sábado, 7 de junio de 2008

La Gloria de Dios lo iluminaba, y su lumbrera era el Cordero

Adoracion2

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En la novela autobiográfica titulada “Perder y Ganar”, el Cardenal John Henry Newman relata lo que le sucedió el día que decidió ir al convento de los padres pasionistas para solicitar su entrada en la Iglesia Católica, el 9 de octubre de 1845. Newman –que en la novela es el joven Charles Reding– cuenta así lo que vivió:

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La puerta de la Iglesia estaba abierta y pudo entrar. La gente iba entrando para algún acto que, al parecer, iba a tener lugar. Ya dentro, el hombre que había entrado justo delante de él sumergió los dedos en un recipiente de agua que había junto a la puerta y le ofreció a Charles. No sabiendo qué significaba aquello, se escabulló lo más pronto que pudo en busca de algún lugar discreto donde refugiarse. Pero los espacios eran abiertos y no parecía haber ningún rincón donde esconderse.

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Sin embargo, cada uno estaba atento a sus asuntos y nadie se fijaba en él; lo cual le hizo sentirse del todo a gusto. Había velas encendidas en el altar mayor, situado en el centro de un ábside semicircular. Sobre uno de los altares laterales había un crucifijo con una lamparilla ante el que se detenía la gente a rezar. Venían cada poco, decían unas oraciones que estaban fijadas a la reja en un marco con cristal y se iban. En otro altar había seis grandes candelabros encendidos y encima una imagen. Charles miró con atención y vio que era una talla de la Virgen con el Niño, que sostenía un Rosario.

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Un grupo de gente delante parecía estar en medio de algún tipo de ceremonia desconocida para él; recitaban algo rápido, alterno y que se repetía; como parecía que no se acababa, se puso a mirar hacia otro lado. Vio primero uno, después dos confesonarios; y alrededor de ellos una pequeña multitud de gente arrodillada esperando para recibir el sacramento, los hombres a un lado, las mujeres al otro. Excepto unas tres filas de bancos movibles con respaldo y reclinatorio que había al fondo de la nave, el resto del amplio espacio estaba despejado, sin otra cosa que sillas.

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Pero el objeto central de la atención de Charles era el altar mayor. La gente, según iba entrando, tomaba una silla, se arrodillaba detrás de ella, y se ponía a rezar. Al cabo, la iglesia quedó bastante llena. Ricos y pobres estaban allí juntos – artesanos, jóvenes bien vestidos, obreros irlandeses, madres con dos o tres niños –; la única separación era la de hombres y mujeres. Un grupillo de chicos y niños, al que se habían agregado también unas cuantas viejecillas, se habían apoderado de la baranda del comulgatorio, y allí estaban aferrados a los barrotes, inmóviles y expectantes.

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Podía haber seguido de pie un buen rato, que nadie se habría fijado en él; pero pensó que había llegado el momento de arrodillarse. Se acercó a uno de los bancos que tenía cerca. En ese momento, una procesión con cirios salió de la sacristía hacia el altar mayor; había empezado algo desconocido para él. Después, por el Miserere y el Ora pro nobis, pensó que era una letanía. A continuación hubo un himno.

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Charles tenía la sensación de no haber visto dar culto jamás hasta esos momentos; tan absorbidos estaban, tan intensa era la devoción de los fieles. Le llamó particularmente la atención que, mientras en la “Iglesia de Inglaterra” los clérigos o el órgano lo eran todo y el pueblo no era nada – todo lo más, lo que el clérigo representaba –, aquí las cosas eran justamente lo contrario. El sacerdote casi no hablaba, o por lo menos no se lo oía; pero los fieles allí reunidos eran como un único instrumento, vastísimo, una especie de panarmonium que – esto era lo más sorprendente – tenía vida propia.

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No parecían necesitar a nadie que les diera la entrada o que dirigiera la ceremonia. La letra era en latín, pero todos parecían saber lo que decían al dirigirse personalmente a la Santísima Trinidad, a Cristo Salvador, a la Bienaventurada Virgen Madre de Dios y a los santos del cielo, con sus corazones tan llenos de amor como mostraba la energía de sus voces. Tenía cerca de él un niño pequeño y una mujer de aspecto sencillo que cantaban con voz aguda. No había error posible. “Esto sí es una auténtica religión para todos”.

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Lanzó una mirada al edificio; era bastante simple y saltaba a la vista que estaba sin terminar. Pero el Templo Vivo que allí existía no necesitaba ricos mármoles o artísticas entalladuras para estar completo “porque la Gloria de Dios lo iluminaba, y su lumbrera era el Cordero”. ¡Dios mío, y que dijeran que aquello era un culto puramente externo! ¡Gente sencilla y gente educada, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, el mismo Espíritu actuando en todos, haciendo que todos fueran Uno!

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Un sacerdote, o un acólito, había subido al altar y hacía movimientos con un cáliz o algún tipo de vaso sagrado; no veía bien desde allí. Una nube de incienso se elevaba a lo alto. De pronto los fieles inclinaron la cabeza en una reverencia profunda. ¿Qué pasaba, qué era aquello? Dulcemente y con temblor cayó en la cuenta: ¡el Santísimo Sacramento!, era el Señor Encarnado, allí, en el altar, que venía a visitar y a bendecir a su pueblo. Era la Gran Presencia que convertía una iglesia católica en un lugar infinitamente distinto a cualquier otro de este mundo, un lugar Santo.

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Las lecturas del breviario eran ya algo familiar para Charles; por eso, al dejarse caer de rodillas en el suelo, feliz de su abajamiento, brotaron incontenibles las palabras que una vez oyó… “O Adonai… O Emmanuel, Expectatio gentium, veni…!”

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2 Comentarios:

Anónimo ha dicho

La verdad que es maravilloso...
Sí, los Anglicanos que se convierten al catolicismo tienen una especialísima sensibilidad por la belleza de la liturgia (y más si pertenecen a la tendecia "anglo-católica").
Los abusos litúrgicos en la Iglesia Católica han sido en los últimos años la "excusa" perfecta que a ellos mismos se han dado para no tomar una decisión que (por motivos obvios) les cuesta muchísimo tomar.
Pero parece ser que dentro de este año serían recibidos en la Iglesia un buen número de anglicanos pertenecientes a la TAC (Traditional Anglican Communion) que ya se habían separado del "primado" de Canterbury por el tema del "sacerdocio" femenino...
Dios permita que esto suceda, para el bien de todos ellos y para el gozo de la Iglesia Una y Santa.

Anónimo ha dicho

me parece importante que todos aprendamos acerca de los newman ha dicho ya que podemos ver como un no catolico en ese momento vive la misa