jueves, 28 de abril de 2011

Por qué Juan Pablo II no fue “santo subito”

 

*

 santo_subito

*

Artículo de Andrea Tornielli, publicado en el periódico La Stampa del 27 de abril.


***

En las primeras semanas de su pontificado, Benedicto XVI tomó seriamente en consideración el pedido de proclamar al Papa Wojtyla “santo subito”, es decir, de abrir directamente un proceso para la canonización saltando el paso intermedio de la beatificación. Un evento que habría sido sin precedentes en la época moderna. Ratzinger no dijo no de inmediato y valoró la propuesta que daba forma a una aspiración del mismo secretario particular de Wojtyla, Stanislaw Dziwisz.


Pidió consejo a algunos colaboradores de la Curia romana y finalmente estableció permitir de inmediato la apertura del proceso, sin esperar los cinco años desde la muerte, pero sin omitir el grado de beato.


Es necesario volver a la gran emoción de los días sucesivos a la muerte de Juan Pablo II para comprender lo que ocurrió en los sagrados palacios del otro lado del Tíber. Los cardenales, mientras se reunían para decidir el desarrollo de los funerales y preparar el cónclave del cual saldría elegido Benedicto XVI, podían ver la fila ininterrumpida de personas que pasaban frente a los restos mortales de Wojtyla.


El cardenal eslovaco Josef Tomko, prefecto emérito de Propaganda Fide y amigo del Pontífice recién fallecido, se hizo promotor de una recolección de firmas entre los colegas purpurados para pedir al nuevo Papa, quienquiera que fuese, abrir la causa para llevar al predecesor a los altares.


El entonces decano del colegio cardenalicio, Joseph Ratzinger, en la homilía de la Misa fúnebre habló de Wojtyla asomado a la ventana del cielo, y sus palabras fueron consideradas como un viático a la aureola.


Inmediatamente después de la elección, fue el cardenal Ruini quien presentó la petición de los purpurados. Por parte de Dziwisz, en cambio, llegó a Benedicto XVI la sugerencia de proceder con la proclamación de “santo subito”.


Ratzinger, que había conocido de cerca a Wojtyla y había sido uno de sus más antiguos y estrechos colaboradores, quiso valorar con calma los pro y contra: por una parte, la fama de santidad difundida a nivel popular y la excepcionalidad de la figura del predecesor; por otra, las reglas canónicas y el impacto que tal excepción habría tenido pasando inmediatamente a una proclamación de santidad.


El nuevo Papa sabía bien que algo similar había sido tomado en consideración apenas dos años antes, en junio de 2003, cuando el Secretario de Estado Angelo Sodano había escrito una carta en nombre de Juan Pablo II a algunos cardenales de la Curia Romana, pidiendo su parecer sobre la posibilidad de proclamar santa directamente a la madre Teresa de Calcuta, sin pasar por la beatificación. Al Papa Wojtyla aquella idea no le disgustaba, pero quiso consultar a los colaboradores, que la desaconsejaron. Así, Madre Teresa se convirtió en beata pero no santa.


Consultados algunos colaboradores, Benedicto XVI siguió la misma línea. Decidió derogar la espera de los cinco años pero estableció que la causa del predecesor, aún siguiendo un carril preferencial en cuanto a los tiempos, tuviese lugar según los procedimientos regulares, sin atajos ni descuentos. El hecho de que a apenas seis años de la muerte Juan Pablo II se convierta en beato es ya de por sí un hecho excepcional. Desde hacía más de un milenio, de hecho, un Papa no elevaba a los altares a su inmediato predecesor.


Él último Papa que se habría querido “santo subito”, antes de Wojtyla, fue Juan XXIII: los padres del Vaticano II propusieron a su sucesor Pablo VI canonizarlo en el Concilio, por aclamación. También aquella vez el Papa eligió actuar de modo diverso e hizo comenzar un proceso regular para Roncalli, acompañado de otro proceso para Pío XII.


***

Fuente: La Stampa


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

martes, 19 de abril de 2011

Seis años con Benedicto XVI: testimonio del cardenal vicedecano

*

 610x

*

La Iglesia celebra hoy con alegría el 6º aniversario de la elección del Santo Padre Benedicto XVI. Nos unimos a este feliz aniversario y elevamos a Dios, de un modo especial, nuestra oración por el Papa que nos ha dado, para que lo proteja, preserve su vida, lo bendiga en la tierra y lo defienda de sus enemigos.



 

¡A Benedicto, Sumo Pontífice y Padre universal, paz, vida y salud perpetua!

***

Ofrecemos, en esta feliz ocasión, el bellísimo testimonio del vicedecano del Colegio Cardenalicio, el cardenal Roger Etchegaray, que ha sido publicado en el periódico Avvenire:


 

La mesa de trabajo está llena como siempre: buen signo de actividades en curso. El teléfono suena, pero primero es necesario adivinar la dirección del sonido y excavar entre los papeles – libros, periódicos, correo, recortes – para encontrar el aparato y luego la pluma para tomar nota de la próxima cita en esta casa que, más que un hogar, hace pensar en una galería de recuerdos de tantos viajes para el mundo. La maleta, ahora, está en un rincón, pero a los 88 años el cardenal de las “misiones imposibles”, el francés Roger Etchegaray, no la pierde de vista. Quién sabe… También los cardenales tienen sueños; y el de Etchegaray se llama China.


Mirar hacia delante es un don que no envejece, sobre todo si el tiempo es marcado por el calendario siempre actualizado sobre la vida de la Iglesia: nunca tan intenso como en este comienzo de la Semana Santa que marca también el recuerdo de los seis años de pontificado de Benedicto XVI, sucesor de Juan Pablo II, que el primero de mayo será proclamado beato.


“He aquí: es necesario partir de este providencial entrelazamiento para enmarcar mejor también estos primeros seis años de pontificado. Porque el primero en estar feliz por esta beatificación será precisamente el Papa Benedicto, su inmediato sucesor en la cátedra de Pedro y, como cardenal, uno de los más estrechos e inmediatos colaboradores del Papa venido de lejos”.


Cuando habla del Papa, Etchegaray ya no parece un cardenal de largo (y honradísimo) curso que ha dado la vuelta el mundo a lo largo y a lo ancho por las rutas de todas las crisis. Lo que muestra es un candor que no sólo sorprende sino que desarma, desde el momento que, para remontarse al tiempo del primer encuentro con Joseph Ratzinger, es necesario hablar del Concilio, donde se encontraron de frente dos jóvenes consultores con un futuro por delante. Vinieron luego los tiempos de Europa, Etchegaray primer presidente de los obispos continentales y el entonces arzobispo de Munich entre los primerísimos interlocutores sobre los grandes temas del viejo continente. Sin embargo, el largo tramo del camino común se ha convertido, desde hace seis años, sólo en un privilegio más; y muchos de los otros privilegios se mantienen reservados, envueltos en una forma de delicadísima discreción. Ha sido el Papa Benedicto, apenas elegido, quien le recordó que un amigo suyo, Georg Thurmayer, fue huésped por mucho tiempo, durante la ocupación nazi en Espelette, en el ambiente donde Etchegaray nació. Y cuando Benedicto XVI fue a encontrarlo en el Gemelli, después de la caída de la noche de Navidad en San Pedro, el cardenal regaló a un muy pequeño grupo de amigos las fotos con el Papa: ese gesto se le grabó en el corazón.


“Del Papa Benedicto se tiene a veces la sensación de conocer todo, empezando por su enorme y densa producción teológica. Pero, a decir verdad, apenas se comienza a descubrirlo, o más bien, a descubrir que es un Papa en el ejercicio de su función pastoral, en el sentido de que es un pastor que guía a su grey sobre todo en las tempestades. Elegido Papa, Benedicto se convirtió en párroco; la Iglesia descubrió un pastor y no sólo un teólogo, y el mundo su irrenunciable punto de referencia”.


¿Párroco? “Sí, precisamente así. ¿No ha comenzado definiéndose un “trabajador en la viña del Señor? Su homilía en el Domingo de Ramos ha sido, en este sentido, ejemplar: ha hablado de la humildad de Dios, que ha elegido el camino de la Cruz para manifestar de forma extrema su amor. El pontificado del Papa Benedicto va por estos caminos. Por otro lado, lo que ya se había perfilado en la primera Encíclica, Deus Caritas est, ahora a distancia de seis años ha tomado consistencia y se ha convertido en la columna vertebral; ha aclarado y manifestado la fuerza de ánimo del Papa. Benedicto XVI, en esencia, ha puesto serena pero firmemente las distancias entre la Iglesia y las superestructuras de las ideologías y de una visión simplemente geopolítica. Ha apuntado a lo esencial y ha llevado a toda la Iglesia a reflexionar, en el surco del camino maestro de Cristo, sobre las grandes cuestiones que sacuden al mundo: la integración de todos, y en particular de los jóvenes, en una sociedad cada vez más marcada por el multiculturalismo; la defensa de la institución conyugal y familiar, también frente a los valores de la bioética; la creciente responsabilidad de los países ricos hacia los países pobres”.


También Etchegaray, después de una vida que lo llevó por todo el mundo, se reencuentra hoy centrándose en lo que pueden definirse sus tres grandes intereses: China, la Ortodoxia (sobre todo rusa) y el judaísmo. Son los temas que todavía hoy logran extender su mirada hacia delante. Pero el horizonte próximo – los seis años de pontificado del Papa Benedicto y la beatificación de Juan Pablo II – lo llama en causa por muchos frentes: “Algunos insisten todavía en hacer una comparación entre los dos Papas; una operación totalmente fuera de lugar. Cada uno tiene su personalidad y su cultura particular, pero ambos llevan la misma tradición y la misma continuidad eclesial, valores que deben estar más allá del ser concreto de cada uno. En la conversación con Peter Seewald, hay un pasaje fundamental: «El Papa quiere hoy que su Iglesia se someta a una purificación fundamental… Se trata de hacer ver Dios a los hombres, de decir a ellos la verdad. La verdad sobre los misterios de la Creación. La verdad sobre la existencia humana. Y la verdad sobre nuestra esperanza, más allá de nuestra vida terrena»”.


“Todo – prosigue Etchegaray – podría sintetizarse en este pensamiento: «El cristianismo está en constante estado de nuevo inicio». Y es esta misma audacia de la fe la que nosotros recogeremos el primero de mayo de la vida de su precedesor Juan Pablo II. Y del mismo Papa Benedicto que, en el sexto aniversario del pontificado, continuará, a su modo, el diálogo con el Papa Wojtyla: un diálogo sobre la trama de la santidad”.


***

Fuente: Avvenire

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

sábado, 16 de abril de 2011

¡Felicidades, Santo Padre!

*

x610

*


En el día en que el Santo Padre Benedicto XVI cumple 84 años de vida, elevamos una especial oración a nuestro Dios rogando que bendiga abundantemente al Papa que nos ha dado y le conceda las fuerzas necesarias para continuar ejerciendo, para bien de toda la Iglesia, el ministerio petrino que se le ha confiado.


¡Feliz cumpleaños, Santo Padre!


***


Presentamos una breve entrevista que Radio Vaticano ha realizado a Mons. Josef Clemens, actual Secretario del Pontificio Consejo para los laicos y por mucho tiempo secretario particular del Cardenal Joseph Ratzinger.


***

Mi deseo para él, naturalmente, es de buena saludad por las fuerzas que su ministerio exige. Este es mi deseo y mi oración.


*

Usted seguramente tiene muchos recuerdos de cumpleaños en los años pasados con el cardenal Joseph Ratzinger…


He celebrado su cumpleaños con él en los últimos 27 años y hay 5 de ellos que recuerdo de modo particular. Naturalmente, los 60 años, aquí en Roma: era también Jueves Santo, vinieron muchos peregrinos en la semana sucesiva e hicimos una auténtica, gran fiesta, en la iglesia titular y hubo también una audiencia con el Papa Juan Pablo II. Luego recuerdo el 65º cumpleaños: estábamos juntos en Jerusalén. Recuerdo también los 70 años, cuando celebramos en la catedral su título episcopal de Velletri con su hermano y también con todos los colaboradores de la Congregación. Recuerdo también el 75º cumpleaños que celebramos en mi casa con un pequeño grupo de amigos y tuvimos una bella cena un poco en privado. Y, finalmente, como es natural, recuerdo el último cumpleaños como cardenal, el 16 de abril de 2005, que celebramos juntos, sólo tres: estaba el cardenal, estaba su asistente, Ingrid Stampa, y yo.

*

Este último recuerdo nos lleva a algo providencial: tres días después del cumpleaños al que hace referencia, Joseph Ratzinger era elegido para la Cátedra de Pedro…


Exacto. Es la misma combinación de este año, era sábado y también este año el aniversario de la elección será martes…

*

Mons. Clemens, también esta coincidencia, el cumpleaños, la elección y, este año, pocos días antes de la Pascua. Este aspecto pascual está desde el comienzo de la vida de Joseph Ratzinger…


¡Correcto! Él fue bautizado el Sábado Santo muy temprano por la mañana, como se acostumbraba en Baviera, y él recuerda también esto.

***

lunes, 11 de abril de 2011

Decreto de la Santa Sede sobre el culto al beato Juan Pablo II

*

 n520293814_1885888_1684394

*

A pocas semanas de la beatificación del Papa Juan Pablo II, que será presidida el próximo 1º de mayo por el Santo Padre Benedicto XVI, presentamos nuestra traducción del Decreto sobre el culto al próximo beato que ha sido publicado por la Congregación para el Culto Divino. Además, ofrecemos una traducción no oficial de la oración colecta propia de la memoria.

***

DECRETO

sobre el culto litúrgico en honor del Beato Juan Pablo II, Papa


Un carácter de excepcionalidad, reconocido por toda la Iglesia católica extendida por toda la tierra, reviste la beatificación del Venerable Juan Pablo II, de feliz memoria, que tendrá lugar el 1º de mayo de 2011 frente a la Basílica de San Pedro, en Roma, presidida por el Santo Padre Benedicto XVI. Teniendo en cuenta este carácter extraordinario, luego de numerosos pedidos sobre el culto litúrgico en honor del nuevo Beato, según los lugares y los modos establecidos por el derecho, esta Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, comunica lo dispuesto al respecto.


Misa de acción de gracias


Se dispone que en el marco del año sucesivo a la beatificación de Juan Pablo II, es decir, hasta el 1º de mayo de 2012, sea posible celebrar una Misa de acción de gracias a Dios en lugares y días significativos. La responsabilidad de establecer el día o los días, como también el lugar y los lugares de reunión del pueblo de Dios, compete al Obispo diocesano para su diócesis. Consideradas las exigencias locales y las conveniencias pastorales, se concede que pueda celebrarse una santa Misa en honor del nuevo Beato en un domingo durante el año como también en un día comprendido entre los números 10-13 de la Tabla de los días litúrgicos.


Análogamente, para las familias religiosas compete al Superior General ofrecer indicaciones sobre días y lugares significativos para toda la familia religiosa.


Para la Santa Misa, con posibilidad de cantar el Gloria, se reza la colecta propia en honor del Beato (ver en adjunto); las otras oraciones, el prefacio, las antífonas y las lecturas bíblicas son tomadas del Común de pastores, para un papa. Si se trata de un domingo durante el año, para las lecturas bíblicas se podrán elegir textos adecuados del Común de pastores para la primera lectura, con el relativo Salmo responsorial, y para el Evangelio.


Inscripción del nuevo Beato en los Calendarios particulares


Se dispone que en el Calendario propio de la diócesis de Roma y de las diócesis de Polonia la celebración del Beato Juan Pablo II, Papa, sea inscrita el 22 de octubre y sea celebrada cada año como memoria.


Sobre los textos litúrgicos se conceden como propios la oración colecta y la segunda lectura para el Oficio de lectura, con el correspondiente responsorio (ver adjunto). Los otros textos se toman del Común de pastores, para un papa.


En cuanto a los otros Calendarios propios, el pedido de inscripción de la memoria facultativa del Beato Juan Pablo II podrá ser presentado a esta Congregación por las Conferencias de los Obispos para su territorio, por el Obispo diocesano para su diócesis, por el Superior General para su familia religiosa.


Dedicación de una iglesia a Dios en honor del nuevo Beato


La elección del Beato Juan Pablo II como titular de una iglesia prevé el indulto de la Sede Apostólica (cfr. Ordo dedicationis ecclesiae; Praenotanda, n. 4), excepto cuando su celebración esté ya inscrita en el Calendario particular: en este caso no se requiere el indulto y al Beato, en la iglesia en la que es titular, le está reservado el grado de fiesta (cfr. Congregatio de Cultu Divino et Disciplina Sacramentorum, Notificatio de cultu Beatorum, 21 de mayo de 1999, n.9).


No obstante cualquier cosa en contrario,


Desde la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, 2 de abril de 2011.


*

Oración colecta


“Oh Dios, rico en misericordia, que has llamado al beato Juan Pablo II, Papa, a guiar a toda tu Iglesia, concédenos a nosotros, fortalecidos por su enseñanza, abrir con confianza nuestros corazones a la gracia salvífica de Cristo, único Redentor del hombre”.


***

Fuente: Radio Vaticana


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

miércoles, 6 de abril de 2011

Mons. Bux: “Sobre la adecuación litúrgica ha habido malas interpretaciones”

*

Don-Nicola-Bux

*

Presentamos una entrevista que Mons. Nicola Bux ha concedido a un periódico de Reggio Emilia, ciudad donde participará en el encuentro titulado “Liturgia romana y arte sacro entre innovación y tradición”.

***

Don Bux, ¿qué es la adecuación litúrgica?


Es una expresión acuñada en los años posteriores al Concilio Vaticano II para indicar los trabajos considerados necesarios para que las antiguas iglesias pudiesen ser más idóneas a las celebraciones según la forma renovada del rito Romano.

*

¿Y cuáles son los resultados que produjo?


La adecuación partió con el intento de llevar a cabo aquellos retoques para favorecer la celebración de los sacramentos pero se impuso sobre todo el tema de la Misa celebrada con el altar hacia el pueblo. Una adecuación vistosa de la cual se abusó.

*

¿Por qué?


Porque el mismo misal no dice nunca que el celebrante no debe estar de espaldas al pueblo. Y esto está demostrado por el hecho de que tres veces, inmediatamente después del ofertorio, en el Ecce agnus Dei y en la bendición final, se prescribe que el sacerdote esté dirigido al pueblo. De esto se sigue que durante la celebración la orientación debe ser otra.

*

Es decir, de espaldas al pueblo…


No exactamente. Esta es una mala interpretación del mismo misal de Pablo VI y algo que se ha forzado y que ha hecho que se pensara que dar la espalda al pueblo es un acto de mala educación. Como decir, “perdón por daros la espalda”.

*

¿Entonces?


Entonces, es una cuestión de orientación hacia el Señor que viene. Es por eso que la tradición nos ha entregado las celebraciones con el sacerdote y los fieles dirigidos ambos hacia oriente, símbolo del Señor que viene, y sucesivamente indicado en la cruz. En realidad, el dirigirse hacia el pueblo era indicado como una posibilidad.

*

Así, la principal crítica es que el sacerdote no está en comunión con los fieles…


De hecho, Benedicto XVI, ya como cardenal, insistía en el hecho de que si el pueblo está dirigido al crucifijo, y también el sacerdote, todos dirigen la mirada a Cristo, que es el aspecto central de la liturgia. Como decía Ratzinger, con el sacerdote frente al pueblo se cierra el círculo al encuentro con el Señor.

*

¿Cómo puede resolverse la cuestión?


Como justamente propuso el Santo Padre, sería oportuno que, con la misma posición, se pusiera una cruz sobre el altar de modo que todos puedan tener en primer plano al sujeto central de la liturgia: Cristo que viene. Es bueno que los sacerdotes sepan explicar que su posición debe ser funcional a la orientación de la celebración.

*

¿Qué otros temas tocará mañana?


El encuentro está promovido por el deseo de muchos laicos, preocupados de que la así llamada adecuación vaya en detrimento de la tradición. En este caso, en la Catedral de Reggio, también con la ayuda del profesor Mazza, se quiere tratar de ofrecer los instrumentos para entender que es el pueblo quien se debe adecuar a la liturgia y no al revés.

*

Un tema debatido en Reggio es el de la sede episcopal, llevada abajo del presbiterio y frente a la asamblea…


La sede no es el elemento más importante en un edificio sagrado. Antes vienen el altar, la cruz y el tabernáculo, que son el signo de la presencia divina permanente en medio del pueblo. Por importancia, después del ambón, que en un tiempo era llamado púlpito y que era funcional a estar en medio de la asamblea por razones acústicas, está la sede de la presidencia.

*

¿Pero dónde debe ser colocada?


En las iglesias primitivas siríacas, herederas de las sinagogas, la sede estaba a la cabeza de la asamblea, como ocurre hoy cuando en el teatro se reserva el asiento central a la autoridad. Muy pronto la sede de quien preside fue puesta delante de la asamblea a la izquierda o a la derecha en una posición de vínculo entre la asamblea y el altar.

*

¿Cuál es la posición ideal?


Sobre las gradas, como todavía hoy hacen los orientales, que ponen la sede del patriarca delante de la asamblea, pero no en forma frontal. Está bien que los lugares de los fieles no sean transversales o diagonales sino que miren todos con una única orientación.

*

Por lo tanto, ¿sobre el presbiterio y no abajo?


El lugar de los sacerdotes y del obispo es el presbiterio; lo dice el mismo nombre. El hecho de que la sede esté puesta debajo confunde las ideas.

*

Se podría objetar que también el obispo forma parte del pueblo de Dios…


Es cierto, pero también la tradición tiene su peso. No es necesario caer en el populismo. El estar junto a los fieles no depende de la posición.

*

¿Cuánto pesa, en este discurso, la acusación de excesivo formalismo?


Una cosa es la forma, otra es el formalismo. Sin una forma, la liturgia no existiría y la sustancia sería deforme. El hablar de formalismo, en cambio, es un poco ideológico y reduccionista. Últimamente está en uso hablar de polos litúrgicos. Y bien, en el rito romano debe prevalecer la unidad.

*

Otro tema candente es la ausencia de reclinatorios…


Otra rareza que se observa a veces. La liturgia prescribe arrodillarse en ciertos momentos de la Misa. El hecho es que disuadir de arrodillarse corre el riesgo de reducir la iglesia a un auditorio o la liturgia a entretenimiento. Por el contrario, el Papa nos recuerda que la liturgia es adoración y su signo exterior más visible es precisamente el ponerse de rodillas.

*

¿Qué tan importante es en las iglesias la conservación de obras artísticas y la introducción de nuevas obras modernas?


Siempre se necesita gusto en las cosas. Curiosamente, hoy se tiende a convertir en piezas de museo todas las bellezas y las decoraciones, pero las cosas van a un museo si ya no se usan. En muchos casos, en cambio, se trata de objetos que son expresión de la piedad del pueblo y de los sacrificios que han sido hechos para introducirlos. Siempre que hablamos de objetos que sirvan no para nuestra gloria personal sino para la de Dios. Lo mismo vale para los ornamentos. A veces el sacerdote agrega y quita ornamentos según su gusto y su comodidad, como si fuese un vestuario privado. En realidad, son la expresión de la objetividad del rito que es confiado al ministro, aún si es indigno moralmente.


***

Fuente: 4minuti


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

martes, 5 de abril de 2011

Tornielli: La Instrucción sobre Summorum Pontificum, en los primeros días de mayo

*

Andrea Tornielli, en su blog Sacri Palazzi, ha publicado hoy algunas nuevas informaciones acerca de la Instrucción sobre Summorum Pontificum.

***

Entiendo que, si bien ha sido cuidadosamente completado el texto latino de la instrucción sobre el motu proprio Summorum Pontificum, su publicación tendrá lugar no antes sino más bien después de Pascua, en los primeros diez días de mayo, y el documento debería llevar la fecha del 30 de abril, memoria litúrgica de San Pío V.


El motivo del leve retraso respecto a las expectativas está determinado por la lentitud de las traducciones. Como se recordará – había dedicado un post a los contenidos – la instrucción establecerá en los detalles cómo aplicar el motu proprio, quitando espacio a las restricciones introducidas aquí y allá en las diócesis y sobre todo indicará en la comisión Ecclesia Dei, presidida por el cardenal Levada y guiada por monseñor Pozzo, al organismo jurídicamente encargado por el Papa para dirimir las controversias.


En los pasados días se había difundido la noticia del envío del texto a los obispos. Puedo asegurar que no es así: el texto de la instrucción no ha sido enviado a los episcopados, que recibirán el texto latino y la traducción en las respectivas lenguas cuando todo esté completado.


Agrego que, a pesar de que se afirme lo contrario, el texto de la instrucción no ha sido modificado luego de las anticipaciones preocupadas según las cuales el documento habría diluido el alcance del motu proprio de Benedicto XVI.


***

Fuente: Sacri Palazzi


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

viernes, 1 de abril de 2011

“¿Qué es lo más importante para el Papa?”

*

610x

*

En el sexto aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II, y a sólo un mes de su beatificación, presentamos el bellísimo testimonio del ceremoniero pontificio Konrad Krajewski, publicado hoy en L’0sservatore Romano.

***

Estábamos de rodillas en torno al lecho de Juan Pablo II. El Papa yacía en penumbras. La suave luz de la lámpara iluminaba la pared pero él era bien visible. Cuando llegó la hora de la que, pocos instantes después, todo el mundo habría sabido, de improviso el arzobispo Dziwisz se levantó. Encendió la luz de la habitación, interrumpiendo así el silencio de la muerte de Juan Pablo II. Con voz conmovida, pero sorprendentemente firme, con el típico acento de montaña, alargando una de las sílabas, comenzó a cantar: “A Ti, oh Dios, te alabamos, a Ti, Señor, te confesamos”. Parecía un tono proveniente del cielo. Todos mirábamos maravillados a don Stanislao. Pero la luz encendida y el canto de las palabras que seguían – “A Ti, eterno Padre, toda la tierra te venera…” – daban certeza a cada uno de nosotros. He aquí – pensábamos – que nos encontramos en una realidad totalmente diversa. Juan Pablo II ha muerto: quiere decir que él vive para siempre. Aunque el corazón sollozaba y el llanto estrechaba la garganta, comenzamos a cantar. Ante cada palabra nuestra voz se volvía más segura y más fuerte. El canto proclamaba: “Vencedor de la muerte, has abierto a los creyentes el reino de los cielos”.


Así, con el himno del Te Deum, glorificamos a Dios, bien visible y reconocible en la persona del Papa. En cierto sentido, esta es también la experiencia de todos aquellos que lo encontraron en el curso de su pontificado. Quien entraba en contacto con Juan Pablo II, encontraba a Jesús, a quien el Papa representaba con todo de sí mismo. Con la palabra, el silencio, los gestos, el modo de orar, el modo de entrar en el espacio litúrgico, el recogimiento en sacristía: con todo su modo de ser. Se lo notaba inmediatamente: era una persona llena de Dios. Y para el mundo se convirtió en signo visible de una realidad invisible. También a través de su cuerpo destrozado por el sufrimiento de los últimos años.


A menudo bastaba mirarlo para descubrir la presencia de Dios y, así, comenzar a rezar. Bastaba para ir a confesarse: no sólo de los propios pecados sino también de no ser santos como él.


Cuando dejó de caminar y, durante las celebraciones, se volvió totalmente dependiente de los ceremonieros, comencé a darme cuenta de que estaba tocando a una persona santa. Tal vez hacía irritar a los penitenciarios vaticanos cuando, antes de cada celebración, iba a confesarme, siguiendo un imperativo interior y sintiendo una fuerte necesidad de ello. Tenía necesidad de recibir la absolución para estar junto a él. Cuando se está junto a una persona santa, cuando el hombre de algún modo toca la santidad, esta se irradia en toda la persona. Pero, al mismo tiempo, se experimenta sobre la propia piel también la tentación: evidentemente al espíritu maligno no le gusta el aire de santidad. Cuando, hacia las tres de la madrugada, salí del apartamento del Palacio Apostólico, en Borgo Pio había una multitud de gente: caminaba en el silencio más recogido. El mundo se había detenido, se había arrodillado y había llorado.


Estaba quien lloraba sólo por el hecho de haber perdido a una persona amada y luego volvía a casa así como había venido. Y estaba quien, a las lágrimas exteriores, unía las interiores, que surgían del sentirse inadecuados e infieles frente al Señor. Este llanto era bendito. Era el comienzo del milagro de la conversión. En todos los días sucesivos, hasta el funeral del Papa, Roma se convirtió en un cenáculo: todos se comprendían, aún si hablaban lenguas diversas.


Estuve en contacto con el Papa por siente largos años: durante su vida, pero también cuando su alma se separó del cuerpo. En el momento de la muerte quedaron con nosotros sólo los restos mortales que se transformarán en polvo: el cuerpo se desvanece y la persona es acogida en el misterio de Dios.


Entre las tareas de los ceremonieros está también la de encargarse del cuerpo del Papa difunto. Lo hice por siete largos días, hasta el funeral. Poco después de su muerte, vestí a Juan Pablo II junto a tres enfermeras que lo habían seguido por largo tiempo. Si bien ya había transcurrido una hora y media del deceso, ellas continuaban hablando con el Papa como si estuviesen hablando al propio padre. Antes de ponerle la sotana, el alba, la casulla, lo besaban, lo acariciaban y lo tocaban con amor y reverencia, precisamente como si se tratase de una persona de familia. Su actitud no manifestaba sólo la devoción al Pontífice: para mí representaba el tímido anuncio de una beatificación cercana. Tal vez es por esto que no me he dedicado nunca a rezar intensamente por su beatificación, desde el momento en que ya había comenzado a participar.


Cada día celebro la Eucaristía en las Grutas Vaticanas. Observo cómo los empleados de la basílica y todos aquellos que se dirigen al trabajo en los diversos dicasterios y oficinas del Vaticano, los gendarmes, los jardineros, los choferes, comienzan la jornada con un momento de oración frente a la tumba de Juan Pablo II: tocan la lápida y le dan un beso. Y así todas las mañanas.


Desde el 2000 el Papa había comenzado a debilitarse cada vez más. Tenía grandes dificultades para caminar. Preparando el gran Jubileo con el arzobispo Piero Marini esperábamos que al menos pudiese abrir la puerta santa. Era casi imposible pensar en el futuro. Mientras me encontraba en las montañas polacas, una vez escuché esta afirmación: “Todavía no nos conocemos porque no hemos sufrido juntos”. Con monseñor Marini participamos por cinco largos años en los sufrimientos del Papa, en su heroico combate consigo mismo para soportar el sufrimiento. Me vienen a la mente las palabras del salmo 51: “Purifícame con el hisopo y quedaré limpio”, que se pueden entender también así: “Tócame con el sufrimiento y seré puro”.


Estar con Juan Pablo II quería decir vivir en el Evangelio, estar dentro del Evangelio. En los últimos años del servicio junto a él me di cuenta de que la belleza está siempre ligada al sufrimiento. No se puede tocar a Jesús sin tocar la cruz: el Pontífice estaba tan probado, se puede decir martirizado por el sufrimiento, pero tan extremadamente bello, en cuanto que con alegría ofreció todo esto que había recibido de Dios y con alegría restituyó a Dios todo lo que de Él había tenido. La santidad, de hecho, - como decía la Madre Teresa de Calcuta – no significa sólo que nosotros ofrecemos todo a Dios sino también que Dios toma de nosotros todo aquello que nos ha dado. El atleta que caminaba y esquiaba en las montañas ahora había dejado de caminar; el actor había perdido la voz. Poco a poco se le había quitado todo.


Antes de comenzar las exequias, monseñor Dziwisz y monseñor Marini cubrieron el rostro del Papa con un paño de seda, un símbolo de muy profundo significado: toda su vida estuvo cubierta y escondida en Dios. Mientras realizaban este gesto, estaba junto al ataúd y tenía en la mano el Evangeliario, otro signo fuerte. Juan Pablo II no se avergonzaba del Evangelio. Vivía según el Evangelio. Resolvía según el Evangelio todos los problemas del mundo y de la Iglesia. Según el Evangelio construyó toda su vida interior y exterior.


El misterio de Juan Pablo II, es decir, su belleza, se expresa muy bien a través de la oración del Papa Clemente XI que se encontraba en los antiguos breviarios: “Quiero todo lo que Tú quieres, lo quiero porque Tú lo quieres, lo quiero cómo y cuándo Tú lo quieres”. Quien pronuncia estas palabras con el corazón se vuelve como Jesús que, humilde, se esconde en la hostia y se ofrece para ser consumado. Quien hace propias estas palabras comienza a vivir con el espíritu de adoración del Santísimo Sacramento.


Siguiendo al Pontífice en los viajes apostólicos, durante los largos vuelos, me preguntaba a menudo: ¿dónde está el centro del mundo?


Trece días después de su elección, con algunos de sus colaboradores, el Papa se dirigió cerca de Roma a la Mentorella, donde está el santuario de la Madre de las Gracias. Preguntó a sus compañeros de viaje: “¿Qué es más importante para el Papa en su vida, en su trabajo?”. Le sugirieron: “¿Tal vez la unidad de los cristianos, la paz en Oriente Medio, la destrucción de la cortina de hierro…?”. Pero él respondió: “Para el Papa lo más importante es la oración”.


En mi país existe este dicho: “El rey está desnudo frente a los ojos de sus siervos”. Cuanto más comenzábamos a conocer a Juan Pablo II, tanto más estábamos convencidos de su santidad, la veíamos en cada momento de su vida. Él no oscurecía a Dios. Si quisiera indicar lo más importante para la vida sacerdotal y para cada uno de nosotros, mirándolo a él podría decir: no cubrir ni ofuscar a Dios con uno mismo sino, al contrario, mostrarlo y convertirse en el signo visible de su presencia. A Dios nadie lo ha visto, pero Juan Pablo II lo hizo visible a través de su vida.


Cuando rezaba, tuve la impresión de que se echaba a los pies de Jesús. Cuando rezaba, sobre su rostro era visible la entrega total a Dios. Era realmente transparente: era, por usar una imagen poética, como el arco iris que une el cielo con la tierra, y su alma corría por las escaleras de la tierra al cielo. Vuelvo ahora a la pregunta: “¿Dónde está el centro del mundo?”.


Poco a poco comencé a darme cuenta de que el centro del mundo estaba siempre donde yo me encontraba con el Papa: no porque estaba con Juan Pablo II sino porque él, en cualquier lugar que se encontrase, rezaba. Entendí que el centro del mundo está donde yo rezo, donde yo estoy junto a Dios, en la más íntima unión que existe: la oración. Estoy en el centro del mundo cuando camino en la presencia de Dios, cuando “en él vivo, me muevo y existo” (cfr. Hechos de los Apóstoles 17, 28). Cuando celebro o participo en la Eucaristía estoy en el centro del mundo; cuando confieso y cuando me confieso, en el confesionario está el centro del mundo; el lugar y el tiempo de mi oración constituyen el centro del mundo porque, cuando rezo, Dios respira dentro de mí. El Papa permitió a Dios respirar a través de él: cada día pasaba mucho tiempo frente al tabernáculo. El Santísimo Sacramento era el sol que iluminaba su vida. Y él, frente a aquel sol, iba a calentarse con la luz de Dios. La vida de Juan Pablo II estaba entretejida de oración. Tenía siempre entre los dedos la coronilla del rosario, con la cual se dirigía a María confirmando su Totus tuus.


Una vez, después del accidente de 1991, el cardenal Deskur llevó al Papa un recipiente con agua bendita de Lourdes y le dijo: “Santidad, cuando lave la parte que duele, deberá rezar el Ave María”. Juan Pablo II respondió: “Querido cardenal, yo digo siempre el Ave María”.


Mi tarea en la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas consiste en cuidar, bajo la guía del maestro, las celebraciones pontificias, y no en escribir artículos o preparar conferencias. Así ha sido por trece años. Después del 2 de abril de 2005, cuando alguien me pide que de testimonio de Juan Pablo II, respondo a menudo: “¡Sí, con gran alegría!”. E invito a tomar parte cada jueves en la misa frente a su tumba en las Grutas Vaticanas. Así como invito a dirigirse a la iglesia del Espiritu Santo en Sassia, donde cada tarde se recita la coronilla de la Divina Misericordia seguida del Vía Crucis. Cada jueves a la tarde se encuentran en mi apartamento sacerdotes que trabajan o estudian en Roma, religiosas y laicos. Juntos rezamos las Vísperas, oramos y nos sentamos en la mesa común. Reunirse en oración y estar juntos para reencontrarnos en el centro del mundo: esto lo he aprendido de Juan Pablo II.


No me extraña que el Papa sea beatificado en el domingo de la Divina Misericordia, si bien es una sorpresa de la Providencia el hecho de que este año coincida con el 1º de mayo. De este modo, aquel día se hablará principalmente de santidad. Benedicto XVI y Juan Pablo II transformarán aquella ocasión en un evento religioso inédito en la historia: una procesión de mayo hacia la santidad y la oración.


***

Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***