miércoles, 22 de febrero de 2012

Card. Cottier: “Benedicto XVI es la columna que sostiene hoy a la Iglesia”

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Una gran fiesta de la Iglesia. Un momento “de alegria”, en que “la Iglesia se ha reunido en torno al Papa” para manifestarle “el propio afecto”. “En las grandes perplejidades de nuestro tiempo, él es la columna que sostiene. Lo hace con sencillez, sin fracaso”. El cardenal George Cottier, que cumplirá noventa años en abril, por casi veinte años teólogo de la Casa Pontificia, habla de los cuatro días del cuarto Consistorio de Benedicto XVI. Que han confirmado, dice con un ojo – desencantado - dirigido a las polémicas de las últimas semanas, que “su principal preocupación es que los cristianos vuelvan a los temas centrales de la fe”.

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¿Cómo ha visto al Papa en estos días?


Me ha impresionado su serenidad. Ciertamente sufre todas las cosas que han sido dichas por los medios en estos días, pero en el fondo de su ánimo está sereno. Es la fuerza del Espíritu Santo que guía su vida. Es su fe. La vocación específica de Pedro es sostener la fe de los hermanos. He aquí que, en todas las dificultades, en todas las grandes perplejidades, él es la columna que sostiene. Puede parecer un poco cansado, pero en estos días ha hecho una estupenda síntesis de lo que debe ser la actitud de los creyentes, no buscar nunca el poder sino el servicio, hasta el martirio si es necesario, siguiendo el ejemplo de Jesús. Y es bellísimo el testimonio de este hombre que, humilde, sencillo, modesto, tiene esta fuerza espiritual tan intensa, capaz de transmitir paz.

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En pocas palabras, se puede decir que, para él, es un modo de ir “más allá”.


Sí, ciertamente. Él deja pasar estas “olas” que quisieran sacudir a la Iglesia, esta gran agitación de las aguas, porque sabe que el movimiento de fondo va más allá. Me ha ocurrido que reflexionando en estos días sobre todo esto, y precisamente durante las jornadas del Consistorio, hablando con otros hermanos, he constatado que no había sido el único en tener un cierto pensamiento. Que es éste: en todo el agitarse en torno a la Iglesia, se puede ver la obra del Maligno en acción. Pero si agita mucho las aguas entonces quiere decir que hay vitalidad en la Iglesia, que el Maligno quiere contrastar. Y esta vitalidad es la fuerza de la fe, es la vida cristiana que se manifiesta en todo el mundo.

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¿Dónde se ve esta vitalidad?


Precisamente hace un tiempo un hermano, que viaja mucho, me hablaba de cómo, en todo el mundo, los jóvenes de alguna manera han reencontrado el sentido de la adoración eucarística. Estos son realmente signos de gran vitalidad, allí está la realidad de la Iglesia: una realidad que no debe ser ofuscada por los pecados de los cristianos. Y éste es, en el fondo, el misterio de la Iglesia, que es santa y que tiene miembros que son pecadores, pero que están llamados a ser santos. Entonces, si es a esto a lo que todos estamos llamados, a la santidad, entonces estamos llamados también a dar testimonio, a tener una vida coherente con lo que profesamos. El Papa, también en estos últimos días, ha citado la palabra de Pablo VI, que decía que nuestra época es más sensible a los testigos que a los maestros, y todavía más a los maestros que son también testigos. Éste debería ser el programa de todos nosotros. De todos los cristianos, pero ciertamente todavía más los que tenemos responsabilidades particulares.

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¿Qué ejemplo nos da Benedicto XVI?


Un ejemplo grandísimo, cotidiano. Tiene 85 años, como dije antes a veces se lo ve cansado, y esto es totalmente normal; las falsas novelas que se han oído dando vueltas, también sobre esto, ciertamente lo hacen estar mal… Sin embargo, nosotros vemos cómo, a su edad, logra hacer cosas extraordinarias: lo hemos visto en Madrid, o en Alemania, donde nos ha recordado que las estructuras más bellas, si están vacías de fe, no valen nada. Lo hemos visto cuando ha ido a Rebibbia. Y dentro de poco irá a México y a Cuba. Sus catequesis de los miércoles son extraordinarias. Debemos mirar estas cosas. Que él hace siempre con esta idea-clave, que el problema fundamental, especialmente de Europa y de Occidente, es la necesidad de la re-evangelización, a causa de la pérdida de la fe. Esta es la línea fuerte de su pontificado, esta invitación a volver a mirar al amor de Jesús, a la Eucaristía, a los temas centrales de la fe cristiana. Y el Papa habla de esto, porque esto es lo que interesa al mundo.


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Fuente : Avvenire


Traducción : La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 16 de febrero de 2012

Finalmente juntos, después de 477 años

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Presentamos la primera homilía del P. Jeffrey Steenson, ordinario del nuevo Ordinariato personal de la Cátedra de San Pedro, erigido en Estados Unidos para aquellos fieles anglicanos que desean volver a la plena comunión con la Iglesia católica, de acuerdo a las disposiciones de Benedicto XVI en la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus.

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“¡Qué bueno y agradable que los hermanos vivan unidos!” (Salmo 133, 1). Damos gracias de todo corazón al Papa Benedicto XVI por este don bellísimo, el Ordinariato Personal de la Cátedra de San Pedro, y rezamos para que pueda promover la causa de la unidad católica. Cuando el Cardenal Wuerl me dijo que el Santo Padre quería instituir el Ordinariato bajo este nombre, realmente me llené de alegría porque esto va al corazón de lo que debe ser nuestra misión, y nos ayuda sobre todo a comprender por qué Nuestro Señor ha confiado Su Iglesia a San Pedro.


Ríos de tinta han corrido sobre la interpretación de aquellas palabras del Evangelio que Jesús dirigió a Pedro en Cesarea de Filipo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt. 16, 18). Ciertamente, para los católicos la interpretación autorizada de estas palabras viene del Concilio Vaticano I. Pero debemos reconocer honestamente que los cristianos han leído ese texto de modos diferentes. Incluso entre los Padres de la Iglesia no había unanimidad sobre el significado preciso de “sobre esta piedra”. El gran San Agustín mismo dijo: “el lector debe elegir: ¿esta piedra significa Cristo o Pedro?” (Retractaciones 1 ,20). Pero San Agustín, sabiamente, no planteaba la cuestión sobre la base de una cosa u otra, ya que Pedro lleva todo a Cristo. El camino es claro: nosotros somos de Cristo y Cristo es de Dios (1Cor. 3, 23).


Estoy agradecido de que, en el curso de mi ministerio, las enseñanzas del Beato Juan Pablo II y del Papa Benedicto XVI siempre han sido clarísimas sobre este punto: la Iglesia existe para llevar las almas a Cristo. Pero como afirma sencillamente el texto, Jesús ha investido a Pedro de un ministerio de fundamental importancia, y lo hace usando tres verbos en tiempo futuro: “edificaré mi Iglesia… las puertas del infierno no prevalecerán contra ella… te daré las llaves del Reino de los Cielos”. Cuando Jesús habla en tiempo futuro, Él atrae todo hacia sí, por eso sabemos que tal concesión no cesa con el Pedro histórico. En el momento en que el Señor pronuncia aquellas palabras, es anticipada toda la existencia de la Iglesia sobre la tierra hasta el final de los tiempos.


Al respecto, escuchad lo qué escribió San Anselmo, el 37º Arzobispo de Canterbury, tal vez el más grande teólogo, que dio brillo a la amena y verde Inglaterra: “Este poder fue confiado de modo particular a Pedro, de modo que nosotros fuésemos invitados a la unidad. Por eso Cristo lo nombró cabeza de los apóstoles, para que la Iglesia tuviese un principal Vicario de Cristo al cual pudiesen recurrir los distintos miembros de la Iglesia, en el caso de disensos entre ellos. Pero si hubiese más cabezas en la Iglesia, el vínculo de la unidad se rompería” (Cat. Aur. Mt. 16,19).


La primera vez que encontramos el versículo de Mt. 16, 18 aplicado específicamente a los sucesores de Pedro fue con ocasión de una controversia entre el Papa Esteban y San Cipriano de Cartago a mediados del siglo III. Con el riesgo de parecer pedante, espero que me permitáis hablaros brevemente de esto, ya que es muy relevante para el Ordinariato. En la tradición anglicana, los Padres de la Iglesia son tenidos en gran estima y nos han enseñado que es precisamente de ellos que debemos sacar orientación para afrontar las cuestiones teológicas.


Yo considero héroes a los Papas del siglo III, porque eran pastores valientes que  buscaban recuperar a aquellos hermanos que, saliendo de la Iglesia católica, habían roto la plena comunión con ella. En un tiempo en que muchos obispos eran severos e intransigentes sobre la pureza de la Iglesia, Dios nos ha dado Papas que comprendieron que volver a acoger a los fugitivos y a los caídos forma parte de la misma esencia del ministerio conferido por Jesús a los apóstoles. En las cartas de San Cipriano, se encuentra una notable correspondencia reveladora con San Firmiliano de Cesarea sobre el Papa Esteban (Ep. 75 ca. 255): “¿Pero lo ves, Cipriano? ¡Realmente Esteban piensa que se sienta en la cátedra de Pedro, ya que nos manda aceptar el bautismo de estos grupos separados! ¡Realmente quiere que nosotros los consideremos cristianos!”.


Yo creo que éste es precisamente el contexto para comprender lo que el Papa Benedicto nos dice en la Anglicanorum coetibus. Algunos objetan que la Iglesia católica hace demasiado difícil el camino para alcanzar la unidad de los cristianos. ¡Pero mirad lo que se pide a aquellos que consideran entrar en el Ordinariato! Los anglicanos no sólo deben ser acogidos sino confirmados en su estado, y su clero ordenado en forma absoluta. ¿Acaso se pide volver a empezar todo desde cero? ¡Ciertamente no! Desde Ceferino hasta Calixto, Cornelio y Esteban – los Papas del siglo III, que casi todos ofrecieron su vida como mártires y que gobernaron la Iglesia en tiempos en que parecía que realmente las puertas del infierno podían prevalecer, amenazando con destruir su unidad esencial -, la Iglesia católica simplemente pedía que los vínculos de caridad fueran restablecidos sacramentalmente invocando la presencia del Espíritu Santo. Estos son hermanos y hermanas que vuelven a casa.


El primer principio del Ordinariato es, por lo tanto, la unidad de los cristianos. San Basilio Magno, el más grande ecumenista de la Iglesia, gastó literalmente su vida para construir puentes entre hermanos ortodoxos que participaban de la misma fe pero que se habían dividido entre ellos en una Iglesia tristemente fragmentada por la herejía y la controversia. Él enseñaba que se requiere un decidido e incesante esfuerzo para alcanzar la unidad de los cristianos. Así como un viejo abrigo se vuelve cada vez más roto y más difícil de enmendar, la unidad de la Iglesia nunca se debe dar por descontada sino que exige gran diligencia y valentía por parte de sus pastores (Bas. Ep. 113). San Basilio hablaba a menudo con nostalgia de la archaia agape, del antiguo amor de la comunidad apostólica, tan raramente visible en la Iglesia de sus tiempos. Este amor, enseñaba, es un signo visible de que el Espíritu Santo está realmente presente y activo, absolutamente esencial para la salud de la Iglesia. No hay mejor ilustración de esto que en la gran escultura de la Cátedra de San Pedro, en el ábside de la Basílica de San Pedro: la cátedra de Pedro está sostenida por los grandes Padres de la Iglesia, mientras que suspendida en lo alto por encima de todo, está la luminosa paloma de alabastro, el Espíritu Santo, que sumerge todo en la irradiación del amor divino.


Hay mucho por celebrar en el patrimonio del anglicanismo, sus tradiciones litúrgicas, espirituales y pastorales, que la Iglesia católica acoge como un tesoro para compartir. Pero debemos ser claros sobre nuestros principios. Durante 477 años en los cuales los anglicanos han estado separados de Roma, muchos fieles han rezado con fervor y haciendo grandes sacrificios para el acontecimiento de este día. En obediencia y confianza han abrazado generosamente lo que Jesús pide en la oración por la unidad de sus discípulos (Jn. 17, 21). De hecho, no es coincidencia que tal reconciliación tenga lugar precisamente en el tiempo en que el Papa Benedicto ha puesto la nueva evangelización en lo más alto de la agenda de la Iglesia. Convertirse y conformarse a imagen de Cristo significa que Su Iglesia será transformada y renovada completamente. Me gusta mucho el concepto que ha expresado nuestra canciller, la Dra. Margaret Chalmers: “nuestro patrimonio son los fieles”. Abramos, por lo tanto, nuestros corazones, en humildad y amor, a todos los cristianos divididos por la cultura, por las circunstancias y por las incomprensiones. Tendamos la mano con amistad a todos aquellos que buscan la Verdad. Ellos son nuestros compañeros de viaje. Comenzamos firmes en la fe de que Dios nos ha dado a Pedro, con la mano firme sobre el timón, que nos restituye a Jesús, “el Pastor y el Obispo de nuestras almas” (1 Pedro 2, 25).


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Fuente: Diócesis de Porto-Santa Rufina


Traducción: La Buhardilla de Jeronimo

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martes, 14 de febrero de 2012

P. Schmidberger FSSPX: “Hemos puesto nuestra libertad en manos del Papa”

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Presentamos nuestra traducción de una entrevista al Padre Franz Schmidberger, superior del distrito de Alemania de la Fraternidad San Pío X, publicada por el periódico alemán Die Welt. Como de costumbre, recordamos que el hecho de ofrecer esta información no implica compartir las afirmaciones del sacerdote, sino que consideramos que la clave de lectura de estos acontecimientos debe encontrarse, como siempre, en la palabra del Santo Padre, en particular en la importante Carta a los obispos de la Iglesia Católica del 10 de marzo del 2009. En esta perspectiva serán moderados también los eventuales comentarios.

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El proceso de reconciliación entre el Vaticano y la Fraternidad entra en una fase crucial. Tres años atrás terminó en primera plana, con el levantamiento de las excomuniones de los cuatro obispos, uno de los cuales, el obispo inglés Williamson, había negado el Holocausto. Ahora puede ser pronto para decir si el intento del Papa de llevar a los católicos ultra-conservadores a la barca tendrá éxito, o si habrá un alejamiento definitivo de los rebeldes de la plena comunión de la Iglesia Católica Romana. Su Superior General, Mons. Bernard Fellay, ha dicho en América que la última propuesta de Roma es inaceptable. Para el Padre Franz Schmidberger, Superior del Distrito alemán de la Fraternidad San Pío X, la cosa no parece definitiva. Paul Badde ha hablado con él.


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En Roma hay cada vez más signos de que una completa reconciliación con la Fraternidad San Pío X puede finalmente tener lugar, y que ésta debería tener pronto su prelatura personal, status no diverso del que tiene el Opus Dei. Se ha también dicho, sin embargo, que los diálogos entre el Vaticano y la Fraternidad han fracasado. ¿Puede aclarar?


El 14 de septiembre de 2011, el cardenal Levada ha presentado al Obispo Fellay, nuestro Superior General, un “preámbulo doctrinal”, cuya aceptación es la condición para un reconocimiento canónico de la Fraternidad San Pío X. Hemos hecho amplias consultas sobre el texto y se llegó a la conclusión de que no era aceptable. Finalmente, yo mismo, el 1º de diciembre, he llevado a Roma la respuesta del Superior General y, por pedido de Roma, he entregado una aclaración de tal respuesta. Ahora esperamos con gran ansiedad la respuesta de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

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El Papa ha dicho que no habría aprobado el levantamiento de las excomuniones de vuestros cuatro obispos si hubiese estado en conocimiento de las declaraciones del obispo Williamson. ¿Qué ocurrirá con Williamson después de la reconciliación?


Yo no soy un profeta pero creo que durante las discusiones sobre una estructura canónica para la Fraternidad, que ciertamente no se harán en una sola sesión, los participantes podrán hablar también de Williamson. Ciertamente, se puede esperar que él obedezca las instrucciones del Superior General.

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Se dice del Arzobispo Lefebvre, fundador de la Fraternidad, que ha “adherido a la Roma eterna con todo el corazón”. ¿No deberíais ya estar reconciliados, con este Papa que tiende tanto su mano?


Las cosas no son tan fáciles. Durante la visita del cardenal Gagnon en 1987, el arzobispo Lefebvre ha escrito al cardenal una carta y ha propuesto una estructura canónica para la Fraternidad. Al mismo tiempo, él dejó muy claro que el ecumenismo actual surgido bajo el símbolo del relativismo religioso, la libertad religiosa, cuyo fruto es la laicidad de hoy, y la colegialidad, que paraliza completamente la vida de la Iglesia, son inaceptables para nosotros. Lamentablemente, todavía hoy hay diferencias cuando se trata de esto con el Papa reinante.

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¿Cuáles son los argumentos razonables de la Fraternidad, de hecho todavía en contra de la libertad religiosa, cuya realización es fundamental para la paz en el mundo actual?


La libertad religiosa no es, en primer lugar, una cuestión de práctica, sino una cuestión de doctrina. La condena de la libertad religiosa por parte de los Papas no implica la voluntad de obligar a los otros a aceptar la religión católica sino que implica que un Estado, en el que la mayoría de la población es católica, debería reconocer que la religión católica es la religión revelada por Dios. Al mismo tiempo, puede tranquilamente tolerar las otras religiones y confesiones e incluso establecer tal tolerancia en la ley civil.


Obviamente, en tiempos pluralistas como el actual, tal tolerancia debería encontrar una amplia aplicación. Por otro lado, el error no es un derecho (natural). Cuando, sin embargo, se trata de una persona que es capaz de conocer a Dios con la luz de la razón y de conocer la verdadera religión, entonces esto vale también para los estadistas, y es exactamente esto lo que los Papas, hasta Pío XII, han mantenido condenando la libertad religiosa. Todo lo demás es, en última instancia, agnosticismo.

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Los últimos Papas se han empeñado todos en el ecumenismo, también para una consolidación de las confesiones, según la palabra de Cristo, que dice: “que todos sean uno”, como Jesús ha rezado (Jn. 17, 21). ¿Qué quisiera afirmar contra esto?


Cada domingo los fieles cantan: “Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica”. La oración de Cristo no se refiere tanto al hecho de antes deban convertirse en uno; de hecho, en el curso de la historia, los grupos se han separado de la Iglesia y varias veces, por ejemplo, los griegos en el siglo XI y Lutero con sus seguidores en el siglo XVI. Para todo cristiano sincero esto es un dolor y rezamos cada día por el retorno de aquellos que se han separado de la Iglesia, de la casa paterna.

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Hasta hoy toda secta ha presuntuosamente declarado estar en lo correcto, demostrándolo con una buena dosis de arrogancia hacia la mayoría. Mons. Lefebvre era distinto. Ha sufrido mucho por la división y por el estado de emergencia del status irresuelto de la Fraternidad. Desde entonces, ¿ha ocurrido que la Fraternidad se ha acostumbrado al estado de emergencia o existe la conciencia de una separación permanente todavía vista como un peligro?


Un caso de emergencia es un caso de emergencia, es anormal y aspira hacia la normalización. ¿Cómo puedo llegar a un acuerdo con los encuentros de Asís que implícitamente (¡no explícitamente!) sostienen que todas las religiones son caminos de salvación? A nosotros ciertamente nos duele la situación actual, pero se sufre infinitamente más por este indiferentismo religioso que lleva un número incalculable de almas a la perdición.

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El Papa ha puesto en juego su reputación (y la unidad de toda la Iglesia), tres años atrás, para la reconciliación con la Fraternidad. ¿Qué ofrece la Fraternidad para la reconciliación con la Iglesia?


Una vez que sea canónicamente reconocida, la Fraternidad llevará un gran potencial religioso y una gran fuerza religiosa dentro de la Iglesia. Veo pocas comunidades eclesiales que hayan hecho suya la causa de la plena unidad entre la teología dogmática, la espiritualidad y la liturgia, y que viven de ella. Llevamos un gran tesoro porque, desde el inicio, hemos celebrado únicamente la magnífica liturgia antigua con su carisma de fe y de santidad.


Además, la Fraternidad será un gran apoyo para el Papa para conquistar el cisma latente que está presente en varias partes de Europa a causa de las fuerzas centrífugas, por ejemplo, en Austria. Recientemente un Arzobispo en Alemania me ha dicho que también aquí se espera la separación de grandes comunidades.

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Sin embargo, no era esa mi pregunta. He recordado lo que el Papa arriesgó para la reconciliación y me pregunto una vez más qué es lo que estaríais dispuestos a sacrificar.


Damos nuestra relativa libertad, que hemos usado hasta ahora para la expansión mundial de nuestro trabajo y la hemos puesto en manos del Papa. Por lo demás, no se trata de un acuerdo diplomático, sino del bienestar de la Iglesia y de la salvación de las almas. El problema de la Iglesia no es la Fraternidad sino los teólogos modernistas y el colapso que se ha dado en la vida de la Iglesia después del Concilio.

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Ahora también los anglicanos encuentran un hogar en la Iglesia católica. ¿Y qué les ha impedido sentirse en casa en la Iglesia en las últimas décadas?


En realidad, las mismas tendencias que han hecho huir a los anglicanos hacia la Iglesia católica están presentes desde que el Concilio Vaticano II se ha desarrollado dentro de la Iglesia católica y llevó a una devastadora pérdida de fe, a una caída de la moral y al caos en la liturgia. Si se piensa sólo por un segundo en las Misas-carnaval que entran en las iglesias por todas partes en estos días. Vea, yo tengo aquí el discurso del Papa a los representantes del Comité central de los católicos alemanes del 24 de septiembre de 2011. En este discurso dice: “la verdadera crisis de la Iglesia en el mundo occidental es una crisis de fe. Si no encontramos un modo para renovar realmente nuestra fe, todas las reformas estructurales seguirán siendo ineficaces”. A través del Concilio no es el espíritu de la Iglesia el que ha entrado en el mundo, sino lo contrario: el espíritu del mundo ha invadido la Iglesia.

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Yo no digo algo nuevo cuando indico la pequeña parte en el centro (o al borde) de la Fraternidad que no participará en una reconciliación con el Papa. ¿Estáis preparados a hacer fracasar la reconciliación por esta parte, o dispuestos a separaros de ellos?


Si las autoridades romanas no tienen necesidad de algo de la Fraternidad para el reconocimiento canónico que esté contra la enseñanza tradicional y la praxis de la Iglesia, entonces no habrá grandes dificultades en materia de una regularización. Sin embargo, si Roma nos pidiese aceptar incondicionalmente todo el Vaticano II, no veo una posibilidad de reconciliación.

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Sobre la hipótesis de reconciliación: ¿cómo os distinguiréis de los otros grupos que están también comprometidos en la Tradición? Después de una reconciliación exitosa, ¿permanecerán cosas que otros no tienen?


Nuestro carisma especial es la formación de los sacerdotes y el cuidado de los sacerdotes. Además de esto, nosotros en la Fraternidad nos hemos especializado en la predicación de los Ejercicios Espirituales, en la gestión de las escuelas, y también sencillamente en el cuidado de las parroquias, que hoy están en un estado lamentable. Basta pensar en el sacramento de la Penitencia que, por ejemplo, aquí en Stuttgart, ya no se administra en las parroquias, con pocas y heroicas excepciones. Con esto, la conciencia del pecado y la necesidad de salvación están desapareciendo, así como la oración, la recepción de los Sacramentos, y el espíritu de sacrificio.

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Hay voces que dicen que el trabajo del Papa por esta reconciliación es prioritario, pero sólo para el ecumenismo en su conjunto. ¿Usted comparte esta idea, o no tiene miedo?


Si lo que veo es correcto, entonces esto puede aplicarse sólo a los ortodoxos, pero no a todos los distintos grupos de protestantes. Porque, en lo que respecta a los primeros, es sobre el reconocimiento del primado y la jurisdicción del Papa, mientras que respecto a los otros existe, además, una desviación sustancial del depósito de la fe católica, así como de la enseñanza y la práctica de los sacramentos. Nosotros no incurrimos por defecto en ninguna de estas dos modalidades, si bien, sobre la base de argumentos de fe, hemos debido resistir a ciertas directivas – como la aceptación de la nueva liturgia.

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Ningún Papa ha sido tan amable con vosotros como Benedicto XVI. Él tendrá pronto 85 años. ¿No tenéis miedo a veces de que el tiempo pueda volverse en vuestra contra?


Es cierto que el Papa reinante nos muestra su favor, y espero que encontremos una solución durante su pontificado. Por otra parte, la situación en la Iglesia está asumiendo formas cada vez más dramáticas todos los días, el Papa habla de la pérdida de fe en las regiones de grandes dimensiones. ¿No estará esto en relación con algunas declaraciones del Concilio y con las reformas post-conciliares? En algunos prelados parece despuntar una luz y cuanto más tiempo dure la crisis, más intensa será la luz. Y en este sentido, el tiempo juega a nuestro favor.

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¿Qué da más esperanza que el hecho de que el peligro de un nuevo cisma entre Roma y la Fraternidad pueda ser ya abolido para Pascua?


La Fraternidad ha visto muchas crisis y ha salido de todos más reforzada que debilitada. Además de esto, junto a todos sus miembros y las casas, los consagrados, se ha consagrado a la Madre de Dios el 8 de diciembre de 1984. Me resulta difícil creer que Dios permita que una obra de su Madre fracase.

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Fuente: Rorate Coeli


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 13 de febrero de 2012

Card. Kasper: “El Papa debe estar muy triste al ver cómo buscan destruir lo que ha edificado”

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Presentamos nuestra traducción de la entrevista que el Cardenal Walter Kasper ha concedido al periódico Corriere della sera, en la cual se refiere a las vergonzosas y continuas fugas de noticias que se han dado en la Curia Romana en las últimas semanas.

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“Me apena por el Santo Padre. Lo siento mucho. Él debe estar muy triste al ver cómo tratan de destruir lo que ha edificado”. El cardenal Walter Kasper, 78 años, por diez años cabeza del Pontificio Consejo para las relaciones con las otras confesiones cristianas y con los judíos, es uno de los más grandes teólogos en vida. Uno de los pocos que Benedicto XVI ha citado directamente en su “Jesús de Nazaret”. Él y Ratzinger se conocen desde hace más de cuarenta años, han tenido posiciones teológicas diferentes pero los une una estima recíproca. Este año ha sido publicado en Italia “La Iglesia católica. Esencia. Realidad. Misión”, la obra en la que el cardenal Kasper reflexiona sobre el futuro de la Iglesia: “Un nuevo comienzo es posible sólo si, de modo similar a cómo ocurrió con el movimiento que condujo al Vaticano II, concurren tres cosas: una renovación espiritual alimentada por las fuentes, una sólida reflexión teológica y una mentalidad eclesial”. Sobre todo esta última parece que falta con las continuas fugas de noticias dirigidas, la más reciente de las cuales ha sido el apunte anónimo sobre el “complot” inexistente contra el Papa. “Me han resultado indignantes”, suspira.

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¿Qué está sucediendo, Eminencia?


Mire, yo no sé si son luchas de poder u otra cosa, y no me ocupo de ello. No está muy claro qué se proponen. Tal vez se quiere dañar al Secretario de Estado, afectar también a otras personas. Ciertamente está en juego la imagen de toda la Iglesia. Si bien el apunte anónimo que ha sido entregado a la prensa está fuera de la realidad, ridículo: todos son conscientes de ello, es la evidencia.

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Más allá del contenido, el problema es que dentro del Vaticano hay alguien que hace filtrar estas cosas hacia el exterior…


Yo no sé ni he sabido nunca mucho sobre las internas del Vaticano. Nunca he querido saber de estas “cordadas”, no me interesa, ¡soy un extranjero en la Curia! Y he tratado de hacer mi trabajo. Por eso sé cuánto se entristece el Papa por estas cosas.

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Ratzinger ha pasado treinta años en la Curia Romana. ¿No estará sorprendido, verdad?


El Papa nunca ha entrado en esta selva. Desde que era cardenal y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger siempre pensó en hacer su trabajo, en prestar su servicio a la Iglesia. Nunca se ha inmiscuido en estas luchas internas. Cuestión de dignidad.

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¿Qué es lo que no funciona?


Es un problema de falta de eclesialidad. Quien se presta a estas cosas carece de sentido de la Iglesia, de lealtad para con la Iglesia y el Vaticano mismo. No, estas cosas no se hacen. Como cristiano y como persona pienso que uno puede pedir justicia, si considera haber sufrido una injusticia. Pero no así. Hay un estilo dañino.

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¿Un estilo dañino?


Sí, esto muestra también un clima en la burocracia interna, un estilo de trabajo, que no está bien. No en todos, ciertamente, muchos trabajan por la Iglesia. Pero quien hace estas cosas es un irresponsable.

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¿Pero cuál es el estilo correcto?


Si alguien quiere criticar al Secretario de Estado o a cualquier otro, lo puede hacer, si tiene argumentos. Habla claramente, presenta sus objeciones a la persona en cuestión, lo dice al Papa. Pero no así, no con estas cosas anónimas que no tienen credibilidad y se descalifican por sí mismas. Quien tiene que decir algo debe presentarse dando la cara y con sentido de responsabilidad.

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Ha sido un cardenal, Darío Castrillón Hoyos, quien entregó a la Secretaría de Estado el apunte anónimo.


Pero esto se puede también hacer. Ciertamente, la noticia está fuera de la realidad, el contenido causa risa. Pero hay personas que tienen la responsabilidad de evaluar. Si recibo una señal de alerta, informar al Secretario de Estado es una obligación. Pero hay alguien que ha dado el documento a los periódicos, éste es el punto. Yo estoy muy decepcionado por estas fugas de noticias, por los documentos reservados de los nombramientos que aparecen en los periódicos antes de que sean oficiales.

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¿Cuáles son las consecuencias?


Yo siempre he continuando encontrándome con las personas, siempre he hablado con la gente. Sobre estos acontecimientos, los fieles están escandalizados, y con razón. Quien hace estas cosas provoca confusión en el pueblo cristiano. Está en juego la imagen de la Iglesia. Y esto justamente mientras hay un Pontífice que trabaja por la renovación de la Iglesia: él, cuando ha visto los abusos, ha querido poner orden.

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¿Qué se puede hacer ahora, Eminencia?


Mire, yo sabría qué decir al Santo Padre. Puedo decirlo al mismo Papa o escribirle una carta. Luego él evaluará y hará o no hará, como quiera. Pero ciertamente nunca lo diría en televisión o en los periódicos.

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Fuente: Corriere della sera


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 8 de febrero de 2012

El Año de la Fe y la Sagrada Liturgia

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Presentamos nuestra traducción de un interesante artículo publicado en el blog “Salvem a Liturgia” sobre la relación entre el próximo Año de la Fe, fuertemente querido por Benedicto XVI, y la Sagrada Liturgia, una de los máximas preocupaciones del actual pontificado.

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El Santo Padre proclamó recientemente un Año de la Fe, que comenzará el 11 de octubre de 2012 – 50º aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y 20º aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica – y culminará en la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo (24 de noviembre de 2013). Se trata de “una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo” (Carta apostólica Porta Fidei, n. 6), con un énfasis muy fuerte en la catequesis y en la nueva evangelización, como se puede entender por la propuesta del Santo Padre.


La elección de la fecha de inicio no es una mera coincidencia, sino más bien “una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia»” (Ibíd., n. 5). Y el Sumo Pontífice recuerda una vez más las palabras del célebre discurso en que comentó, por primera vez como Papa, la cuestión de la hermenéutica del Concilio, de ruptura o continuidad: “Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia»”


¿Qué tiene que ver el Año de la Fe con la Liturgia? ¡Todo! Lex orandi, lex credendi. Y la forma en que se llevan cabo la mayoría de nuestras celebraciones litúrgicas parece indicar al mundo que nuestra fe en nada se distingue de otras “opciones” disponibles en el “mercado” de las religiones, de las sectas y de la auto-ayuda. Pero si realmente creemos en que el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio a Dios Altísimo para rescatarnos de las tinieblas del pecado, y que este sacrificio es perpetuado en el tiempo de forma incruenta por medio del Santo Sacrificio del Altar, es esto lo que nuestras celebraciones litúrgicas – y en especial la Santa Misa – precisan decir. Pienso que es esto lo que el Santo Padre quiso decir al afirmar que “sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos” (Porta fidei, n. 11). Después de todo, ¿de qué sirve decir “yo creo” si no hay una coherencia de vida, tanto en la vida secular como en la vida espiritual? ¿Cómo decir “yo creo” y rezar como si no se creyese o como si no hiciese la diferencia?


El Santo Padre nos indica el camino. Conocer y asimilar los textos del Concilio Vaticano II. Y aquí entra la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia. El primer documento en ser aprobado por los padres conciliares y ciertamente el primero en ser ignorado en cuanto a su aplicación práctica. Que el Concilio Vaticano II quiso una reforma litúrgica todo el mundo lo sabe: después de todo, es casi uno de los dos únicos puntos del documento que se comentan. Curiosamente, estas personas que se dicen aplicadoras de la reforma litúrgica son las mismas que dicen por ahí que el Concilio abolió el latín, que el Concilio quiso el fin de la celebración orientada (versus Deum, ad orientem).


No es nada de eso lo que el Concilio quiso decir en lo referente a la Sagrada Liturgia porque no fue para eso que los 2147 padres conciliares dieron su placet cuando aprobaron el documento. El Papa Benedicto, en el mismo discurso citado anteriormente, califica como peligrosa la hermenéutica de la discontinuidad, que “afirma que los textos del Concilio como tales no serían aún la verdadera expresión del espíritu del Concilio”. Siguiendo la clave hermenéutica del Papa, lo que quiso de hecho el Concilio fue, por sólo citar dos ejemplos:


- la conservación del uso del latín en los ritos latinos, dejando más espacio para la lengua vernácula, especialmente en las lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos (Sacrosanctum Concilium, n. 36);


- la primacía del canto gregoriano en la acción litúrgica, como canto propio de la liturgia romana, si bien no se excluyen otros géneros de música sacra, como la polifonía (Sacrosanctum Concilium, n. 116).


Complementando el Motu proprio que promulgó el Año de la Fe, en el pasado 6 de enero, Solemnidad de la Epifanía del Señor, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó la “Nota con indicaciones pastorales para el Año de la Fe”. Algunos puntos que destaco, por estar relacionados directa o indirectamente con la Sagrada Liturgia y la re-sacralización litúrgica que va siendo promovida por el Santo Padre a lo largo de su pontificado:


III. En el ámbito diocesano


1. Se auspicia una celebración de apertura del Año de la fe y de su solemne conclusión en el ámbito de cada Iglesia particular, para «confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo».


2. Será oportuno organizar en cada diócesis una jornada sobre el Catecismo de la Iglesia Católica, invitando a tomar parte en ella sobre todo a sacerdotes, personas consagradas y catequistas. En esta ocasión, por ejemplo, las eparquías católicas orientales podrán tener un encuentro con los sacerdotes para dar testimonio de su específica sensibilidad y tradición litúrgicas en la única fe en Cristo; así, las Iglesias particulares jóvenes de las tierras de misión podrán ser invitadas a ofrecer un testimonio renovado de la alegría de la fe que las distingue.


5. Será oportuno verificar la recepción del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica en la vida y misión de cada Iglesia particular, especialmente en el ámbito catequístico. En tal sentido, se espera un renovado compromiso de parte de los departamentos de catequesis de las diócesis, que sostenidos por las comisiones para la catequesis de las Conferencias Episcopales, tienen el deber de ocuparse de la formación de los catequistas en lo relativo a los contenidos de la fe.


6. La formación permanente del clero podrá concentrarse, particularmente en este Año de la fe, en los documentos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica, tratando, por ejemplo, temas como “el anuncio de Cristo resucitado”, “la Iglesia sacramento de salvación”, “la misión evangelizadora en el mundo de hoy”, “fe e incredulidad”, “fe, ecumenismo y diálogo interreligioso”, “fe y vida eterna”, “hermenéutica de la reforma en la continuidad” y “el Catecismo en la atención pastoral ordinaria”.


IV. En el ámbito de las parroquias/comunidades/asociaciones/movimientos


2. El Año de la fe «será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía». En la Eucaristía, misterio de la fe y fuente de la nueva evangelización, la fe de la Iglesia es proclamada, celebrada y fortalecida. Todos los fieles están invitados a participar de ella en forma consciente, activa y fructuosa, para ser auténticos testigos del Señor.


3. Los sacerdotes podrán dedicar mayor atención al estudio de los documentos del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica, recogiendo sus frutos para la pastoral parroquial –catequesis, predicación, preparación a los sacramentos, etc.– y proponiendo ciclos de homilías sobre la fe o algunos de sus aspectos específicos, como por ejemplo, “el encuentro con Cristo”, “los contenidos fundamentales del Credo” y “la fe y la Iglesia”.


Finalizo, siguiendo las indicaciones de la Nota pastoral, con un llamado a todos los clérigos y a los laicos que, de alguna manera, trabajan con la liturgia, en grupos pastorales o de acólitos: leamos la Sacrosanctum Concilium para que sus 130 puntos sean realmente recibidos y aplicados, y para que la forma ordinaria del Rito Romano sea celebrada con toda la dignidad y el celo que merece el Santo Sacrificio.


“Estoy convencido de que la crisis en la Iglesia, que actualmente atravesamos, se debe, fundamentalmente, a la decadencia de la liturgia, que a veces es concebida de una manera etsi Deus non daretur [como si Dios no existiera], como si en ella ya no importara si Dios existe, nos habla y nos escucha. Pero si en la liturgia no aparece ya la comunión de la fe, la unidad universal de la Iglesia y de su historia, el misterio del Cristo viviente, ¿dónde hace acto de presencia la Iglesia con su sustancia espiritual? Entonces la comunidad se celebra sólo a sí misma, que es algo que no vale la pena, y dado que la comunidad en sí misma no tiene subsistencia, sino que en cuanto unidad, tiene origen por la fe del Señor mismo, se hace inevitable en estas condiciones que se llegue a la disolución en partidos de todo tipo, a la contraposición partidaria en una Iglesia que se desgarra a sí misma. Por eso tenemos necesidad de un nuevo movimiento litúrgico que haga revivir la verdadera herencia del concilio Vaticano II” (Cardenal Joseph Ratzinger, “Mi vida. Recuerdos”).


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Fuente: Salvem a Liturgia!


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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domingo, 5 de febrero de 2012

La rebelión contra el Papa: un cisma silencioso

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De Andrea Tornielli


Las Iglesias del norte y centro de Europa están atravesadas por vientos de rebelión. Está quien lo llama “cisma silencioso”, o quien en cambio lo minimiza. Ciertamente se trata de un fenómeno preocupante, que involucra a países de antigua tradición católica, como Austria o Bélgica.


En Bélgica, por ejemplo, más de doscientos sacerdotes, respaldados por miles de fieles, piden por escrito la admisión de los divorciados en nueva unión a la comunión, la ordenación sacerdotal de hombres casados pero también de las mujeres, así como la posibilidad para los laicos de realizar la homilía durante la Misa dominical. Lo que impresiona, en el llamamiento belga, son las firmas. Entre los firmantes hay personalidades muy visibles del catolicismo, como el rector honorario de la Universidad católica de Lovaina, Roger Dillemans; el gobernador de la provincia de Flandes occidental Paul Breyne, los anteriores miembros del Consejo pastoral inter-diocesano y algunos conocidos sacerdotes. En el llamamiento se lee: “Estamos convencidos de que, si como creyentes tomamos la palabra, los obispos escucharán y estarán listos para llevar adelante el diálogo sobre estas reformas urgentemente necesarias”.


Como se recordará, en el 2010 – un auténtico annus horribilis para la Iglesia belga – la policía mantuvo detenida por todo un día a la entera conferencia episcopal, mientras eran abiertas las tumbas de los cardenales buscando documentos sobre la pedofilia que sólo una mente al estilo Dan Brown podía imaginar que se custodiaran en los sepulcros de los arzobispos que ya habían pasado a mejor vida. El escándalo de la pedofilia es utilizado por los firmantes del llamamiento para justificar una revisión de la norma del celibato: si bien las estadísticas han demostrado ampliamente que no hay un vínculo entre celibato y pedofilia, dado que la gran parte de estos terribles abusos tiene lugar dentro de las familias. En Buizingen, al sudeste de Bruselas, después de la muerte del viejo párroco de la iglesia de Don Bosco, para el cual no se encontró un sustituto, los parroquianos han constituido un movimiento alternativo haciendo celebrar la Misa a los laicos.


Movimientos similares están extendidos ya desde hace años en Austria, donde 329 párrocos han adherido a la así llamada “Pfarrer-Iniciative”, un “llamado a la desobediencia” en el cual se piden reformas urgentes en la Iglesia. Vale la pena recordar que precisamente en Austria, en la diócesis de Linz, se produjo uno de los incidentes que han marcado el pontificado de Benedicto XVI. En enero de 2009 el Papa había nombrado obispo auxiliar de Linz a Gehard Wagner, obligado a renunciar antes de ser consagrado porque era considerado “demasiado conservador”. Entre aquellos que pedían en voz alta su renuncia estaba un canónigo de la diócesis de Linz que no ocultaba su convivencia con una mujer.


Los firmantes del “llamado a la desobediencia” han involucrado a otros grupos de base (como “Somos Iglesia”), que desde hace años lanzan pedidos similares a la Santa Sede, es decir, la abolición de la obligación del celibato para los sacerdotes de la Iglesia latina, la comunión a los divorciados en nueva unión y el sacerdocio femenino. En las pasadas semanas los disidentes han amenazado con su intención de proceder con las “misas” celebradas por laicos en el caso de que no sean acogidas sus peticiones de ordenar sacerdotes a hombres casados y a mujeres.


Al respecto, es bueno recordar que los dos pedidos no son equivalentes en absoluto: la Iglesia católica considera el celibato de los sacerdotes un don precioso que debe ser defendido, pero admite excepciones a la opción celibataria – disciplina que tiene motivaciones también teológicos – en el caso de los sacerdotes católicos pertenecientes a las Iglesias orientales (que pueden casarse antes de la ordenación), o en el caso más reciente de los anglicanos que vuelven a la comunión con Roma. Bien distinto es el pedido de ordenación sacerdotal para las mujeres, declarada varias veces inadmisible y objeto de una específica Carta apostólica de Juan Pablo II (Ordinatio sacerdotalis, 1994), en la cual el Papa escribía: “Si bien la doctrina sobre la ordenación sacerdotal, reservada sólo a los hombres, sea conservada por la Tradición constante y universal de la Iglesia, y sea enseñada firmemente por el Magisterio en los documentos más recientes, no obstante, en nuestro tiempo y en diversos lugares se la considera discutible, o incluso se atribuye un valor meramente disciplinar a la decisión de la Iglesia de no admitir a las mujeres a tal ordenación”. “Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos, declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.


El pasado 6 de noviembre, los contestatarios austriacos han firmado un nuevo documento sobre la “Eucaristía en tiempo de escasez de sacerdotes”, en el cual se definen “reglas obsoletas” las que están en vigor en la Iglesia y se considera al celibato sacerdotal una “praxis tardía”. Se pide “confiar la dirección de las comunidades y la celebración de la eucaristía a hombres y mujeres casados”, y se afirma que “el camino hacia la ordenación femenina no puede ser obstaculizado por prohibiciones del Papa a que se discuta”, porque cada comunidad “tiene derecho a un guía, hombre o mujer”.


El cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, y el obispo de St. Pölten, Klaus Küng, han definido estas propuestas “una ruptura abierta con una verdad central de nuestra fe católica” y “un gran peligro”. Aunque las encuestas deben ser tomadas con pinzas y adecuadamente relativizadas, generan preocupación en el Vaticano los resultados de una encuesta promovida por la TV austríaca Orf, según la cual el 72 por ciento de los sacerdotes del país serían favorables al “llamado a la desobediencia”. El 71 por ciento querría abolir la obligación del celibato y el 55 por ciento permitir la ordenación de las mujeres. Cada día que pasa, el fantasma de un cisma se vuelve cada vez más cercano y amenazador.


Se equivocaría quien subestima estas señales, que a los italianos resultan tan lejanas. Y se equivocaría quien cree que estos fenómenos están difundidos solamente en algunas Iglesias del centro de Europa conocidas por su efervescencia e históricamente caracterizadas por la confrontación con el mundo del protestantismo. Noticias similares llegan, de hecho, también de otros países y otras latitudes. En los Estados Unidos, hay 157 sacerdotes que se manifiestan contra el Papa, pidiéndole anular la obligación del celibato y abrir a la ordenación sacerdotal de las mujeres. Mientras que, en Australia, mil fieles de la diócesis de Toowoomba, cerca de Brisbane, en el sudeste del país, han enviado a Benedicto XVI una carta para contestar la decisión hecha pública el pasado mes de mayo de remover al obispo William M. Morris, de 67 años. Monseñor Morris se había pronunciado a favor de la posibilidad de ordenación de mujeres sacerdotes y, para remedir la falta de sacerdotes, había llamado a las celebraciones a pastores protestantes. Los firmantes de la carta enviada al Vaticano piden explicaciones sobre la remoción de Morris y piden también que “nunca más un tratamiento de este tipo se repita en otras diócesis de Australia”.


La aparición de de este disenso duele al Papa, quien continuamente vuelve a llamar a la conversión, invitando a no pensar que la solución está en el cambio de las estructuras o en la adecuación de los “ministerios”. En plena tormenta post-conciliar, el 4 de junio de 1970 en Munich de Baviera, el entonces profesor Joseph Ratzinger pronunció una conferencia titulada “¿Por qué permanezco todavía en la Iglesia?”. Dijo que “la reforma, en su significado original, es un proceso espiritual muy cercano a la conversión y, en este sentido, forma parte del corazón del fenómeno cristiano; sólo a través de la conversión nos volvemos cristianos, y esto es válido para toda la vida del individuo y para toda la historia de la Iglesia”. “Si la reforma se aleja de este contexto, del esfuerzo de la conversión – concluía Ratzinger -, y si se espera la salvación sólo del cambio de los demás, de la formas y de adaptaciones al tiempo siempre nuevas”, la reforma “se convierte en una caricatura de sí misma”.


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Fuente: La Bussola Quotidiana


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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jueves, 2 de febrero de 2012

Mons. Braz de Aviz: “Ante la crisis de los religiosos, confiar en la acción de Dios y volver al carisma original”

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Hoy, fiesta litúrgica de la Presentación del Señor, la Iglesia celebra la Jornada de la Vida Consagrada, instituida por el Beato Juan Pablo II en 1997. Presentamos una entrevista que L’Osservatore Romano ha realizado al cardenal electo Joao Braz de Aviz, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.

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¿De qué modo esta Jornada, instituida quince años atrás, es un estímulo para los religiosos y las religiosas?


Es algo muy bello tener una Jornada en la que la Iglesia pone la atención sobre esta vocación tan especial en el pueblo de Dios. En la vida consagrada, en la experiencia de los eremitas y de los monjes, en los diversos institutos y en las sociedades de vida apostólica, encontramos una respuesta muy particular a la llamada del Señor. Esta vocación siempre ha tenido una gran importancia en la Iglesia, sobre todo porque anuncia valores que están ya presentes, pero que son también futuros, como el celibato y la virginidad. En este sentido, entonces, estoy muy contento de ver que continúa esta tradición de celebrar la Jornada en el día en que se recuerda a la Virgen que presenta a Jesús en el templo. Esto es muy bello, porque la Virgen es la síntesis de todas las vocaciones.

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Frente a la reducción del número de consagrados y consagradas, hay una tendencia a responder con una mayor calidad evangélica. ¿Es la respuesta adecuada a la crisis de vocaciones?


Pienso que es una de las direcciones muy preciosas. Ciertamente, la reducción del número de los consagrados y consagradas es un fenómeno típicamente europeo, donde hay una acentuación mayor. Lo encontramos también en los Estados Unidos, en Canadá y en Australia, y un poco en América Latina, donde se verifica en parte esta caída. Recientemente hemos recibido un informe de los obispos de Francia que nos ha hecho sufrir un poco. En diez años, las religiosas en Francia han pasado de 36.000 a 6.000. Seguramente, es un fenómeno que hay que observar más de cerca. Hemos también oído de los obispos de Australia que casi ya no se percibe la presencia y la importancia de los religiosos. Hemos dialogado con ellos sobre esto porque nos parecía que era necesario, por el contrario, mayor atención. Hay naciones, en cambio, donde hay un crecimiento enorme. Pienso en la India, en Corea, y en otros países del Oriente, en los cuales el número de los consagrados está en aumento. También en África hay muchísimas vocaciones, que deben ser bien analizadas para comprender sus motivaciones profundas. Notamos luego que en los lugares donde hay una mayor calidad de vida evangélica, precisamente allí comienza una nueva sensibilidad. Los jóvenes creen en esta relación más profunda con el Señor.


Me parece – es una constatación personal – que una de las cuestiones fundamentales es que las relaciones interpersonales no estén enfermas. No sabemos relacionarnos, ni como autoridad y obediencia, ni como fraternidad. Todo esto provoca un mal muy grande, porque esta soledad, que en el mundo es individualismo, en la comunidad puede convertirse en angustia y no resuelve el problema interior. No por casualidad muchos consagrados y consagradas salen de los institutos no porque no sientan la vocación sino porque no se sienten ya felices en la comunidad. Es un fenómeno que reclama atención, porque en cierto sentido es un poco nuevo, estando vinculado a la globalización y a la búsqueda de la felicidad humana. ¿Y por qué sale fuera? Porque la mayor calidad evangélica debe ir de la mano con la atención a este nuevo momento de la historia humana.

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¿Es todavía importante la formación para convertirse en religiosos y religiosas creíbles en el mundo globalizado?


Éste es uno de los puntos más importantes. Las congregaciones y las órdenes que se interesan por tener formadores bien formados e invierten energías en este ámbito están llevando adelante un trabajo que da muchos frutos. Es necesario prestar atención, sin embargo, a que no sea una formación sólo disciplinar e intelectual, aunque necesaria, sino que sea dirigida sobre el modelo de los discípulos y las discípulas de Jesús. Éste es el punto crítico, porque ser discípulo es un camino de conversión y debe durar toda la vida. Falta también en los formadores la capacidad de ser cuerpo: no porque no se sientan identificados sino porque en lo concreto de la vida hay a menudo una focalización sobre la propia persona y sobre las propias ideas. Se debería, en cambio, partir de algo que es común, del Evangelio. Se debe adecuar la formación al Evangelio. No se trata principalmente de favorecer virtudes que me impulsen a ser capaz de dominar mi voluntad, sino de entregarme al Señor y dejarme guiar por Él, para que creamos en su amor.

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¿Qué distingue el compromiso de tantos consagrados del que tienen los voluntarios de organizaciones con fines humanitarios, que se dedican a los más pobres entre los pobres, sobre todo en zonas de guerra y de peligro?


Hoy nosotros debemos tener una conciencia de los valores de los hombres y de las mujeres en las diversas partes del mundo de modo que, si coinciden con los nuestros, podamos trabajar juntos. No se trata de minimizar el compromiso de los voluntarios inspirados en fines humanitarios, que desarrollan un trabajo grandísimo. La diferencia es que nosotros añadimos una dimensión decisiva, que es la de la fe. Nosotros no trabajamos solamente con fines humanitarios. Está también esto, pero el punto que define realmente nuestra intervención es la fe. ¿A quién sirvo yo? Sirvo a Cristo en el otro. Establezco una relación con Dios en los demás. Esto es algo distinto: da el sello a aquello que el hombre y la mujer de fe pueden donar a los otros.

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La vida de pobreza evangélica de los consagrados, ¿es recibida con suficiente claridad como contribución para superar en la sociedad un estilo de vida consumista?


Muchas veces esta pobreza voluntaria se manifiesta en la persona. Se nota que individualmente los religiosos no poseen nada, sin embargo, la institución no da siempre el mismo testimonio. No es que estemos contra los bienes o digamos que la Iglesia no pueda tener todo aquello de lo que tiene necesidad. Pero la pregunta es otra: ¿por qué no circulan? Pongamos, por ejemplo, el caso de una congregación que tenga en el banco una suma consistente, en vista de una mayor seguridad para la vejez de sus miembros. ¿Es esta la finalidad? ¿Aquel dinero no podría servir para otro instituto? ¿Para una parte de la Iglesia que sufra necesidad? ¿Por qué no podemos decir que ponemos nuestros bienes a disposición de tantos otros? Notamos que no siempre está esta sensibilidad o esta disponibilidad a hacer circular los bienes. Y esto, en cambio, ayudaría mucho y podríamos socorrer situaciones muy difíciles, volviéndonos también más libres de todo aquello que tenemos.


A veces tengo la impresión de que falta un sentido profundo de la Providencia de Dios. Hemos entrado un poco en una óptica consumista. Constato también a veces divisiones a causa de los bienes y esto indica que el espíritu no es correcto. Hay una figura nueva que está tomando forma en Australia, en Canadá y en los Estados Unidos de América, donde muchos religiosos se están organizando en “corporaciones”. Se trata de una entidad nueva, que reúne a miembros de diversas órdenes u obras del mismo orden para una mayor seguridad, eficacia y economía. Como Congregación, estamos siguiendo esta realidad, pero todavía no sabemos bien cómo evolucionará, porque es algo nuevo.

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El envejecimiento – sobre todo en Occidente – de religiosas y religiosos plantea problemas de perspectiva. ¿De qué modo se están afrontando?


Es un fenómeno que concierne sobre todo a Europa y a los países más ricos. Algunas congregaciones ven a los ancianos como una dificultad, como un peso, y los separan en otra estructura donde ellos esperan la muerte. Reciben los mejores cuidados posibles con personal médico especializado, pero no existe más la familia, realizada por medio de la cercanía de los consagrados jóvenes. El anciano ya no es visto como una fuente de sabiduría y muere de soledad, porque ve frente a sí la muerte y a Dios, pero no ve la comunidad. Éste es un fenómeno muy feo. Así como es bello ver a personas ancianas que viven en la comunidad. Se ve al anciano bien insertado que vive bien hasta el final; cuando, en cambio, es separado, recibe todo pero ya no tiene sentido.


He visto que entre los religiosos se habla del ars moriendi, del arte de morir, pero no haciendo referencia al hombre viejo del Evangelio sino, más bien, a la muerte de un carisma. Prepararse para cuando un carisma ya no exista más. Pero es necesario tener confianza en la acción de Dios. Le cuento un episodio. He ido a visitar a los Padres Marianos de la Inmaculada Concepción, fundados en Polonia en siglo XVII. Por circunstancias históricas se han desarrollado muchísimo, pero en todos los países donde estaban presentes ha habido una persecución o la destrucción de sus casas. Al final quedaba uno solo. Dos años antes de que muriera, tres personas conocieron el testimonio de este hombre. Y pidieron entrar en la orden. Profesaron los votos. Uno de ellos era abogado, luego fue obispo. Ahora la Congregación ha reflorecido. Ésta es la visión de Dios. No es un cálculo que nosotros hagamos. Lamento muchísimo oír decir, incluso a algunos obispos, que ciertos carismas han pasado. No es así, la Palabra de Dios no pasa. Pasa si no es testimoniada. Es necesario retomar esta confianza en la acción de Dios. Veo que algunas congregaciones están en crisis. ¿Cómo hacer? Si hay una vida verdadera, renacerán, pero es necesario tener confianza.

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Del 4 al 14 de febrero, en Kampala, se llevará a cabo la II Asamblea de la Conferencia de superiores mayores de África y Madagascar. ¿Qué contribución pueden dar los consagrados a los desafíos sociales y religiosos del continente?


Estoy feliz de partir para Uganda para participar en este encuentro. En la Asamblea participarán cerca de dos mil superiores provenientes de toda África. Voy con el deseo enorme de escuchar esta realidad. Pienso que es importante volver a los propios carismas, a la fidelidad a los dones recibidos. Si esto no existe, también las obras se vuelven difíciles. Nosotros sabemos el rol que han tenido y tienen hoy los consagrados en África. Vemos cuánto han hecho y hacen todavía cada día por la Iglesia. Los consagrados que viven su vida por Dios encuentran a Dios en la relación de amor con las personas en los hospitales, en las escuelas, en los orfanatos. Ellos son una joya de la Iglesia. Estoy leyendo el documento del último Sínodo de los Obispos para África y noto realmente cómo la Iglesia ama a ese continente y cómo los pastores han sabido darle una visión muy social. Voy de buena gana, porque el Papa dice que debemos amar y comprender cada vez más a África y llevarla en el corazón.


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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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