martes, 9 de junio de 2009

Cruzando el Tíber

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Easter in Rome 09 107

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Presentamos a continuación la traducción del testimonio de Jeffrey Steel, un ex-sacerdote anglicano que en estos días ha comenzado, junto a su familia, el proceso de recepción a la Iglesia Católica.

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Viaje a casa, a la Iglesia Católica: He saltado al Tíber para cruzarlo a nado.


Escribo para anunciar que me convertiré en un católico romano junto con mi esposa Rhea y nuestros seis hijos. Me doy cuenta de que esta decisión pondrá a algunos realmente felices, a otros muy tristes, y a otros posiblemente los enojará. Pero he tomado esta decisión a conciencia, y con el más profundo sentido de integridad. Me gustaría compartir algo de mi viaje de fe, y aunque verán muchas lagunas en esto, será descriptivo del estado de mi corazón en los últimos meses. No es un informe académico de lo que he llevado a cabo en mis estudios, sino del combate espiritual que se desarrolló dentro mío. El anuncio fue hecho esta mañana en las tres parroquias en las que sirvo, y es ahora un asunto de público conocimiento. Mis tareas y licencia en la parroquia terminan el 14 de junio de 2009 (Domingo de Corpus Christi) y mi recepción en la Santa Madre Iglesia es muy próxima.


Mis estudios para el doctorado me introdujeron en el viaje a la Iglesia Católica, en un profundo sentido teológico que no advertí en su momento. He estudiado al Obispo Lancelot Andrewes como un catalizador para el ecumenismo con la Iglesia Católica en el área del Sacrificio Eucarístico. Andrewes mantuvo un diálogo regular con San Roberto Bellarmino, y es en este diálogo y en otros escritos de Andrewes que descubrí cuán católico él fue en relación a la Eucaristía como la ofrenda cristiana, que consiste en algo más que un sacrificio de alabanza y de acción de gracias. La Eucaristía era y es propiciatoria, además de otras cosas.


A través del estudio de la teología sacramental católica, y observando mi propio ministerio sacerdotal dentro de este marco, comenzó a venirme frecuentemente a la mente, la cuestión de la communio. Ya había abrazado completamente la teología sacramental católica, creía que podía ser un católico en la Iglesia [anglicana] de Inglaterra, y planeaba jubilarme en ella cuando llegase el momento. Pero con todo lo que está sucediendo actualmente en la comunión anglicana – y particularmente en la Iglesia de Inglaterra – y por el modo en que esta toma sus decisiones sobre asuntos de doctrina, comencé a hacerme preguntas acerca de la “autoridad”. Como teólogo que rezaba por la reunión con la Santa Sede, la pregunta que me hacía entonces era “en los términos de quién tomaría lugar esta unidad”.


Descubrí que era casi imposible decir, dentro de la iglesia anglicana: “la enseñanza de la iglesia es…”, porque existen tantas opiniones acerca de los Sacramentos, de la Liturgia, de la moralidad, de la Escritura, etc. Ya no quería proclamar la enseñanza de la Iglesia, sólo para terminar defendiéndome a mí mismo, en lugar de que la iglesia anglicana me defendiera a mí. Esto se ha transformado en una imposibilidad cada vez mayor, y ya no es un secreto para todo el mundo anglicano. Mi predicación sería vista siempre como un asunto de opinión personal, en lugar de tener la autoridad del Magisterio que apoya lo que uno enseña públicamente. Por supuesto que hay disenso en la Iglesia Católica, pero es siempre eso: disenso hacia lo que la Madre Iglesia proclama verdadero con autoridad. Es la verdad de la Madre Iglesia la que abrazo como mi más profunda fe personal.


En enero de este año comencé a rezar seriamente acerca de mi “viaje”, y fui llevado más y más profundamente hacia la cuestión de la communio. ¿Qué era lo que Dios me estaba diciendo, y por qué me había llevado hasta Inglaterra para que considerara la posibilidad de hacerme católico? ¿Qué hacer de los últimos 19 años de mi vida, y del propósito de servirle en un ministerio de tiempo completo? ¿Qué hacer de la siempre creciente reafirmación y sentido del llamado al sacerdocio? Llevé estos temas a la oración con los Santos Beda y Cutberto en la Catedral de Durham todos los viernes de Cuaresma. Allí recé por los pedidos que me hicieron personas de todo el mundo, y mi propio itinerario espiritual fue parte de este ministerio de oración. Me entregué a María y a su Hijo, y les dije: “por favor, condúzcanme y guíenme en el camino que quiere que siga, sea permaneciendo como sacerdote en la Iglesia de Inglaterra, sea entrando en la Iglesia Católica”. En este tiempo, programé mi retiro durante la semana de Pascua para hacer un viaje espiritual y una peregrinación a Roma. Me encontré con un número de sacerdotes y un ex-obispo episcopaliano [los anglicanos en USA reciben el nombre de episcopalianos], el P. Jeffrey Steenson, que se habían convertido del anglicanismo, y también con un sacerdote católico norteamericano que está en Roma terminando su doctorado sobre la “Provisión Pastoral” del Papa Juan Pablo II.


En mi corazón, sabía que había llegado a amar y a creer la fe católica tal y como es enseñada en el Catecismo Católico. En mi último día en Roma, el 17 de abril del 2009, fui la tumba de San Pedro, me puse de rodillas, y oré durante un tiempo. Sabía en mi corazón que yo era católico, y me pregunté qué es lo que estaba evitando mi conversión. Todo tipo de miedos surgieron en mi mente, me sentí inquieto, y por momentos permanecí de rodillas pidiéndole San Pedro que rezara por mí, porque no sabía cómo ni qué camino tomar. Después de un tiempo, me dirigí a la tumba de Juan Pablo II, me arrodillé y le pedí que rezara por mí, porque me asustaba el emprender un viaje como éste, con una esposa y seis hijos, sin saber en qué modo Dios proveería por nosotros.


Después de rezar con Juan Pablo II, me levanté y fui de nuevo hacia la tumba de San Pedro, y con convicción de corazón firmé el Catecismo Católico Romano, declarando “Ésta es la fe de la Iglesia, y ésta es mi fe”; firmé mi nombre y puse la fecha. Antes de salir de la Basílica, caminé hacia la estatua de San Pedro con la llave en su mano, toqué su pie, y me dije: “Voy a salir a encontrar el camino, abrir la puerta y hacer que esto suceda, ruega por mí mientras que haré este viaje”.


Una semana después, estaba en una reunión con un par de obispos católicos en Londres. Me había comprometido de corazón: ir a casa, a la Iglesia Católica, era el plan de Dios para mí. Ahora ya he hecho el salto más grande de mi vida, y estoy tratando de no forcejear demasiado al tiempo que caigo esperando que Dios me atrape. La única cosa que no ha cambiado en mi corazón, sino que sólo ha crecido durante los últimos nueve años, es mi deseo de permanecer en Inglaterra, como católico. Este deseo se ha visto confirmado en la oración y el discernimiento, y todos los signos apuntan a que permanezcamos en Inglaterra por el resto de nuestras vidas. Por numerosas razones, estoy discerniendo el llamado de Dios a ir hacia la región sur del país, algo que llevo pensando tres años. Londres será nuestro nuevo hogar, y si alguna vez soy ordenado sacerdote en la Iglesia Católica, allí seré incardinado.


Aunque mi tiempo en Roma tuvo sus momentos emocionantes en la oración, lo que en realidad encontré fue el fin de mi lucha con estas cuestiones en mi mente y en mi corazón. Fue entonces el momento de hacer lo que mi conciencia me estaba diciendo hacía un tiempo. El momento de rendirme y sujetarme a la Madre Iglesia, sabiendo en la fe que Dios abriría puertas. En esto vi la conexión entre lo que significa la communio y cómo la unión con la Madre Iglesia me estaba acercando más a Jesús: y no estaré en un partido que tiene una mera orientación católica, sino que estoy entrando en comunión con la Iglesia de Jesucristo, que está en unión con San Pedro. Esto es mi salvación. Lo que quiero decir es que, aunque continuamente me he acercado a Jesús por medio del culto, los sacramentos y la cura de almas, esta decisión es un conversión a Cristo como nunca había experimentado. Ahora estoy empezando a ver cuánto me ha acercado a Jesús esta decisión final. Lo que empezó hace diez años atrás como un amor descubierto en la belleza ceremonial del culto, ha sido un medio instrumental de Dios para unirme a la Iglesia Católica.


Finalmente, esto me lleva a la cuestión de mi vocación al sacerdocio y a la cura animarum. Me doy cuenta de que no vengo a la Iglesia con exigencias. Vengo ofreciendo mi vida a Jesús y a la Iglesia, buscando Su Voluntad para mi vida. Por el momento, simplemente dejo ser el que que enseña y me hago aprendiz de la Madre Iglesia. Lo que ella haga de mí, será en beneficio de ella y del Reino de Dios. Mientras hablo, mi familia se está preparando para ir a Londres en un futuro cercano, y comenzar una nueva vida de ministerio y servicio. Habrá más detalles a medida que se vayan confirmando las cosas.


Hay muchas personas a las que les debo un gran agradecimiento. Estoy particularmente agradecido al obispo [anglicano] Tom Wright por darme el privilegio de servir a Dios en la diócesis de Durham como sacerdote. Estoy agradecido por la oportunidad de servir a las maravillosas personas de mis parroquias en Brandon, Ushaw Moor y New Brancepeth. Estoy agradecido por mi familia de hermanos, la SSC, FiFUK y a nuestro PEV [vicario episcopal provincial] por buscar mantener la fe católica en la Iglesia de Inglaterra. Estoy agradecido por el apoyo que mi director espiritual anglicano, Arthur Middleton, me ha dado en los últimos cinco años. También estoy agradecido por el apoyo que me han dado mis colegas. En cuanto a la última parte de este viaje, estoy agradecido por mi nuevo director espiritual, el P. Gerard Bradley, católico, que enseña en el Seminario de St. John, y por Gerard Hatton, quien pronto será candidato a la ordenación. Mi más profunda gratitud está dirigida a la maravillosa mujer que me dijo “sí” a lo que le pregunté hace más de dieciséis años. Ella me ha dado seis maravillosos chicos, y todos ellos tienen una profunda fe católica y sirven a Cristo como testigos de Su Amor. Rhea hizo sus votos 16 años atrás, y me ha seguido en todo nuestro matrimonio como mi mejor amiga, mi mejor apoyo, y mi más sabio crítico. Ella también está agradecida por hacerse católica, tal y como su familia hizo unos años atrás. Lumen Gentium me recordó que no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, rehusaran entrar o no quisieran permanecer en ella. Por esto, nado [la conversión al catolicismo es a menudo descripta como “cruzar a nado el Tíber”] con la familia que Dios me ha confiado. El proceso de recepción está ya bien encaminado.


Habrá más que contar, pero desde hora, este blog es un blog católico romano. Continuaré escribiendo dentro del maro de “De cura animarum”. Por favor, recen por nosotros. Nosotros rezamos por todos ustedes.

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Fuente: De Cura Animarum

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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2 Comentarios:

trinidad ha dicho

Precisamente hoy que una cierta “sequedad” afligía mi corazón, me ha llegado el consuelo con el aire fresco y el aroma de tu testimonio.

Doy las gracias a la Divina Providencia que siempre vela por sus criaturas y a ti por hacernos partícipes de tu fe, valentía y entrega.

Sé bienvenido junto con tu familia a esta familia católica, aunque los que hemos nacido en ella, muchas veces no sepamos apreciar el maravilloso don que se nos dio en gratuidad y por el que no tuvimos que luchar. Por eso, reza por nosotros.

Un abrazo en Cristo.

Anónimo ha dicho

Hermano Jeffrey steel, Dios que lo bendiga junto con su familia y lo fortalezca,me llena de gozo su testimonio, gloria a Dios.