutibles, cuando no moralmente y pastoralmente inaceptables, si bien gratos a las autoridades políticas; nombramientos luego edulcorados con la elección que a menudo los participantes, con cartas y en otras formas, se han apresurado a contestar por serias razones.
3. Las consagraciones episcopales, tanto legítimas como ilegítimas, han sido forzadas a través de la intromisión en los ritos de obispos ilegítimos, creando dramáticas crisis de conciencia, tanto en los obispos consagrados como en los obispos consagrantes.
Tal vez algunas reacciones de la Santa Sede no han sido bien acogidas porque no se entendieron o porque no se tuvo presente que estaban dictadas por la preocupación de permanecer fieles a determinados valores, que pertenecen a la doctrina y a la tradición de la Iglesia y, por lo tanto, garantizan su misma identidad. En cambio, en la raíz de todas estas intervenciones, ha habido siempre un sincero y profundo respeto por los católicos chinos.
La Iglesia china y el Estado
En el contexto de la misión que ha recibido de Cristo, la Iglesia en China reivindica la libertad de cumplir la propia misión, sin interferencias civiles y en el respeto tanto de las leyes del Estado como de los principios de verdad, de justicia y de colaboración. Una vez, un anciano sacerdote chino me decía: “¡A nosotros, los católicos en China, se nos concede sólo la libertad del pájaro en la jaula!”. La Iglesia en China, en verdad, no pide privilegios, ni intenta ponerse en el lugar del Estado, como tampoco quiere identificarse de ningún modo con la comunidad política, siendo ellas, Iglesia y comunidad política, recíprocamente autónomas; de buen grado, en cambio, la Iglesia ofrece su propia contribución al bien común.
En concreto, la situación sigue siendo grave. Algunos obispos y sacerdotes están segregados o privados de la libertad, como recientemente ha ocurrido en el caso del obispo Ma Daqin de Shanghai por haber declarado su voluntad de dedicarse al ministerio pastoral a tiempo pleno, deponiendo cargos que, por otro lado, no son tampoco competencia de un Pastor. El control sobre las personas y sobre las instituciones ha crecido y se recurre cada vez más fácilmente a sesiones de adoctrinamiento y a presiones.
Ante la ausencia de libertad religiosa o en presencia de fuertes límites, ¿no le corresponde a toda la Iglesia defender los legítimos derechos de los fieles chinos y en primer lugar a la Santa Sede dar voz a quien no la tiene?
A cinco años del documento pontificio, ¿es posible aún tener esperanza?
Los intentos de diálogo que se han dado entre Roma y Pekín han mostrado grandes límites. Un diálogo sincero y respetuoso, abierto y leal, como ha pedido el Papa en la carta, es deseable y requiere contactos directos y estables entre las dos partes. Los resultados que se habían auspiciado en más de veinte años de contacto, de hecho, han faltado, mientras que no han faltado noticias incompletas o erradas, incomprensiones, acusaciones y rigideces.
Nos preguntamos: ¿no ha llegado tal vez el tiempo de pensar en un nuevo modo de dialogar, también más abierta y a un nivel más equivalente, donde ya no sea posible que intereses particulares socaven las voluntades, la confianza y la estima recíproca? La Santa Sede tiene un diálogo abierto y franco con muchos países. Por ejemplo, la Santa Sede y Vietnam han encontrado un modus operandi et progrediendi. También Pekín y Taipei tienen Comisiones estables de altísimo nivel para tratar cuestiones de interés recíproco. ¿No es posible esperar un adecuado y sincero diálogo con China?
China es un gran país y los chinos están por todas partes. Desde que, en 1978, ha comenzado a abrirse a la realidad mundial, ¡cuántos sacerdotes, clérigos, religiosos, religiosas y laicos se han formado en los seminarios y en los institutos católicos de todo el mundo! ¿Acaso alguna vez se les ha pedido que renuncien a su identidad nacional? ¿Acaso han sido forzados a seguir una fe contra su conciencia? Si los migrantes chinos piden el bautismo (y no son pocos), ¿no gozan de los mismos derechos que los otros bautizados? Y en un mundo que se abre y se interrelaciona cada vez más, ¿se puede pensar en un aislamiento de los católicos chinos sólo porque viven en su país?
¡Cuántas veces he hablado con amigos chinos que me comentan su orgullo de pertenecer al propio país, pero que se sienten humillados en cuanto católicos en su propia casa, mientras que son muy estimados y apreciados en otras partes! ¿Pueden las Autoridades chinas ser insensibles al grito de tantos conciudadanos? Incluso señales que, en estos cinco años, han generado positivas expectativas, se han debilitado; pienso, por ejemplo, en el majestuoso concierto ofrecido al Papa por la Orquesta Filarmónica China y por el Coro de la Obra de Shanghai (2008), iniciativa que, de todos modos, sigue siendo histórica y totalmente positiva.
Una mejor comprensión de la Carta a los católicos chinos
La Carta del Papa al clero y a los fieles chinos sigue siendo válida. Los acontecimientos de estos cinco años en la Iglesia en China han reiterado su valor, oportunidad y actualidad. Después de incertidumbres, dudas, miedos y restricciones que han retrasado su conocimiento y comprensión, ahora se abre un tiempo en que el documento pontificio puede ser mejor comprendido, puede representar un punto de partida para el diálogo en la Iglesia en China y puede estimular el diálogo entre la Santa Sede y el Gobierno de Pekín. El Papa Benedicto XVI espera que se realice pronto el deseo de su venerado Predecesor, Juan Pablo II, quien ya una década atrás había declarado: “No es un misterio para nadie que la Santa Sede, en nombre de toda la Iglesia católica y, según creo, en beneficio de toda la humanidad, desea la apertura de un espacio de diálogo con las Autoridades de la República Popular China, en el cual, superadas las incomprensiones del pasado, puedan trabajar juntas por el bien del pueblo chino y por la paz en el mundo” (Carta, n. 4). Por lo tanto, un diálogo que manifieste el debido aprecio por los católicos chinos, hijos fieles de su Pueblo, y produzca frutos de armonía y de paz, que van más allá del bien de la Santa Sede y de la Iglesia.
La Carta, de todos modos, sigue siendo un documento de carácter prevalentemente religioso y sirve para allanar el camino a la reconciliación en la verdad y sin ambigüedad en la Iglesia en China.
El documento pontificio, por lo tanto, me parece todavía un admirable punto de referencia que pone bien en evidencia la pasión del Papa por la verdad, la justicia política y el amor por su pueblo. Pero es también un texto en el que se conjugan la doctrina católica, la visión política y el bien común. Espera una respuesta.
22 de octubre de 2012
Card. Fernando Filoni
Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos
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Fuente: AsiaNews
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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