lunes, 14 de febrero de 2011

Entrevista a Mons. Ratzinger: “Para mí estar en casa es estar con mi hermano”

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Ofrecemos nuestra traducción de una bella entrevista realizada a Mons. Georg Ratzinger, hermano mayor del Papa Benedicto XVI, por la vaticanista Angela Ambrogetti.

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La música sacra es también hoy una ocasión para acercarse al mundo de la música en absoluto. Palabra de monseñor Georg Ratzinger, hermano del Papa Benedicto XVI, por décadas director del coro de los Gorriones de la Catedral de Ratisbona. El pasado 25 de octubre fue condecorado con el Premio “Fundación pro música y arte sacra”, ligado al Festival internacional de Música y Arte sacra dedicado al Papa Benedicto en el quinto año de Pontificado. Georg Ratzinger viene con frecuencia a Roma. En los pasados días fue operado de las rodillas y ahora afronta con su habitual buen humor y disciplina la terapia de rehabilitación, preparándose para volver a Roma apenas pueda para ver nuevamente al hermano.

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¿Cuál es el primer recuerdo del hermano menor?


Es difícil responder y recordar. Del nacimiento recuerdo poco, éramos pequeños e incluso en el bautismo no estuve presente porque fue bautizado enseguida y nosotros, los hermanos más grandes, no fuimos porque hacía mucho frío. Luego, en la vida cotidiana llegó este niño tan pequeño y sinceramente no sabía mucho qué hacer con este niño tan pequeño.


Luego, cuando crecimos un poco, éramos los dos varones y jugamos mucho e hicimos juntos muchas cosas. Si bien al comienzo yo estaba más vinculado a mi hermana, porque éramos los dos hijos mayores, en casa, sin embargo, con los años se construyó un contacto más intenso con el hermano menor. Los dos preparábamos juntos el pesebre y luego entre los juegos más frecuentes había juegos espirituales, nosotros lo llamábamos el “juego del párroco” y lo hacíamos nosotros dos, nuestra hermana no participaba. Se celebra la misa y teníamos casullas hechas por la costurera de mamá precisamente para nosotros. Y por turno éramos el celebrante o el monaguillo.


Luego el seminario, y la pasión por la liturgia, la música, el estudio… Ha sido un desarrollo continuo. Desde pequeños vivimos con un amor por la liturgia y esto prosiguió poco a poco en el seminario, pero no se agregó la música fuera de la liturgia. Era todo una sola cosa.

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En aquellos años y siendo muchachos, ¿tenía preocupaciones, temores o esperanzas por el hermano menor que seguía su camino?


No había ningún motivo por el cual preocuparse. Siempre me interesé por lo que hacía, por sus proyectos, pero serenamente.

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¿Después de la primera Misa?


Por tres años estuvimos separados porque en 1947 Joseph fue a Múnich y en 1950 nos reencontramos en Freising. Después de la ordenación, desde noviembre de 1951 hasta octubre de 1952, estuvimos en parroquias vecinas y estaba en el medio sólo un parque en Múnich. Yo tenía la iglesia de san Luis y Joseph la de la Preciosísima Sangre.


Es verdad que sobre todo Joseph aceptó convertirse en profesor en Bonn también en vista de la utilidad de la familia. En 1955 nuestros padres se mudaron por él a Freising y en 1956 se sumó también nuestra hermana, y así cuando yo estaba libre, siempre iba con la familia en Freising. El hermano menor era la referencia para todos, no era un problema para nosotros.

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¿Y cuándo se convirtió en obispo y cardenal?


Primero estuvimos separados mientras Joseph estaba en Bonn, Münster y Tubinga. Luego nos reencontramos finamente en Ratisbona, donde yo dirigía los Domspatzen y mi hermano estaba en la universidad. Fue un período muy bello e intenso, los tres hermanos estábamos reunidos. Ciertamente con el nombramiento y el traslado a Múnich, aunque la distancia no era mucha, era más bien la falta de tiempo la que nos mantenía alejados porque Joseph estaba comprometido como obispo y cardenal.

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¿Y el traslado a Roma?


Ha sido, en efecto, un poco como una pérdida cuando se trasladaron a Roma, también porque sabía que para mi hermano era una gran responsabilidad y que tendríamos pocos contactos.


Tres veces al año yo iba a Roma, sobre todo en verano, y en Navidad mis hermanos venían conmigo, en su casa en Pentling y nos gustaba mucho, aquella era precisamente su casa. Pero sobre todo estaban las citas fijas para verse, como para la Ascensión, cuando mi hermano venía para el retiro espiritual y luego se quedaba algunos días en Pentling. En agosto íbamos de vacaciones juntos, a Bad Hofgastein, a Bressanone, a Linz.

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En el período en que estabais lejos, ¿hay un episodio particular que Joseph contaba?


Siempre el momento más bello era la llegada del cardenal que volvía a su tierra. Aterrizaba en Múnich, lo iba a buscar el señor Künel, y cuando yo era todavía director del Coro, venía para una cena solemne. Esto marcaba el comienzo de las vacaciones y era muy bello. Y luego, después de que me retiré, esta cena se realizaba en la Lutzgasse, donde todavía vivo. Era un verdadero rito de acogida si bien no había una exhibición del coro. Y siempre se hacía una cena de comidas elegidas que le gustaban particularmente.

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¿Y ahora cómo lo recibe el Papa en Roma? ¿Hay un rito?


Es siempre un momento muy festivo y solemne cuando se desciende del avión. En el aeropuerto me vienen a buscar con el automóvil, con los coches de la policía. Todos son muy gentiles, y yo puedo entrar en el auto y me traen enseguida aquí. Y entonces pienso en todos los que deben encontrar un medio público, y los problemas con las valijas; yo, en cambio, llego solemnemente…


Es siempre una bienvenida alegre por parte de las memores, los secretarios, sor Cristina, que hacen la acogida muy hermosa. Luego voy a visitar a mi hermano a su habitación. Ese es nuestro primer encuentro, y para mí es volver a casa, en esta situación familiar con las memores y así sucesivamente, y con el encuentro con él, cuando nos contamos las últimas novedades.


Para mí, estar en casa es el encuentro con mi hermano dondequiera que sea. Y siento que la familia del Papa se ha convertido también en mi familia.

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¿Algún recuerdo del pasado?


María completaba el trío. Desde que no está, ya no existe este trío. Naturalmente su presencia hacía presente también a nuestros padres. Aunque faltaban, ella fue la siempre la persona que nos hacía pensar en ellos.

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¿Y cuándo supo la noticia de que hermano se había convertido en Papa?


Durante el cónclave nunca pensé que mi hermano pudiese convertirse en Papa. Aunque otros me lo preguntaron, yo estaba siempre convencido de que no era posible porque era ya demasiado anciano. Me acordaba del Papa Juan XXIII, que era incluso un año más joven, y el colegio de los cardenales estaba reducido. El Papa Pío XII no había creado más cardenales y, por lo tanto, hubo una elección limitada. Pero en el 2005 no era así, por lo cual no se lo esperaba.


Luego, cuando llegó la noticia, la primerísima reacción fue de tristeza porque era consciente del hecho que, como Papa, habría sido llevado fuera de su vida privada y personal. Pero no sabía, en cambio, que se puede mantener una relación muy personal con el Papa y encontrarlo como hago ahora, con todos los privilegios que he recibido para ir y venir. Tengo todas las facilidades para, de todos modos, encontrar al Papa como hermano.

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¿Habláis de Baviera, hay nostalgia por la tierra de origen?


No hay una nostalgia propiamente dicha. Se crece y se madura. Naturalmente él se interesa por Ratisbona, por los vecinos, por las personas que conoce de antes, compañeros de estudio y así sucesivamente. Esto le interesa mucho.

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Hay una curiosidad que tenemos muchos, ¿el Papa tiene todavía gatos?


Sí, nos gustan mucho los gatos, cuando nos trasladamos a Hufschlag teníamos nuestros gatos y otros pasaban por el jardín. Nos gustan los gatos pero ahora están sólo los de Pentling.

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¿Cuál es su pensamiento frecuente para su hermano?


Mi pensamiento para él es que cada mañana pueda tener la salud y la fuerza que necesita para realizar su misión.

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Volvamos a hablar de música: ¿Tocáis juntos ahora?


No juntos porque ya no puedo leer más la música, sólo puedo tocar de memoria.

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¿Y a cuatro manos?


Lo hacíamos siendo jóvenes, pero no mucho.

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¿Y cómo es el Papa como pianista?


Sin duda tiene mucho talento que luego no ha desarrollado mucho porque ha dedicado más tiempo a los libros. Y cuando estaba yo, era yo quien tocaba, y él se sentía avergonzado y no tocaba.

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Finalmente, con monseñor Ratzinger se habla siempre de música, y también de educación a la música y de cómo la música sacra tiene todavía hoy un valor no sólo artístico sino también didáctico.


“Seguramente es todavía muy importante hablar de música sacra también hoy. Y además es una ocasión para aquellos que viven en los pequeños centros de tener el primer contacto con la música en absoluto. A menudo el primer conocimiento musical viene a través de la música sacra”. Nos explica también el hermano del Papa que “es importante para quien se ocupa de música sacra hacer descubrir el sentido mismo de la música. Y la música sacra hace a la liturgia más comunicativa, también más alegre y más bella, y por eso tiene un enorme valor”. Luego un ejemplo concreto: “Me acuerdo de un grandísimo bajo, Walter Berry, cuya voz maravillosa ha sido descubierta porque cantaba en el coro de su parroquia, y así comenzó su carrera”.


A pesar de sus 87 años y los ojos cansados, Georg Ratzinger conserva el fresco entusiasmo de un joven cuando se habla de música, y cuando le pregunto si el hermano hoy pontífice toca bien, responde: “¡Ciertamente tiene mucho talento!”. Y se lamenta de no poder ya tocar junto a él.


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Fuente: Il Portone di Bronzo


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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sábado, 12 de febrero de 2011

El Card. Kasper contra los críticos del celibato: “Hay una crisis de fe”

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La Iglesia hoy ya no es “poderosa e influyente como fue una vez”; al contrario, nosotros los católicos nos hemos vuelto pocos y “pronto, tal vez, no seremos ya tampoco mayoría”.


Por esto urge una “renovación de la fe” en Alemania – donde, en las grandes ciudades, “ya no somos más mayoría y no lo somos, de hecho, si contamos a aquellos que se declaran practicantes” – como en el resto de Europa. Es un lúcido análisis el ofrecido por el cardenal Walter Kasper durante la Misa de acción de gracias por la actividad desarrollada como presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, celebrada el domingo pasado, 6 de febrero, en la iglesia romana de Santa Maria dell’Anima.


En la homilía, el purpurado – con el cual concelebraron su sucesor en el dicasterio ecuménico, el cardenal Kurt Koch, y el obispo austríaco de Graz-Seckau, Egon Kapellari – ha hablado también del celibato sacerdotal, aclarando la propia posición luego de una encendida polémica en los medios. “Leyendo los periódicos – comentó – se tiene la impresión de que la mayoría está en contra. Estoy contento de no pertenecer a esta mayoría”, agregó, subrayando que para él “el celibato es un testimonio de seguimiento radical de Cristo, como debería ser, en particular, para los sacerdotes. Es el signo de que se existe para Cristo y para el Reino de Dios. Es aquella pizca de sal, que no todos pueden ser, pero que hace bien a todos. Adaptarse – concluyó – no ayuda”.


El purpurado, de hecho, había centrado la reflexión en las dos afirmaciones del Evangelio proclamadas poco antes: “Sois la sal de la tierra”, “Sois la luz del mundo”. Tomadas del sermón de la montaña del evangelista Mateo, ellas explican qué significa ser discípulos de Jesús, y es significativo que sean pronunciadas inmediatamente después de las bienaventuranzas, las cuales muestran – hizo notar el cardenal – que los verdaderos bienaventurados no son “los hombres ricos y poderosos, políticamente influyentes, ni los grandes magnates, ni una élite de intelectuales que determinan la opinión pública y dictan abiertamente los parámetros”; por el contrario, los verdaderos bienaventurados son “los pobres, los afligidos, los no violentos, los que tienen hambre, los misericordiosos, los pacientes y los constructores de paz. Por lo tanto, personas sencillas, personas que viven al margen del gran mundo”. Y no es casual que del exiguo grupo de hombres y mujeres sencillas de entonces haya surgido la Iglesia, que “por más de dos mil años ha superado terribles persecuciones y ha sobrevivido a muchos regímenes e imperios poderosos. Por eso – explicó actualizando el discurso – hoy no debemos desalentarnos ni perder el ánimo. No debemos perturbarnos por el hecho de ser pocos o tal vez convertirnos en una minoría, si es es la voluntad de Dios”.


Según el historiador Arnold Toynbee, en las situaciones difíciles de la historia de la humanidad, como la actual, han sido siempre las minorías quienes han encontrado una salida. “Así fue al comienzo de la Iglesia – dijo el cardenal Kasper – y siempre en el curso de su historia. Lo determinante es la calidad, no la cantidad. Si somos una minoría calificada y creativa, que tiene una identidad y que sabe quién es y qué quiere, entonces no deberíamos preocuparnos”. Es cierto, “hoy para nosotros, en Europa, el fuego de Cristo parece apagarse. La verdadera crisis es una crisis de la fe en Dios y en Jesucristo”. Por eso “se necesita una renovación” gracias a cristianos que no caigan en la “tentación de no querer ser ya sal sino sólo minestra, de no quererse distinguir y de quererse disolver en la masa general, de esconderse, de no querer ya cambiar el mundo sino de querer solamente adaptarse”. Porque un cristianismo “diluido, cuya sal se ha vuelta insípida, no sirve a nadie y todos lo desprecian. Sólo un cristianismo radical, comprendido en el sentido correcto, puede ser convincente”.


Finalmente la referencia al motivo de fondo de la celebración. “En el mundo antiguo – recordó Kasper – la sal era también intercambiada al momento de sellar un pacto. Si en los últimos once años he contribuido un poco a que se dieran al menos algunos pequeños pasos adelante en la paz entre los cristianos divididos y a mostrar un rostro amable de la Iglesia católica, entonces – confió – me alegro”. Como se sabe, el teólogo alemán ha sido primero secretario (16 de marzo de 1999) y luego presidente (desde el 3 de marzo de 2001 al 1º de julio de 2010) del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos.


L’Osservatore Romano, 12 de febrero de 2011.


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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 11 de febrero de 2011

La Iglesia oriental más numerosa, a la espera de un nuevo pastor

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El Papa Benedicto XVI aceptó ayer la renuncia que el Cardenal Lubomyr Husar, Arzobispo mayor de los greco-católicos de Ucrania, le presentó por razones de salud (su oficio, según la tradición oriental, no tiene límite de edad). El Cardenal Husar guió la más numerosa de las iglesias orientales por casi diez años y bajo su gobierno pastoral la sede de la Iglesia volvió a Kiev, si bien finalmente no se realizó el deseo inicial de los greco-católicos y del mismo Papa Juan Pablo II de instituir el patriarcado. En este informe de Asianews, se presentan algunas de las declaraciones que el Cardenal Husar hizo públicas al anunciar la aceptación de su renuncia.

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En Rusia, la renuncia del cardenal Lubomyr Husar, de 77 años, al arzobispado de Kiev, no ha causado repercusiones. Pero en Ucrania sus palabras han resonado de modo claro y neto. Dejando por motivos de salud la guía de la arquidiócesis y de la Iglesia greco-católica ucraniana (uniatas), el purpurado lanzó un fuerte mensaje a la política que continúa ignorando las minorías religiosas y un llamamiento a los líderes espirituales para alcanzar la unidad entre los cristianos.


Los privilegios de “una Iglesia”


“Las autoridades no quieren hablar con nosotros – denunció ayer el cardenal durante la conferencia de prensa, en Kiev –, por un año entero no ha habido encuentros con el presidente u otros miembros del gobierno para discutir nuestra situación. Este es un problema que debe resolverse con mucha calma y sin instrumentalizaciones”. Desde hace un año está al frente de Ucrania Viktor Yanukovich, ortodoxo y políticamente cercano al Kremlin. El cardenal Husar no oculto que diversas confesiones religiosas en el ex-país soviético tienen problemas: “Muchos lamentan que una sola Iglesia (la ortodoxa rusa) goza de privilegios particulares, porque nuestro jefe de Estado es miembro de ella”. Aún juzgando positivo el hecho de tener un presidente creyente, Husar no dejó de subrayar las presiones sufridas por los greco-católicos, con las agencias de seguridad que tratan de convencer al clero a colaborar con ellos, y por la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Kiev, cuyos sacerdotes son impulsados a pasar bajo la jurisdicción del Patriarcado de Moscú. “El hecho de que una Iglesia sea privilegiada respecto a las otras no es síntoma de amor por parte del Estado, sino un factor peligroso para la misma Iglesia, porque amenaza su credibilidad a los ojos de los fieles”, agregó.


Los motivos de la renuncia


Benedicto XVI aceptó ayer la “renuncia” de Husar. El cual explicó, también desdramatizando, que no cuenta con “suficiente salud para continuar siendo un guía”, pero tampoco está “todavía en la fosa”. Así aseguró que continuará participando plenamente en la vida de la Iglesia greco-católica de Ucrania. “Continuaré rezando por nuestra Iglesia… y quisiera encontrarme con los jóvenes y los trabajadores”. La administración de la iglesia arzobispal local para ahora a mons. Ihor Vozniak, arzobispo de Leopolis, a quien corresponde convocar el sínodo de obispos de los greco-católicos ucranianos para la elección de un nuevo arzobispo mayor. Husar lanzó un mensaje a su sucesor: “No sucumbir a las tentaciones laicistas y preservar la unidad y la santidad de la Iglesia extendida en el mundo”.


Una guía histórica


Husar guiaba a los católicos ucranianas desde el 2001. En el 2005 presidió el traslado de la Iglesia desde Leopolis a Kiev. Un movimiento mirado con recelo por algunos ambientes ortodoxos. El Patriarcado de Moscú y de todas las Rusias nunca ocultó que la cuestión de los católicos ucranianos – que, por estar unidos a Roma, son llamados “uniatas” – es uno de los nudos a resolver antes del encuentro entre el Papa y el patriarca Kirill. Según algunas estimaciones, los católicos ucranianos son más de cinco millones. El arzobispo mayor es el jefe de una Iglesia de rito oriental pero unida a Roma y ejerce la misma jurisdicción del Patriarca de una Iglesia católica oriental.


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Fuente: Asianews


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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miércoles, 9 de febrero de 2011

Un Motu Proprio papal para la Liturgia y el nuevo movimiento litúrgico

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En esta importante noticia, publicada hoy en Il Giornale, el vaticanista Andrea Tornielli informa sobre un Motu Proprio pontificio, que sería publicado en las próximas semanas, por el cual será reestructurada la Congregación para el Culto Divino y en el cual se mencionará su función de promover el nuevo movimiento litúrgico tantas veces auspiciado por Joseph Ratzinger.

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En las próximas semanas será publicado un documento de Benedicto XVI que reorganiza las competencias de la Congregación para el Culto Divino, confiándole la tarea de promover una liturgia más fiel a las intenciones originarias del Concilio Vaticano II, con menos espacios para los cambios arbitrarios, y por la recuperación de una dimensión de mayor sacralidad.


El documento, que tendrá la forma de un Motu proprio, es fruto de una larga gestación – ha sido revisado por el Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos y por las oficinas de la Secretaría de Estado – y está motivado principalmente por la transferencia de la competencia sobre las causas matrimoniales a la Rota Romana. Se trata de las causas llamadas del “rato no consumado”, es decir, concernientes al matrimonio contraído en la Iglesia pero no consumado por la falta de unión carnal de los dos esposos. Son cerca de quinientos casos al año y afectan sobre todo a algunos países asiáticos donde todavía existen los matrimonios arreglados con muchachas en edad muy joven pero también a países occidentales en aquellos casos de impotencia psicológica para realizar el acto conyugal.


Perdiendo esta sección, que pasará a la Rota, la Congregación para el Culto Divino, de hecho, no se ocupará más de los sacramentos y mantendrá sólo la competencia en materia litúrgica. Según algunas autorizadas indiscreciones, un pasaje del Motu proprio de Benedicto XVI podría citar explícitamente aquel “nuevo movimiento litúrgico”, del cual ha hablado en tiempos recientes el cardenal Antonio Cañizares Llovera, interviniendo durante el Consistorio del pasado noviembre.


En Il Giornale, en una entrevista publicada en vísperas de la última Navidad, Cañizares había dicho: “La reforma litúrgica ha sido realizada con mucha prisa. Había óptimas intenciones y el deseo de aplicar el Vaticano II. Pero ha habido precipitación... La renovación litúrgica fue vista como una investigación de laboratorio, fruto de la imaginación y de la creatividad, la palabra de mágica de entonces”. El cardenal, que no arriesgó al hablar de “reforma de la reforma”, había agregado: “Lo que veo absolutamente necesario y urgente, según lo que desea el Papa, es dar vida a un nuevo, claro y vigoroso movimiento litúrgico en toda la Iglesia”, para poner fin a “deformaciones arbitrarias” y al proceso de “secularización que por desgracia golpea también dentro de la Iglesia”.


Es conocido cómo Ratzinger quiso introducir en las liturgias papales gestos significativos y ejemplares: la cruz en el centro del altar, la Comunión de rodillas, el canto gregoriano, el espacio para el silencio. Se sabe cuánto le importa la belleza en el arte sagrado y cuán importante considera promover la adoración eucarística. La Congregación para el Culto Divino – que alguno quisiera también rebautizar de la Sagrada Liturgia o de la Divina Liturgia - se deberá ocupar, por lo tanto, de este nuevo movimiento litúrgico, también con la inauguración de una nueva sesión del dicasterio dedicada al arte y a la música sacra.


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Fuente: Il Giornale


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 8 de febrero de 2011

Card. Piacenza: El sacerdocio católico, entre la crisis de fe y los ataques del Maligno

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Presentamos nuestra traducción de la interesante entrevista que el Cardenal Mauro Piacenza, Prefecto de la Congregación para el Clero, ha concedido recientemente al sitio Kath.net, en la cual se refiere a temas de gran importancia como la renovación del sacerdocio, la recuperación de su auténtica dignidad, la colaboración entre los fieles laicos y el clero, la crisis de las vocaciones, la sagrada liturgia, y la esencia del arte sacro.

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Con su libro “El sello – Cristo, fuente de la identidad del sacerdote”, publicado en el 2010, usted ha recordado la identidad del sacerdocio, declarando que cualquier discurso sobre una “nueva evangelización”, objetivo principal de la Iglesia, es vano si no se basa en la renovación espiritual del sacerdote. Concretamente, ¿cómo podría configurarse la renovación del sacerdocio? ¿Qué significa que el sacerdote es “signo de contradicción” en la sociedad actual, como dijo usted una vez? ¿De dónde debe partir la Iglesia y, en particular, cómo deberían intervenir los responsables de los seminarios?


Quien renueva continuamente a la Iglesia y, en ella, al sacerdocio, ¡es el Espíritu Santo! Fuera de una visión claramente pneumática y, por eso, sobrenatural, es imposible incluso sólo pensar en una renovación. Considero que este es precisamente uno de los principales caminos por recorrer: el de la recuperación clara de la dimensión vertical, espiritual del ministerio. En las décadas pasadas, demasiados “reduccionismos”, animados por la así llamada teología de la desmitificación, han tenido como resultado el de transformar el sacerdocio simplemente en un “super-ministerio” de animación y coordinación eclesial. El sacerdote es también aquel que anima la vida pastoral de una comunidad pero ejerce tal ministerio en virtud de una vocación sobrenatural y de la configuración a Cristo, determinada por el sacramento del Orden. Antes de todo “servicio ministerial”, él representa a Jesús Buen Pastor en el corazón de la Iglesia y, concretamente, en la comunidad a la cual es enviado.


Consecuencia de esto es que la renovación deberá pasar necesariamente por el primado de la oración, de la relación íntima y prolongada con Cristo Resucitado, presente espiritualmente en las Sagradas Escrituras, realmente en la Eucaristía, y con el cual el sacerdote está perennemente en relación en el servicio concreto de cada gesto ministerial. Primado de la oración significa también primado de la fe: la fe pura y sincera de los santos, capaz de desestructurar, precisamente por su sencillez, todo cálculo humano o razonamiento. Un sacerdote así, en un contexto cultural fundado en el eficientismo y el activismo, se convierte necesariamente en signo de contradicción; como el Señor Jesús ha sido y es todavía hoy “signo de contradicción”, así, a Su imagen, todo sacerdote está llamado a serlo, precisamente en virtud de la pertenencia a Cristo y a la Iglesia, y de la “novedad perenne” que la apostolica vivendi forma es para el mundo.


En el actual contexto secularizado, son signo de contradicción los sacerdotes santos, fieles, dedicados al propio ministerio porque dedicados a Dios y capaces, por eso, de conducir a las almas a un encuentro auténtico con el Señor. Sólo quien es todo de Dios puede ser todo de la gente.


En todo esto deben esencialmente ser formadas las nuevas generaciones de sacerdotes, evitando cuidadosamente caer en la tentación de quien quisiera “normalizar” el sacerdocio, pensando, de tal modo, hacerlo más aceptable a los jóvenes y a los hombres de nuestro tiempo. Esto, por el contrario, llevaría a la “desertificación” de las vocaciones. El futuro del sacerdocio, que está garantizado a nivel sobrenatural por la fidelidad de Dios a Su Iglesia, está también, en lo que nos concierne, en la motivada preocupación de su naturaleza auténtica, que es – las Escrituras lo testimonian y la gran Tradición eclesial y magisterial lo confirma – de origen exquisitamente divino.


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El Santo Padre Benedicto XVI en su libro-entrevista con Peter Seewald, “Luz del mundo”, dice: “Es imaginable que el diablo no lograse soportar el año sacerdotal y entonces nos ha echado en cara la inmundicia. Quiso mostrar al mundo cuánta suciedad hay también precisamente entre los sacerdotes”. ¿Usted considera que es casualidad que, precisamente durante el año sacerdotal, en no pocos países del mundo haya estallado el escándalo de los abusos sexuales? ¿Y realmente ha perdido el diablo al final?


¡Usted sabe bien que la casualidad no existe! Existen, en cambio, las coincidencias y, más a menudo, las estrategias humanas, que se exponen a las instrumentalizaciones del maligno.


Hay que recordar, en primer lugar, que el demonio no venció durante el Año Sacerdotal cuando, como afirmó el Santo Padre, “nos echó en cara la inmundicia”, sino más bien cuando algunos ministros de Dios, llamados por vocación a anunciar el Evangelio y administrar los Sacramentos, abusando de la propia tarea, han herido de modo mortal jóvenes vidas inocentes. En esta perversión absoluta está la verdadera victoria del maligno, y el hecho de que tales terribles y atroces comportamientos hayan emergido durante el Año Sacerdotal no ha disminuido la verdad del sacerdocio sino que, permitiendo la necesaria penitencia y reparación por lo ocurrido, ha favorecido una conciencia más profunda de cómo el extraordinario Tesoro, donado por Cristo a Su Iglesia, es contenido en vasijas de barro.


Tal situación, que es dramáticamente inquietante, podría incluso volverse desesperante si no estuviésemos seguros de que el diablo, el cual vence por desgracia muchas batallas, ya ha perdido definitivamente su guerra ya que ha sido derrotado por la Muerte redentora de Nuestro Señor Jesucristo y por su gloriosa resurrección.


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Con frecuencia, particularmente en países de lengua alemana, muchos sacerdotes son expuestos a presiones por parte de laicos y consejos pastorales. Casi se tiene la sensación de que ciertos laicos quieren hacerse lugar en el espacio del altar para asumir funciones ministeriales. En no pocas diócesis de lengua alemana, sacerdotes que quieren ser fieles a la Iglesia se encuentran con frecuencia solos. A veces ni siquiera los obispos diocesanos ofrecen a sus sacerdotes el apoyo necesario. ¿Cómo es visto este problema en Roma? ¿Cómo deberían y podrían ser defendidos los sacerdotes en tal situación


En primer lugar quiero afirmar con absoluta claridad y motivado convencimiento que la colaboración entre sacerdotes y laicos es tan necesaria cuanto sacramentalmente fundada. Es necesario vivirla dentro de algunos parámetros irrenunciables tanto desde el punto de vista teológico como bajo el perfil pastoral. Hay que recordar que al ministerio del testimonio están llamados todos los bautizados y no simplemente aquellos que han recibido algún ministerio eclesial. Los fieles laicos deben ser educados en este sentido permanente del apostolado, que debe vivirse sobre todo en el mundo, en sus concretas circunstancias existenciales, familiares, afectivas, laborales, profesionales, educativas y públicas. Los laicos realmente “comprometidos” son aquellos que se comprometen a dar testimonio de Cristo en el mundo, no aquellos que suplen la eventual carencia de clero, reivindicando porciones de visibilidad dentro de las comunidades.


Partiendo de esta claridad sobre la vocación universal de los bautizados, nada excluye que ellos puedan efectivamente colaborar en el ministerio de los sacerdotes, recordando siempre, sin embargo, que entre el sacerdocio bautismal y el ministerial existe, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, retomando el Concilio Vaticano II, una diferencia esencial y no sólo de grado (cfr. CCC, n. 1547).


También en este caso se trata de redescubrir la fe en la Iglesia, que no es una organización humana, ni mucho menos puede ser gestionada con criterios “empresariales” que obedecen a leyes humanas, como la presunta o real competencia o eficiencia y el necesario reparto del poder, y que están lo más lejos posible del auténtico servicio eclesial.


Considero que precisamente esta “reducción empresarial” del modo de pensar la Iglesia es una de las causas tanto de la así llamada crisis del número de las respuestas a las vocaciones, como de las polémicas que, en sucesivas oleadas, a veces también orquestadas, se desencadenan contra el celibato sacerdotal. Todo forma parte de aquella miope “estrategia de normalización” que busca, en última instancia, expulsar a Dios del mundo borrando de él aquellos signos que, objetivamente, remiten a Él de modo más eficaz; en primer lugar la vida de aquellos que, en la fidelidad y la alegría, eligen vivir en la virginidad del corazón y en el celibato por el Reino de los Cielos, testimoniando de ese modo que Dios existe, está presente, y que por Él es posible vivir.


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¿Cómo se explica la “crisis de las vocaciones” en las actuales sociedades occidentales?


La así llamada crisis vocacional, de la cual, en realidad, se está saliendo lentamente, está vinculada, fundamentalmente, a la crisis de la de en Occidente. Donde existe se debe admitir que, en realidad, la crisis de vocaciones es crisis de fe. Dios continúa llamando pero para responder es necesario escuchar y para escuchar se necesita el clima adecuado y no el alboroto absoluto. En los mismos ambientes está en crisis la santificación de la fiesta, está en crisis la confesión, está en crisis el matrimonio, etc. La secularización y la consiguiente pérdida del sentido de lo sagrado, de la fe y de su práctica, han determinado y determinan una importante disminución del número de los candidatos al sacerdocio. A estas razones exquisitamente teológicas y eclesiales se le agregan algunas de carácter sociológico: en primer lugar, el decrecimiento, único en el mundo, de la natalidad, con la consiguiente disminución del número de los jóvenes y, por lo tanto, también de las jóvenes vocaciones.


En este panorama representan una loable excepción, cargada de entusiasmo y de esperanza, los movimientos y las nuevas comunidades, en las cuales la fe es vivida de manera genuina e inmediata, y traducida en vida concreta, y esto abre el corazón de los jóvenes a la posibilidad de entregarse por completo a Dios en el sacerdocio ministerial. Tal vitalidad, en la diferencia de expresión y de métodos, debe ser de toda la Iglesia, de cada parroquia y de cada diócesis, porque sólo una fe auténtica, significativa para la vida, es el ambiente en el cual pueden ser escuchadas las muchas llamadas que Dios dirige, también hoy, a los jóvenes. El primer e irrenunciable remedio a la disminución de las vocaciones lo ha sugerido el mismo Jesús: “Rueguen al dueño de los sembrados que envía trabajadores para la cosecha” (Mt. 9, 38). Éste es el realismo de la pastoral de las vocaciones. La oración por las vocaciones, una intensa, universal y extendida red de oración y de Adoración Eucarística que involucre a todo el mundo, es la única verdadera respuesta posible a la crisis de las respuestas a la vocación. ¡Pero se necesita fe! Donde esta actitud orante es vivida en forma estable se puede afirmar que una auténtica recuperación está teniendo lugar y que, en cierto modo, la noche ha pasado y ya amanece. Quisiera que cada diócesis tuviese un centro de adoración eucarística, posiblemente perpetua, precisamente por estas intenciones: santificación del clero y vocaciones. ¡Éste es el plan pastoral más eficaz y realista que pueda haber! De allí se irradiará también una admirable fuerza de caridad en todos los ámbitos. ¡Hay que probar para creer!


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Desde 2003 hasta su nombramiento como secretario de la Congregación para el Clero por parte del Papa Benedicto XVI en el 2007, usted ha sido presidente de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia; desde el 2004 también Presidente de la Pontificia Comisión para la Arqueología Sacra. ¿Cómo juzga el estado actual del “ars sacra” que a menudo es confundido con el “ars religiosa”?


El argumento es muy amplio y merecería ser afrontado con la amplitud apropiada ya que toda realización artística habla de la idea de hombre y de Dios que tenemos, como también todo “edificio iglesia” que se construye habla tanto de la idea de Iglesia que tenemos como, sobre todo, de la experiencia de Iglesia que vivimos. La Iglesia no es una realidad sociológica humana, no es una reunión de personas que creen en lo mismo. Es el Cuerpo de Cristo, nuevo Pueblo sacerdotal, Presencia divina en el mundo.


Toda auténtica expresión de arte sagrado y toda nueva iglesia deberían ser ante todo reconocibles como tales. Todo hombre, todo transeúnte, del niño al anciano, del culto al analfabeto, del creyente al ateo, debería poder decir inmediatamente: “¡Esa una obra de arte! ¡Esa es una iglesia!”. Esta última, además, debe ser monumental, es decir, debe hablarnos de la grandeza de Dios y debe, por lo tanto, ser diferente, también por proporciones, de cualquier otro edificio. Una iglesia, y todo el arte sacro, para ser tal, no deben obedecer tanto a la originalidad subjetiva del arquitecto o artista singular como a la fe genuina y sincera del pueblo, que en ella y a través de ella rezará. No son “monumentos” a la genialidad del individuo sino lugares e instrumentos de culto, dedicados a Dios, en los cuales y a través de los cuales encontrar a Dios y reunirse como Su Pueblo.


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En su opinión, ¿qué tan importante es la celebración de la liturgia para la esencia de la vida de la comunidad y también para la misión de una nueva evangelización de los países de antigua cristianización?


Varias veces el Santo Padre ha recordado que, con la Liturgia, vive o muere la fe de la Iglesia. Ella es, al mismo tiempo, un espejo en el cual se refleja la fe, y un alimento que constantemente la nutre, la purifica y la sostiene. El antiguo adagio “lex orandi, lex credendi” obviamente mantiene todavía hoy toda la propia validez y eficacia.


En no pocos casos, el mencionado intento de desmitificación ha implicado también a la Liturgia produciendo, como único y devastador efecto, el de reducirla nuevamente y paradójicamente a “ritos pre-cristianos”, simbólicamente interpretables y expuestos, por tanto, a toda posible deriva subjetivista y relativista. La Liturgia no es principalmente un actuar humano, en el cual los individuos pueden expresar libremente la propia emocionalidad subjetiva, o en el que sería necesario hacer o decir algo para participar; ella es principalmente acción de Cristo, el cual, vivo y presente en Su Iglesia, rinde culto al Padre, atrayendo, en esta acción humano-divina, a nosotros los hombres.


Cristo Resucitado es el verdadero protagonista de la historia y de la Liturgia, y toda acción humana que quiera ser realmente litúrgica debe obedecer a este imprescindible criterio y debe buscar orientar el corazón de los fieles hacia el reconocimiento del primado absoluto de Dios.

Haber reducido o banalizado la Liturgia es una responsabilidad gravísima, no independiente de la pérdida del sentido de lo sagrado, de la que Occidente es víctima y que se deriva, una vez más, de la desmitificación radical promovida por cierta teología, creyendo ser “científica”.


La respuesta a todo esto puede encontrarse, sin embargo, en el corazón del hombre, el cual, a pesar de todo, está hecho por Dios y es constitutivamente religioso, por lo tanto abierto a lo trascendente y al sentido de lo sagrado. Una Liturgia cristocéntrica, correctamente celebrada, eclesialmente significativa y que sea la realización de “Él [Cristo] debe crecer y yo, en cambio, disminuir” (cfr. Jn. 3, 30), de joánea memoria, contribuye ciertamente a la nueva evangelización de Europa y a la recuperación del sentido de lo sagrado, sin el cual incluso el necesario diálogo con las otras culturas y tradiciones religiosas sería imposible.


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Le agradecemos a su Eminencia por la entrevista e invocamos sobre usted la bendición de Dios


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Fuente: Kath.net


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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lunes, 7 de febrero de 2011

¿Se puede rezar con creyentes de otras religiones? Responde Joseph Ratzinger

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Oración de los cristianos en la Basílica Inferior de San Francisco de Asís (2002)

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Continuando con la temática de los encuentros de Asís, presentamos nuestra traducción de amplios extractos de un interesante texto, escrito en el año 2003 por el cardenal Joseph Ratzinger, sobre la posibilidad y los límites de la oración multirreligiosa e interreligiosa.

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En la época del diálogo y del encuentro de las religiones ha surgido inevitablemente el problema de si se puede rezar juntos unos con otros. Al respecto, hoy se distingue entre oración multirreligiosa e interreligiosa. El modelo para la oración multirreligiosa es ofrecido por las dos jornadas mundiales de oración por la paz, en 1986 y en 2002, en Asís. Miembros de diversas religiones se reúnen. Común es la angustia y el sufrimiento por las miserias del mundo y por su falta de paz, común es el anhelo de la ayuda de lo alto contra las fuerzas del mal para que puedan entrar en el mundo la paz y la justicia. […] Sin embargo, las personas reunidas saben también que su modo de entender lo “divino” y, por lo tanto, su manera de dirigirse, son tan diversos que una plegaria común sería una ficción, no estaría en la verdad. Ellos se reúnen para dar una señal del común anhelo, pero rezan – aunque al mismo tiempo – en lugares separados, cada uno según su propio modo. […]


En referencia a Asís – tanto en 1986 como en el 2002 – se nos ha preguntado repetidamente y en términos muy serios si esto es legítimo. La mayor parte de la gente, ¿no pensará que se finge una comunidad que en realidad no existe? ¿No se favorece de este modo el relativismo, la opinión de que en el fondo son sólo diferencias secundarias las que se interponen entre las “religiones”? ¿No se debilita así la seriedad de la fe, no se aleja ulteriormente a Dios de nosotros, no se consolida nuestra condición de abandono? No se pueden dejar de lado con ligereza tales interrogantes. Los peligros son innegables, y no se puede negar que Asís, particularmente en 1986, ha sido interpretado por muchos de modo errado. Sin embargo, sería también equivocado rechazar en bloque y de forma incondicional la oración multirreligiosa así como la hemos descrito. A mí me parece correcto vincularla a condiciones que correspondan a las exigencias intrínsecas de la verdad de la responsabilidad frente a algo tan grande como es la imploración dirigida a Dios frente a todo el mundo. Identifico dos:


1. Tal oración multirreligiosa no puede ser la norma de la vida religiosa sino que debe permanecer sólo como un signo en situaciones extraordinarias, en las que, por así decir, se eleve un grito común de angustia que debería sacudir los corazones de los hombres y, al mismo tiempo, sacudir el corazón de Dios.


2. Un acontecimiento así lleva casi necesariamente a interpretaciones equivocadas, a la indiferencia respecto al contenido a creer o a no creer y de tal modo a la disolución de la fe real. Por esta razón, acontecimientos del género deben tener un carácter excepcional, y por eso es de máxima importancia aclarar cuidadosamente en qué consisten. Esta explicación, de la que debe resultar claramente que no existen las “religiones” en general, que no existe una común idea de Dios y una común fe en Él, que la diferencia no concierne únicamente al ámbito de las imágenes y de las formas conceptuales mutables sino a las mismas opciones últimas – esta clarificación es importante, no sólo para los participantes del evento, sino para todos aquellos que son testigos del evento o son informados del mismo. El evento debe presentarse en sí mismo y frente al mundo de tal modo claro que no se convierta en una demostración de relativismo, porque se privaría por sí solo de su sentido.


Mientras en la oración multirreligiosa se reza en el mismo contexto pero en forma separada, la oración interreligiosa significa un rezar juntos de personas o grupos de diversa pertenencia religiosa. ¿Es posible hacer esto en toda verdad y honestidad? Lo dudo. De todos modos, deben ser garantizadas tres condiciones elementales, sin las cuales tal oración se convertiría en la negación de la fe:


1. Se puede orar juntos sólo si subsiste una unanimidad sobre quién o qué es Dios y, por lo tanto, si hay unanimidad de principio sobre qué es rezar: un proceso dialógico en el que yo hablo a un Dios que es capaz de escuchar y atender. En otras palabras: la oración común presupone que el destinatario, y por lo tanto también el acto interior dirigido a Él, sean concebidos, en línea de principio, del mismo modo. Como en el caso de Abraham y Melquisedec, de Job y de Jonás, debe ser claro que se habla con el Dios único que está por sobre los dioses, con el Creador del cielo y de la tierra, con mi Creador. Debe ser claro, por tanto, que Dios es “persona”, es decir, que puede conocer y amar; que puede escucharme y responderme; que Él es bueno y es el criterio del bien, y que el mal no forma parte de Él. Cualquier mezcla entre la concepción personal y la impersonal de Dios, entre Dios y los dioses, debe ser excluida. El primer mandamiento vale también en la eventual oración interreligiosa. […]


2. Sobre la base del concepto de Dios, debe subsistir también una concepción fundamentalmente idéntica sobre lo que es digno de oración y sobre lo que puede volverse contenido de oración. Yo considero los pedidos del Padrenuestro el criterio de lo que nos está permitido implorar a Dios, para orar de un modo digno de Él. En ellos se ve quién y cómo es Dios, y quiénes somos nosotros. Ellos purifican nuestra voluntad y hacen ver con qué tipo de voluntad estamos caminando hacia Dios, y qué género de deseos nos alejan de Él, nos pondría contra Él. Pedidos que fuesen en dirección contraria a los pedidos del Padrenuestro no pueden ser para un cristiano objeto de oración interreligiosa, y de ningún tipo de oración.


3. El evento debe desarrollarse en su conjunto de tal modo que la falsa interpretación relativista de fe y oración no encuentre ningún punto de apoyo. Este criterio no concierne sólo al que es cristiano, que no debería ser inducido a error, sino en la misma medida al que no es cristiano, el cual no debería tener la impresión de la intercambiabilidad de las “religiones” y de que la profesión fundamental de la fe cristiana es de importancia secundaria y, por lo tanto, reemplazable. Para evitar este error es necesario también que la fe de los cristianos en la unicidad de Dios y en Jesucristo, el Redentor de todos los hombres, no sea ofuscada frente a quien no es cristiano. […]


La participación en la oración multirreligiosa no puede poner en discusión nuestro compromiso por el anuncio de Cristo a todos los hombres. Si quien no es cristiano pudiese o tuviese que extraer, de la participación de un cristiano, una relativización de la fe en Jesucristo, el único Redentor de todos, entonces tal participación no debería tener lugar. De hecho, en este caso, indicaría la dirección errada, orientaría hacia atrás y no hacia adelante en la historia de los caminos de Dios.


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Fuente: Joseph Ratzinger; “Fe, verità, tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo”, Cantagalli, Siena, 2003.


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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viernes, 4 de febrero de 2011

“Necesitamos un nuevo Syllabus”: conferencia de Mons. Schneider (III)

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Presentamos la tercera y última parte de la conferencia de Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Karaganda, titulada “Propuestas para una correcta lectura del Concilio Vaticano II”. En esta última parte, el prelado explica la necesidad de un nuevo syllabus de errores en la interpretación del Vaticano II.

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III. La auténtica intención y finalidad del Concilio Vaticano II


Para una correcta lectura de los textos del Concilio Vaticano II es necesario tener en cuenta también la característica específica del tiempo en que se llevó a cabo. En la homilía del Papa Pablo VI, durante la última congregación general del Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1965, el Pontífice da la siguiente descripción del período histórico en que se celebraba el Concilio Vaticano II: “El tiempo en que se ha realizado, un tiempo que todos reconocen como dirigido a la conquista del reino de la tierra más que al reino de los cielos, un tiempo en que el olvido de Dios se hace habitual y parece sugerido por el progreso científico, un tiempo en que el acto fundamental de la personalidad humana, más consciente de sí misma y de su libertad, tiende a pronunciarse por la propia autonomía, emancipándose de toda ley trascendente, un tiempo en que el laicismo parece la consecuencia legítima del pensamiento moderno y la sabiduría última de la ordenación temporal de la sociedad, un tiempo, además, en el cual las expresiones del espíritu alcanzan vértices de irracionalidad y desolación, un tiempo, finalmente, que registra también desórdenes y decadencias nunca antes experimentadas. En este tiempo se ha celebrado nuestro Concilio en honor de Dios”.


Según una expresión del Beato Papa Juan XXIII, en el discurso con ocasión de la última congregación general de la primera sesión del Concilio, el 7 de diciembre de 1962, la única finalidad del Concilio y la única esperanza y confianza del Papa y de los Padres Conciliares consiste en esto: “Hacer conocer cada vez más a los hombres de nuestro tiempo el Evangelio de Cristo, hacerlo practicar de buen ánimo y hacerlo penetrar incisivamente en cada aspecto de la cultura”. ¿Puede existir un principio y un método pastoral más auténtico y más católico que este?


En el discurso para la clausura de la primera sesión del Concilio Vaticano II, el 8 de diciembre de 1962, el Papa Juan XXIII presentaba así la verdadera finalidad del Concilio y sus deseados frutos espirituales: “«Para que la Santa Iglesia, firme en la fe, fortalecida en la esperanza y más ardiente en la caridad, florezca con un nuevo y juvenil vigor, y, armada de leyes sacrosantas, sea más eficiente y más resuelta en ampliar el Reino de Cristo» (Carta autógrafa a los Obispos de Alemania del 11 de enero de 1962)... Entonces el Reino de Cristo sobre la tierra será dilatado por un nuevo crecimiento. Entonces en el mundo resonará más alto y más suave el alegre anuncio de la Redención humana, por la que son confirmados los supremos derechos de Dios Omnipotente, los vínculos de caridad fraterna entre los hombres, la paz que ha sido prometida sobre esta tierra a los hombres de buena voluntad”. Según la intención y el deseo del santo pontífice Juan XXIII, el Concilio Vaticano II debe contribuir fuertemente al siguiente fin: “que en la entera familia humana crezcan abundantísimos los frutos de la fe, de la esperanza y de la caridad”. En esto consiste, según las palabras de Juan XXIII, la singular importancia y dignidad del Concilio” (cfr. Ibíd.).


IV. El desafío de interpretaciones contrastantes


Para una interpretación correcta es necesario tener en cuenta la intención manifestada en los mismos documentos conciliares y en las palabras específicas de los Papas conciliares Juan XXIII y Pablo VI. Finalmente es necesario descubrir el hilo conductor de toda la obra del Concilio, que es la salus animarum, es decir, la intención pastoral. Ésta, a su vez, depende y está subordinada a la promoción del culto divino y de la gloria de Dios, depende del primado de Dios. Este primado de Dios en la vida y en toda la actividad de la Iglesia está manifestado inequívocamente por el hecho de que la constitución sobre la liturgia ocupa intencionalmente y cronológicamente el primer puesto en la vasta obra del Concilio. Las siete notas esenciales de una teoría y praxis pastoral se encuentran exactamente en la constitución que trata sobre el culto a Dios y la santificación de los hombres, en el n. 9 de la Sacrosanctum Concilium, y estas son: 1. La urgencia de predicar a Cristo a los no creyentes para que se convierten; 2. El cuidado máximo sobre la predicación de la doctrina de la fe; 3. El rol esencial de la penitencia en la vida de la Iglesia; 4. Los sacramentos como medios principales de la salvación y santificación, donde la Eucaristía ocupa el puesto central y culminante; 5. La integridad de la doctrina moral; 6. El apostolado de los fieles laicos en la Iglesia y en la sociedad humana; 7. La vocación universal a la santidad.


La característica de la ruptura en la interpretación de los textos conciliares se manifiesta de modo más estereotipado y difundido en la tesis de un cambio antropocéntrico, secularizante o naturalista del Concilio Vaticano II respecto a las tradiciones eclesiales precedentes. Una de las manifestaciones más conocidas de una tal interpretación equivocada ha sido, por ejemplo, la así llamada Teología de la Liberación y su posterior devastadora praxis pastoral. Qué contraste existe entre esta Teología de la Liberación y su praxis, y el Concilio, parece evidente por la siguiente enseñanza conciliar: “La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso” (cfr. Gaudium et Spes, 42). Dice luego el mismo documento que la naturaleza y la misión de la Iglesia no están ligadas a ningún particular sistema político, económico o social (cfr. Ibíd.) La Constitución Gaudium et Spes cita las siguientes palabras de Pío XII: “Su Divino Fundador, Jesucristo, no ha conferido a la Iglesia ningún mandato ni le ha fijado ningún fin de orden cultural. El fin que Cristo le asigna es estrictamente religioso. La Iglesia debe conducir a los hombres a Dios, para que se entreguen a él sin reserva. La Iglesia no puede perder nunca de vista este fin estrictamente religioso, sobrenatural. El sentido de toda actividad suya, hasta el último canon de su Código, no puede más que referise a él directa o indirectamente” (Pío XII, Discurso a los estudiosos de historia y de arte, 9 de marzo de 1956).


Una interpretación de ruptura de peso doctrinalmente más ligero se manifestaba en el campo pastoral-litúrgico. Se puede mencionar al respecto la disminución del carácter sagrado y sublime de la liturgia y la introducción de elementos gestuales más antropocéntricos. Este fenónemo se evidencia en tres prácticas litúrgicas bastante conocidas y difundidas en la casi totalidad de las parroquias del orbe católico: la desaparición casi total del uso de la lengua latina, la recepción del Cuerpo Eucarístico de Cristo directamente en la mano y de pie, y la celebración del Sacrificio Eucarístico en la modalidad de un círculo cerrado en que sacerdote y pueblo continuamente se miran mutuamente a la cara. Este modo de rezar, es decir, el no estar dirigidos todos hacia la misma dirección, que es una expresión corporal y simbólica más natural respecto a la verdad de estar todos espiritualmente dirigidos a Dios en el culto público, contradice la práctica que Jesús mismo y Sus Apóstoles observaron en la oración pública tanto en el templo como en la sinagoga. Contradice además el testimonio unánime de los Padres y de toda la tradición posterior de la Iglesia oriental y occidental. Estas tres prácticas pastorales y litúrgicas de clamorosa ruptura con la ley de la oración mantenida por las generaciones de los fieles católicas durante al menos un milenio no encuentran ningún apoyo en los textos conciliares, por el contrario más bien contradicen tanto un texto texto específico del Concilio (sobre la lengua latina, cfr. Sacrosanctum Concilium n. 26 § 1; 54), como la “mens”, la verdadera intención de los Padres conciliares, como se puede verificar en las Actas del Concilio.


En el alboroto hermenéutico de las interpretaciones contrastantes y en la confusión de aplicaciones pastorales y litúrgicas, aparece como único intérprete auténtico de los textos conciliares el Conclio mismo unido al Papa. Se podría poner una analogía con el clima hermenéutico confuso de los primeros siglos de la Iglesia, provocado por interpretaciones bíblicas y doctrinales arbitrarias por parte de grupos heterodoxos. En su famosa obra "De praescriptione haereticorum", Tertuliano podía contraponer a los herejes de diversa orientación el hecho de que solamente la Iglesia posee la “praescriptio”, es decir, sólo la Iglesia es la legítima propietaria de la fe, de la palabra de Dios y de la tradición. Con esto, en las disputas sobre la verdadera interpretación, la Iglesia puede rechazar a los herejes. Sólo la Iglesia puede decir, según Tertuliano: “Ego sum heres Apostolorum” (Praescr., 37, 3). Hablando analógicamente, sólo el Magisterio supremo del Papa o de un posible futuro Concilio Ecuménico podrá decir: “Ego sum heres Concilii Vaticani II”.


En las pasadas décadas existían, y todavía existen, agrupaciones dentro de la Iglesia que realizan un enorme abuso del carácter pastoral del Concilio y de sus textos, escritos según esta intención pastoral, ya que el Concilio no quería presentar enseñanzas definitivas o irreformables. Por la misma naturaleza pastoral de los textos del Concilio se evidencia que sus textos están en principio abiertos a complementos y a ulteriores puntualizaciones doctrinales. Teniendo en cuenta la experiencia, ya de décadas, de las interpretaciones doctrinal y pastoralmente equivocadas y contrarias a la continuidad bimilenaria de la doctrina y de la oración de la fe, surge la necesidad y la urgencia de una intervención específica y autorizada del Magisterio pontificio para una interpretación auténtica de los textos conciliares con adiciones y precisiones doctrinales; una especie de "Syllabus errorum circa interpretationem Concilii Vaticani II". Hay necesidad de un nuevo Syllabus, esta vez dirigido no tanto contra los errores provenientes de fuera de la Iglesia sino contra los errores difundidos dentro de la Iglesia por parte de los sostenedores de la tesis de la discontinuidad y de la ruptura con su aplicación doctrinal, litúrgica y pastoral. Tal Syllabus debería constar de dos partes: la parte que señala los errores y la parte positiva con proposiciones de aclaración, complementación y clarificación doctrinal.


Se evidencian dos agrupaciones que sostienen la teoría de la ruptura. Uno de estos grupos intenta protestantizar doctrinal, litúrgica y pastoralmente la vida de la Iglesia. En el lado opuesto están aquellos grupos tradicionalistas que, en nombre de la tradición, rechazan el Concilio y se sustraen de la sumisión al supremo viviente Magisterio de la Iglesia, a la Cabeza visible de la Iglesia, el Vicario de Cristo en la tierra, sometiéndose por ahora sólo al Jefe invisible de la Iglesia, esperando tiempos mejores.


El Papa Pablo VI explicaba así durante el Concilio el significado de la verdadera renovación de la Iglesia: “Nos pensamos que sobre esta línea debe desarrollarse la nueva psicología de la Iglesia: clero y fieles encontrarán un magnífico trabajo espiritual a desarrollar para la renovación de la vida y de la acción según Cristo Señor; y a este trabajo Nos invitamos a Nuestros hermanos y a Nuestros hijos: aquellos que aman a Cristo y la Iglesia estén con Nos en el profesar más claramente el sentido de la verdad, propio de la tradición doctrinal que Cristo y los Apóstoles inauguraron; y con él, el sentido de la disciplina eclesiástica y de la unión profunda y cordial, que a todos nos hace confiados y solidarios, como miembros de un único cuerpo” (Pablo VI, Discurso en a octava sesión pública del Concilio Vaticano II, 18 de noviembre 1965).


El Papa Pablo VI, explicando la mens del Concilio, afirmaba en el discurso durante la octava sesión pública: “Para que todos sean confortados en esta renovación espiritual, proponemos a la Iglesia recordar plenamente las palabras y los ejemplos de Nuestros dos últimos Predecesores, Pío XII y Juan XXIII, a los que la Iglesia misma y el mundo deben mucho; y disponemos a tal fin que sean canónicamente iniciados los procesos de beatificación de aquellos excelsos, y piadosísimos, y para Nos querídimos Sumos Pontífices. Será así complacido el deseo que, para uno y para otro, ha sido en tal sentido expresado por innumerables voces; será así asegurado a la historia el patrimonio de su herencia espiritual; será evitado que cualquier otro motivo, que no sea el culto de la verdadera santidad, que es la gloria de Dios y la edificación de su Iglesia, recomponga sus auténticas y amadas figuras para nuestra veneración y para la de los siglos futuros” (Pablo VI, Discurso en a octava sesión pública del Concilio Vaticano II, 18 de noviembre 1965).


Había básicamente dos impedimentos para que la verdadera intención del Concilio y su magisterio pudieran traer abundantes y duraderos frutos. Uno se encontraba fuera de la Iglesia, en el violento proceso de revolución cultural y social de los años ’60, que como todo fuerte fenónemo social penetraba dentro de la Iglesia contagiando con su espíritu de ruptura vastos ámbitos de personas y de instituciones. El otro impedimento se manifestaba en la falta de sabios y, al mismo tiempo, intrépidos Pastores de la Iglesia que estuvieran prontos a defender la pureza y la integridad de la fe y de la vida litúrgica y pastoral, no dejándose influenciar ni por la alabanza ni por el temor (“nec laudibus, nec timore”).


Ya el Concilio de Trento afirmaba en uno de sus últimos decretos sobre la reforma general de la Iglesia: “el santo sínodo, movido por los gravísimos trabajos que padece la Iglesia, no puede menos de recordar que nada es más necesario a la Iglesia de Dios… que elegir pastores óptimos e idóneos, y esto con tanta mayor causa, cuanto nuestro Señor Jesucristo ha de pedir de sus manos la sangre de las ovejas, que perecieren por el mal gobierno de los Pastores negligentes y olvidados de su obligación” (Sessio XXIV, Decretum de reformatione, can. 1). El Concilio prosigue: “El Santo Concilio exhorta y amonesta a todos y a cada uno de los que gozan por la Sede Apostólica de algún derecho, con cualquier fundamento que sea, para hacer la promoción de los que se hayan de elegir, o contribuyen de otro cualquier modo a ella…a que consideren ante todo que no pueden hacer otra más conducente a la gloria de Dios, y a la salvación de las almas, que procurar se promuevan buenos Pastores, y capaces de gobernar la Iglesia”(Ibíd.).


Por lo tanto, hay realmente necesidad de un Syllabus conciliar con valor doctrinal y además hay necesidad del aumento del número de Pastores santos, valientes y profundamente enraizados en la tradición de la Iglesia, privados de toda especie de mentalidad de ruptura tanto en campo doctrinal como en campo litúrgico. De hecho, estos dos elementos constituyen la indispensable condición para que la confusión doctrinal, litúrgica y pastoral disminuya notablemente y la obra pastoral del Concilio Vaticano II pueda producir muchos frutos duraderos en el espíritu de la tradición, que nos vincula con el espíritu que reinaba en todo tiempo, en todas partes y en todos los verdaderos hijos de la Iglesia Católica, que es la única y verdadera Iglesia de Dios sobre la tierra.


(Ver primera y segunda parte de la conferencia de Mons. Schneider)


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Fuente: Chiesa


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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martes, 1 de febrero de 2011

En la Jornada de la Vida Consagrada, una entrevista al Prefecto de Religiosos

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En vísperas de la XV Jornada mundial de la Vida Consagrada, que se celebra cada año en la Fiesta de la Presentación del Señor, L’Osservatore Romano ha realizado una entrevista al Arzobispo João Braz de Aviz, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Ofrecemos nuestra traducción en lengua española.


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Usted no pertenece a una congregación religiosa. ¿Piensa que esto es un límite para el nuevo servicio que le espera?


Es la misma observación que hice al cardenal Tarcisio Bertone el pasado 14 de diciembre, cuando me llamó en nombre del Papa. El secretario de Estado me respondió diciendo que esto no creaba ningún problema. De hecho yo no pertenezco a ningún instituto religioso, si bien he estudiado siete años en el seminario menor del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras (PIME) en Assis, en el Estado de San Pablo, de 1958 a 1964. Desde entonces, el estrecho contacto con el movimiento de los Focolares me ha acercado a las órdenes y a las congregaciones cuyos miembros se inspiran en la espiritualidad de la unidad.

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¿Ha tenido contactos o experiencias con otros movimientos eclesiales o laicales?


El movimiento de los Focolares es mi familia desde que tenía diecisiete años. A través de su espiritualidad, en todas las diócesis donde estuve – Vitória, Ponta Grossa, Maringá y Brasilia – siempre trabajé por la unidad de los carismas, de las comunidades y de las asociaciones, como respuesta a las preciosas orientaciones dadas por Juan Pablo II en la carta apostólica Novo millennio ineunte.

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En los últimos años, en particular después del Concilio Vaticano II, algunos han subrayado la crisis de la vida consagrada. ¿De qué genero de crisis se trata?


El Concilio Vaticano II pidió a las órdenes y a las congregaciones religiosas un “aggiornamento” que ha implicado una revisión de las reglas y de las constituciones, frente a las nuevas circunstancias culturales e históricas del pasado siglo. El retorno a las fuentes, es decir, al corazón del carisma dado a la Iglesia por el fundador, y la atención de las nuevas circunstancias, que comportaban diversas sensibilidades, ha ofrecido a muchas familias religiosas la oportunidad de renovarse y de adquirir un ulterior vigor, con abundantes frutos.


Hoy varias órdenes y congregaciones están asistiendo a una disminución de las vocaciones, al envejecimiento de sus miembros y en muchos casos a una diversidad de orientaciones dentro de la propia familia religiosa. Por otro lado, la influencia del individualismo y del relativismo de nuestro tiempo ha alcanzado, al menos en parte, también a algunos ambientes de la vida consagrada, disminuyendo su vigor. Pienso que es necesario, sobre todo, penetrar más el fondo el misterio de Dios, para poder renovar las relaciones. En tal sentido, la carencia teológica y mística de una experiencia de la Santísima Trinidad como fuente de la comunión ha llevado a afirmaciones negativas sobre la vida comunitaria. Es el caso, por ejemplo, de consagrados que dicen: “Mi mayor penitencia es la vida común”. El descubrimiento a través de la experiencia de que Dios es amor y que nosotros somos creados a su imagen, podrá llevar también a los consagrados y a las comunidades a afirmar: “El otro, la otra, es para mí una oportunidad constante de experimentar a Dios, de experimentar el amor”.

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La reafirmada autonomía de las congregaciones religiosas respecto a los ordinarios locales ha llevado con frecuencia en el pasado a incomprensiones recíprocas. ¿Las visitas pastorales de los Pontífices en los últimos treinta años han contribuido de algún modo a mejorar las relaciones con los obispos?


El sabio y atento magisterio de los últimos Pontífices se ha revelado una base segura de camino eclesial en un momento de nuevos descubrimientos y de nuevas experiencias. Autonomía y dependencia son valores humanos que no pueden ser comprendidos y construidos sólo con criterios sociológicos. La experiencia de la fe nos hace comprender y vivir estos valores a partir del criterio de la comunión, que tiene las propias raíces en el misterio de la unidad y de la trinidad de Dios. Cuando autonomía y dependencia se convierten en experiencia de amor, obediencia y autoridad se equilibran y suscitan gran alegría interior.

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¿Piensa que la disminución de las vocaciones es expresión de un momento pasajero, aunque difícil, o más bien es una señal seria de alarma para el futuro?


No son sólo los religiosos y las religiosas quienes experimentan la disminución de las vocaciones. Se trata de un fenómeno más amplio y que no se manifiesta de modo idéntico en las diversas partes del mundo. Europa siente de manera particular este problema. A medida que la fidelidad de los bautizados a su vocación de discípulos crezca y, al mismo tiempo, su testimonio sea dado en comunión con los otros carismas y realidades de la Iglesia, la vitalidad reaparecerá.

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La vida consagrada en Brasil ha tenido un rol importante para el desarrollo y la evolución de la teología de la liberación. ¿Usted cómo ha vivido este largo tiempo de búsqueda teológica y pastoral?


La opción preferencial por los pobres es una opción evangélica de la cual dependerá, en primer lugar, nuestra misma salvación. Su descubrimiento y su construcción por parte de la teología de la liberación han significado una mirada sincera y responsable de la Iglesia al vasto fenómeno de la exclusión social. Juan Pablo II afirmó en esa época – a través de la carta enviada a la Conferencia nacional de los obispos de Brasil y entregada por el cardenal Gantin – que la teología de la liberación no es sólo útil sino incluso necesaria. En ese tiempo, las dos instrucciones enviadas desde Roma sobre el tema corregían cuestiones vinculadas al uso del método marxista en la interpretación de la realidad. Pienso que todavía no ha sido suficientemente completado el trabajo teológico para desvincular la opción por los pobres de su dependencia de una teología de la liberación ideológica, como ha advertido últimamente Benedicto XVI. Pienso que uno de los caminos más prometedores consiste en aplicar a la interpretación de la realidad la antología y la antropología trinitarias. Personalmente viví los años del nacimiento de la teología de la liberación con mucha angustia. Estaba en Roma para estudiar teología. Por poco no abandoné la vocación sacerdotal e incluso la Iglesia. Me salvó el compromiso sincero con la espiritualidad de la unidad en el movimiento de los Focolares. Los religiosos y las religiosas, con la radicalidad de su vocación evangélica, podrán colaborar mucho con este nuevo recorrido.

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¿Qué pueden esperar las religiosas y los religiosos de su acción de gobierno y de dirección?


La vida consagrada es una perla de enorme valor. Las órdenes y las congregaciones religiosas son palabras del Evangelio distribuidas a lo largo de toda la historia de la Iglesia. De las grandes experiencias religiosas han nacido famosas escuelas de espiritualidad, y de ellas importantes escuelas de teología. La fidelidad a los fundadores y la comunión profunda con la Iglesia podrán volver a dar a la vida consagrada un esplendor más grande al servicio de la misma Iglesia y de la humanidad.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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“Necesitamos un nuevo Syllabus”: conferencia de Mons. Schneider (II)

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Presentamos la segunda parte de conferencia de Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Karaganda, titulada “Propuestas para una correcta lectura del Concilio Vaticano II”, en la cual explicó la necesidad de un nuevo Syllabus de errores en la interpretación del último concilio ecuménico. En esta segunda parte, el autor termina de presentar el “vademécum pastoral” partiendo de las enseñanzas del Vaticano II.

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3. El deber de predicar a los fieles la penitencia (cfr. Sacrosanctum Concilium, n.9)


No se puede hablar de una verdadera doctrina y praxis pastoral sin el elemento esencial de la penitencia en la vida de la Iglesia y de los fieles. Toda verdadera renovación de la Iglesia en la historia se efectuaba con el espíritu y la práctica de la penitencia cristiana. En la Constitución dogmática Lumen Gentium n. 8 se afirma que la Iglesia debe avanzar continuamente por el camino de la penitencia y de la renovación. Luego se dice que los fieles deben vencer en sí mismos el reino del pecado con la abnegación de sí mismos y con la vida santa (cfr. ibíd., n. 36). En la actividad misionera los hijos de la Iglesia no deben avergonzarse del escándalo de la cruz (cfr. Ad Gentes, n. 24).


Se puede entender mejor el verdadero espíritu de estas enseñanzas conciliares sobre la necesidad de la penitencia si se considera el hecho de que, en vista de la inminente apertura del Concilio, el Beato Papa Juan XXIII, el 1º de julio de 1962, Fiesta de la Preciosísima Sangre, dedicó precisamente una Encíclica a la necesidad de la penitencia titulada Paenitentiam agere. Se trataba de una apremiante invitación al mundo católico y una exhortación a una más intensa oración y a una penitencia propiciadora de Gracias sobre el inminente concilio. El Papa indicaba el pensamiento y la práctica de la Iglesia como también el ejemplo de los concilios precedentes, reiterando la necesidad de la penitencia interior y exterior como cooperación a la divina redención. Concretamente el Papa Juan XXIII recomendaba en las diócesis una función penitencial propiciatoria, explicando cómo “con las obras de misericordia y de penitencia todos los fieles buscan propiciar a Dios omnipotente e implorar de él aquella verdadera renovación del espíritu cristiano, que es uno de los objetivos principales del Concilio” (n. II, 2). El Papa prosigue diciendo: “De hecho, justamente observaba Nuestro predecesor Pío XII, de venerada memoria: «La oración y la penitencia son los dos medios a disposición de Dios en nuestro tiempo para reconducir a Él la mísera humanidad que vaga sin guía por doquier; medios que disipan y reparan la causa principal y primera de toda trastorno, es decir, la rebelión del hombre contra Dios» (Encíclica Caritate Christi compulsi)”. Juan XXIII dirigía la siguiente ardiente exhortación a los obispos: “Venerables hermanos, actuad sin demora con todo medio que esté en vuestro poder para que los cristianos confiados a vuestros cuidados purifiquen su espíritu con la penitencia y se enciendan en mayor fervor de piedad” (n. II, 3).


El espíritu de penitencia y de expiación debe animar siempre toda verdadera renovación de la Iglesia, como el Papa Juan XXIII deseaba con el Concilio Vaticano II. Esta actitud protege a la Iglesia del espíritu de activismo terreno. Así el Papa enseñaba al final de su encíclica: “Todo el pueblo cristiano, en obsequio a Nuestra exhortación, dedicándose más intensamente a la oración y a la práctica de la mortificación, ofrecerá un admirable y conmovedor espectáculo de aquel espíritu de fe, que debe animar indistintamente a todo hijo de la Iglesia. Esto no dejará de sacudir saludablemente también el ánimo de aquellos que, excesivamente preocupados y distraídos por las cosas terrenas, se han dejado llevar al descuido de sus deberes religiosos” (Ibíd.). En las siguientes palabras se puede percibir aquel auténtico espíritu que animaba al Papa del Concilio y ciertamente a la pars maior et sanior de los Padres Conciliares: “Es necesario que los cristianos reaccionen con la fortaleza de los mártires y de los santos, que siempre han ilustrado la Iglesia católica. De este modo todos podrán contribuir, según su estado particular, al mejor éxito del Concilio Ecuménico Vaticano II, que debe llevar a un reflorecimiento de la vida cristiana” (Ibíd., n. II, 2).


4. El deber de disponer a los fieles para los sacramentos (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 9)


El Concilio, en la constitución dogmática Lumen Gentium, enseña que los sacramentos son los principales medios a través de los cuales todos los fieles de todo estado y condición son llamados por el Señor a la perfección de la santidad (cfr. n. 11). El fin principal de los sacramentos consiste, según la Sacrosanctum Concilium n. 59, en la santificación de los hombres, en la edificación del Cuerpo Místico de Cristo y en el culto que se rinde a Dios. Raramente durante la historia de la Iglesia el Magisterio supremo ha insisto tanto en la importancia y en la centralidad de la sagrada Liturgia, y particularmente del Sacrificio Eucarístico, como lo ha hecho el Concilio Vaticano II. El hecho de que el primer documento del Concilio en ser discutido y aprobado estuviese dedicado a la liturgia, es decir, al culto divino, es significativo y manifiesta este claro mensaje del primado de Dios: Dios y el culto de adoración que la Iglesia le rinde deben ocupar el primer lugar en toda la vida y actividad de la Iglesia. La Sacrosanctum Concilium nos enseña: “Liturgia est culmen ad quod actio Ecclesiae tendit et simul fons unde omnis eius virus emanat” (n. 10).


La sagrada liturgia es la fuente primaria y necesaria del verdadero espíritu cristiano, dice el decreto sobre la formación sacerdotal (cfr. Optatam Totius, n. 16). La finalidad de todos los sacramentos se encuentra, a su vez, en el misterio eucarístico, sostiene el decreto sobre el ministerio y la vida de los sacerdotes citando a santo Tomás de Aquino: “Eucharistia est omnium sacramentorum finis” (Summa theol. III, q. 73, a.3 c) y agrega: “In Sanctissima enim Eucharistia totum bonum spirituale Ecclesiae continetur” (cfr. S. Thomas, Summa theol., III, q. 65, a. 3, ad 1), (cfr. Presbyterorum Ordinis, n. 5). Dice todavía el mismo documento que la Eucaristía es la fuente y el culmen de toda la evangelización, por lo tanto, con mayor razón la Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida pastoral de la Iglesia. En la Sacrosanctum Concilium encontramos esta síntesis: “Sobre todo de la Eucaristía mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin” (n. 10).


5. El deber de enseñar a los fieles todos los mandamientos de Dios (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 9)


Otro elemento de la actividad pastoral es este: “La Iglesia debe enseñar a los fieles todo lo que Cristo ha mandado” (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 9). Los Pastores de la Iglesia tienen, por lo tanto, el deber de enseñar las leyes y los mandamientos Divinos en toda su integridad. En la Declaración sobre la libertad religiosa el Concilio afirma: “la ley divina, que es eterna, objetiva y universal, es la norma suprema por la que Dios ordena, dirige y gobierna el mundo y los caminos de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y de su amor” (cfr. Dignitatis Humanae, n. 3). La Constitución pastoral Gaudium et Spes sostiene: “el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente” (cfr. n. 16). El mismo documento pastoral afirma: “los esposos cristianos sean conscientes de que no pueden proceder a su antojo, sino que siempre deben regirse por la conciencia, lo cual ha de ajustarse a la ley divina misma, dóciles al Magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esta ley a la luz del Evangelio” (cfr. Gaudium et Spes, n. 50).


El Concilio prosigue afirmando: “El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época” (cfr. Ibíd., n.43). Tal error se ha vuelto todavía más manifiesto en los últimos años en los que se observa el fenómeno de personas que, aún profesándose católicas, al mismo tiempo apoyan leyes contrarias a la ley natural y a la ley Divina y contradicen abiertamente el Magisterio de la Iglesia. Qué actuales resuenan estas palabras del Concilio: “No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra” (Gaudium et Spes, n. 43). La vida moral, doméstica, profesional, científica, social, debe estar guiada por la fe y de este modo ordenada a la gloria de Dios (cfr. Ibíd..). Constatamos de nuevo en estas enseñanzas del Concilio la importancia del primado de la voluntad de Dios y de Su gloria en la vida de todo fiel y de toda la Iglesia. El Concilio afirma esto no sólo en un documento sobre la liturgia sino en el documento pastoral por excelencia: la Constitución pastoral Gaudium et Spes.


6. El deber de promover el apostolado de los fieles laicos (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 9)


Otro punto esencial de la vida pastoral es este: “la Iglesia debe incitar a los fieles a todas las obras de caridad, de piedad y de apostolado” (cfr. Sacrosanctum Concilium, n.9). En este punto reside la gran contribución histórica del Concilio Vaticano II a la valorización de la dignidad y del rol específico de los fieles laicos en la vida y en la actividad de la Iglesia. Se puede decir que es un desarrollo orgánico y una coronación del magisterio del Papa Pío XI sobre la cuestión de los fieles laicos. La Constitución dogmatica Lumen Gentium nos presenta una formidable síntesis sobre la cuestión de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo con un sólido fundamento teológico y una clara indicación pastoral, diciendo: “Igualmente coordinen los laicos sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes. Obrando de este modo, impregnarán de valor moral la cultura y las realizaciones humanas. Con este proceder simultáneamente se prepara mejor el campo del mundo para la siembra de la palabra divina, y a la Iglesia se le abren más de par en par las puertas por las que introducir en el mundo el mensaje de la paz. Conforme lo exige la misma economía de la salvación, los fieles aprendan a distinguir con cuidado los derechos y deberes que les conciernen por su pertenencia a la Iglesia y los que les competen en cuanto miembros de la sociedad humana. Esfuércense en conciliarlos entre sí, teniendo presente que en cualquier asunto temporal deben guiarse por la conciencia cristiana, dado que ninguna actividad humana, ni siquiera en el dominio temporal, puede substraerse al imperio de Dios. En nuestro tiempo es sumamente necesario que esta distinción y simultánea armonía resalte con suma claridad en la actuación de los fieles, a fin de que la misión de la Iglesia pueda responder con mayor plenitud a los peculiares condicionamientos del mundo actual. Porque así como ha de reconocerse que la ciudad terrena, justamente entregada a las preocupaciones del siglo, se rige por principios propios, con la misma razón se debe rechazar la funesta doctrina que pretende construir la sociedad prescindiendo en absoluto de la religión y que ataca y elimina la libertad religiosa de los ciudadanos” (n. 36).


Aquí el Concilio condena el laicismo, sin utilizar la palabra, citando a León XIII (León XIII, enc. Immortale Dei, 1 nov. 1885: AAS 18 (1885) 166ss. Id. enc. Sapientiae christianae, 10 enero 1890: ASS 22 (1889-90) 397ss. Pío XII. aloc. Alla vostra filiale, 23 marzo 1958: AAS 50 (1958) 220), decía que: "la legítima sana laicidad del Estado es uno de los principios de la doctrina católica” (Ibíd.). El Papa continuaba diciendo: “la vida de los individuos, la vida de las familias, la vida de las grandes y pequeñas colectividades, estará alimentada por la doctrina de Jesucristo, que es amor a Dios y, en Dios, amor al prójimo”. Esta doctrina encuentra un claro eco en sus elementos esenciales tanto en la Constitución dogmática sobre la Iglesia como en la Constitución pastoral del Concilio Vaticano II.


Sobre la vocación propia de los laicos el Concilio dice: “es propio de los laicos buscar el reino de Dios tratando las cosas temporales y ordenándolas según Dios” (Lumen Gentium, n. 31). En el decreto sobre el apostolado de los laicos el Concilio habla de la idolatría de las cosas temporales a causa de una excesiva confianza en el progreso de las ciecnias naturales y de la técnica (cfr. Apostolicam Actuositatem, n. 7). El Concilio prosigue afirmando que la vida matrimonial y familiar es el ejercicio y la escuela por excelencia del apostolado de los laicos (Lumen Gentium, n. 35). De hecho, la vida matrimonial y familia es el lugar donde la religión cristiana impregna toda la organización de la vida y cada día la transforma más. La familia cristiana proclama en voz alta al mismo tiempo las virtudes presentes del reino de Dios y la esperanza de la vida bienaventurada. Así, con su ejemplo y con su testimonio, acusa al mundo de pecado e ilumina a aquellos que buscan la verdad (Ibíd.). Podemos constatar hoy cuán actual es esta expresión del Concilio: la familia cristiana y católica es una viva acusación del mundo, acusando al mundo de pecado.


La forma peculiar del apostolado de los laicos consiste en el testimonio de la vida de fe, de esperanza y de caridad: se excluye, por lo tanto, un apostolado de activismo y de intereses terrenos. Podemos identificar en decreto sobre los laicos un breve vademécum del apostolado laico, donde el Concilio enseña que la forma interna del apostolado laico debe ser la conformación al Cristo sufriente y que la finalidad de su apostolado es la salvación eterna delos hombres en el mundo. El Concilio dice: “Recuerden todos que con el culto público y la oración, con la penitencia y con la libre aceptación de los trabajos y calamidades de la vida, por la que se asemejan a Cristo paciente (cf. 2 Cor., 4,10; Col., 1,24), pueden llegar a todos los hombres y ayudar a la salvación de todo el mundo” (Apostolicam Actuositatem, n. 16). Con frecuencia el apostolado laico, a causa de su fidelidad a Cristo, pone en peligro incluso su vida, dice el Concilio (cfr. Ibíd., n. 17).


7. El deber de promover la vocación de todos a la santidad (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 9)


La última nota esencial de la actividad pastoral de la Iglesia consiste en promover la vocación de todos a la santidad, diciendo que los seguidores de Cristo, aún sin ser de este mundo, deben ser la luz del mundo (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 9). Más específicamente el Concilio trata este tema en el capítulo quinto de la Constitución dogmática Lumen Gentium, nn. 39-42: “De universali vocatione ad sanctitatem in Ecclesia”. En esto se puede ver la contribución realmente histórica, más específica y propia del Concilio Vaticano II. La santidad consiste, en el fondo, en la imitación de Cristo, de Cristo pobre y humilde, de Cristo que lleva la cruz, dice la Constitución Lumen Gentium, n. 41. La imitación de Cristo alcanza su culmen en el martirio, en el testimonio valiente de Cristo frente a los hombres (cfr. Ibíd., n. 42). El Concilio dice: “Todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (Ibíd.).


(Ver primera parte de la conferencia. Próximamente publicaremos la tercera y última parte)

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Fuente: Chiesa


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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