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Todos conocemos la lamentable noticia que nos ha llegado en estos días desde Irak sobre el gravísimo atentado en la catedral siro-católica de Bagdad. Desde Roma, el Santo Padre, además de asegurar su oración por las víctimas y su cercanía “a la comunidad cristiana, que ha vuelto a ser golpeada”, afirmó que “ante los crueles episodios que siguen destrozando a las poblaciones de Oriente Medio, quisiera renovar mi apremiante llamamiento a la paz: es don de Dios, pero es también el resultado de los esfuerzos de los hombres de buena voluntad, de las instituciones nacionales e internacionales”.
El obispo de la diócesis de San Marino-Montefeltro, Mons. Luigi Negri, al final de una Solemne Celebración Eucarística que presidió en su Catedral en la Solemnidad de Todos los Santos, dirigió a los fieles un mensaje sobre este acontecimiento en el cual, con la valentía y claridad que lo caracteriza, denunció el objetivo que se persigue con ésta y otras acciones: destruir el cristianismo en Tierra Santa, en Oriente Medio y, luego, en todos los países de antigua tradición cristiana. Ofrecemos nuestra traducción en lengua española del mensaje de Mons. Negri, quien, como se anunció pocas semanas atrás, recibirá el año próximo al Papa Benedicto XVI en su diócesis en la primera visita del Pontífice a la República de San Marino.
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Sin ninguna vacilación ni incertidumbre, haciendo uso de la autoridad que me viene como Obispo de la Iglesia particular pero que vive el sentimiento profundo de la Iglesia universal, yo quiero inscribir en la multitud de los santos a estos 37 hermanos nuestros, entre los cuales dos sacerdotes, que han sido violentamente asesinados dentro de una iglesia católica en Irak por un acto de terrorismo cuyo balance provisorio, sin embargo, según una primera estimación, hace ascender a 50 el número total de las víctimas y a más de 80 el de los heridos.
Se ve claro cada día que pasa, a pesar de todos los irenismos y de todas las búsquedas de moderaciones, que el terrorismo internacional tiene un objetivo explícito: la conquista islámica del mundo y, dentro de este objetivo que ciertamente será a más largo plazo, un objetivo más inmediato que es la destrucción del cristianismo en Tierra Santa, en Oriente Medio y luego, más o menos, en todos los países incluso de antigua tradición cristiana.
Son mártires, nosotros lo pensamos así; son mártires que han ofrecido su vida casi sin saberlo, sin esperárselo, sin decidirlo, una suerte de nuevos santos inocentes que estaban en la iglesia para orar y ya no volvieron a su casa. Yo espero que la Santa Iglesia Católica no tenga tergiversaciones o incertidumbres, que tenga el coraje de indicar en esto un evento absolutamente extraordinario de martirio recibido de parte de aquellos que, lo repito, tienen en el fondo del corazón la intención de eliminar la vida cristiana, la presencia de Cristo en la Iglesia y en el mundo.
No porque haya sucedido en Irak nosotros podemos estar tranquilos; la teoría, que cada tanto se me propone, de que Montefeltro es una isla beata, ya no se mantiene en pie. En esta isla beata ha llegado el hedonismo que destruye nuestras familias, ha llegado la droga, ha llegado todo un modo de sentir y de vivir la vida que ha sacudido profundamente las raíces de nuestra cultura de pueblo cristiano. Por eso espero que el inesperado y realísimo encuentro con el Papa Benedicto XVI anime nuestro camino para recuperar las raíces de nuestra tradición cristiana.
No penséis que no puede suceder también aquí; no penséis que en el curso, tal vez de una generación o incluso menos, no pueda ocurrir que los cristianos de Montefeltro que van a la iglesia para orar no vuelven más a su casa. Esto no para alimentar alarmismos sino por la conciencia del nivel al que ha llegado este enfrentamiento epocal entre Cristo, entre el cristianismo y aquellos que quieren destruirlo. Nosotros tenemos esta conciencia y por eso pedimos al Señor que nos conceda la fuerza; don Abbondio dijo a su Cardenal “la valentía uno no se la puede dar”, su gran Cardenal le respondió “uno no se la puede dar pero la puede pedir”.
Comencemos a pedir al Señor Dios, por intercesión de la Virgen de las Gracias, el don de una valentía que nos haga ser testigos límpidos de la fe en Cristo frente a este mundo que en todas partes está lejos; que incluso cuando parece cercano, sustancialmente está lejos del Señor. Que nos conceda esta fuerza, que nos reduzca si es posible las fatigas, pero sobre todo que nos haga arraigar en su presencia llena de alegría y de sacrificio.
Pennabilli, 1 de noviembre de 2010
+ Luigi Negri
Obispo de San Marino-Montefeltro
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Fuente: Diócesis de San Marino-Montefeltro
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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