miércoles, 4 de marzo de 2009

El gobierno de la Curia Romana en tiempos de Ratzinger (II)

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Vaticano

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Ofrecemos nuestra traducción de la segunda entrega de este interesante análisis realizado por el vaticanista Paolo Rodari. En esta ocasión, se centra especialmente en la Secretaría de Estado y su forma de gobierno en los últimos años así como en los probables cambios que se realicen en su interior próximamente. La primera parte puede leerse aquí.

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En tiempos de Juan Pablo II gobernar la curia romana era, al menos, tan difícil como hoy. En la primera parte de su pontificado, Wojtyla debió trabajar con Agostino Casaroli, el cardenal secretario de Estado y eminente representante en el Vaticano de la Ostpolitik de brandtiana memoria. Una línea luego llevada adelante por el cardenal Achille Silvestrini, por muchos años secretario del Consejo para los Asuntos Públicos y su segundo, hoy arzobispo de Vilnius, el cardenal Audrys Juozas Backis. En sustancia, el Papa de la resistencia al régimen comunista, así como le había enseñado el primado de Polonia Sthepan Wyszyński, tuvo que colaborar con el principal partidario, en la Santa Sede, de acuerdos, concesiones y aperturas hacia países del bloque soviético. Fueron dos visiones político-eclesiológicas diversas y divergentes las que se encontraron y, con frecuencia, desencontraron.


Incluso con el sucesor de Casaroli, el cardenal Angelo Sodano, el trabajo no fue simple. Por una parte, el Papa era ayudado en el gobierno, cada día más pesado, por su secretario particular don Stanislaw Dziwisz. Por otra, un contrapoder respecto a esta unión estaba representado precisamente por Sodano, quien con el dúo Wojtyla-Dziwisz buscaba negociar más que colaborar. Sobre todo en los últimos años de la era Wojtyla, cuando el Pontífice cada vez más enfermo se fatigaba por mantener el orden de todo, era también la habilidad del portavoz Joaquín Navarro Valls la que disimulaba muchas dificultades. Una habilidad de la cual hoy se siente fuertemente la ausencia. Hoy, en efecto, las cosas no son como antes. El dúo Ratzinger-Bertone es muy unido. Por mucho tiempo han trabajado juntos cuando Ratzinger era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y Bertone era el secretario. Y hoy nadie puede decir que el secretario de Estado no es totalmente fiel al Papa.


Sin embargo, las críticas no faltan. Sin embargo, hay algún evidente problema de gobierno. Y es principalmente a causa de un gobierno no plenamente eficiente, antes que por mala comunicación, que la Iglesia patinó varias veces y en modo peligroso. En primer lugar tres años atrás con la crisis diplomática que se produjo con el mundo islámico después de la lectio de Ratisbona. Y luego este año con el caso Richard Williamson que ha afectado las relaciones, para ser sinceros históricamente endurecidas, con los judíos.


El problema de gobierno puede atribuirse, por una parte, a la Secretaría de Estado y, por otra, a todos aquellos jefes de dicasterio que, estando ya en edad de jubilación, están llamados a responsabilidades probablemente demasiado pesadas para sus energías. De los jefes de dicasterio en edad de renuncia y de la nueva curia que el Papa podría diseñar en el 2009 hablaremos mañana, en la última entrega de este análisis. Ahora hablaremos de la Secretaría de Estado de la cual, como han señalado con razón diversos observadores, Benedicto XVI debería iniciar su personal tratamiento después del caso Williamson.


Ratzinger ha elegido a Bertone porque es una persona en la que sabe que se puede confiar. Y en el futuro no dejará de serlo. También porque el mismo Pontífice es consciente de que muchas malas gestiones de la actual Secretaría de Estado no son atribuibles a aquellos que tienen la responsabilidad sino también y sobre todo a problemáticas estructurales. ¿Cuáles? Es necesario partir de Sixto V. El Papa Felice Peretti, a finales del 1500, tuvo la brillante intuición de establecer una gestión del gobierno de la curia romana altamente democrática, diríamos horizontal. La Secretaría de Estado no era, como en cambio es hoy, un súper-ministerio. Cada jefe de dicasterio daba cuentas del propio trabajo directamente al Papa y todos estaban en igual grado. Y así hasta Juan XXIII. Pablo VI, en cambio, reforzado por varios años de trabajo transcurridos en la Secretaría de Estado antes de partir a Milán, una vez que estuvo en la Sede de Pedro, consideró oportuno, para una mayor practicidad, interrumpir este sistema de gobierno: hizo que a la Secretaría de Estado se le concediera mayor poder y, en particular, que funcionara como vértice para los pedidos que los distintos jefes de dicasterio de la curia querían hacerle llegar. Y de esta manera, se introducía una nueva modalidad de gobierno de la curia romana, una modalidad que ha llevado al secretario de Estado a tener cada vez más peso y poder.


Hoy Bertone padece este peso y este poder. Porque una cosa era ser secretario de Estado veinte años atrás cuando el mundo era diverso y las problemáticas que la Iglesia tenía que afrontar no debían ser resueltas con la velocidad y la prontitud que se requieren ahora. Una cosa era ser secretario de Estado en el último decenio de pontificado de Wojtyla cuando todo lo que el Papa había hecho y todo lo que estaba viviendo ponían en segundo plano eventuales errores de gobierno. Otra cosa es ser el primer colaborador del Papa hoy, durante un Pontificado particularmente detestado por los medios y los sectores más progresistas de la Iglesia que continúan viendo una voluntad de cierre y de retorno al pasado en el anclaje de Benedicto XVI en el primado de la verdad. Bertone, luego, no es propiamente un diplomático. Tiene un perfil menos experimentado en cuanto a la gestión del poder. Es un salesiano más acostumbrado al contacto con la gente, con los fieles. Y esta característica suya sin duda no lo ayuda.


Además de una cuestión estructural y, por lo tanto, del rol que la Secretaría de Estado tiene en una organización de la curia de tipo vertical, hay un problema de hombres y, por consiguiente, de los más cercanos colaboradores de Bertone. Muchos han crecido en la Secretaría de Estado en los tiempos de Sodano y, por lo tanto, no están propiamente unidos con él. Y es probablemente aquí, a nivel del staff de Bertone, donde Benedicto XVI deberá intervenir necesariamente para asegurar que su principal colaborador pueda estar apoyado como se debe.


Los primeros en partir deberían ser cuatro de igual grado. Para Paolo Sardi, el arzobispo que durante años ha escrito los textos de los discursos de Wojtyla, el destino está marcado y es además prestigioso: se convertirá en patrono de la Orden de Malta y, por consiguiente, alcanzará pronto la birreta cardenalicia. Para el jefe de la “oficina de personal”, monseñor Carlo María Viganó, se habla en cambio de una importante nunciatura en el exterior. Luego están los segundos del Sustituto para los Asuntos generales Fernando Filoni y del Secretario para las Relaciones con los Estados Dominique Mamberti, que son Gabriele Giordano Caccia y Pietro Parolin respectivamente. También para ellos se habla de promociones en otras costas. Un discurso aparte merece el turinés Gianfranco Piovano: indiscutible soberano de todas las finanzas de la Secretaría de Estado, domina la escena desde hace más de treinta años y hace cinco años que debería haber dejado por límites de edad. No ha habido contratación del otro lado del Tíber que no haya pasado por sus manos. Pero parece que, después de tantos años, también se irá. Por último, Fernando Filoni. Éste ha sido traído a la Secretaría de Estado por Bertone, el 9 de junio de 2007, cuando Leonardo Sandri se convirtió en Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales. Y ahora que a ambos – Bertone y Filoni – les resulta difícil trabajar en equipo, se necesita una nueva solución. Y éste es, posiblemente, el ovillo más difícil de desenredar.

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Fuente: Palazzo Apostolico


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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