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Mañana, domingo in Albis, es también la fiesta de la Misericordia y María, como reza la Salve Regina, la oración mariana más difundida después del Ave María, es la Madre de la Misericordia. Y que de este modo ha sido percibida por los devotos de todos los siglos queda demostrado por las muchas imágenes de María que abre su manto para acoger a aquellos hijos que se reúnen a su alrededor. Sin embargo, poco comprenderemos de este rol de María si no tratamos de entender, al menos con alguna referencia, el origen y el significado de aquella Fiesta de la Misericordia que nos preparamos a celebrar.
Como sabemos, ha sido introducida por Juan Pablo II, quien ya en 1994 había aprobado el texto de la Misa votiva “De Dei Misericordia”, permitiendo su uso en la Iglesia universal. Luego, al año siguiente, había celebrado él mismo esta Misa en la iglesia del Santo Espíritu en Sassia y sucesivamente, en el 2001, en plaza San Pedro. Pero el Papa polaco, con este gesto, no hacía más que cumplir un pedido que el mismo Jesús había hecho a otra polaca, sor Faustina Kowalska cuando, al aparecerse a ella en febrero de 1931, la había invitado a pintar aquel ícono de la Divina Misericordia que ya todos conocemos. Añadiendo todavía otro pedido: “Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero que la imagen que se pinte sea solemnemente bendecida en el primer domingo después de Pascua; este domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia. Deseo que los sacerdotes anuncien mi gran Misericordia a las almas de los pecadores. El pecador no debe tener miedo de acercarse a mí… La desconfianza de las almas desgarra mis entrañas… a pesar de mi Amor inagotable no tienen confianza en mí. Ni siquiera mi muerte ha sido suficiente para ellos”.
Karol Wojtyla, sensible a las manifestaciones sobrenaturales, había quedado impresionado por la experiencia que había vivido sor Faustina, experiencia en la cual evidentemente había visto un reclamo que el Cielo quería enviar a los hombres para ayudarlos a descubrir la característica fundamental del Dios cristiano y volver a ponerla en el centro de su fe. Sabemos también que precisamente por esto había seguido el desarrollo no siempre fácil de la devoción a la Divina Misericordia en el mundo, apoyándola de modo decidido cuando, subiendo a la Sede de Pedro, tuvo la posibilidad de hacerlo. Así, no sólo había abierto las puertas al culto del ícono y a la canonización de aquella que había sido el instrumento de difusión elegido por el mismo Jesús, sino que también había retomado con vigor, desde 1980, la reflexión teológica y pastoral sobre la Divina Misericordia, volviéndola a proponer al mundo con su encíclica Dives in Misericordia. En ella no se hace referencia a las revelaciones recibidas por Sor Faustina pero el vínculo es claro.
Pero he aquí lo que es dicho en la encíclica a propósito de María: “Nadie ha experimentado como la Madre del Crucificado el misterio de la Cruz, el pasmoso encuentro de la trascendente justicia divina con el amor: el «beso» dado por la misericordia a la justicia. Nadie como ella, María, ha acogido de corazón ese misterio: aquella dimensión verdaderamente divina de la Redención, llevada a efecto en el Calvario mediante la muerte de su Hijo, junto con el sacrificio de su corazón de madre, junto con su «fiat» definitivo. María, por eso, es la que conoce más a fondo el misterio de la Misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es. En este sentido la llamamos también Madre de la Misericordia: Virgen de la Misericordia o Madre de la Divina Misericordia… Los susodichos títulos que atribuimos a la Madre de Dios nos hablan… de aquella que, a través de la participación escondida y al mismo tiempo incomparable, en la misión mesiánica de su Hijo ha sido llamada singularmente a acercar los hombres al amor que El había venido a revelar: amor que halla su expresión más concreta en aquellos que sufren… En ella y por ella, tal amor no cesa de revelarse en la historia de la Iglesia y de la humanidad. Tal revelación es especialmente fructuosa, porque se funda, por parte de la Madre de Dios, sobre el tacto singular de su corazón materno, sobre su sensibilidad particular, sobre su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre. Es éste uno de los misterios más grandes y vivificantes del cristianismo, tan íntimamente vinculado con el misterio de la encarnación”.
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Fuente: La Bussola Quotidiana
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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