viernes, 5 de diciembre de 2008

¡Toma el balón y corre!

*

Gullickson

*



El Padre Zuhlsdorf en su blog, transcribe un texto escrito por el Arzobispo Thomas Gullickson, Nuncio Apostólico de Trinidad y Tobago, en el que reflexiona sobre la Liturgia y la decisión del Obispo de Tulsa de celebrar ad Orientem durante Adviento y Navidad.


Para un mejor aprovechamiento, recomendamos ver en la misma página web del Padre Z, el video al que refiere el Nuncio en su texto.


***

Tomando una posición acerca del creciente sentimiento en favor de la reforma de la Reforma Litúrgica


Recientemente me topé con lo que, creo, era un comercial de calzado deportivo para televisión, de un estilo surrealista, elaborado en torno al tema del rugby. En el video, un balón ingresa a un restaurant rompiendo la ventana del frente, y en la siguiente escena los que estaban en el restaurant se unen al juego, vestidos de traje, en las calles de la tumultuosa ciudad. El video muestra tanto una batalla urbana como un deporte. Sé que el rugby se ha transformado en “algo” genuino para los jóvenes…


Al mirar el video, se me ocurrió que mucho de lo que sucede en el área de la liturgia vernácula, su planificación y celebración no carece de paralelos con el rugby y con su ethos. Lo disparatado de este pensamiento me resulta tan llamativo como ver en el video la persecución del balón entre los automóviles, las calles y a través de la bulliciosa zona comercial de la ciudad.


Desde la promulgación de Summorum Pontificum, los llamados a una genuina reforma de aquella reforma litúrgica que hemos tejido en los últimos cuarenta años, se han hecho más insistentes, y a la vez más elocuentes y creíbles, al tiempo que los que la proponen clarifican sus respectivas posiciones y se alinean detrás del Santo Padre. El contraste entre el “status quo” (a veces similar al del rugby) y lo presentado por la suave mano del Papa y sus equilibradas palabras, notorias durante su reciente visita a Francia, me han llevado a establecer mi pequeño paralelo entre lo que se ha tratado de vender como una reforma según la mente del Concilio Vaticano II, pero que en muchas ocasiones a través de los años e incluso todavía hoy, parece más seguir las reglas del rugby en aquello de tomar el balón y correr con él, y eso, si te atreves. La renovación litúrgica, que muchos de nosotros hemos experimentado en muchas partes del mundo occidental, está teñida desafortunadamente de una inclinación al protagonismo por parte de los sacerdotes celebrantes, y a una no pequeña cantidad de bravatas por parte de otros (señalemos con el dedo a algunos de los coros, músicos y bailarines pop, sin contar a las personas con la agenda feminista y otras, que también intentan ocasionalmente secuestrar aquello que, nos enseñaron, es la obra de todo el Pueblo de Dios).


No creo ser el único que haya sido testigo de los intentos de individuos o grupos de usurpar el lugar central o, al menos, correr tan lejos como puedan con el “balón” sin ser tacleados. La juventud católica de hoy, y un buen número de personas de mediana edad, sólo han conocido esta situación donde lo que fue cuidadosa y sabiamente decretado por la Sacrosanctum Concilium ha sido derribado por la “carga de caballería” iniciada por los entusiastas que vieron su chance de ocupar el lugar estratégico. La apreciación fundamental que tenían los Padres del Concilio Vaticano II de la necesidad de encaminar las reformas litúrgicas iniciadas por los Papas San Pío X y Pío XII, parece haberse perdido en el tumulto [del “scrum”].


El reciente anuncio de la intención del Obispo de Tulsa, Oklahoma, de celebrar el santo Sacrificio de la Misa, en inglés pero ad Orientem en el Adviento y en la Navidad, está claramente motivado por un encomiable deseo por parte del obispo, de restablecer la continuidad de la reforma dentro de la Tradición, uno de los distintivos de la reforma tal y como fue querida y decretada por el Concilio Vaticano II. La publicación en un blog litúrgico italiano de un texto muy elocuente tomado de una publicación del año 2001 de nuestro actual Santo Padre, en la que trata sobre el ser cristiano en el nuevo milenio, ha dado nueva urgencia a mi propio sentido de la obligación de tomar posición en este “juego”. Por alguna extraña razón, y sin querer cuestionar la buena voluntad de nadie, parece evidente que la liturgia vernácula como es hoy celebrada, no sólo está demasiado abierta al abuso, sino que parece distante de lo que quisieron los Padres Conciliares y de lo que pudo haberse logrado desde entonces, si todos se hubieran mantenido fieles a sus palabras de instrucción y dirección.


¿Es que fuimos (los sacerdotes y el pueblo) mal encaminados por los expertos en liturgia para dejar de orar en la misma dirección y empezar a mirarnos unos a otros? Ahora sabemos que el destierro casi absoluto del latín de nuestro repertorio musical fue un empobrecimiento, una forma de iconoclastia, no distinta de la que despojó a las pequeñas y hermosas iglesias de sus incontables ofrendas votivas: a veces dejando como resultado lugares desolados en donde antes uno se había sentido en casa con Dios, la Santísima Virgen y todos los Santos. ¿No es también posible que hayamos sido mal aconsejados en aceptar algo sin precedentes en nuestra historia (recordemos que el consejo venía de la misma gente que evidentemente no comprendía lo suficiente la historia del culto divino, y que no se ocupó lo suficiente en lo que había sido prescrito por los Padres Conciliares)? Las consecuencias negativas de esta personalización del culto (cara a cara) son patentes. Ponen unas expectativas irreales en el sacerdote celebrante, quien a menudo en vez de guiarnos en la oración, parece obligado a buscar “eco”, o incluso contacto visual con la gente que está ante él.


Sacrosanctum Concilium N. 23 estableció el siguiente principio, entre otros, para la renovación: “Por último, no se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes”. Incluso en las mejores celebraciones de la liturgia reformada, uno tendría que ser fuertemente presionado para aceptar que la celebración con el altar de por medio, es “verdadera y ciertamente” requerida para la utilidad de la Iglesia. El desarrollo orgánico es también difícil de verificar en lo que muchas personas han experimentado como ruptura.


Cuando el N. 33 del mismo decreto conciliar reclama que la sagrada liturgia sea instructiva, lo hace recordándonos que: “la sagrada liturgia es principalmente el culto a la Divina Majestad…”. El pasaje del citado texto del Cardenal Ratzinger, enfatiza correctamente que es de la mayor importancia que volvamos a adquirir el respeto por la liturgia, y que reconozcamos nuevamente que ésta no está abierta a la manipulación; que no está puesta a nuestra discreción, para que la planifiquemos y presentemos según nuestros talentos nos lo permitan. El actual Santo Padre, llamaba en este artículo al restablecimiento del contacto con la historia en una forma clara y orgánica.


No puedo sino pensar que la multiplicación de celebraciones según el “usus antiquior” desde la promulgación de Summorum Pontificum será una herramienta que nos ayudará a volver a la Tradición. Una restauración completa de las cosas tal y como estaban antes de la Sacrosanctum Concilium, sin embargo, negaría el análisis y los deseos de los santos Papas y de un histórico concilio ecuménico. El Papa San Pío X tenía razón al defender el canto gregoriano, y el Papa Pío XII nos obsequió con una renovación del Triduo Sacro que buscó reflejar los sublimes misterios celebrados en él. Las intervenciones de ambos Papas significaron un cambio genuino en la liturgia, dentro de una atmósfera de profundo respeto por lo sagrado de las palabras y de los gestos que estaban modificando. Sin duda, la intención del Concilio Vaticano II fue proponer esta misma suerte de reforma prudente y orgánica. Pero, como he dicho, uno tiene la impresión de que a menudo se aplicaron las reglas del rugby, y que más de un aficionado decidió tomar el balón y correr con él.


El artículo sobre la decisión del Obispo de Tulsa contiene dos grandes citas del Obispo Slattery: “Espero que esta postura común de la Iglesia en oración les ayudará a experimentar la verdad trascendente de la Misa en una forma nueva e inmemorial…”. “Rezo para que esta práctica restaurada nos ayude a comprender que en la Misa, participamos en el culto auténtico que Cristo brinda a Su Padre, siendo 'obediente hasta la muerte' (Flp 2,8)”. Un deseo modesto de mi parte es que muchos más pastores den pronto un ejemplo similar.


El atractivo que sienten hoy particularmente los jóvenes por el “usus antiquior” debiera hacernos pensar. La explicación de este fenómeno podría ser tan simple como el recordar la experiencia de Dios del Profeta Elías en el Monte Sinaí: fue a la abertura de la cueva y se cubrió el rostro con su manto ante el suave y susurrante sonido de Dios que pasaba. Dios no Se encontraba ni en la tormenta ni en la tempestad. Mucho de lo que se difunde hoy como liturgia para los jóvenes debe ser juzgado ciertamente como reñido con Sacrosanctum Concilium N. 34: “Los ritos deben resplandecer con noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles”. Aunque mi vida de niño fue mucho más tranquila y libre de estímulos externos que la de mis sobrinas y sobrinos, aún así solía encontrar un respiro,  siendo sólo un niño de preescolar, en la Iglesia grande y tranquila los domingos por la mañana cuando, no habiendo “Misa Solemne”, el silencio sólo era roto por un preludio del órgano, por otra pieza tenue durante la Comunión, y por las antífonas cantadas por una sola voz desde el balcón del coro. El “genio” del pasado y su atractivo para la gente de hoy viene del ser capaces de percibir la Misa como un don, como algo retirado del ámbito de mi discreción o capricho, como algo de Dios, algo sagrado. El Papa Benedicto XVI habla con urgencia de nuestra necesidad de volver a suscitar un sentido profundo de lo sagrado.


Tenemos algo que es inestimable en el calendario litúrgico reformado, y en la abundancia del Leccionario con su ciclo en tres años para los Domingos y las Solemnidades. La introducción del vernáculo al culto respondió ciertamente a un hambre casi desesperado de toda la Iglesia universal, con la posible excepción del mundo latino. Me gustaría creer que el Obispo de Tulsa está detrás de algo cuando sencilla y humildemente restablece una simple orientación para la oración en su catedral en este Adviento y Navidad. Ojalá que este intento logre rescatar a la Misa de aquellos que querrían derrumbarla con sus inventos personales, o hacerle cambiar las “reglas de juego” por otras de agresión. Hay un tiempo y un lugar para el rugby, y no todos somos lo suficientemente resistentes como para jugar ese juego.


***

Fuente: What Does The Prayer Really Say

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

1 Comentarios:

Anónimo ha dicho

Quería comentarles que el señor Arzobispo de La Plata, ordenará presbíteros a cinco diáconos, el viernes 12 de diciembre a las 19.30 hs. en la Catedral platense.
Gracias. Joaquín