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En el día de hoy ha sido confirmado lo que se comentaba, desde hace tiempo, como un rumor. El Papa Benedicto XVI ha decidido presidir personalmente la ceremonia de beatificación del Venerable Siervo de Dios Cardenal John Henry Newman, que tendrá lugar durante su viaje apostólico a Gran Bretaña en septiembre de este año.
De este modo, el Santo Padre realiza una excepción a la norma, que él mismo estableció al comienzo de su pontificado, de que el Sumo Pontífice no presida personalmente los ritos de beatificación y que lo haga, en su lugar, un representante que por lo general es el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Como en su momento explicó el Dicasterio competente, esta importante decisión del Papa respondía “a la exigencia, muy sentida, de: a) subrayar más, en las modalidades de celebración, la diferencia sustancial entre beatificación y canonización; b) implicar más visiblemente a las Iglesias particulares en el rito de beatificación de sus respectivos siervos de Dios”.
Sin embargo, como también se aclaró en aquel momento, el Santo Padre “obviamente podrá presidirla siempre, en las circunstancias y modos que considere oportunos”. Es a partir de esto que Benedicto XVI ha tomado la decisión, por primera vez en su pontificado, de presidir una ceremonia de beatificación. Sin duda, esto responde no sólo a la gran importancia del Cardenal Newman sino también a una particular devoción del actual Pontífice hacia este gigante de la Iglesia de Inglaterra, como poníamos de relieve en una de las primeras entradas de esta Buhardilla.
Roguemos que, cuando el próximo 19 de septiembre en la Arquidiócesis de Birmingham el Papa Benedicto XVI conceda que el Siervo de Dios John Henry Newman “de ahora en adelante sea llamado beato” (cfr. Fórmula de beatificación), el Señor se digne conceder abundantes gracias a toda la Iglesia por la intercesión del Cardenal Newman e ilumine especialmente a todos los anglicanos que, movidos por el Espíritu Santo, han pedido o pedirán “ser recibidos, también corporativamente, en la plena comunión católica”, un santo deseo para cuya realización el Sucesor de Pedro no puede dejar de predisponer los medios necesarios, como ha manifestado con la promulgación de la histórica Constitución apostólica Anglicanorum Coetibus.
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