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La revista 30Giorni, en su último número, ha publicado una interesante entrevista al nuevo cardenal John Tong Hon, obispo de Hong Kong, cuya traducción ofrecemos. Se trata del séptimo cardenal chino en la historia de la Iglesia y está ahora llamado a ofrecer con más intensidad y autoridad su contribución de consejos y valoraciones respecto a la crucial cuestión de las relaciones entre la Santa Sede, la Iglesia de China y el gobierno comunista de esa gran nación. En la reunión de los cardenales celebrada el día anterior al Consistorio, Mons. Tong Hon pronunció ante Benedicto XVI y el Sacro Colegio Cardenalicio una intervención sobre la realidad de la Iglesia Católica en China.
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Usted ahora es obispo y cardenal. Pero si se mira su biografía, se ve que sus padres no provenían de familias cristianas. Ninguno de sus abuelos estaba bautizado.
Es así. Fue mi madre la primera que tuvo la ocasión de entrar en contacto con la fe católica. Ella, siendo joven, asistía a la escuela secundaria de las hermanas canosianas, donde había muchas religiosas italianas. Una vez se encontró también con el nuncio en China, que visitaba su escuela: las hermanas la habían elegido precisamente a ella para ofrecer un homenaje de flores al representante del Papa. Y ella estaba muy orgullosa de esto. Había comenzado a estudiar el catecismo, pero sin recibir de inmediato el bautismo, porque en su familia no había ningún católico. Se hizo bautizar sólo después de la segunda guerra mundial, cuando yo ya había nacido y tenía seis años.
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Los años de su infancia eran años tremendos…
Cuando los japoneses conquistaron Hong Kong, huimos a Macao. Luego yo fui confiado al cuidado de mi abuela paterna, que vivía en un pueblo de Guangdong. Sólo al final de la guerra pude reunirme nuevamente con mis padres en Cantón. Eran los años de la guerra civil. Comunistas y nacionalistas combatían en el norte. Mientras a las provincias del sur llegaban los refugiados y los soldados heridos. Los misioneros americanos que estaban en Cantón acogían y ayudaban a todos aquellos que tenían necesidad, independientemente de la parte a la que pertenecían. También mi madre y yo colaborábamos en la distribución de ayudas para los sobrevivientes y refugiados. Mirando el testimonio de mi párroco Bernard Meyer y de sus hermanos misioneros de Maryknoll, comencé a pensar que también yo, de grande, podría convertirme en sacerdote.
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Usted pudo estudiar en Roma precisamente durante los años del Concilio Vaticano II.
El Concilio me ayudó mucho a ampliar la mirada. Fui ordenado sacerdote pocas semanas después de la clausura del Concilio. La clase de diáconos de la Pontificia Universidad Urbaniana a la que yo pertenecía fue seleccionado para recibir la ordenación sacerdotal de manos del Papa Pablo VI, el día de la Epifanía de 1966.
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Casi medio siglo después, en el último Consistorio, usted ha realizado una intervención frente al Sacro Colegio para explicar la condición de la Iglesia en China. ¿Qué ha dicho a sus hermanos cardenales?
Para describir la situación en China he usado tres palabras. La primera es wonderful, sorprendente. Es un hecho sorprendente que en las últimas décadas la Iglesia en China haya crecido y continúe creciendo, aún si es sometida a tantas presiones y restricciones. Esto es un dato objetivo, se puede constatar también con los números. En 1949 los católicos en China eran 3 millones; ahora son, al menos, 12 millones. En 1980, después de iniciada la reapertura querida por Den Xiaoping, los sacerdotes eran 1.300. Ahora son 3500. Y luego hay 50000 religiosas, dos tercios de las cuales pertenecen a las comunidades registradas ante el gobierno. Y también 1400 seminaristas, de los cuales 1000 se están formando en los seminarios financiados por el gobierno. Hay diez seminarios mayores reconocidos por el gobierno y seis estructuras similares vinculadas a las comunidades clandestinas. Desde 1980 hasta hoy han sido ordenados 3000 nuevos sacerdotes, y han emitido sus votos 4500 religiosas. El 90 por ciento de los sacerdotes tiene una edad comprendida entre los veinticinco y los cincuenta años.
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Por lo tanto, ¿todo está bien?
La segunda palabra con la que he descrito la situación de la Iglesia en China ha sido la palabra difficult, difícil. Y la prueba mas difícil que la Iglesia debe afrontar es el control impuesto sobre la vida eclesial por el gobierno a través de la Asociación patriótica de los católicos chinos (AP). He citado una carta que me envió un obispo muy respetado de China continental, que escribió: “En todo país socialista, el gobierno recurre al mismo método, usando algunos cristianos en palabras para dar vida a organizaciones ajenas a las estructuras propias de la Iglesia, a la confía el control de la Iglesia misma”. La Asociación Patriótica es un ejemplo de este modus operandi. Y en la Carta del Papa a los católicos chinos, publicada en junio de 2007, está escrito que estos organismos son incompatibles con la doctrina católica. Lo hemos visto de nuevo en las ordenaciones episcopales ilegítimas impuestas a la Iglesia entre el 2010 y el 2011.
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¿Pero por qué la superpotencia china siente todavía la necesidad de tener la vida de la Iglesia bajo un control tan estricto?
Según los análisis de Kwun Ping-hung – el conocido estudioso de Hong Kong que ha sido también consejero del último gobernador británico Chris Patten -, hay diversas razones. Los regímenes comunistas temen la competición de la religión en el influenciar las mentes de las personas, sus ideas, y eventualmente sus acciones. Se dan cuenta de que las religiosas no están desapareciendo del horizonte de las sociedades humanas, y que más bien el número de los seguidores de las religiones va en aumento. Y después del 11 de septiembre la inquietud ha crecido, ya que se ha visto de nuevo que las ideas religiosas pueden incluso empujar a hacer la guerra. Finalmente, los nuevos líderes que se preparan para entrar en los cargos en el 2012 en este momento deben demostrar que son leales comunistas.
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Como claramente ha escrito el Papa en su Carta a los católicos chinos, “la Iglesia católica que está en China no tiene la misión de cambiar la estructura o la administración del Estado sino, más bien, la de anunciar a Cristo los hombres”. ¿Cómo es posible que el gobierno de una nación poderosa como China tenga miedo de las interferencias políticas del Vaticano?
Vivimos en sociedad y nuestra vida real tiene que ver que necesariamente con la dimensión política. Pero sin duda la Iglesia no es una entidad política. No es precisamente problema nuestro el cambio de los sistemas políticos. Y, por otro lado, en nuestro caso, sería algo totalmente imposible.
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Volvamos a su intervención en el Consistorio. ¿Cuál ha sido su tercera palabra?
La tercera palabra que he utilizado para describir la condición de la Iglesia en China es possible, posible. Para hacer comprender el motivo de tal opción, he leído otros pasajes de la carta del obispo ya citada. Aquel obispo se decía sereno y confiado respecto al presente, también porque miraba los problemas actuales a partir de las experiencias por él vividas en las tempestuosas décadas de la persecución, entre 1951 y 1979. Él, en aquellas duras pruebas pasadas, había podido experimentar que todo está en las manos de Dios. Y Dios puede disponer las cosas de modo que también las dificultades puedan finalmente concurrir al bien de la Iglesia. De este modo vemos que, de por sí, el aumento de los controles no provoca que se apague la fe. Más bien puede ocurrir que el efecto sea el de hacer crecer la unidad en la Iglesia. Así el futuro puede aparecer también luminoso. Y nosotros podemos esperar con confianza la gracia de Dios. Tal vez la solución de ciertos problemas no ocurrirá mañana. Pero tampoco habrá que esperar un tiempo demasiado lejano.
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Algunos dicen que en el tratamiento de los problemas hay que elegir entre dos caminos alternativos: o el camino del diálogo, o el camino de la defensa de los principios. Pero, en su opinión, ¿las dos cosas son realmente incompatibles?
Yo, por mi parte, estoy tratando de ser moderado. Es preferible ser pacientes y abiertos al diálogo con todos, también con los comunistas. Estoy convencido de que, sin diálogo, ningún problema puede ser realmente resuelto. Pero mientras nosotros dialogamos con todos, debemos al mismo tiempo mantener firmes nuestros principios, sin sacrificarlos. Esto quiere decir que, por ejemplo, un nuevo obispo puede aceptar la ordenación episcopal sólo si cuenta con el consenso del Papa. A esto no podemos renunciar. Forma parte de nuestro Credo, en el cual confesamos la Iglesia como una, santa, católica y apostólica. Y luego también la defensa de la vida, los derechos inviolables de la persona, la indisolubilidad del matrimonio… No podemos renunciar a las verdades de fe y de moral tal como son expuestas en el Catecismo de la Iglesia Católica.
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A veces se tiene la impresión de que algunos ambientes católicos de Hong Kong tienen la tarea de “medir” el grado de catolicidad de la Iglesia en China. ¿Es esta la misión de la Iglesia en Hong Kong?
La fe no viene de nosotros. Viene siempre de Jesús. Y nosotros no somos los controladores y los jueces de la fe de nuestros hermanos. Nosotros somos simplemente una diócesis hermana respecto a las diócesis que están en el continente. De este modo, si ellos quieren, nosotros estamos felices de compartir con ellos nuestro camino y nuestro trabajo pastoral. Y si ellos están en situaciones más difíciles, mientras nosotros gozamos de una mayor libertad, nuestro intento es solamente el tratar de favorecerlos. Rezando para que todos puedan mantener la fe, incluso con las presiones a las que son sometidos.
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En ciertos comentarios, una amplia área eclesial en China es siempre descrita como si estuviese en los márgenes de la fidelidad a la Iglesia. Al mismo tiempo, se reconoce la gran devoción de los católicos chinos. ¿Cómo van juntas las dos cosas?
No me parece nunca apropiado hablar de China, que es tan grande, de manera tan omnicomprensiva como genérica. No me convencen las afirmaciones según las cuales “en China la fe es fuerte”, y tampoco aquellas que enfatizan lo contrario. Todo depende de las personas. Hay muchos buenos testigos de la fe, que ofrecen su vida y también sus sufrimientos a Jesús. Y luego hay también algunas personas que, empujadas por la presión del ambiente, sacrifican los principios. Son sólo algunos. Por ejemplo, aquellos sacerdotes que han aceptado recibir la ordenación episcopal sin tener la aprobación del Papa. Esto no puede estar bien, y nosotros debemos decirlo.
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Precisamente sobre los jóvenes obispos se concentra la atención de muchos. Según algunos, serían frágiles, y entre sus filas habría también algunos oportunistas. ¿Qué hacer con ellos? ¿Aislarlos? ¿Condenarlos? ¿Justificarlos siempre y a pesar de todo?
No, no, ningún aislamiento. En primer lugar, rezamos por ellos. También por aquellos que han cometido errores evidentes. Y si alguno allí puede acercarse, y puede ser su amigo, que los exhorte a reconocer lo que ha habido de incorrecto en sus opciones. Y también a mandar una carta a las autoridades para explicar cómo han ocurrido las cosas y eventualmente pedir perdón. Esta es sencillamente una forma de corrección fraterna.
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Las divisiones entre los dos grupos de católicos, los llamados “oficiales” y los llamados “clandestinos”, ¿tienen como único factor desencadenante las presiones y las sumisiones impuestas por el gobierno?
Lamentablemente no. Hay muchas otras razones.
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También en China crece el fenómeno de los sitios de internet que atacan con argumentos doctrinales y morales a los católicos – comenzando por los obispos – acusados de haber traicionado la fe y la Iglesia por oportunismo o cobardía, cediendo a las ilícitas pretensiones del régimen. ¿Usted qué piensa de esto?
Pienso que la corrección fraterna de la que hablaba antes se hace con el diálogo, no con los ataques a través de internet.
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Las dificultades vividas por la Iglesia en China implican el vínculo de comunión con el Obispo de Roma. Con el pasar del tiempo, ¿usted ve el peligro de que tal vínculo sea percibido con menor intensidad entre el clero y entre los fieles?
En China sigo notando una gran devoción por el Papa. Aman al Santo Padre, esto es seguro. Están bajo presión en este punto. Son obstaculizados en su deseo de tener contactos normales con el Sucesor de Pedro. Y también por este motivo su deseo se hace más fuerte. Diría que es casi natural.
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Quisiera hacerle una pregunta sobre algo ocurrido bastante tiempo atrás. ¿Es cierto, Eminencia, que usted estaba presente en la ordenación episcopal del obispo Aloysius Jin Luxian, ocurrida veintisiete años atrás?
Sí, estuve presente en aquella Misa. Era 1985. Yo entonces era un sacerdote de la diócesis de Hong Kong y desde 1980 dirigía el Holy Spirit Study Centre [el autorizado centro de investigación sobre la vida de la Iglesia en China]. Jin me pidió que estuviese presente. Quería tener mi apoyo en ese momento. Me había dicho que estuvo en prisión, que quería conservar su fe y su comunión con la Iglesia universal y que mandaría cartas a Roma para reiterar su sumisión a la Sede Apostólica y al primado del Papa. Decía haber ponderado todo en conciencia, y que en ese momento histórico le parecía que no había otro camino más que aceptar la ordenación episcopal. Dadas las circunstancias, le parecía una opción obligada para que siguiera adelante la diócesis de Shanghai y salvar el seminario. Siete años atrás la Santa Sede acogió sus pedidos y lo reconoció como obispo legítimo de Shanghai. Pero estas son cosas pasadas. Ahora hay que mirar hacia el futuro…
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Precisamente mirando al presente y al futuro, ¿qué ha aprendido de las experiencias de aquellos tiempos?
He aprendido que time can prove, el tiempo puede dar cuenta de las cosas. Ciertas veces sólo a largo plazo se puede reconocer si algo era correcto o equivocado, si una opción estaba dictada por buenas razones o no. En la inmediatez transitoria del momento no se puede juzgar claramente cómo están las cosas. Pero a largo plazo se ve si al menos la intención del corazón era buena. A veces en China las situaciones son complicadas. Las personas se encuentran sometidas a presión, no hay con quien hablar. Pero si se hacen las opciones teniendo en el corazón el amor a Jesús y a la Iglesia, finalmente la recta intención, a largo plazo, puede ser verificada por todos.
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¿Y esto qué implica en relación a las situaciones controvertidas en las que está involucrada la catolicidad china?
No hay que fijarse en cada punto individual, no se puede estar revisando cada decisión y pretender que cada gesto y cada opción realizada por los miembros de la Iglesia en China sean siempre perfectos, en cada instante y en cada situación. Somos seres humanos, ¡somos seres humanos! Todos nosotros nos equivocamos y caemos muchas veces a lo largo del camino. Pero luego se puede pedir perdón. Si, en cambio, cada error es aislado y se convierte en motivo de condena sin apelación, ¿quién puede salvarse? Es a largo plazo que se ve si un sacerdote o un obispo tienen en el corazón un buen propósito. Se ve si aquello que hacen lo hacen, aún con todos sus errores humanos, por amor a Dios, a la Iglesia y al pueblo. Esto es importante: descubrir que las personas perseveran en la fidelidad porque están movidas por el amor de Jesús, incluso en las situaciones difíciles. Al final todos lo verán. Y ciertamente lo ve Dios, que escruta el corazón de cada hombre.
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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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