martes, 14 de septiembre de 2010

Mons. Koch y su plan de trabajo al frente de Unidad de los Cristianos

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Kurt_Koch

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El Arzobispo Koch, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, ha concedido una extensa e interesante entrevista a L’Osservatore Romano en la cual se ha referido detalladamente a su plan de trabajo en el dicasterio, a las prioridades que ha establecido en su labor y a las diversas realidades de las que deberá ocuparse en su nuevo cargo. Ofrecemos nuestra traducción en lengua española.

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La primera visita oficial la realizará al Patriarca Bartolomé en Estambul el 30 de noviembre para la fiesta de San Andrés. Pero ya desde el 16 al 19 de septiembre acompañará al Papa en el Reino Unido en un delicado viaje por las relaciones con los anglicanos, mientras que del 20 al 27 de septiembre estará en Viena para la esperada sesión de la comisión mixta para el diálogo teológico con los ortodoxos. El arzobispo suizo Kurt Koch, de sesenta años, desde el 1º de julio Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, no ha tenido tiempo para el rodaje. En esta entrevista a nuestro periódico anticipa sus primeros pasos y esboza el programa de trabajo que terminará de poner a punto para noviembre, en la asamblea plenaria del Pontificio Consejo.


Como buen suizo, dice, “el ecumenismo lo llevo dentro desde el nacimiento”. A los doce años, la lectura de la Pasión de Cristo lo “moviliza y conmueve” porque “los soldados romanos no quieren dividir la túnica de Jesús pero hemos sido nosotros, los cristianos, quienes hemos pensado en lacerarla, separando el único cuerpo de Cristo”. Era la época del concilio Vaticano II, “gran evento en el surco de la tradición que vive”. Luego, con los estudios en Lucerna y en Munich de Baviera, el ecumenismo comenzó a formar parte a pleno título también de su bagaje teológico. Sacerdote desde 1982 y desde 1995 obispo de Basilea, la diócesis helvética más grande, acogió a Juan Pablo II en Berna, en junio de 2004, organizando un encuentro cara a cara con los jóvenes “para relanzar la evangelización en Suiza a través de la transmisión de la fe”, su otra gran pasión pastoral.


Monseñor Koch explica que no es el presidente de un holding internacional “que puede hacer y organizar todo lo que se le pasa por la cabeza. La unidad de los cristianos es una misión querida por Jesús mismo y tengo un mandato bien preciso del Papa para tratar de recomponer el escándalo de las divisiones”. Un mandato que Benedicto XVI le ha confirmado recientemente, el 30 de agosto, recibiéndolo en audiencia después de haberlo llamado a Castelgandolfo como relator principal en el encuentro con sus ex-alumnos para hablar sobre la correcta interpretación del concilio Vaticano II y sobre la reforma litúrgica.

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¿Qué le ha dicho el Pontífice al confiarle el cargo de Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos?


El Papa me convocó el 6 de febrero y, en la audiencia privada, me confió que había pensado en mí como obispo que conoce las comunidades de la reforma protestante no sólo por los libros sino por experiencia de vida, directa. Sabía que en Suiza he podido dialogar y confrontarme con los reformados. Habíamos hablado de esto en las visitas ad limina, cuando él era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y yo era obispo de Basilea. Desde el 2002 soy miembro del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y el trabajo desarrollado hasta ahora me hace todavía más consciente de la gran responsabilidad que Benedicto XVI me ha confiado.

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¿Puede anticiparnos cuáles serán sus estrategias en los diversos diálogos, tanto en Oriente como en Occidente?


El punto neurálgico, para mí, es reconocer la dimensión espiritual como fundamento y alma de todo el movimiento ecuménico. No es una ocurrencia del momento, basta releer el número 8 del decreto conciliar Unitatis redintegratio y referirnos a las experiencias directas. Sin dimensión espiritual no se va a ninguna parte.

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¿Cuáles son los ingredientes indispensables para el diálogo ecuménico?


En primer lugar, la amistad. Un diálogo creíble y sincero se puede entablar sólo si existe aquello que yo llamo ecumenismo del amor. Cuando las relaciones no son buenas, es difícil rezar juntos y afrontar los temas teológicos. Encontrarse, conocerse personalmente, estrechar amistades verdaderas, son los ingredientes básicos para hacer funcionar mucho mejor el diálogo teológico.

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Por lo tanto, amor y verdad.


Amor y verdad son también los dos grandes verbos de Benedicto XVI, el centro de su corpus teológico. Si amor y verdad no van de la mano, el diálogo se bloquea. Es fácil constatar que no hay futuro para un hombre y una mujer que muestran amarse pero no se dicen la vedad. Así como el amor sin verdad no es amor, del mismo modo la verdad por sí sola, sin amor, puede ser dura de aceptar.

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Analizando los progresos y los estancamientos, ¿cuál es el estado de salud del ecumenismo?


Hemos dado pasos hacia adelante en todas las direcciones. No debemos esperar forzosamente resultados inmediatos, también porque el fundamento del ecumenismo es la espiritualidad. Cada diálogo es siempre un nuevo desafío, con sus características particulares. He experimentado esto como miembro de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales y de la Comisión internacional para la unidad luterana-católica. Hay una diferencia específica en el modo de proceder. Con los ortodoxos tenemos un gran fundamento común de fe y algunas diferencias en la cultura. Con el mundo que viene de la Reforma, en cambio, no es tan grande el fundamento común de fe pero la cultura es la misma.

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El fundamento común de fe con los ortodoxos está produciendo resultados inesperados. Desde Moscú le ha llegado un mensaje de felicitación del Patriarca Kirill que augura “nuevas perspectivas de colaboración en beneficio de ambas Iglesias”, subrayando los positivos y constructivos desarrollos en las relaciones.


Es cierto, con los ortodoxos estamos registrando progresos también en el diálogo teológico. Y en Viena, del 20 al 27 de septiembre, podremos hacerlo de nuevo, continuando el estudio del tema del rol del Obispo de Roma en el primer milenio. Luego, para la fiesta de San Andrés, el próximo 30 de noviembre, viajaré a Estambul. Es importante que mi primera visita oficial sea al Patriarca ecuménico Bartolomé en el ámbito del intercambio de delegaciones entre Roma y el Fanar para las fiestas patronales.

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Por parte protestante, su nombramiento ha suscitado reacciones positivas y la esperanza de una renovada “apertura ecuménica” que le ha sido reconocida sobre todo por el pastor luterano Olav Fykse Tveit, secretario general del Consejo ecuménico de las Iglesias.


La condición fundamental es discutir qué es la Iglesia, examinando los diversos puntos de vista. De hecho, se corre el riesgo de perder la visión misma de la unidad de la Iglesia. Es un diálogo que debe profundizarse. Precisamente la experiencia vivida en Suiza me ha indicado prioridades y urgencias del compromiso ecuménico. Como sacerdote y como obispo me he planteado siempre, por ejemplo, el problema de los muchos matrimonios mixtos, de las familias compuestas por católicos y protestantes. Es doloroso que maridos y esposas, padres e hijos, no puedan participar juntos en las celebraciones los unos de los otros. Se trata de una realidad que en Basilea he vivido como un desafío práctico.

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¿Le podrá ser útil en Roma la experiencia ecuménica hecha en Suiza?


En mi país, las comunidades reformadas son un caso especial, también por el fragmentado mundo protestante. Según el teólogo evangélico Lukas Vischer, fallecido en el 2008, que formaba parte del Consejo ecuménico de las Iglesias, las comunidades suizas tienen “la confesión de no tener una confesión”. A Roma traigo, sobre todo, la actitud de diálogo y un conocimiento de las diversas cuestiones maduradas en este campo.

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La apertura del Papa a los anglicanos con la Constitución Apostólica “Anglicanorum coetibus” ha suscitado mucha inquietud. Y Benedicto XVI está por viajar al Reino Unido.


La situación del mundo anglicano no es sencilla. Con la Anglicanorum coetibus, el Pontífice ha abierto las puertas a cuantos han pedido libremente vivir en la unidad de la Iglesia católica. En el viaje que el Papa está por realizar al Reino Unido se podrán afrontar directamente cuestiones importantes para contribuir a relanzar el diálogo siempre más abierto con los anglicanos. Es significativo que en sus visitas internacionales inserte siempre un encuentro ecuménico. No es una sorpresa, sin embargo, dado que ya en el discurso al comienzo del Pontificado reafirmó claramente la prioridad de la unidad de los cristianos.

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¿Cuáles serán los temas en la agenda para la sesión plenaria del dicasterio en noviembre?


Ya estamos trabajando para preparar la asamblea. Dos años atrás, en la plenaria precedente, hemos hecho el balance de los pasos ecuménicos en los últimos cuarenta años. Ahora debemos determinar juntos los caminos a recorrer. De los trabajos saldrá un programa sobre qué hacer en el futuro. Somos conscientes de que la unidad de los cristianos es una misión urgente que debe ser llevada adelante, a pesar de las evidentes dificultades, con un diálogo que encuentra su fundamento en el concilio Vaticano II.

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¿Puede presentarnos al equipo del Pontificio Consejo?


Sé que tengo colaboradores de gran nivel. En estos años ya he podido conocerlos, comenzando por el secretario del dicasterio, el obispo Brian Farell, que tiene un panorama preciso de las diversas situaciones. Y luego está monseñor Eleuterio Francesco Fortino, un hombre gentil del que no se puede no ser amigo, que con su experiencia custodia la tradición de esta oficina.

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¿Cómo articulará su trabajo?


Mi trabajo implica, sobre todo, la tejedura de una red de encuentros y visitas con los representantes de realidades muy diversas entre ellas. Hay un aspecto de mi cargo particularmente interesante y que, en cambio, a veces no es suficientemente resaltado: el encuentro con los obispos para las visitas ad limina Apostolorum. Para mí es fundamental el diálogo directo, examinar las situaciones caso por caso. Soy obispo desde hace quince años; en la Conferencia episcopal suiza he sido vicepresidente por nueve años y presidente durante tres años. Por lo tanto, he podido darme cuenta de cuán importantes son las visitas ad limina. En aquellas ocasiones, el diálogo con el cardenal Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha sido siempre muy precioso. Hasta ese momento lo conocía bien pero sólo a través de sus libros.

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En el territorio de su diócesis de Basilea está la sede de la Fraternidad San Pío X. ¿Ha podido conocer de cerca la situación, puede dar una valoración?


No he tenido particulares contactos con la Fraternidad San Pío X. Mi deseo es que este diálogo ofrecido y relanzado por el Papa puede ser comprendido por todos y dar los resultados esperados.

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A usted le tocará también llevar adelante el diálogo con los judíos. Interviniendo en el sínodo del 2008 sobre la Palabra de Dios, dijo que “se podría aprender mucho del judaísmo”, considerado cada vez más la Escritura como “una realidad viva”.


A veces se olvida que el presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos es también responsable de la Comisión para las relaciones religiosas con el Judaísmo. No es una casualidad o una equivocación, lo considero muy significativo. Es un cargo que siento de modo particular. Me complace que, entre los primeros en visitarme aquí en Roma, a pesar del período de verano, hayan sido precisamente algunos representantes del judaísmo. Se perciben evidentes señales positivas en las relaciones con mundo judío. Al cardenal Walter Kasper, mi predecesor, se le debe reconocer el mérito de haber dado un significativo impulso para mejorar las relaciones, superando obstáculos y prejuicios. Por mi parte, quiero continuar y profundizar este trabajo de conocimiento recíproco. En las relaciones con los judíos no se trata de una cuestión de política, lo que importa es la dimensión religiosa. Lo confirman las palabras del Papa y sus visitas a las sinagogas de Colonia, New Cork y Roma.

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Al orden del día de su trabajo no puede faltar la cuestión de las sectas.


Nos preguntamos porqué tanta gente se dirige a las sectas. ¿Qué encuentran? ¿Por qué la oferta se muestra tan atractiva? ¿Cómo es que estas personas no llaman más a las puertas de nuestras iglesias? La invasión de las sectas nos plantea serios interrogantes. Ciertamente no debemos usar sus estrategias, pero estamos obligados a repensar en cómo anunciamos el Evangelio, en nuestra credibilidad. He quedado impresionado al escuchar, en el sínodo del 2008, los testimonios de los representantes de América Latina que deben hacer frente a la agresividad de las sectas. En las próximas visitas ad limina de los obispos latinoamericanos afrontaremos decididamente la cuestión para ver qué se puede hacer.

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El Papa lo ha llamado a usted, un teólogo, a continuar el trabajo ecuménico de otro teólogo como el cardenal Kasper. Este cambio también ha despejado el terreno por los inevitables intentos de atribuir etiquetas de progresismo y tradicionalismo.


Entre el cardenal Kasper y yo no hay diferencias sustanciales. Nos conocemos desde hace años y precisamente él, en el 2002, me llamó a formar parte del Pontificio Consejo. En estos días se ha mostrado disponible para facilitar mi integración. Puedo asegurar que proseguiré el trabajo que el cardenal Kasper ha desarrollado tan bien.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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