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En medio de los dolorosos episodios de estos días en el Vaticano, el Santo Padre ha tenido un “respiro” durante los tres días en que visitó la arquidiócesis ambrosiana para presidir el VII Encuentro Mundial de las Familias, donde fue recibido por el Cardenal Angelo Scola, a quien confesó que se iba “más consolado que cansado”. De este acontecimiento, que superó las expectativas de los organizadores y donde el Papa pudo proclamar una vez más, con la claridad que lo caracteriza, la visión cristiana de la familia, habla el Cardenal Antonelli en esta entrevista al periódico Avvenire.
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Mucha satisfacción, mucha alegría, ciertamente. Pero también un hilo de preocupación. Son sentimientos ambivalentes, si no propiamente contradictorios, los que se entrecruzan el día después de la clausura del Encuentro Mundial de las Familias. Tal vez porque, sobre todo por parte de aquellos que, con fatiga y empeño, han organizado y conducido el evento en estos meses, existe una clara conciencia. La edición milanesa del EMF no ha sido sólo un éxito de números, de participación y de eficiencia ambrosiana, sino también un logro bajo el perfil de la riqueza y de la originalidad de los contenidos. Tanto que ya Milán 2012 – aunque “históricamente” tan joven – representa un punto de inflexión. De ahora en más, hablando de familia y de pastoral, no se podrá prescindir de todo lo dicho, visto, hecho, escuchado, en los pasados días en la capital lombarda. De esto es consciente el Cardenal Ennio Antonelli, presidente del Pontificio Consejo para la Familia. Ayer por la mañana, bajando del auto en el patio del arzobispado ambrosiano – donde estaba programada la conferencia de prensa conclusiva del EMF 2012 – tenía una sonrisa que era la síntesis más elocuente de su estado de ánimo.
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¿Misión cumplida, Eminencia?
Diría que sí. Hemos vivido realmente jornadas extraordinarias. Cada momento de este Encuentro Mundial ha sido notable. Pero el recuerdo de la Misa del domingo, con aquella participación tan atenta y tan coral, y sobre todo las palabras del Papa, representan una experiencia realmente única.
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La satisfacción de Benedicto XVI era evidente…
Ciertamente, al final nos ha dicho que “es hermoso estar en una Iglesia viva”. Me parece una síntesis eficaz de lo que representan las familias en la sociedad. Una presencia viva, que puede realmente incidir en la perspectiva del bien común. Me parece que también los contenidos de los tres días del congreso teológico-pastoral han ido en este sentido.
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¿Podemos indicar algunos puntos fuertes surgidos de las contribuciones de los expertos y de las mesas redondas?
Me parece que todas las ideas han contribuido a redescubrir la importancia de las buenas relaciones. Es decir, el hombre como sujeto relacional hecho para vivir, en armonía, con todos. Sólo a la luz de las buenas relaciones el momento de la fiesta adquiere su sentido profundo.
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¿Las relaciones son la clave también para leer el empeño de la familia en la sociedad?
Sin duda. En una red de buenas relaciones todos tienen la posibilidad de crecer. Y se ponen las bases para la cohesión de la sociedad. Para nosotros, cristianos, la bondad de las relaciones remite a la comunión con Dios. En clave civil ayuda a construir las virtudes como la gratuidad, la solidaridad, la cooperación, la disponibilidad, el sentido de sacrificio, que son importantísimas para la sociedad.
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Y aquí se enmarca también el tema del trabajo. En este caso, ¿cuál es el rol de las buenas relaciones?
Una vez más, fundamental. Diría que un valor agregado. Pero también una modalidad para comprender cómo el factor principal es siempre y de todos modos el hombre. La Iglesia no se cansa de subrayar la centralidad del capital humano. Y ahora también las empresas son conscientes de ello. Un trabajador satisfecho, que tiene detrás una situación familiar serena, estará también en la oficina más disponible al empeño y la productividad.
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En resumen, la familia que “funciona” o , como decía Juan Pablo II, la que logra “ser ella misma”, ¿puede marcar la diferencia también en la sociedad?
Pero no lo dice solamente la Iglesia. Existen investigaciones autorizadas de ámbito laico que lo demuestran con la fuerza de los datos. La familia feliz, la que representa un valor añadido para la sociedad, es aquella con dos o más hijos.
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Existe, sin embargo, un número creciente de familias que se disgregan. ¿Cómo será posible acompañar y sostener de modo más orgánico el sufrimiento de los divorciados y de los que están en una nueva unión, de acuerdo a las indicaciones de Benedicto XVI?
En primer lugar, es necesario reiterar que los divorciados en nueva unión no sólo son amados por la Iglesia, sino que deben ser valorizados en todos aquellos ámbitos en los cuales su participación es posible. Y luego también a ellos se les pide crecer en la fe.
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¿Hay una estrategia para lograrlo?
A mí me gusta indicar cinco puntos. En primer lugar, la humildad. Es decir, nadie debe pretender establecer por sí mismo lo que está bien y lo que está mal. El segundo punto es la oración para conocer la voluntad de Dios. El tercero es el compromiso: no dejar nunca de hacer el bien. El cuarto es la búsqueda, para comprender la verdad y la belleza del matrimonio. El quinto es la confianza en la Misericordia de Dios, que nunca debe perderse.
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Ahora la cita es dentro de tres años, en Filadelfia…
La elección ha sorprendido a todos. Entre las candidaturas había importantes ciudades europeas, pero el Papa ha indicado los Estados Unidos. Aquí la familia vive situaciones de fragilidad, pero también de gran vitalidad. Una vez más, será un bello desafío.
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Fuente: Avvenire
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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