lunes, 29 de noviembre de 2010

Noble sencillez no es pobreza litúrgica

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Presentamos nuestra traducción de un artículo, publicado en la edición italiana de Zenit bajo el título “La noble sencillez de las vestiduras litúrgicas”, del Padre Uwe Michael Lang, oficial de la Congregación para el Culto Divino y consultor de la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.

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La tradición sapiencial bíblica aclama a Dios como “el mismo autor de la belleza” (Sab. 13,3), glorificándolo por la grandeza y la belleza de las obras de la creación. El pensamiento cristiano, inspirándose sobre todo en la Sagrada Escritura, pero también en la filosofía clásica como auxiliar, ha desarrollado la concepción de la belleza como categoría teológica.


Esta enseñanza resuena en la homilía del Santo Padre Benedicto XVI durante la Santa Misa con dedicación de la iglesia de la Sagrada Familia en Barcelona (7 de noviembre de 2010): “La belleza es también reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo”. La belleza divina se manifiesta de modo totalmente particular en la sagrada liturgia, también a través de las cosas materiales de las que el hombre, hecho de alma y cuerpo, tiene necesidad para alcanzar las realidades espirituales: el edificio del culto, los utensilios, las vestiduras, las imágenes, la música, la dignidad de las ceremonias mismas.


Debe releerse al respecto el quinto capítulo sobre el “Decoro de la celebración litúrgica” en la última encíclica del Papa Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia (17 de abril de 2003), donde él afirma que Cristo mismo ha querido un ambiente digno y decoroso para la última cena, pidiendo a los discípulos que la prepararan en la casa de un amigo que tenía una “sala grande y adornada” (Lc 22,12; cf. Mc 14,15). La encíclica recuerda también la unctio de Betania, un evento significativo que preludia la institución de la Eucaristía (cf. Mt 26; Mc 14; Jn 12). Frente a la protesta de Judas de que la unción con el perfume precioso constituye un “derroche” inaceptable, dadas las necesidades de los pobres, Jesús, sin disminuir la obligación de la caridad concreta hacia los necesitados, declara su gran aprecio por el acto de la mujer porque su unción anticipa “el honor que su cuerpo merece también después de la muerte, por estar indisolublemente unido al misterio de su persona” (Ecclesia de Eucharistia, n. 47). Juan Pablo II concluye que la Iglesia, como la mujer de Betania, “no ha tenido miedo de «derrochar», dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable de la Eucaristía” (n. 48). La liturgia exige lo mejor de nuestras posibilidades para glorificar a Dios Creador y Redentor.


En el fondo, el cuidado atento de las iglesias y la liturgia debe ser una expresión del amor por el Señor. Incluso en un lugar donde la Iglesia no tiene grandes recursos materiales, no se puede descuidar esta tarea. Ya un Papa importante del siglo XVIII, Benedicto XIV (1740-1758), en su encíclica Annus qui (19 de febrero de 1749), dedicada sobre todo a la música sacra, ha exhortado a su clero para que las iglesias fueran bien mantenidas y dotadas de todos los objetos sagrados necesarios para la digna celebración de la liturgia: “Queremos hacer hincapié en que no hablamos de la suntuosidad y de la magnificencia de los sagrados Templos, ni de la preciosidad de los objetos sagrados, sabiendo también Nos que no se pueden tener en todas partes. Hemos hablado de la decencia y de la limpieza que a nadie es lícito descuidar, siendo la decencia y la limpieza compatibles con la pobreza”.


La Constitución sobre la sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II se ha pronunciado de modo similar: “Los ordinarios, al promover y favorecer un arte auténticamente sacro, busquen más una noble belleza que la mera suntuosidad. Esto se ha de aplicar también a las vestiduras y ornamentación sagrada” (Sacrosanctum Concilium, n. 124). Este pasaje se refiere al concepto de la “noble sencillez”, introducido por la misma Constitución en el n. 34. Este concepto parece tener origen en el arqueólogo e historiador del arte alemán Johann Joachim Winckelmann (1717-1768), según el cual la escultura clásica griega estaba caracterizada por la “noble sencillez y la silenciosa grandeza”. Al comienzo del siglo XX, el conocido liturgista Edmun Bishop (1846-1917) describía el “genio del Rito Romano” como marcado por la sencillez, sobriedad y dignidad (Cf. E. Bishop, Liturgica Historica, Clarendon Press, Oxford 1918, pp. 1-19). Esta descripción no deja de tener mérito pero hay que prestar atención a su interpretación: el Rito Romano es “sencillo” en comparación con otros ritos históricos, como los orientales, que se distinguen por la gran complejidad y suntuosidad. Sin embargo, la “noble sencillez” del Rito Romano no se debe confundir con una mal entendida “pobreza litúrgica” y un intelectualismo que pueden conducir a la ruina de la solemnidad, fundamento del Culto Divino (Cf. la contribución esencial de Santo Tomás de Aquino en la Summa Theologiae III, q. 64, a. 2; q. 66, a 10; q. 83, a. 4).


De tales consideraciones resulta evidente que los ornamentos sagrados deben contribuir “al decoro de la acción sagrada” (Instrucción General del Misal Romano, n. 335), sobre todo “en la forma y en el material utilizado” pero también, aunque de forma medida, en los ornamentos (n. 344). El uso de las vestiduras litúrgicas expresa la hermenéutica de la continuidad, sin excluir un particular estilo histórico. Benedicto XVI ofrece un modelo en sus celebraciones, cuando usa tanto las casullas de estilo moderno como, en algunas ocasiones solemnes, las casullas romanas “clásicas”, utilizadas también por sus predecesores. Así se sigue el ejemplo del escriba, convertido en discípulo del Reino de los Cielos, al que Jesús compara con un dueño de casa que saca de su tesoro nova et vetera (Mt 13,52).


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Fuente: Zenit (edición en lengua italiana)


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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domingo, 28 de noviembre de 2010

También en Australia: primer ordinariato para ex-anglicanos

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El pasado 19 de noviembre publicábamos la declaración de los obispos de Inglaterra y Gales sobre la implementación de la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus y el establecimiento de un ordinariato personal para ex-anglicanos. El Catholic Weekly de Sydney informa que también en Australia se están realizando preparativos para la próxima creación de un ordinariato.

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Se espera que el primer ordinariato personal para ex-anglicanos en Australia sea establecido para Pascua del año próximo, según afirma el obispo Peter Elliot, delegado de la Conferencia Episcopal Australiana para asistir a los anglicanos que quieren unirse a la Iglesia. El primero de todos los ordinariatos será establecido en Inglaterra y Gales a principios de enero.


El obispo Elliot ha dicho que espera que “se siga un cronograma similar” [al de Inglaterra y Gales], pero empezando “algunos meses más tarde”.


“Aún tenemos que trabajar con el Vaticano acerca de cuál sería el mejor procedimiento, pero deberá centrarse en Pascua y Pentecostés”, dijo el obispo auxiliar de Melbourne. “Esperamos, para entonces, tener designados templos específicos para el ordinaraito y, también, lo más importante: tener algunos clérigos que hayan sido reconciliados y ordenados al sacerdocio y que estén listos para dar la bienvenida a sus compañeros ex-anglicanos”.


El obispo Elliot dijo: “Espero que la estructura pueda comenzar a existir el año próximo en Australia, y espero que crezca. Sé que será al principio muy pequeña y que comenzará en algunas ciudades. Pero una vez que esté establecida y funcionando, creo que atraerá a un mayor número de personas”.


“No se puede esperar que la gente se una a algo que no puede ver, pero el año próximo eso será muy distinto. La misma situación se aplica al Reino Unido, y estaremos siguiendo con interés lo que allí suceda, incluso si nuestro proceso está unos meses por detrás”.

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Fuente: Catholic Weekly Sydney


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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Entrando en el Adviento

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En este primer domingo de Adviento, que marca el comienzo de un nuevo año litúrgico, presentamos una entrevista a monseñor Guido Marini, maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias.

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Monseñor Marini, ¿cuál es el significado del Adviento?


El Adviento es el tiempo de la espera. De la espera que hace referencia a una venida, la del Señor Jesús, el Hijo de Dios, el único Salvador del mundo. El pueblo cristiano, en este tiempo fuerte del año litúrgico, vive la propia fe renovando la conciencia gozosa de una triple venida del Señor, de la que hablan también los Padres de la Iglesia.

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¿Qué significa?


Una primera venida, de la cual hacer grata memoria, es la del Hijo de Dios en la historia de los hombres, al momento de la Encarnación. Una segunda venida es la que se realiza en el hoy de la vida, y que es incesante. Ésta toma forma en una multiplicidad de modos, comenzando por la Eucaristía, presencia real del Señor en medio de los suyos, para continuar con los sacramentos, la palabra de la divina Escritura, los hermanos, sobre todo los pequeños y necesitados. Una tercera venida, para esperar en la esperanza, es la que se realizará al final de los tiempos cuando el Señor volverá en la gloria y todo será recapitulado en Él.

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El Adviento tiene también una dimensión mariana…


En el tiempo del Adviento el pueblo cristiano está llamado a renovar la conciencia de que su vida está toda contenida en el misterio de Cristo, Aquel que era, que es y que viene. También por esto el Adviento es un tiempo marcadamente “mariano”. La Santísima Virgen es aquella que, de modo único e irrepetible, ha vivido la espera del Hijo de Dios, es aquella que de modo singular está toda contenida en el misterio de Cristo.

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¿De qué modo los fieles y las comunidades cristianas pueden ayudarse a vivir mejor este momento fuerte del tiempo litúrgico de la Iglesia?


Entrando en este tiempo con la actitud interior de quien se prepara a vivir un período de conversión y de renovación, orientando con decisión la propia vida al Señor Jesús. La Iglesia, con el año litúrgico, nos ofrece periódicamente la gracia de vivir momentos espiritualmente fuertes, ocasiones propicias para reencontrar el impulso del camino hacia la santidad. En el Adviento, tal impulso tiene un tono singular, que es el de la alegría. La alegría por el pensamiento de que el Señor es nuestro contemporáneo y está cerca de nosotros hoy, en el presente de nuestra existencia, en la cotidianeidad sencilla de nuestras jornadas. La alegría ante el pensamiento de que el futuro no está envuelto en la oscuridad sino que brilla la luz del Cielo de Dios en Cristo. Todo esto se convierte en experiencia de vida también en virtud de un camino personal y comunitario de conversión, hecho de una más intensa y prolongada oración, de alguna forma penitencial y de separación de la mentalidad del siglo presente, de una caridad más generosa y auténticamente cristiana.

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¿Cuáles son las características de las celebraciones en este período?


La Liturgia, a través de los ritos y de las oraciones, conduce a la participación activa del misterio celebrado. Por lo tanto, en la celebración del tiempo de Adviento, debe transmitir el sentido de la espera típico del Adviento. Lo debe hacer con sus oraciones, con su canto, con su silencio, con sus colores y con sus luces. En todo debe hacerse presente el misterio del Señor que viene, Él que es el Principio y el Fin de la historia; en todo debe mostrarse de qué modo es tangible la alegría verdadera y sobria de la fe; en todo debe transparentarse el compromiso por el cambio del corazón y de la mente para una pertenencia más radical a Dios.

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¿Y cuáles son las particularidades de las liturgias pontificias?

Si bien en un contexto peculiar, como es el debido a la presencia del Santo Padre, las liturgias pontificias no pueden presentar sino las características típicas de este tiempo del año. Con una característica adicional: la ejemplaridad. Porque no hay que olvidar nunca que las celebraciones presididas por el Papa están llamadas a ser punto de referencia para toda la Iglesia. Es el Papa, el Sumo Pontífice, el gran licurgo de la Iglesia, aquel que, también a través de la celebración, ejerce un auténtico magisterio litúrgico al que todos deben mirar.

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Este año en particular la liturgia de las primeras Vísperas de Adviento está insertada en una “Vigilia por la vida naciente”. ¿Cuál es el significado de esta particular “combinación”?


Se trata de una combinación que se está revelando feliz. La iniciativa de una “Vigilia por la vida naciente”, promovida por el Pontificio Consejo para la Familia, se inserta de este modo en la celebración de inicio del Adviento, un tiempo muy indicado para llamar la atención sobre el tema de la vida. El Adviento es el tiempo de la espera de María, que llevaba en su seno al Verbo de Dios hecho carne. El Adviento es la espera de la Vida verdadera, que se ha manifestado en el Hijo de Dios hecho hombre, plenitud y cumplimiento del designio de Dios sobre la humanidad. En aquella Vida, aparecida en Belén, ha encontrado un significado nuevo y definitivo la dignidad de toda vida humana. De este modo, realmente, rezar por la vida naciente, en el contexto de la celebración de las primeras Vísperas para el comienzo del año litúrgico, resulta significativo y providencial.

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 26 de noviembre de 2010

Card. Piacenza: “Toda reforma de la Iglesia nace doblando las rodillas”

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El Card. Piacenza recibe el anillo cardenalicio de manos de Benedicto XVI

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La formación del clero y un volver a centrarse en lo esencial en la vida del sacerdote son las prioridades que el nuevo cardenal Mauro Piacenza, Prefecto de la Congregación para el Clero, ve en su misión al frente de dicho dicasterio, como explica en esta entrevista al periódico Avvenire, que ofrecemos en lengua española.

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Excelencia, el Papa lo ha llamado a guiar una Congregación de la Curia Romana y luego lo ha insertado en el Colegio Cardenalicio. ¿Cómo ha vivido este momento particularmente intenso de su vida?


Como una ulterior llamada a profundizar la relación personal con Cristo Señor, de la cual surge todo servicio eclesial y que es la única garantía posible de fidelidad en el camino de santificación personal. Podría decir que es una “llamada en la llamada”, que incluye la vocación al martirio, o sea, a la coherencia. Creo que cada oficio conferido requiere un suplemento de amor y el amor en el tiempo que avanza asume el nombre de fidelidad.

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¿Con qué espíritu guiará la Congregación para el Clero?


¡Espero que con el Espíritu Santo! Y se tiene la seguridad de actuar en el Espíritu Santo si se está en comunión verdadera, leal y efectiva con el Papa. El servicio a los sacerdotes ha animado siempre, como característica peculiar, mi ministerio; desde joven lo he sentido como una exigencia de mi mismo ser sacerdote. Estoy muy contento, hoy, de poder ofrecer mi humilde colaboración al Santo Padre en el cuidado de aquellos que son “pupila oculi” del Papa, indispensables colaboradores del Orden episcopal para la misión de la Iglesia.

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¿Cuáles son las principales líneas de acción que seguirá en esta tarea?


La formación del clero, en las actuales circunstancias, representa ciertamente una prioridad a la cual quisiera poner la justa atención, teniendo presente que toda reforma de la Iglesia nace doblando las rodillas; nace de aquel espíritu de oración que reconoce el primado absoluto de Dios en la propia existencia y en la historia. De aquí brotan las consecuencias operativas.

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Usted ha seguido muy de cerca la concepción y la realización del Año Sacerdotal. ¿Qué herencia deja este período vivido tras la huella de la memoria de san Juan María Vianney?


Ciertamente una re-centralización en aquello que, en la vida del sacerdote, es esencial, superando los diversos “reduccionismos secularizantes” que se han sucedido en las últimas décadas. Mirar a san Juan María Vianney significa redescubrir el primado de la Eucaristía, cotidianamente celebrada y adorada, de la Confesión sacramental, recibida y ofrecida, y de la paciente escucha de los hermanos en aquel importantísimo servicio de guía de las conciencias que es la dirección espiritual. Mirar al Cura de Ars significa mirar a un sacerdote auténtico, que vive el Amor del Corazón de Jesús, significa comprender qué se debe hacer para formar a los sacerdotes y para la eficacia del ministerio pastoral.

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En los últimos años ha tenido un gran énfasis el triste fenómeno de los abusos sexuales. ¿De qué modo la Iglesia puede vivir y superar esta crisis?


Con la claridad sobre la responsabilidad de los individuos, siguiendo el ejemplo del Papa Benedicto XVI; con el atento y debido cuidado pastoral de las víctimas; redescubriendo el gran valor de la penitencia y de la reparación y, ciertamente, viviendo aquella fidelidad radical a Cristo, a la Iglesia y al propio estado de vida, que es capaz por sí sola de volver a presentar al mundo la verdadera figura del sacerdote.

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¿De qué modo se puede responder a la crisis de vocaciones que amenaza a nuestras comunidades?


A través de la oración al Señor de la mies, a través del claro y humilde reconocimiento de los errores cometidos, a través de la fidelidad a lo que somos y a lo que debemos ser. Las vocaciones – es un hecho – florecen allí donde hay radicalidad en la fe, caridad evangélica, claridad de identidad y alegre entusiasmo. Los movimientos y las nuevas comunidades son ejemplares en este sentido. Haber diluido, casi perdiéndola, la identidad sacerdotal, que se deriva de la configuración ontológica a Cristo Sacerdote, no ha acercado a los jóvenes sino que ha hecho perder toda forma de interés por la especificidad de la vocación sacerdotal. No nos hacemos sacerdotes para ser “super-animadores” de la comunidad sino para ser en el mundo la representación sacramental, por tanto real, de Jesucristo.

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¿Cómo valora la experiencia de las llamadas “unidades pastorales” que se están difundiendo también en Italia?


Si representan el intento de mantener en pie una gran estructura con menos personal no tendrán un gran futuro. Si, por el contrario, son vividas como estructuras de comunión reales, en el pleno respeto de la distinción esencial entre sacerdocio bautismal y sacerdocio ordenado, y, sobre todo, en el respeto de la idea teológica y canónica del sacerdote como pastor propio de la comunidad, entonces podrán tener un futuro benéfico.

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Excelencia, usted viene de Génova. ¿Qué vínculos ha conservado con la diócesis donde nació y desarrolló sus primeros años de sacerdocio?


Los vínculos que se tienen con la propia casa y con las propias raíces. La Iglesia que vive en Génova me ha hecho cristiano con el Santo Bautismo y la Confirmación, en ella he recibido, por primera vez, a Jesús Eucaristía, y en ella he recibido los tres grados del sacramento del Orden. Los dones más importantes de mi vida, tanto terrena como eterna, los he recibido en Génova. Por lo tanto, ¡el vínculo sólo puede “vital”!

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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 24 de noviembre de 2010

La denuncia del Card. Zen: “En China no hay libertad religiosa”

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Presentamos nuestra traducción de las palabras pronunciadas por el Cardenal Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong, frente al Santo Padre y los miembros del Colegio Cardenalicio durante la jornada de oración y reflexión que se ha realizado el pasado viernes en el Vaticano, antes del Consistorio para la creación de 24 nuevos cardenales.

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Pienso que es mi deber, existiendo esta especial oportunidad, informar a mis eminentísimos hermanos que en China no hay aún libertad religiosa. Hay en el aire demasiado optimismo que no corresponde a la realidad. Algunos no tienen manera de conocer la realidad; algunos cierran los ojos frente a la realidad; algunos entienden la libertad religiosa en un sentido bastante reduccionista.


Si dais una vuelta por China (lo que no recomiendo, porque vuestras visitas serán manipuladas y explotadas con el fin de propaganda), veréis bellas iglesias llenas de fieles que rezan y cantan, como en cualquier otra ciudad del mundo cristiano. Pero la libertad religiosa no se reduce a libertad de culto.


Hay mucho más. Alguno protestará. Está quien ha escrito: “Pekín quiere los obispos queridos por el Papa”. ¡Si fuese cierto! La realidad es que hay una “pulseada”, en la que no sé quien ha cedido más.


Que recientemente no haya habido ordenaciones episcopales ilícitas es ciertamente un bien  [esto fue pronunciado el pasado viernes, antes de la ordenación episcopal ilícita de Giuseppe Guo Jincai]. Pero cuando el gobierno chino levanta la voz y nuestras posibilidades de investigación son tan limitadas, sumado al temor de nuevas tensiones, existe el riesgo real de que se aprueben jóvenes obispos no idóneos que reinarán por décadas.


Me pregunto: ¿Por qué no se ha llegado todavía a un acuerdo que garantice la iniciativa del Papa en la elección de los obispos, aún admitiendo un lugar para la opinión del gobierno chino? No sé cómo están yendo las tratativas entre ambas partes porque no estamos entre los expertos y no se nos permite saber nada. Pero entre los expertos que siguen de cerca los acontecimientos, la impresión general es que de “nuestra” parte hay una estrategia de compromiso, si no a ultranza, al menos de preponderancia. De la otra parte, en cambio, no se ve una mínima intención de cambiar. Los comunistas chinos han seguido siempre con la política religiosa de control absoluto. Entre nosotros todos sabemos que los comunistas aplastan a quien se muestra débil mientras que, frente a la firmeza, alguna vez pueden incluso cambiar de actitud.


Ha habido una Carta del Papa a la Iglesia en China, ya más de tres años atrás, una obra maestra de equilibrio entre la claridad de la verdad y la magnanimidad para un diálogo. Lamentablemente creo tener que decir que no ha sido tomada en serio por todos.


Está quien se ha permitido expresar de modo bastante diverso (ver las así llamadas “Notas explicativas” que acompañaban la publicación de la Carta); está quien le da una interpretación distorsionada (P. Jeroome Heyndrickx, cicm), citando expresiones fuera de contexto.


Esta interpretación dice que ahora ya todos los de la comunidad clandestina deben salir al exterior [es decir, registrarse ante el gobierno]. Pero el Papa no ha dicho esto. Ha dicho, sí, que la condición clandestina no es la normalidad, pero explica también que quien se siente forzado a andar en clandestinidad es para no someterse a una estructura ilícita.


El Santo Padre ha dicho, sí, que cada obispo puede juzgar si aceptar o pedir el reconocimiento público del gobierno y trabajar abiertamente, pero no sin haberlos advertido del peligro de que lamentablemente las autoridades “casi siempre” (esta partícula ha desaparecido en la traducción china a cargo de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos) exigen condiciones inaceptables para una conciencia católica.


Esta interpretación distorsionada – pero que obviamente ha encontrado consentimientos (en la Curia), que tiene la directa responsabilidad por la Iglesia en China – ha creado una gran confusión y ha causado dolorosas divisiones en el seno de las comunidades clandestinas.


Esta interpretación distorsionada ha sido desaprobada sólo después de dos años en dos notas en el Compendio de la Carta papal, a cargo del Holy Spirit Study Centre de Hong Kong y aprobado por el comité permanente de la Comisión para la Iglesia en China. En aquellas notas se aclara que la reconciliación recomendada por el Santo Padre debe tratarse de un reacercamiento de los corazones entre las dos comunidades, pero una unificación (entendida como “fusión”) no es todavía posible dada la inmodificada política del gobierno.


Pero también después de esta clarificación, el proceder de quien domina la situación no parece haber cambiado de dirección, como se puede constatar en los trágicos hechos de Baoding, de los cuales el último acto ha sido la instalación del pobre mons. Francesco Ann, un acto seriamente ambiguo, pero sobre el cual hay un silencio – desde el 7 de agosto hasta hoy – que deja desorientada a la comunidad de los fieles, no sólo en la parte clandestina, no sólo en Baoding, sino en toda China.


La pobre comunidad clandestina, que es ciertamente la pars patior de nuestra Iglesia en China, se siente actualmente frustrada. Al mismo tiempo que encuentra muchas palabras de ánimo en la Carta del Santo Padre, se ve tratada, por otra parte, como una molestia, un estorbo, un problema. Es claro que alguno quiere verla desaparecer y ser absorbida en la oficial, es decir, bajo el mismo estricto control del gobierno (¡¿así habrá paz?!).


¿Pero cómo se encuentra la comunidad “oficial? Se sabe que en ella casi todos los obispos son legítimos o legitimados. Pero el control asfixiante y humillante por parte de organismos que no son de la Iglesia – Asociación Patriótica y Oficina para los Asuntos Religiosos – no ha cambiado para nada.


Cuando el Santo Padre reconoce a aquellos obispos sin exigir que se separen enseguida de aquella estructura ilícita, es obviamente en la esperanza de que trabajen desde dentro de aquella estructura para liberarse de ella, porque tal estructura no es compatible con la naturaleza de la Iglesia. Pero después de tantos años, ¿qué vemos? Pocos obispos han vivido a la altura de tal esperanza. Muchos han buscado sobrevivir de todos modos; no pocos, lamentablemente, no han realizado actos coherentes con su estado de comunión con el Papa. Alguno los describe así: “Viajan felices sobre la carroza de la Iglesia independiente y se contentan con gritar cada tanto: ¡Viva el Papa!”.


El gobierno, que usaba sólo amenazas y castigos, ahora ha mejorado sus métodos de persecución: dinero (regalos, automóviles, embellecimiento del obispado) y honores (miembros del Congreso del pueblo, o del órgano político consultivo a diversos niveles, con reuniones, almuerzos, cenas y lo que sigue).


¿Cuál es la estrategia por parte “nuestra? Temo que, con frecuencia, es una falsa compasión que deja a los hermanos débiles caer cada vez más abajo y volverse cada vez más esclavizados. Las excomuniones son “olvidadas” a escondidas; a la pregunta “¿podemos ir a la celebración del 50º aniversario de las primeras ordenaciones ilícitas?” se responde: “Haced lo posible por no ir” (y naturalmente fueron casi todos).


Después de una larga discusión en la Comisión para la Iglesia en China se decide mandar una clara orden a los obispos de no participar a la prevista “Asamblea de los representantes de la Iglesia en China”, pero alguno dice todavía: “comprendemos las dificultades de los obispos en no ir”: Frente a estos mensajes contradictorios, el gobierno sabe que puede ignorar la Carta del Papa impunemente.


Queridos hermanos, supongo que estáis informados de los últimos hechos: están intentando nuevamente hacer una ordenación episcopal sin mandato pontificio. Para esto han secuestrado obispos, han presionado a otros: son graves ofensas a la libertad religiosa y a la dignidad personal. Aprecio la declaración oportuna, precisa y digna de la Secretaría de Estado. Entre otras cosas, hay razones para sospechar que tales intentos no vienen ni siquiera desde arriba sino de aquellos que en todos estos años han ganado posiciones de poder y ventajas y no quieren que las cosas cambien.


Pidamos a Nuestra Señora, Auxilio de los cristianos, para que abra los ojos de los supremos dirigentes de nuestra nación, para que pongan fin a estas malvadas y vergonzosas maniobras y busquen reconocer a nuestros hermanos la verdadera y plena libertad religiosa, la cual redundará también en honor de nuestra patria.


Recemos por una corrección de la estrategia de parte “nuestra”, para que se adecue sinceramente a la dirección indicada por la Carta del Santo Padre. Esperemos que no sea demasiado tarde para un buen cambio de dirección.


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Fuente: Asianews


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 23 de noviembre de 2010

Conociendo más de cerca al Papa Ratzinger

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Hoy se ha presentado en la Sala de Prensa Vaticana el libro “Luz del mundo” que recoge los diálogos del Papa Benedicto XVI con el periodista alemán Peter Seewald. Desde mañana estará oficialmente a la venta. Mientras esperamos leer el libro completo, ofrecemos nuestra traducción de unos bellísimos extractos, publicados por el periódico Avvenire, en los que podemos conocer más de cerca a Benedicto XVI, sus sentimientos al momento de la elección pontificia, su visión del ministerio petrino, así como algunos detalles de su vida cotidiana.

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Santo Padre, el 16 de abril de 2005, en el día de su 78º cumpleaños, usted comunicaba a sus colaboradores cuánto deseaba su jubilación. Tres días después, se encontró siendo el Jefe de la Iglesia universal que cuenta con mil doscientos millones de fieles. No es precisamente la tarea que se reserva para la vejez.


Realmente había esperado encontrar paz y tranquilidad. El hecho de encontrarme de improviso frente a esta tarea inmensa ha sido para mí, como todos saben, un verdadero shock. La responsabilidad, de hecho, es enorme.

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Hubo un momento del cual, más tarde, usted dijo haber tenido la impresión de sentir un “hacha” caerle encima.


Sí, en efecto, el pensamiento de la guillotina me ha venido: he aquí, ahora cae y te golpea. Estaba segurísimo de que este cargo no habría estado destinado para mí sino que Dios, después de tantos fatigosos años, me habría concedido un poco de paz y de tranquilidad. Lo único que llegué a decir, que logré aclararme a mí mismo, ha sido: “Evidentemente, la voluntad de Dios es diversa, y para mí comienza algo completamente diverso, algo nuevo. Pero Él estará conmigo”.

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En la así llamada “Sala de las lágrimas”, desde el inicio del Cónclave, están listas para el futuro Papa tres vestiduras: una larga, una corta y una media. ¿Qué ha pensado en aquella habitación de la cual se dice que, en ella, más de un nuevo Pontífice se ha quebrado? ¿Es allí que, por última vez, se pregunta: ¿por qué yo? ¿Qué quiere Dios de mí?


En realidad, en aquellos momentos uno está con cuestiones muy prácticas, exteriores: en primer lugar, cómo ajustarse las vestiduras y cosas similares. Sabía que poco después, desde la Logia central, tendría que pronunciar algunas palabras, y comencé a pensar: “¿Qué podría decir?” Por otro lado, desde el momento en que la opción cayó sobre mí, sólo he sido capaz de decir esto: “Señor, ¿qué me estás haciendo? Ahora la responsabilidad es Tuya. ¡Tú me debes conducir! Yo no soy capaz de esto. ¡Si Tú me has querido, ahora debes ayudarme!”. En este sentido, me he encontrado, por así decir, en un diálogo muy apremiante con el Señor para decirle que si hacía una cosa, entonces debía hacer también la otra.

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¿Juan Pablo II lo había querido como sucesor?


No lo sé. Creo que ha puesto todo en las manos de Dios.

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No obstante, nunca permitió que usted dejase su cargo. Un hecho que podría interpretarse como un argumentum ad silentio, una aprobación tácita para el candidato preferido…


Siempre me ha ratificado en mi cargo, es conocido. Mientras se acercaba mi 75º cumpleaños, cuando se alcanza el límite de edad en que se presentan las renuncias, me dijo: “Ni siquiera es necesario que usted escriba la carta, porque yo lo quiero conmigo hasta el final”. Esta ha sido la grande e inmerecida benevolencia que tuvo conmigo desde el comienzo. Había leído mi libro “Introducción al Cristianismo”. Para él, evidentemente, una lectura importante. Apenas se convirtió en Papa, se había propuesto hacerme venir a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Había puesto en mí una confianza grande, afectuosa, profunda. Era, de algún modo, la garantía del hecho de que, en materia de fe, estuviéramos siguiendo el camino correcto.

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Usted visitó a Juan Pablo en su lecho de muerte. Aquella noche, volvió de prisa desde una conferencia en Subiaco, en la cual había hablado de “La Europa de Benito en la crisis de las culturas”. ¿Cuáles han sido las últimas palabras que el Papa moribundo le dirigió?


Estaba sufriendo mucho y, a pesar de todo, estaba muy lúcido. Pero no dijo nada. Le pedí la bendición, que me dio. Entonces nos separamos estrechando las manos con afecto, en la conciencia de que habría sido nuestro último encuentro.

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Usted no quería ser obispo, no quería ser prefecto, no quería ser Papa. ¿No se siente, tal vez, un poco de consternación frente al pensamiento de las cosas que siempre nos pasan contra nuestra voluntad?


El hecho es este: cuando al momento de la ordenación sacerdotal se dice “sí”, se puede también tener una idea de lo que podría ser el propio carisma pero también se sabe esto: “Me he puesto en las manos del obispo y, a fin de cuentas, en las manos del Señor. No puedo elegir lo que quiero. Finalmente, debo dejarme guiar”. En realidad, pensaba que mi carisma era ser profesor de teología y fui feliz cuando este sueño mío se realizó. Pero tenía siempre muy claro frente a mis ojos esto: “Estoy en las manos del Señor y debo tener en cuenta la posibilidad de deber hacer cosas que no habría querido”. En este sentido, seguramente ha sido una continua sorpresa el ser “arrancado” de donde estaba y no poder ya seguir el propio camino. Pero, como dije, en aquel “sí” fundamental estaba también incluido esto: “Estoy a disposición del Señor y tal vez un día deberé hacer incluso cosas que no quisiera hacer”.

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Usted es hoy el Papa más poderoso de todos los tiempos. Nunca antes la Iglesia Católica ha tenido tantos fieles, nunca una extensión similar, literalmente hasta los confines de la tierra.


Son estadísticas que ciertamente tienen su importancia. Muestran cuán amplia es la Iglesia, cuán amplia es en realidad esta comunidad que abraza razas y pueblos, continentes, culturas y personas de todo género. Pero el poder del Papa no está en estos números.

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¿Por qué no?


La comunión con el Papa es de otro tipo, y naturalmente también la pertenencia a la Iglesia. Entre aquellos mil doscientos millones de personas hay muchos que luego, en realidad, en lo íntimo, no forman parte de ella. Ya en sus tiempos decía san Agustín: muchos que parecen estar dentro, están fuera; y muchos que parecen estar fuera, están dentro. En una cuestión como la fe y la pertenencia a la Iglesia Católica, el dentro y el fuera están entrelazados misteriosamente. Stalin tenía razón, efectivamente, cuando decía que el Papa no tiene divisiones y no puede intimar ni imponer nada. No posee tampoco una gran empresa, en la cual, por así decir, todos los fieles de la Iglesia serían sus dependientes o subalternos. En este sentido, por un lado, el Papa es una persona absolutamente impotente. Por otro lado, tiene una gran responsabilidad. Él es, en cierto sentido, la cabeza, el representante, y al mismo tiempo el responsable del hecho de que aquella fe que tiene unidos a los hombres sea creída, que permanezca viva, y que permanezca íntegra en su identidad. Pero únicamente el Señor tiene el poder de conservar a los hombres en la fe. [...]

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¿El Papa es realmente “infalible”, en el sentido en que a veces lo presentan los medios masivos? Es decir, ¿es un soberano absoluto cuyo pensamiento y cuya voluntad son ley?


Esto es equivocado. El concepto de la infalibilidad se ha ido desarrollando en el curso de los siglos. Ha nacido frente a la cuestión de si existiese, por alguna parte, un último órgano, un último grado que pudiese decidir. El Concilio Vaticano I – haciendo referencia a una larga tradición que se remontaba a la cristiandad primitiva – estableció finalmente que aquel último grado existe. No queda todo suspendido. En determinadas circunstancias y bajo determinadas condiciones, el Papa puede tomar decisiones vinculantes gracias a las cuales queda claro qué es la fe de la Iglesia y qué no es. Lo que no significa que el Papa pueda continuamente producir “infalibilidad”. Normalmente, el Obispo de Roma se comporta como cualquier otro obispo que profesa la propia fe, la anuncia y es fiel a la Iglesia. Sólo en determinadas condiciones, cuando la tradición es clara y él sabe que en ese momento no actúa arbitrariamente, entonces el Papa puede decir: “esta determinada cosa es fe de la Iglesia y la negación de ella no es fe de la Iglesia”. En este sentido, el Concilio Vaticano I ha definido la facultad de la decisión última: para que la fe pudiera conservar su carácter vinculante.

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El ministerio petrino – así explicaba usted – garantiza la concordancia con la verdad y la tradición auténtica. La comunión con el Papa es presupuesto para una fe recta y para la libertad. San Agustín había expresado esta idea de este modo: donde está Pedro, está la Iglesia, y allí está también Dios. Pero es una expresión que viene de otros tiempos, hoy ya no es válida…


En realidad, la expresión no está formulada en estos términos y no es de Agustín, pero ahora no es este el punto. En todo caso, se trata de un axioma antiguo de la Iglesia Católica: donde está Pedro, está la Iglesia. Obviamente el Papa puede tener opiniones personales equivocadas. Pero como he dicho: cuando habla como Pastor Supremo de la Iglesia, en la conciencia de su responsabilidad, entonces ya no expresa su opinión, lo que pasa por su mente en ese momento. En ese momento él es consciente de su gran responsabilidad y, al mismo tiempo, de la protección del Señor; por lo cual, con tal decisión, no llevará a la Iglesia al error sino que, por el contrario, garantizará su unión con el pasado, el presente y el futuro, y sobre todo con el Señor. Este es el nudo de la cuestión y esto es lo que perciben también las otras comunidades cristianas.

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Durante un simposio que tuvo lugar en 1977 con ocasión del 80º cumpleaños de Pablo VI, usted pronunció una relación sobre qué y cómo debería ser un Papa. Citando al cardenal inglés Reginald Pole, dijo que un Papa debería “considerarse y comportarse como el más pequeño de los hombres”; que debería admitir “no conocer más que lo que le ha sido enseñado por Dios Padre a través de Cristo”. Vicarius Christi, decía, significa hacer presente el poder de Cristo como contrafuerte al poder del mundo. Y esto no bajo la forma de cualquier dominio sino, más bien, llevando este peso sobrehumano sobre las propias espaldas humanas. En este sentido, el lugar auténtico del Vicarius Christi es la Cruz.


Sí, también hoy considero que esto es verdad. El primado se ha desarrollado desde el inicio como primado del martirio. En los primeros tres siglos, Roma ha sido fulcro y capital de las persecuciones de los cristianos. Hacer frente a estas persecuciones y dar testimonio de Cristo fue la tarea particular de la sede episcopal de Roma. Podemos considerar providencial el hecho de que, en el mismo momento en que el Cristianismo llegó a la paz con el Estado, el imperio se transfirió a Constantinopla, sobre el Bósforo. Roma, por así decir, se convirtió en provincia. De este modo fue más fácil para el Obispo de Roma poner de relieve la independencia de la Iglesia, su distinción del Estado. No es necesario buscar siempre el desencuentro, es claro, sino más bien buscar el consenso, el acuerdo. Pero siempre la Iglesia, el cristiano, y sobre todo el Papa debe ser consciente de que el testimonio que debe dar puede ser escándalo, no ser aceptado y que, por lo tanto, está obligado a permanecer en la condición de testigo de Cristo sufriente. El hecho de que los primeros Papas hayan sido todos mártires tiene su significado. Ser Papa no significa ponerse como un soberano lleno de gloria sino dar testimonio de Aquel que ha sido crucificado, y estar dispuesto a ejercer el propio ministerio también de esta forma, en unión a Él.

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Sin embargo, ha habido también Papas que han dicho: el Señor nos ha dado este ministerio, ahora queremos gozarlo.


Sí, también esto forma parte del misterio de la historia de los Papas.

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La disponibilidad cristiana a ser signo de contradicción es el hilo conductor de su biografía. Tiene inicio en su casa paterna, donde la oposición a un sistema ateo fue entendida como signo de una existencia cristiana. En el seminario está a su lado un rector que estuvo internado en el campo de concentración de Dachau. Luego comienza su ministerio sacerdotal en una comunidad parroquial cuyos dos predecesores habían sido condenados a muerte por los nazis por ser opositores del régimen. Durante el Concilio, usted no aprueba las directivas demasiado rígidas de la Iglesia. Como obispo, pone en guardia frente a los peligros de la sociedad del bienestar. Como cardenal, se opone a la transformación del núcleo cristiano en obra de corrientes extrañas a la fe. Estas características, ¿influyen también en el enfoque de su Pontificado?


Una larga experiencia forma también el carácter, forja el pensamiento y la acción. Obviamente, no he estado siempre “en contra” por principio. Ha habido también muchas bellas circunstancias de compartir. Pensando en la época en que sido capellán, ya en las familias se percibía el nacimiento del mundo secularizado, y sin embargo había mucha alegría en vivir la fe común – en la escuela, con los niños, con los jóvenes – que yo me sentía literalmente transportado por esa alegría. Y así ha sido también cuando fui profesor. Toda mi vida ha estado siempre atravesada por un hilo conductor, que es este: el Cristianismo da alegría, amplía los horizontes. En definitiva, una existencia vivida siempre y sólo “en contra” sería insoportable. Pero, al mismo tiempo, siempre he tenido presente también, si bien de manera diversa, que el Evangelio se encuentra en oposición a las constelaciones poderosas. En mi infancia y en mi adolescencia, hasta el final de la guerra, obviamente esto ha sido evidente de modo particular. A partir de 1968, la fe cristiana ha entrado en contraste con un nuevo proyecto de sociedad y ha debido hacer frente a ideas ostentadas con prepotencia. Soportar ataques y oponer resistencia forma parte del juego; es una resistencia, sin embargo, que busca resaltar lo que hay de positivo.

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Según el Anuario Pontificio, sólo en el 2009 usted ha erigido nueve nuevas diócesis, una prefectura apostólica, dos sedes metropolitanas y tres vicariatos apostólicos. El número de los católicos ha aumentado ulteriormente en diecisiete millones de unidades, como los habitantes de Grecia y de Suiza juntos. En las casi tres mil diócesis, ha nombrado 169 nuevos obispos. Luego están las audiencias, las homilías, los viajes, y las muchas decisiones que tomar. Pero, a pesar de todo esto, usted también ha escrito una gran obra sobre Jesús, cuyo segundo volumen será publicado en breve. Usted tiene hoy 83 años: ¿de dónde saca todo esta fuerza?


En primer lugar, debo decir que todo lo que usted ha citado es signo de cuán viva está la Iglesia. Observándola sólo desde el punto de vista de Europa, parecería en declive. Pero es sólo una parte del conjunto. En otros lugares de la tierra, la Iglesia crece y está viva, y es muy dinámica. En los últimos años, el número de los nuevos sacerdotes ha aumentado en todo el mundo, y también el número de los seminaristas. En el continente europeo experimentamos sólo un determinado aspecto y no también la gran dinámica del despertar que en otras partes existe realmente y que encuentro continuamente en mis viajes y a través de las visitas ad limina de los obispos. Es cierto que realmente este es un esfuerzo casi excesivo para un hombre de 83 años. Gracias a Dios, hay muchos buenos colaboradores. Todo es ideado y realizado en un esfuerzo común. Confío en el hecho de que el buen Dios me da la fuerza que necesito para hacer aquello que es necesario. Sin embargo, me doy cuenta que las fuerzas van disminuyendo.

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En todo caso, se tiene la impresión de que todavía puede darnos alguna lección de fitness.


(El Papa ríe). No creo. Naturalmente es necesario disponer de modo sabio del propio tiempo. Y estar atentos a reservar lo suficiente para el reposo. Para que luego, en los momentos en que es necesario, se pueda estar realmente bien presente. En pocas palabras: respetar con disciplina los ritmos de la jornada y saber cuáles son los momentos para los cuales es necesario ahorrar las energías.

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¿Usa la bicicleta fija que le había prescrito su anterior médico personal, el dr. Buzzonetti?


No, no tengo el tiempo para ello y, gracias a Dios, en este momento tampoco me hace falta.

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Por lo tanto, el Papa es como Churchill: ¡no deportes!


¡Exacto!

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Desde la Segunda Logia del Palacio Apostólica, donde se llevan a cabo las audiencias, usted normalmente se retira en torno a las 18, para proseguir todavía con las así llamadas audiencias “di tabella”, con sus más importantes colaboradores. Desde las 20.45 en adelante el Papa está “en privado”. ¿Qué hace un Papa en el tiempo libre, asumiendo que lo tenga?


¿Qué hace? También en el tiempo libre debe examinar documentos y leer actas. Queda siempre mucho trabajo por hacer. Luego, con la familia pontificia – cuatro mujeres de la comunidad de las Memores Domini y los dos secretarios – están las comidas en común, y esto es un momento de distensión.

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¿Miráis juntos la televisión?


Miro el noticiero junto a mis secretarios, y alguna vez también un dvd.

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¿Qué películas le gustan?


Hay un película muy bella sobre santa Josefina Bakhita, una mujer africana, que hemos visto recientemente. Luego nos gusta Don Camillo y Peppone…

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Imagino que conoce de memoria cada episodio.


(El Papa ríe) No todos.

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Por lo tanto, existe también un Papa “privado”…


Ciertamente. Junto a la familia pontificia festejamos la Navidad, en los días festivos escuchamos música y conversamos. Celebramos los onomásticos y a veces rezamos juntos las vísperas. En resumen, las fiestas las pasamos juntos. Y luego, junto a las comidas, tenemos en común sobre todo la Santa Misa de la mañana. Es un momento particularmente importante en el cual, a partir del Señor, estamos juntos de modo muy intenso. [...]

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¿Su fe ha cambiado desde que, como Supremo Pastor, le fue confiada la grey de Cristo? A veces se tiene la impresión de que su fe, de algún modo, se ha vuelto más misteriosa, más mística.


No soy un místico. Pero es seguramente cierto que, como Papa, hay muchas razones más para rezar y para confiarse completamente a Dios. De hecho, me doy cuenta de que casi todo aquello que debo hacer no podría hacerlo solo. Y ya sólo por esto estoy obligado a ponerme en las manos del Señor y a decirle: “¡Hazlo Tú, si lo quieres!”. En este sentido, la oración y el contacto con Dios son ahora todavía más necesarios pero también más naturales y espontáneos que antes. [...]

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¿Y cómo reza el Papa Benedicto?


En lo que respecta al Papa, también él es un pobre mendigo frente a Dios, todavía más que los otros hombres. Naturalmente rezo, en primer lugar, siempre al Señor, al cual estoy vinculado, por así decir, por una antigua amistad. Pero invoco también a los santos. Soy muy amigo de Agustín, de Buenaventura y de Tomás de Aquino. A ellos les digo: “¡Ayúdenme!”. La Madre de Dios es siempre y de todos modos un gran punto de referencia. En este sentido, me inserto en la Comunión de los Santos. Junto a ellos, reforzado por ellos, hablo, luego, también con el buen Dios, sobre todo mendigando, pero también agradeciendo; o contento, simplemente.

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Fuente: Avvenire


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 22 de noviembre de 2010

¿Instrucción sobre Summorum Pontificum?: rumores desde Alemania

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Poco tiempo después de la publicación del Motu Proprio Summorum Pontificum, se comenzó a hablar en forma no oficial de la posibilidad de que se publicara una instrucción para la correcta aplicación del mismo. Estos rumores encontraron confirmación, luego, en las palabras del Cardenal Darío Castrillón Hoyos, entonces presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei.


Lo último que se supo de este proyecto, por las declaraciones del citado cardenal, fue que un bosquejo el documento se había elaborado y presentado al Santo Padre, a quien correspondería la última decisión. Sin embargo, no hubo más novedades al respecto.


Ahora, desde Alemania, el sitio Kathnews afirma con bastante seguridad, de acuerdo a una información que califica de “exclusiva” y proveniente de “altas fuentes en el Vaticano”, que el documento será firmado y publicado próximamente, tal vez antes de Navidad.


Cabe destacar que, recientemente, con ocasión del tercer aniversario de la publicación de Summorum Pontificum, la Pontificia Comisión Ecclesia Dei ha realizado una consulta mundial respondiendo al deseo de Benedicto XVI en la carta que acompañó al Motu Proprio, donde invitaba a escribir a la Santa Sede un informe sobre las experiencias tres años después de la entrada en vigor del mismo. Probablemente, los resultados de dicha consulta han ofrecidos nuevos elementos útiles para elaborar el documento.


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La Buhardilla de Jerónimo 

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sábado, 20 de noviembre de 2010

“Luz del mundo. El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos”: extractos del nuevo libro de Benedicto XVI

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En la próxima semana será publicado el histórico libro “Luz del mundo”, una larga conversación del Papa Benedicto XVI con el periodista alemán Peter Seewald. No es la primera vez que Joseph Ratzinger y Peter Seewald emprenden una aventura similar: del mismo modo, han surgido los recomendables libros “La sal de la tierra” y “Dios el mundo”. Pero sí es la primera vez que lo hace como Papa. El libro, que será presentado en la Sala de Prensa de la Santa Sede el próximo martes, lleva como subtítulo “El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos”. En los 18 capítulos que lo componen, reagrupados en tres partes – “Los signos de los tiempos”, “El pontificado”, “Hacia dónde vamos” – Benedicto XVI responde a las grandes preguntas del mundo de hoy. L’Osservatore Romano ha anticipado hoy algunos extractos del libro, que aquí ofrecemos en lengua española.

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La alegría del cristianismo


Toda mi vida ha estado siempre atravesada por un hilo conductor, que es este: el cristianismo da alegría, amplía los horizontes. En definitiva, una existencia vivida siempre y sólo “contra” sería insoportable.


Un mendigo


En lo que respecta al Papa, también él es un pobre mendigo frente a Dios, todavía más que los otros hombres. Naturalmente rezo, en primer lugar, siempre al Señor, al cual estoy vinculado, por así decir, por una antigua amistad. Pero invoco también a los santos. Soy muy amigo de Agustín, de Buenaventura y de Tomás de Aquino. A ellos les digo: “¡Ayúdenme!”. La Madre de Dios es siempre y de todos modos un gran punto de referencia. En este sentido, me inserto en la Comunión de los Santos. Junto a ellos, reforzado por ellos, hablo, luego, también con el buen Dios, sobre todo mendigando, pero también agradeciendo; o contento, simplemente.


Las dificultades


Las había tenido en cuenta. Pero en primer lugar habría que ser muy cautos con la valoración de un Papa, si es significativo o no, cuando está todavía en vida. Sólo en un segundo momento se puede reconocer qué lugar, en la historia en su conjunto, tiene una determinada cosa o persona. Pero que la atmósfera no habría sido siempre alegre era evidente en consideración de la actual constelación mundial, con todas las fuerzas de destrucción que existen, con todas las contradicciones que en ella viven, con todas las amenazas y los errores. Si hubiese continuado recibiendo sólo aprobaciones, habría debido preguntarme si estaba realmente anunciando el Evangelio.


El shock de los abusos


Los hechos no me han tomado de sorpresa del todo. En la Congregación para la Doctrina de la Fe me había ocupado de los casos americanos; había visto montar también la situación en Irlanda. Pero las dimensiones, de todos modos, fueron un shock enorme. Desde mi elección a la Sede de Pedro, me había encontrado repetidamente con víctimas de abusos sexuales. Tres años y medio atrás, en octubre de 2006, en un discurso a los obispos irlandeses, les había pedido “establecer la verdad de lo ocurrido en el pasado, tomando todas las medidas necesarias para evitar que se repita en el futuro, asegurar que los principios de justicia sean plenamente respetados y, sobre todo, curar a las víctimas y a todos aquellos que han sido afectados por estos crímenes abominables”.


Ver el sacerdocio improvisamente ensuciado de esto modo, y con esto a la misma Iglesia Católica, ha sido difícil de soportar. En aquel momento era importante, sin embargo, no apartar la vista del hecho de que en la Iglesia el bien existe, y no sólo estas cosas terribles.


Los medios y los abusos


Era evidente que la acción de los medios no estaba guiada solamente por la pura búsqueda de la verdad, sino que había también una complacencia en avergonzar a la Iglesia y, si es posible, en desacreditarla. Y, sin embargo, era necesario que esto estuviera claro: desde el momento en que se trata de llevar a la luz la verdad, debemos ser agradecidos. La verdad, unida al amor correctamente entendido, es el valor número uno. Y los medios no habrían podido dar aquellos informes si en la Iglesia misma no hubiese estado el mal. Sólo porque el mal estaba dentro de la Iglesia, los otros han podido dirigirlo contra ella.


El progreso


Surge la problematicidad del término “progreso”. La modernidad ha buscado el propio camino guiada por la idea de progreso y por la de libertad. ¿Pero qué es el progreso? Hoy vemos que el progreso puede ser también destructivo. Por eso debemos reflexionar sobre los criterios a adoptar a fin de que el progreso se realmente progreso.


Un examen de conciencia


Más allá de los planes financieros singulares, es absolutamente inevitable un examen de conciencia global. Y la Iglesia ha tratado de contribuir a esto con la encíclica Caritas in veritate. No da respuestas a todos los problemas. Quiere ser un paso adelante para mirar las cosas desde otro punto de vista, según el cual existe una normatividad del amor por el prójimo que se orienta a la voluntad de Dios y no sólo a nuestros deseos. En este sentido deberían darse impulsos para que realmente ocurra una transformación de las conciencias.


La verdadera intolerancia


La verdadera amenaza frente a la cual nos encontramos es que la tolerancia sea abolida en nombre de la tolerancia misma. Está el peligro de que la razón, la así llamada razón occidental, sostenga haber reconocido finalmente lo que es correcto y avance así en una pretensión de totalidad que es enemiga de la libertad. Considero necesario denunciar con fuerza esta amenaza. Nadie está obligado a ser cristiano. Pero nadie debe ser obligado a vivir según la “nueva religión”, como si fuese la única y verdadera, vinculante para toda la humanidad.


Mezquitas y burkas


Los cristianos son tolerantes y, en cuanto tales, permiten también a los otros su peculiar comprensión de sí. Nos alegramos por el hecho de que en los Países del Golfo árabe (Qatar, Abu Dabi, Dubái, Kuwait) haya iglesias en las cuales los cristianos pueden celebrar la Misa y esperamos que ocurra así en todas partes. Para esto es natural que también de nuestra parte los musulmanes puedan reunirse en oración en las mezquitas.


En lo que respecta al burka, no veo razones de una prohibición generalizada. Se dice que algunas mujeres no lo llevan voluntariamente sino que, en realidad, es una suerte de violencia que se les impone. Es claro que con esto no se puede estar de acuerdo. Sin embargo, si quieren usarlo voluntariamente, no veo porqué habría que impedirlo.


Cristianismo y modernidad


El ser cristiano es en sí mismo algo vivo, moderno, que atraviesa, formándola y plasmándola, toda la modernidad y que, por lo tanto, en cierto sentido realmente la abraza.


Aquí se necesita una gran lucha espiritual, como he querido mostrar con la reciente institución de un “Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización”. Es importante que tratemos de vivir y pensar el cristianismo de tal modo que asuma la modernidad buena y correcta, y al mismo tiempo se aleje y se distinga de aquella que está convirtiéndose en una contra-religión.


Optimismo


Se lo podría pensar mirando con superficialidad y restringiendo el horizonte sólo al mundo occidental. Pero si se observa con más atención – y es esto es lo que puedo hacer gracias a las visitas de los obispos de todo el mundo y también a tantos otros encuentros – se ve que el cristianismo en este momento está desarrollando también una creatividad del todo nueva [...]


La burocracia está desgastada y cansada. Son iniciativas que nacen desde dentro, desde la alegría de los jóvenes. El cristianismo tal vez asumirá un nuevo rostro, tal vez también un aspecto cultural diverso. El cristianismo no determina la opinión pública mundial, otros están a la guía de ella. Y, sin embargo, el cristianismo es la fuerza vital sin la cual las otras cosas tampoco podrían continuar existiendo. Por eso, sobre la base de lo que veo y de lo logro hacer experiencia personal, soy muy optimista respecto al hecho de que el cristianismo se encuentra frente a una dinámica nueva.


La droga


Muchos obispos, sobre todo los de América Latina, me dicen que allí donde pasa el camino de la cultivación y del comercio de la droga – y esto ocurre en gran parte de aquellos países – es como si un animal monstruoso y malvado extendiera su mano sobre aquel país para arruinar a las personas. Creo que esta serpiente del comercio y del consumo de droga que envuelve el mundo es un poder del cual no siempre logramos hacernos una idea adecuada. Destruye a los jóvenes, destruye a las familias, lleva a la violencia y amenaza el futuro de naciones enteras.


También esta es una terrible responsabilidad de Occidente: tiene necesidad de drogas y así crea países que le ofrecen aquello que luego terminará por consumirlos y destruirlos. Ha surgido un hambre de felicidad que no logra saciarse con aquello que hay; y que luego se refugia, por así decir, en el paraíso del diablo y destruye completamente al hombre.


En la viña del Señor


En efecto, tenía una función directiva; sin embargo, no había hecho nada solo, trabajé siempre en equipo; precisamente como uno de los muchos trabajadores en la viña del Señor que probablemente ha hecho el trabajo preparatorio pero, al mismo tiempo, es uno que no está hecho para ser el primero y para asumir la responsabilidad de todo. He entendido que junto a los grandes Papas deben estar también Pontífices pequeños que dan la propia contribución. De este modo, en aquel momento dije lo que sentía realmente [...]


El Concilio Vaticano II nos ha enseñado, con razón, que para la estructura de la Iglesia es constitutiva la colegialidad; es decir, el hecho de que el Papa es el primero entre varios y no un monarca absoluto que toma decisiones en soledad y hace todo por sí mismo.


El judaísmo


Sin duda. Debo decir que, desde el primer día de mis estudios teológicos, me ha sido clara de algún modo la profunda unidad entre Antigua y Nueva Alianza, entre las dos partes de nuestra Sagrada Escritura. Había comprendido que podríamos leer el Nuevo Testamento sólo junto con aquello que lo ha precedido, de otra manera no habríamos entendido. Luego, naturalmente, lo ocurrido en el Tercer Reich nos ha impresionado como alemanes y nos ha impulsado tanto más a mirar al pueblo de Israel con humildad, vergüenza y amor.


En mi formación teológica estas cosas se han entrelazado y han marcado el camino de mi pensamiento teológico. Por lo tanto, para mí era claro – y también aquí en absoluta continuidad con Juan Pablo II – que en mi anuncio de la fe cristiana debía ser central esta nuevo entrelazamiento, amoroso y comprensivo, de Israel e Iglesia, basado en el respeto del modo de ser de cada uno y de la respectiva misión [...]


De todos modos, en aquel punto, también en la antigua liturgia me ha parecido necesario un cambio. De hecho, tal fórmula hería realmente a los judíos y ciertamente no expresaba de modo positivo la gran, profunda unidad entre Antiguo y Nuevo Testamento.


Por este motivo, pensé que en la liturgia antigua era necesaria una modificación, en particular, como dije, en referencia a nuestra relación con los amigos judíos. La he modificado de tal modo que estuviese contenida nuestra fe, es decir que Cristo es salvación para todos. Que no existen dos caminos de salvación y que, por lo tanto, Cristo es también el Salvador de los judíos, y no sólo de los paganos. Pero también de tal modo que no orase directamente por la conversión de los judíos en sentido misionero sino para que el Señor apresure la hora histórica en la que todos nosotros estaremos unidos. Por esto, los argumentos utilizados por una serie de teólogos polémicamente contra mí son irresponsables y no hacen justicia a lo realizado.


Pío XII


Pío XII ha hecho todo lo posible para salvar personas. Naturalmente siempre se puede preguntar: “¿Por qué no ha protestado de manera más explícita?”. Creo que comprendió cuáles habrían sido las consecuencias de una protesta pública. Sabemos que, por esta situación, personalmente ha sufrido mucho. Sabía que en sí habría debido hablar, pero la situación se lo impedía.


Ahora, personas más razonables admiten que Pío XII ha salvado muchas vidas pero sostienen que tenía ideas anticuadas sobre los judíos y que no estaba a la altura del Concilio Vaticano II. El problema, sin embargo, no es este. Lo importante es lo que ha hecho y lo que ha tratado de hacer, y creo que es necesario reconocer realmente que ha sido uno de los grandes justos y que, como ningún otro, ha salvado muchos y muchos judíos.


La sexualidad


Concentrarse sólo en el profiláctico quiere decir banalizar la sexualidad, y esta banalización representa precisamente la peligrosa razón por la que tantas y tantas personas no ven más en la sexualidad la expresión de su amor sino sólo una suerte de droga, que se suministran a sí mismas. Por eso, también la lucha contra la banalización de la sexualidad es parte del gran esfuerzo para que la sexualidad sea valorada positivamente y puede ejercer su efecto positivo sobre el ser humano en su totalidad.


Puede haber casos singulares justificados, por ejemplo cuando una prostituta utiliza un profiláctico, y esto puede ser el primer paso hacia una moralización, un primer acto de responsabilidad para desarrollar de nuevo la conciencia del hecho de que no todo está permitido y que no se puede hacer todo lo que se quiere. Sin embargo, este no es el modo auténtico y propio para vencer las infecciones del HIV. Es realmente necesaria una humanización de la sexualidad.

La Iglesia


Pablo, por lo tanto, no entendía la Iglesia como institución, como organización, sino como organismo viviente, en el cual todos trabajan el uno por el otro y el uno con el otro, estando unidos a partir de Cristo. Es una imagen, pero una imagen que conduce en profundidad y que es muy realista también sólo por el hecho de que nosotros creemos que, en la Eucaristía, realmente recibimos a Cristo, el Resucitado. Y si cada uno recibe al mismo Cristo, entonces realmente todos nosotros estamos reunidos en este nuevo cuerpo resucitado como el gran espacio de una nueva humanidad. Es importante entender esto y, por tanto, entender la Iglesia no como un aparato que debe hacer de todo – también el aparato le pertenece, pero dentro de los límites – sino más bien como organismo viviente que proviene del mismo Cristo.


La Humanae vitae


Las perspectivas de la Humanae vitae siguen siendo válidas, pero otra cosa es encontrar caminos humanamente transitables. Creo que habrá siempre minorías íntimamente convencidas de la justicia de aquellas perspectivas y que, viviéndolas, quedarán plenamente satisfechas de modo que podrán ser para otros un fascinante modelo a seguir. Somos pecadores. Pero no deberíamos asumir este hecho como instancia contra la verdad, cuando aquella moral alta no es vivida. Deberíamos buscar hacer todo el bien posible, y sostenernos y soportarnos mutuamente. Expresar todo esto también desde el punto de vista pastoral, teológico y conceptual, en el contexto de la actual sexología e investigación antropológica, es una gran tarea a la cual es necesario dedicarse más y mejor.


Las mujeres


La formulación de Juan Pablo II es muy importante: “La Iglesia no tiene, de ningún modo, la facultad de conferir a las mujeres la ordenación sacerdotal”. No se trata de no querer sino de no poder. El Señor ha dado una forma a la Iglesia con los Doce y luego con su sucesión, con los obispos y los presbíteros (los sacerdotes). No hemos sido nosotros quienes creamos esta forma de la Iglesia, más bien, es constitutiva a partir de Él. Seguirla es un acto de obediencia, en la situación actual tal vez uno de los actos de obediencia más gravosos. Pero precisamente esto es importante, que la Iglesia muestra no ser un régimen del arbitrio. No podemos hacer lo que queremos. Hay, en cambio, una voluntad del Señor para nosotros, a la cual nos atenemos, aún si esto es fatigoso y difícil en la cultura y en la civilización de hoy.


Por otro lado, las funciones confiadas a las mujeres en la Iglesia son, de tal modo, grandes y significativas que no puede hablarse de discriminación. Sería así si el sacerdocio fuese una especie de dominio, mientras que, por el contrario, debe ser completamente servicio. Si se da una mirada a la historia de la Iglesia, entonces nos damos cuenta de que el significado de las mujeres – desde María a Mónica, hasta la Madre Teresa – es tan eminente que, de muchas maneras, las mujeres definen el rostro de la Iglesia más que los hombres.


Los novísimos


Es una cuestión muy seria. Nuestra predicación, nuestro anuncio, efectivamente está ampliamente orientado, de modo unilateral, a la creación de un mundo mejor, mientras que el mundo realmente mejor casi no es más mencionado. Aquí debemos hacer un examen de conciencia. Ciertamente, se busca ir al encuentro del auditorio, de decir aquello que está en su horizonte. Pero nuestra tarea es, al mismo tiempo, traspasar este horizonte, ampliarlo, y mirar a las cosas últimas.


Los novísimos son como pan duro para los hombres de hoy. Les parecen irreales. Quisieran en su lugar respuestas concretas para el hoy, soluciones para las tribulaciones cotidianas. Pero son respuestas que se quedan a mitad de camino si no permiten también presentir y reconocer que yo me extiendo más allá de esta vida material, que existe el juicio, y que existe la gracia y la eternidad. En este sentido, debemos también encontrar palabras y modos nuevos para permitir al hombre de hoy traspasar el muro del sonido de lo finito.


La venida de Cristo


Es importante que cada época esté cerca del Señor. Que también nosotros mismos, aquí y ahora, estamos bajo el juicio del Señor y nos dejamos juzgar por su tribual. Se discutía sobre una doble venida de Cristo, una en Belén y una al final de los tiempos, hasta que Bernardo de Claraval habló de un Adventus medius, de una venida intermedia, a través de la cual siempre Él entra periódicamente en la historia.


Creo que ha encontrado la tonalidad justa. Nosotros no podemos establecer cuándo terminará el mundo. Cristo mismo dice que nadie lo sabe, ni siquiera el Hijo. Debemos, sin embargo, permanecer, por así decir, siempre ante su venida, y sobre todo estar seguros de que, en las penas, Él está cerca. Al mismo tiempo, deberíamos saber que para nuestras acciones estamos bajo su juicio.


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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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Benedicto XVI: “Seguid al Cristo de la Cruz, si es necesario, usque ad effusionem sanguinis”

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Benedicto XVI impone el birrete a Mons. Ranjith

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Presentamos nuestra traducción de la homilía del Santo Padre Benedicto XVI en el Consistorio Ordinario Público que ha presidido esta mañana para la creación de 24 nuevos Cardenales. El Colegio Cardenalicio ha quedado compuesto ahora por 203 miembros, 121 de los cuales son electores.

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Señores Cardenales, venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas,


El Señor me da la alegría de realizar, una vez más, este solemne acto, mediante el cual el Colegio Cardenalicio se enriquece con nuevos Miembros, elegidos desde las diversas partes del mundo: se trata de Pastores que gobiernan con celo importantes Comunidades diocesanas, de Prelados superiores en los Dicasterios de la Curia Romana, o que han servido con ejemplar fidelidad a la Iglesia y a la Santa Sede.


Desde hoy, ellos pasan a formar parte de aquel coetus peculiaris, que presta una colaboración más inmediata y asidua al Sucesor de Pedro, sosteniéndolo en el ejercicio de su ministerio universal. A ellos, ante todo, dirijo mi afectuoso saludo, renovando la expresión de mi estima y mi vivo aprecio por el testimonio que dan a la Iglesia y al mundo. En particular, saludo al Arzobispo Angelo Amato y le agradezco por las gentiles expresiones que me ha dirigido. Extiendo, luego, mi cordial bienvenida a las Delegaciones oficiales de varios países, a las representaciones de numerosas diócesis, y a todos los que estáis aquí reunidos para participar en este evento, durante el cual estos venerados y queridos hermanos reciben el signo de la dignidad cardenalicia con la Imposición del birrete y la asignación del Título de una iglesia de Roma.


El vínculo de especial comunión y afecto, que une a estos nuevos cardenales con el Papa, les hace singulares y preciosos colaboradores del mandato confiado por Cristo a Pedro, de pastorear a sus ovejas (Cf. Jn 21, 15 – 17), para reunir a los pueblos con la solicitud de la caridad de Cristo. Precisamente de este amor es que ha nacido la Iglesia, llamada a vivir y a caminar según el mandamiento del Señor, en el que se resumen toda la ley y los profetas. Estar unidos a Cristo en la fe y en comunión con Él significa estar “arraigados y cimentados en la caridad” (Ef 3, 17), el tejido que une todos los miembros del cuerpo de Cristo


La palabra de Dios proclamada nos ayuda a meditar precisamente sobre este aspecto tan fundamental. En el pasaje del Evangelio (Mc. 10, 32-45) se pone ante nuestros ojos el icono de Jesús como el Mesías – preanunciado por Isaías (cf. Is 53) – que no ha venido a ser servido sino a servir: su estilo de vida se propone como la base de las nuevas relaciones en la comunidad cristiana y como un nuevo modo de ejercer la autoridad. Jesús está en camino hacia Jerusalén y preanuncia por tercera vez, indicándolo a sus discípulos, el camino a través del cual quiere realizar la obra confiada por el Padre: es el camino del humilde don de sí mismo hasta el sacrificio de la vida, el camino de la Pasión, el camino de la Cruz.


Y sin embargo, también después de este anuncio, como ocurrió para los precedentes, los discípulos revelan toda su dificultad para comprender, para realizar el necesario “éxodo” de una mentalidad mundana a la mentalidad de Dios. En este caso, son los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, que piden a Jesús sentarse en los primeros puestos junto a Él en la “gloria”, manifestando expectativas y proyectos de grandeza, de autoridad, de honor según el mundo. Jesús, que conoce el corazón del hombre, no se turba por este pedido sino que enseguida ilumina el alcance profundo: “vosotros no sabéis lo que pedís”; luego guía a los hermanos a comprender qué implica seguirlo.


¿Cuál es, entonces, el camino que debe recorrer quien quiere ser discípulo? Es el camino del Maestro, es el camino de la total obediencia a Dios. Por eso Jesús pregunta a Santiago y a Juan: ¿estáis dispuestos a compartir mi opción de realizar hasta el final la voluntad del Padre? ¿Estáis dispuestos a recorrer este camino que pasa por la humillación, el sufrimiento y la muerte por amor? Los dos discípulos, con su respuesta segura, “podemos”, muestran, una vez más, no haber entendido el sentido real de lo que les promete el Maestro. Y de nuevo, Jesús, con paciencia, les hace dar un paso más: ni siquiera experimentar el cáliz del sufrimiento y el bautismo de la muerte les da derecho a los primeros puestos porque estos son “para aquellos para los cuales han sido preparados”, está en las manos del Padre celestial; el hombre no debe calcular, debe simplemente abandonarse en Dios, sin pretensiones, conformándose a su voluntad.


La indignación de los otros discípulos se convierte en ocasión para ampliar la enseñanza a toda la comunidad. En primer lugar, Jesús “los llamó”: es el gesto de la vocación originaria, a la cual los invita a volver. Es muy significativo este referirse al momento constitutivo de la vocación de los Doce, al “estar con Jesús” para ser enviados, porque recuerda con claridad que todo ministerio eclesial es siempre respuesta a una llamada de Dios, no es nunca fruto de un proyecto propio o de una ambición propia, sino que es conformar la propia voluntad a la del Padre que está en los Cielos, como Cristo en Getsemaní (cfr. Lc. 22, 42). En la Iglesia nadie es patrón, sino que todos somos llamados, todos somos invitados, todos somos alcanzados y guiados por la gracia divina. ¡Y ésta es también nuestra seguridad! Sólo volviendo a escuchar la palabra de Jesús, que dice “ven y sígueme”, sólo volviendo a la vocación originaria, es posible entender la propia presencia y la propia misión en la Iglesia como auténticos discípulos.


El pedido de Santiago y Juan y la indignación de los “otros diez” Apóstoles hacen surgir una cuestión central a la que Jesús quiere responder: ¿quién es grande, quién es el primero? En primer lugar, la mirada va al comportamiento que corren el riesgo de asumir “aquellos que son considerados gobernantes de las naciones”: “dominar y oprimir”. Jesús indica a los discípulos un modo completamente diverso: “Entre vosotros, no debe suceder así”. Su comunidad sigue otra regla, otra lógica, otro modelo: “quien quiera ser grande, que se haga vuestro servidor, y quien quiera ser el primero, que se haga servidor de todos”.


El criterio de la grandeza y del primado según Dios no es el dominio sino el servicio; la diaconía es la ley fundamental del discípulo y de la comunidad cristiana, y nos deja entrever algo del “señorío de Dios”. Y Jesús indica también el punto de referencia: el Hijo del hombre, que ha venido a servir; sintetiza toda su misión bajo la categoría del servicio, entendido no en sentido genérico sino en el sentido concreto de la Cruz, del don total de la vida como “rescate”, como redención para muchos, y lo indica como condición de su seguimiento. Es un mensaje que vale para los Apóstoles y vale para toda la Iglesia, vale sobre todo para quienes tienen la tarea de guía en el Pueblo de Dios. No es la lógica del dominio, del poder según los criterios humanos, sino la lógica de arrodillarse para lavar los pies, la lógica del servicio, la lógica de la Cruz que es la base de todo ejercicio de la autoridad. En todo tiempo la Iglesia está comprometida en conformarse a esta lógica y en testimoniarla para hacer transparentar el verdadero “señorío de Dios”, el del amor.


Venerados Hermanos elegidos para la dignidad cardenalicia, la misión a la que Dios os llama hoy y que los habilita para un servicio eclesial aún más cargado de responsabilidad, requiere una voluntad siempre mayor de asumir el estilo del Hijo de Dios, que ha venido en medio de nosotros como el que sirve (cf. Lc 22, 25 – 27). Se trata de seguirlo en su donación de amor humilde y total a la Iglesia, su esposa, en la Cruz: es sobre aquél signo de la cruz que el grano, dejado caer por el Padre sobre el campo del mundo, muere para convertirse en fruto maduro. Por esto es necesario un arraigamiento todavía más profundo y firme en Cristo. La relación íntima con Él, que transforma cada vez más la vida de modo que se pueda decir con san Pablo “no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20), constituye la exigencia primaria para que nuestro servicio sea sereno y alegre y pueda dar el fruto que espera el Señor de nosotros.


Queridos hermanos y hermanas, que hoy rodeáis a los nuevos Cardenales: ¡rezad por ellos! Mañana, en esta misma Basílica, durante la concelebración en la solemnidad de Cristo, Rey del Universo, les entregaré el anillo. Será una ulterior ocasión en la cual “alabar al Señor, que permanece siempre fiel” (Sal 145), como hemos repetido en el Salmo responsorial. Su Espíritu sostenga a los nuevos purpurados en el compromiso de servir a la Iglesia, siguiendo al Cristo de la Cruz también, si es necesario, usque ad effusionem sanguinis, estando siempre prontos – como decía san Pedro en la lectura proclamada – para dar razón de la esperanza que está en nosotros (cf. 1Pe 3, 15). A María, Madre de la Iglesia, confío a los nuevos Cardenales y su servicio eclesial a fin de que, con ardor apostólico, puedan proclamar a todas las naciones el amor misericordioso de Dios.


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Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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