Año Paulino
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El 29 de junio del año 67 -según la tradición- unos soldados condujeron a San Pablo al paraje llamado Tres Fontanas, sobre la vía Ostiense: allí lo decapitaron; no lo crucificaron como a su compañero San Pedro, porque era ciudadano romano y la crucifixión era pena que no podía aplicarse a los que gozaban de tal título. El cuerpo fue sepultado cerca del lugar del martirio. Sobre su tumba, y por consejo y exhortación del Papa San Silvestre, Constantino edificó una basílica. El Liber Pontificalis registra la lista de dádivas hechas por el emperador al Santo Apóstol, entre las cuales se encuentra una finca en las cercanías de Tarso, patria del Santo. Los recientes hallazgos arqueológicos confirman lo que la Tradición siempre ha dicho: La basílica se levantó indudablemente sobre el glorioso sepulcro, como se erigió la Vaticana sobre el sepulcro de San Pedro, al lado de los jardines neronianos. El documento más precioso que sobre este particular se conserva, lo tenemos en el siguiente pasaje del historiador Eusebio, en su Historia Eclesiástica, que escribía en tiempos de Constantino:
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"La narración [de la decapitación de Pablo y la crucifixión de Pedro] está plenamente confirmada por los monumentos que ostentan los nombres de Pedro y Pablo y que aún ahora son visitados con honor en los cementerios de la ciudad de Roma. De no menor importancia es el hecho de que un eclesiástico [el sacerdote Gayo], que vivió en tiempos del Episcopado Romano de San Ceferino, en el libro escrito contra Proclo, defensor de la secta de los catafrigios, habla en los siguientes términos acerca del lugar en que están sepultados los cuerpos de los mencionados Apóstoles: «Yo puedo enseñarte los trofeos de los Apóstoles. Si quieres ir al Vaticano o a la vía Ostiense, allí encontrarás los trofeos de aquellos que fundaron esta Iglesia»".
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Dios ha querido, como lo atestigua la historia, que las repetidas invasiones que asolaron a Roma, respetaran los sarcófagos de los dos gloriosos Apóstoles. Después de Constantino, Valentiniano segundo, en virtud de un decreto imperial del año 386, ordenó que se hiciera más digna, más grande y más majestuosa la basílica construida por Constantino, sin tocar de ningún modo la tumba, cuyo epígrafe "Paulo Apostolo Mart." con sus letras toscas y su posición irregular en relación con el nuevo edificio, demuestra palmariamente que el cuerpo del Santo nunca fue tocado.
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El testimonio del sacerdote Gayo, que vivió en tiempos de San Ceferino, décimocuarto Pontífice después de San Pedro, surge apenas 150 años después del martirio de los Santos Apóstoles. Quiere decir que el abuelo de Gayo puede haber conocido y tratado a los contemporáneos de la predicación y del martirio de los dos Santos, tal como los abuelos de algunos de nosotros nos han hablado de los acontecimientos de finales del siglo XIX.
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La noche del 15 al 16 de julio de 1823, un voraz incendio destruyó casi por completo el vetusto edificio. Por aquellos mismos días agonizaba el glorioso Pío VII, a quien se le ocultó la infausta noticia. En 1854, el beato Papa Pío IX consagraba la nueva basílica, cuyas dimensiones y el plano mismo coincidían bastante con los de la anterior. Allí, en el centro, bajo las bóvedas majestuosas del fastuoso templo, descansa aquel cuerpo que además de ser menudo, poco agraciado y débil por naturaleza, fue gastado por una alma de fuego, en más de medio siglo de correrías apostólicas.
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Sobre ese sepulcro, el más glorioso después del de San Pedro, los cristianos debemos leer las graves palabras que Pablo escribiera a los Corintios:
"¡Oh muerte! ¿Dónde está tu victoria?, ¿dónde está, oh muerte, tu aguijón? Demos gracias a Dios que nos concede la victoria por medio de Nuestro Señor Jesucristo".
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¡Oh Apóstol San Pablo, ruega por nosotros para que siempre obtengamos la victoria sobre el pecado! Amén.
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Fuente consultada: "San Pablo Apóstol", de Antonio Coiazzi, S.D.B.
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