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Por Jerónimo
No dejan de sorprenderme la tranquilidad y el desenfado con que muchos católicos, de diferentes estados de vida, critican y arremeten contra las decisiones de los Papas y, peor aún, contra sus enseñanzas.
Ya de pequeños, cuando asistíamos al catecismo inicial, nos enseñaban que el Papa es el Vicario de Cristo y el Sucesor del Apóstol San Pedro. El Papa es la autoridad a la que hay que obedecer porque Dios le encargó apacentar su rebaño y Él lo acompaña de una manera especial en su misión. No lo asiste únicamente con la llamada “infalibilidad” en cuestiones de fe y costumbres. Sería bastante ilógico pensar que el Espíritu Santo sólo asiste al Vicario de Cristo cuando éste debe hablar “ex cathedra” y luego lo abandona a sus solas fuerzas y luces.
Por eso, considero que cuando el Papa enseña o manda algo, lo enseñado o mandado por él no entra, sin más, en el terreno de lo discutible o de lo que debe ser evaluado y aprobado por cada uno, sino que, simplemente, se asume y se obedece. Y si la cuestión entra en discusión en alguna conversación o en el propio pensamiento, el debate ha de darse a un nivel que excluya por completo la posibilidad de no asumir la enseñanza papal como verdad o de no obedecer. Porque tengo la certeza de que lo enseñado por el Papa es la verdad, a la cual llegaré al final de mi discurso. Y aunque no llegase a alcanzarla, sé, por la fe, que lo que indica el Papa es un camino seguro para andar. Porque es a él y no a mí a quien se le han dado las Llaves, a quien se le encomendó apacentar el rebaño, a quien se le concedió el poder de atar y desatar.
Probablemente, alguien me argumentará echando mano a los “grandes errores” papales que han pasado a la historia como caballitos de batalla de los que atacan la autoridad petrina o la infalibilidad. Pero, como sabemos, los tan mentados errores se circunscriben a ámbitos que la Iglesia misma considera no abarcados en el don de la infalibilidad papal. Y si el que argumenta se refiere a errores en cuestiones litúrgicas o pastorales, le respondería que obedecer al Papa, salvo el gravísimo caso de objeción de conciencia, no le hará ningún daño, pero desobedecerle seguro que sí.
El Papa es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles, dice el Vaticano II . De acuerdo a la Lumen Gentium, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad.
Es cierto que el Código de Derecho Canónico dice que tenemos el derecho, y a veces incluso el deber, de manifestar a los Pastores sagrados nuestra opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarla también a los demás fieles. Pero en el mismo párrafo dice que ese derecho se da en razón del propio conocimiento, competencia y prestigio, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia los Pastores.
Conocimiento, competencia y prestigio. Son tres condiciones a reunir a la hora de opinar sobre asuntos relevantes de la vida de la Iglesia. Pero, en esta cultura nuestra en la que se opina de lo que sea, con fundamento o sin él, en la que lo importante es “participar”, las decisiones y enseñanzas papales terminan también siendo objeto de la opinión pública intraeclesial. Y ni se le pase por la mente a alguien proponer que algunas opiniones puedan ser mejores que otras. No. Al parecer, a todas ha de atribuirse el mismo peso, el mismo valor. Y si no se lo acepta así, le acusan a uno de hacer discriminación. Y si el que discrimina es competente en el asunto tratado, será señalado, además, como soberbio y falto de caridad evangélica. Como si fuera un pecado distinguir entre la opinión de quien tiene conocimiento, competencia y prestigio, de la opinión de quien no los tiene.
Por último, me parece una osadía el pretender someter las enseñanzas y disposiciones del Vicario de Cristo a evaluación con el fin de aprobarlas o no. En cuanto a la autoridad se refiere, por encima del Papa está sólo Dios y a la par del Papa no hay nadie. Y quien le descalifica pretende estar a la par o por encima de él, aunque lo niegue. Y eso no es bueno, ni hace bien a nadie. Con su particular estilo, el P. Castellani escribía:
Dios nos libre de burros y sus coces
Y de los hombres que se sienten dioses.
En fin, la humildad es una virtud a la que todos debemos aspirar. Para poder obedecer, para aceptar las enseñanzas y decisiones que no comprendemos, para no pensar que lo sabemos todo o lo podemos todo, y para que otras virtudes puedan anidar en nosotros.
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9 Comentarios:
Excelente. Coincido en todo.
Tehuelche
Creo que el artículo es bueno, aunque puede prestarse a la "papolatría", mal de tantos católicos actualmente...mal mayor, muchas veces, que la misma desobediencia, pues por un falso concepto de autoridad papal, muchos creen que el Papa nunca se equivoca en nada (y por ello a veces siguiendo al Papa desobedecen a Cristo. Sí: el Papa puede equivocarse, y puede rechazar sus gracias de estado, tal y como cualquier mortal. Esto, que escandaliza a tantos oídos piadosos, es de perogrullo). Y cuando el equívoco es flagrante, y a veces movidos menos por la caridad sobrenatural que por respetos humanos, no se atreven a decirlo. Esto es un vicio que se hace pasar por caridad, pero que muchas veces atenta contra ella. San Pablo, Santa Catalina de Siena, etc., fueron desbordantes en caridad al criticar las decisiones de los Pontífices.
Y, ¿en virtud de qué puede criticarse a quien es el Vicario de Cristo en la tierra? ¿Acaso hay algo o alguien superior al Papa? Sí, lo hay: es Dios, la enseñanza de la Iglesia y su Tradición. Si un Papa actuara contra alguna de estas cosas, es un deber de caridad oponerse. De ahí que sea muy diversa la desobediencia de quien ignora las directrices del Papa en favor de la Tradición, o quien lo ignora en materias de fe o moral, y quien lo "desobedece" cuando propone o hace algo que, objetivamente, es difícil de conciliar con la Tradición eclesiástica. Por ejemplo: ¿cómo juzgar la actitud de un obispo que desobedece al Papa al rechazar el Motu Proprio, o al menos ignorarlo como si no existiera? ¿O quien rechaza la enseñanza contenida en "Humanae Vitae", o en la "Pascendi"? Como desobediencia, claramente. Pero: ¿cómo juzgar al cristiano que, viendo al Papa reunirse con diferentes líderes religiosos, rechaza él mismo los encuentros ecuménicos? ¿cómo juzgar al cristiano que, sabiendo objetivamente que el Novus Ordo Missae es relativamente inferior a la Misa tradicional (que no hay que ser Aristóteles para juzgar así), ve dicho Misal impuesto a todo el orbe católico, sabiendo los descalabros que ello provocará? ¿Sería esto desobediencia? Me parece que no. Y el criterio para discernir entre un caso y otro es, necesariamente, es el Magisterio y la Tradición.
No digo que el articulista ignore esto, que es bastante obvio. Lo digo sólo para hacer énfasis en el otro lado, que muchas veces se diluye en la "papolatría"...
Saludos.
Magnífico artículo! Magnífico! Coincido en todo, en absolutamente todo!
Gracias.
Yo no. El mismo Castellani que cita el artículo decía también:
"El Papa es infalible, pero no en todo. Cuando declara solemnemente las cosas de la Fe, cosa que hace pocas veces, por cierto. Pero pretender como hace muchísima gente aquí que todos los Papas o tal Papa particular son maravillas de inteligencia y de rectitud, hasta llegar a renunciar al propio sentido moral, cerrar los ojos ante un error y una iniquidad manifiesta, y dar como anticatólico, o poco católico, o no católico al que no puede cerrar los ojos así, al que no puede renunciar a su sentido moral, eso es inventar un nuevo dogma, eso es rendirse a una superstición, eso es morar en plena exterioridad"
Los romanos que son muy religiosos y veneran mucho al Papa, también son muy inteligentes, inventaron una anécdota sobre la infalibilidad que se la colgaron a Pío XI. Contaban que el Papa se dormía por la mañana porque trabajaba de noche; y que buscó un viejito del Asilo San Michele para que le hiciera de sereno y lo despertara por la mañana a las ocho. Así que el primer día el viejito abrió la puerta y dijo: 'Santísimo Padre, son las ocho y hay buen tiempo'. Y el Papa contesta 'Giá lo sapevo', y se levantó. Al otro día lo mismo:'Son las ocho y hay buen tiempo'. 'Giá lo sapevo'. El tercer día ocurrió que el viejito mismo se durmió, se levantó muy apurado y fue corriendo a despertar al Papa; y con el apuro y la costumbre le dijo la misma fórmula: 'Santísimo Padre, son las ocho y hay buen tiempo'. Y el Papa dijo:'Giá lo sapevo'. Y entonces el viejo le dijo: '¡Non lo sapevate un corno: sono le dieci e piove a finimondo!'.
En otros tiempos, cuando el Papa se equivocaba, los santos de aquel tiempo le decían tranquilamente: 'Non lo sapevate un corno', y el Papa mismo rogaba que se lo dijeran. Había más caridad. Había comunión"
"Leonardo astellani, San Agustín y nosotros, Mendoza, Jauja, 2000, ps. 244 y 256 respectivamente."
Sdos.
PL
Anónimo de las 15:17,
El texto que Ud. cita ¿Cambia en algo lo que expongo en el artículo?
Me parece que sí cambia, y creo saber a dónde apunta. A que no cualquiera puede objetar a un Papa, sino un Santo o alguien muy sabio. Pero por qué no también, un desconocido con razones de peso, como éste, por ejemplo:
http://unamsanctamcatholicam.blogspot.com/2009/07/caritas-in-veritate-part-i.html
Adheriría a su artículo con entusiasmo si estuviéramos hoy bajo el papado de Pío XII, pero no hoy ni tampoco referido a los últimos tres Papas -y no incluyo a B XVI-.
Esos "tres Papas fueron muy negativos para la Iglesia y, digamos, para lo que queda de civilización en el mundo occidental, precisamente porque afirmándose en el Concilio se plegaron aun más al mundo moderno, a su idioma y a su manera de pensar, es decir ese modernismo del que sus antecesores habían querido defender a la Iglesia con toda suerte de formidables documentos; y así fue modificado el idioma católico con las modernas ópticas sobre temas como el de la libertad religiosa, ecumenismo, revisiones históricas, perdones, democratismos, cambios litúrgicos, comuniones en la mano y de pié, judíos hermanos mayores, oraciones en templos no cristianos y oraciones comunes a un Dios neutro junto con otras religiones. No dudo que todo eso produjo un daño enorme, aunque tampoco dudo que Dios sabe por qué lo ha permitido" (Va encomillado el párrafo porque no es mío aunque haga mías las palabras del autor).
Es por ello que me parece que su exhortación a la obediencia cuasi ciega es discutible hoy día.
Y aunque yo sea un burro y no pueda dar coces, me queda un dedo de frente para reconocer una crítica válida al Papa de parte de un Sabio o de un Santo.
Cambia muchísimo. Ud. exhorta a que el católico extirpe su sentido crítico en pos de la obediencia, cosa con la que no concuerda Castellani.
Y yo, un burro, coincido con Castellani.
Saludos.
PL.
Corrijo, no es que Ud. exhorte a la obediencia cuasi ciega, sino que exige otras cualidades en quién critica al Papa, además del propio peso del argumento.
Y en eso estoy en desacuerdo total, como Santo Tomás Moro, que lo echó a patadas a su yerno diciéndole que si viniera el Diablo diciendo la verdad, y en frente estuviera su padre sosteniendo el error, le haría justicia al Diablo.
En buen romance, no mires quién lo dice sino la verdad de sus palabras.
Yo no quiero tragarme más sapos, que quiere que le diga, y en Caritas in Veritate me parece que hay un par.
Saludos.
PL.
Si el argumento verdaderamente tiene peso, no hay por qué exigir otra cualidad para tenerle en cuenta.
El CIC al solicitar conocimiento, competencia y prestigio, justamente lo que hace es pedir que el argumento tenga peso. En la Iglesia no puede haber mayor prestigio que el de la santidad.
Por otro lado, es distinto andar dejando un reguero de críticas al Papa que hacer lo que hacían los santos cuando le corregían.
En el fondo estamos de acuerdo entonces. Salvo en el punto de que en los tiempos que corren hay que estar a la defensiva respecto de lo que sale del Vaticano, según mi opinión; y para Ud. no.
Cuando veo la foto de JPII besando el Corán, por ejemplo, y leo que hay mártires franciscanos martirizados por negarse a besar el Corán, me quedo perplejo.
Cuando leo que BXVI elogia la liturgia cósmica de Teilhard de Chardin, me quedo perplejo.
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