miércoles, 13 de mayo de 2009

Holocausto: ¿qué dijo verdaderamente el Papa?

El discurso pronunciado por Benedicto XVI en el Museo en recuerdo de las víctimas del Holocausto no ha sido una alocución más. Las palabras del Papa colocan a aquel terrible hecho histórico en el lugar que debe ocupar en el pensar y el sentir de los católicos. Después del sonado “caso Williamson” se suponía que el Papa debía “lucirse” al abordar el tema. Y lo hizo. Aunque a algunos no los conforme.


Después del discurso papal, según informaron la agencia Ynet y el Jerusalen Post, el Rabino Yisrael Meir Lau, presidente de Yad Vashem, criticó duramente su contenido como carente de compasión, tristeza y dolor por la terrible tragedia de seis millones de víctimas. La palabra “seis”, dijo, no fue incluida en el discurso. El rabino también criticó la utilización por parte del Papa de la palabra "muertos" en lugar de la palabra "asesinados". Agregó que el Papa Benedicto no mencionó a los nazis como responsables del Holocausto. Lo que más preocupa, dijo el rabino, es la falta de solidaridad con la nación judía, que ha perdido un tercio de sus hijos (en el Holocausto). “No estoy hablando de disculpas, estoy hablando de empatía ... este texto se ha centrado, en cambio, en una "simpatía" por el dolor de la humanidad”.


Francesco Colafemmina, de Fides et Forma, analiza el discurso del Papa en Yad Vashem partiendo de las críticas del Rabino Lau. El artículo es sumamente interesante y pone de manifiesto, una vez más, la profundidad y la claridad de pensamiento de Benedicto XVI.


El maravilloso discurso de Benedicto XVI

en Yad Vashem


por Francesco Colafemmina


El agudo análisis del Rabino Lau, Presidente del Consejo del Yad Vashem, nos ayuda a entender, por un lado, el sentido del magistral discurso del Santo Padre, y por el otro aquella dogmática holocáustica que Yad Vashem reclama como la única verdad indiscutible e incontestable del mundo contemporáneo.


En primer lugar, partamos de las consideraciones finales del Presidente de Yad Vashem: empatía versus simpatía1. El Papa ha utilizado palabras “simpáticas” incapaces de establecer un diálogo empático con el pueblo judío - afirma el Rabino. La diferencia está en el punto de vista.


Si, efectivamente, por empatía entendemos una capacidad de comprender el sufrimiento de los demás imaginándose en su lugar y, por tanto, poniendo el acento exclusivamente en su sufrimiento, es evidente que el Pontífice ha querido establecer claramente la ausencia de una primacía del pueblo judío en el sufrimiento.


En cambio, ha querido reconducir el sufrimiento del pueblo judío durante el holocausto a una dimensión humana y, por tanto, hipotéticamente repetible, y no sólo en contra de aquel pueblo, sino de toda la humanidad. Viene entonces a disminuir la dimensión racial y nacional del Holocausto, entendido como "sufrimiento elegido" del pueblo judío, frente al sufrimiento de otros pueblos o grupos humanos.


El discurso del Papa es “simpatético” en el sentido de que une los sufrimientos del Holocausto a los de una humanidad herida por el pecado y necesitada de amor cristiano, para que el odio sea definitivamente abolido y la tierra pueda transformarse en un jardín.


Antes de pasar al análisis de los pasajes del discurso papal en particular, es importante notar que la dimensión “simpática” no implica la reabsorción de la tragedia del pueblo judío en una dimensión puramente humana, antropológica, del sufrimiento. De hecho, el discurso completo se abre acentuando el mismo significado de las palabras Yad Vashem ("memorial" - "nombre").


El personalismo, el nombre a recordar, la identidad de las víctimas del Holocausto, no es absorbida en la comunión indistinta de todas las víctimas del odio, del racismo y de la violencia. Más bien, su “nombre y su “memoria” son certeza de una identidad enraizada en una historia única y esculpida graníticamente en la conciencia colectiva de la humanidad. Más aún, precisamente para remarcar este aspecto, añadió: “los nombres custodiados en este venerado monumento tendrán para siempre un lugar sagrado entre los innumerables descendientes de Abraham.” El recuerdo de un pueblo está impreso en su descendencia. Su sufrimiento se propaga y se recuerda como ejemplar para la humanidad, como una advertencia para el presente, y no como una aplicación unívoca del dolor, por intensidad y por crueldad, a un limitado grupo de seres humanos.


Por lo tanto, es como si el Santo Padre hubiera querido afirmar la dimensión común a toda la humanidad de aquella tragedia y no su pertenencia a un único pueblo. El mal realizado entonces no fue simplemente fruto de la desviación nazi, sino más bien del pecado del hombre, de su imperfección y de la herida abierta por el mal en el alma de la humanidad. Si es reconducido a esta dimensión “humana” y “simpática”, el drama holocáustico de Israel asume un significado capaz de desembocar en aprendizaje, en propuesta de cambio de perspectiva humana y espiritual. De otro modo, corre el riesgo – como, de hecho, ocurre a menudo – de transformarse en una justificación histórica sobre la cual fundar la existencia de una nación y su autoridad, para administrar mejor los propios derechos y las propias ambiciones.


He aquí por qué el corazón del discurso papal no puede ser más que la referencia explícita a la revolución cristiana del amor: “La Iglesia católica, comprometida en las enseñanzas de Jesús y decidida a imitar el amor por toda persona, siente profunda compasión por las víctimas aquí recordadas. Del mismo modo, está junto a quienes sufren persecuciones a causa de la raza, el color, la condición de vida, o la religión. Sus sufrimientos son los suyos, y suya es su esperanza de justicia. Como Obispo de Roma y Sucesor del apóstol Pedro, confirmo - como mis predecesores - el compromiso de la Iglesia de rezar y actuar sin descanso para asegurar que el odio no reine nunca más en el corazón de los hombres. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es el Dios de la paz (Cf. Salmo 85, 9).


La tarea de los cristianos no es simplemente, banalmente, o en forma particularista, asegurar que los judíos no sean más perseguidos sino, más bien, “rezar y actuar sin descanso para asegurar que el odio no reine nunca más en el corazón de los hombres”. ¿Es o no es éste el más vivo testimonio de las palabras de Nuestro Señor? Él es el Redentor del hombre, el Salvador de la humanidad, y no sólo el Messiah hebreo que viene a salvar al pueblo elegido. La dimensión universal de la Iglesia está viva y palpitante en estas palabras que, lejos de limitar el eco del sufrimiento del pueblo judío, lo hacen aún más fuerte y espantoso, revelándonos cómo la entera humanidad puede ser, al mismo tiempo, víctima y verdugo en un mundo no redimido por la Verdad del amor.


Y el Papa avanza con la dimensión cristiana del Libro. Él incardina el Evangelio en el Antiguo Testamento cuando afirma: “Mientras estamos aquí, en silencio, su grito sigue haciendo eco en nuestros corazones. Es un grito que se eleva contra todo acto de injusticia y de violencia. Es una condena perenne de todo derramamiento de sangre inocente. Es el grito de Abel, que se eleva desde la tierra hacia el Omnipotente”. El grito de Abel es el primer sonido del sufrimiento inocente que emana del Libro Sagrado común a judíos y cristianos. No es simplemente el grito de un patriarca de Israel sino el grito del antiguo Inocente que se repetirá en el Cordero sacrificial, en Cristo que lleva sobre sí los pecados del mundo.


En todo el discurso, están presentes referencias al Antiguo Testamento, sobre todo a los Salmos. El Papa demuestra de este modo su profundo respeto por la sensibilidad judía pero quiere crear la perfecta continuidad entre aquel mensaje y el nuevo de la buena noticia. Sin Cristo, de hecho, el mensaje bíblico parecería estancarse en la Sirte de la historia de un pueblo y de su Dios personal, no en la de la entera humanidad. Así – concluye Benedicto XVI citando a Isaías – “Bueno es el Señor con el que en Él espera, con el alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor (3, 22-26). Queridos amigos, estoy profundamente agradecido tanto a Dios como a vosotros por la oportunidad que se me ha dado de recogerme aquí, en silencio: un silencio para recordar, un silencio para esperar”.


He aquí que todo el sufrimiento, todo el peso terrible de aquel acontecimiento, se convierte hoy para nosotros no en un dogma, una verdad para imponer como un peso al mundo no judío, un fardo moral para la humanidad no hebrea, sino que se hace memoria, oración y esperanza para toda la humanidad, para que el mal del hombre sea cancelado por el Reino del amor y del perdón.


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1- Nota del traductor: entendemos aquí “simpatía” en su acepción primera de “comunión de sentimientos”. Introducimos también en el texto el término “simpatético” utilizándolo en el mismo sentido.


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Fuente: Fides et Forma


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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4 Comentarios:

Anónimo ha dicho

Cuantos judíos murieron realmente en el Holocausto?
http://www.youtube.com/watch?v=S6fjYP26Srg

Crematorios vs Holocausto
http://www.youtube.com/watch?v=16P5DKVZlag

El mito de la cámara de gas: Informe Rudolf
http://www.youtube.com/watch?v=05hJkoThJNg

Historia del Holocausto y el Revisionismo
http://revisionismohistorico.ning.com/profiles/blogs/el-hipopotamo-el-esceptico-y

Catolicidad ha dicho

Saliéndonos del tema, les notificamos que existe un RECIENTE tutorial-video con la explicación completa de cómo celebrar la Santa Misa tradicional católica.
Está excelente. Muy útil para sacerdotes que deseen aprender a oficiarla, acólitos y laicos que deseen profundizar en la liturgia.Favor de ver en:

http://catolicidad-catolicidad.blogspot.com/2009/05/como-celebrar-la-misa-catolica.html

Francesco Colafemmina ha dicho

Muchas gracias por la traducción de mi artículo. Complimenti per il vostro lavoro ed il bellissimo blog.

Con vivo affetto, in Domino Iesu!

Francesco Colafemmina

Jerónimo ha dicho

Francesco Colafemmina:

Nos ha dado mucho gusto publicar su artículo, que es excelente. Gracias por sus palabras. Dios lo bendiga,
Jerónimo, Antonio y Francesco