miércoles, 16 de julio de 2008

Una primavera del Espíritu en el invierno de Sidney

Presentamos la traducción al español de una interesante entrevista que Gianluca Biccini realizó al Cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, para la edición del 17 de julio de  L'osservatore romano.

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Los jóvenes de todo el mundo han transformado el invierno de Sidney en una primavera, inaugurando también una nueva primavera de la Iglesia australiana. Hay satisfacción en las palabras del Cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, inmediatamente después de la apertura de XXIII Jornada mundial de la juventud. En la tarde del martes 15 de julio, el purpurado estaba entre los concelebrantes principales de la Misa presidida por el Cardenal Pell en Barangaroo, en la cual participaron 140.000 jóvenes de los cinco continentes. El Cardenal, que se ocupa de las JMJ desde los tiempos del encuentro de Santiago de Compostela (1989), habla en esta entrevista de una “gran aventura de la fe” que está transformando en estos días a Sidney en un “cenáculo a cielo abierto”, convirtiéndola en la capital mundial de la juventud.

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En vísperas de este encuentro, se ha señalado que la fórmula de las JMJ se está haciendo un poco repetitiva. A su juicio, ¿hay alguna diferencia entre la JMJ de Sidney 2008 y las otras?

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Cada JMJ es única. Si bien la estructura permanece idéntica en el tiempo, cada cita tiene características propias. Esta es específica para Australia. Y esto ha representado un doble desafío para los organizadores y para los jóvenes. Desde el punto de vista logístico, el desafío más grande ha sido el de las distancias. El segundo desafío ha sido respecto a la Iglesia local, que es minoritaria, ya que representa el 26% de la población, en una sociedad fuertemente secularizada. Desde el principio hemos admirado la valentía del Cardenal Arzobispo de Sidney, George Pell, que se ha “atrevido” a organizar un evento así, a pesar de las aparentes dificultades.

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Según usted, ¿este doble desafío ha sido bien afrontado?

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Diría que sí, en ambos casos. Los jóvenes no se han desanimado, a pesar de los costos económicos, y han respondido en modo generoso a la invitación de Benedicto XVI. El Pontífice es un gran maestro en indicar la centralidad de Dios en la vida del hombre y en evidenciar lo positivo del cristianismo como proyecto de vida.

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A pesar de que estamos  en el inicio, ¿se puede ya trazar un primer balance de esta experiencia, en un continente así lejano y hasta ahora poco conocido?

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Si bien los números no son el único criterio para juzgar el éxito de este encuentro, es significativo el hecho de que se han superado ampliamente las 100.000 adhesiones, sin contar las de los australianos. A estas cifras hay que agregar a las muchas personas que están llegando aún en estas horas sin inscripciones formales. Las autoridades civiles australianas han confirmado que ha sido superada abundantemente la participación que se registró en las Olimpiadas del 2000, por lo que podemos decir con seguridad que estamos ante el evento más grande que se ha desarrollado en este país. Es notable, además, el esfuerzo de la Iglesia local que ha demostrado enorme generosidad, empeño e inteligencia, tanto a nivel de conferencia episcopal nacional, como a nivel local. La JMJ, de hecho, ha sido precedida de jornadas diocesanas en varias Iglesias australianas para implicar a toda la comunidad católica del país. Para tener una idea, basta pensar que sólo en Meulborne eran 25.000 jóvenes, que luego han venido en masa a aquí, a Sidney.

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¿Se podría decir que la JMJ es un evento que se ajusta perfectamente para un país joven como Australia, donde la edad media de la población no supera los cuarenta años?

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En realidad, no debemos limitarnos pensando sólo en los jóvenes. Las JMJ son un don para toda la Iglesia, en todos sus componentes, porque toda la Iglesia redescubre su rostro joven, por usar una expresión de Juan Pablo II. Esto es importante porque, sobre todo en las parroquias y en las comunidades de los países considerados ricos, se ven casi siempre sólo ancianos. En resumen, cuando hay una crisis de la fe, hay necesidad de un testimonio joven, pleno de entusiasmo y de alegría. Como está pasando aquí en Sidney, donde la gente común, antes escéptica e indiferente, comienza a sorprenderse al ver esta multitud de jóvenes en fiesta que han invadido la ciudad con su alegría, y se les deja participar.

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¿Cuáles son los criterios con los que se elige la sede la Jornada mundial de la juventud?

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Las JMJ responden a las necesidades de las Iglesias locales. En el origen, está la invitación de un obispo que ha entendido la necesidad de educar a los jóvenes en las elecciones existenciales definitivas. Y el Cardenal Pell, de quien ha partido la iniciativa para esta edición 2008, no se cansa de proponer la belleza de ser cristianos. En una situación de cristianismo cansado, como pasa en los países occidentales, los jóvenes pueden ser la primavera de la Iglesia, en el sentido de que son portadores de una frescura que no envejece, que no está fosilizada. A los jóvenes de hoy se les pide el valor de la misión. No por casualidad se ha elegido para este acontecimiento el tema del Espíritu Santo que tiene como objetivo hacer entender la importancia del sacramento de la Confirmación, a través del cual se obtiene la fuerza para testimoniar nuestra fe en una sociedad que parece interesada en otros modelos. Nuestro deseo es que los jóvenes pueden conocer mejor al Espíritu Santo, entren en relación con Él, y se dejen guiar por Él en las elecciones fundamentales.

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En Sidney, en estos días, se ven sobretodo jóvenes que pertenecen a los movimientos y a las comunidades eclesiales. ¿Cuál es su rol en la economía de las JMJ?

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En el inicio de la historia de las JMJ, la fuerza inicial ha venido de ellos. Junto a otras realidades históricas, como la Acción Católica, han dado una gran contribución al desarrollo de esta intuición. Se reconoce, entonces, su rol de estímulo, de impulso, también porque las JMJ han hecho nacer las estructuras eclesiales de pastoral juvenil como ha pasado, por ejemplo, en Italia. Además, era necesario construir un puente entre la extraordinariedad de un evento que reúne cientos de miles de jóvenes en torno al Sucesor de Pedro, y la cotidianidad de la vida ordinaria. Es necesario actualizar y renovar continuamente los métodos y las estructuras porque el mundo juvenil está en continua evolución. Por eso, uno de los frutos fundamentales de las JMJ es precisamente la creciente sensibilidad de los pastores, obispos y sacerdotes, acerca de la importancia de los jóvenes para la Iglesia. En Italia, como en otros países, esto se ve bien: hoy la mayor parte de los participantes son los jóvenes organizados por las parroquias y coordinados por la pastoral juvenil de la conferencia episcopal nacional. Esto me parece un signo de gran esperanza para la Iglesia de hoy.

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¿Cuál es el rol que tiene el Pontificio Consejo para los Laicos en las JMJ?

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Además de la coordinación general entre los organizadores locales y el resto del mundo, hay un aspecto interesante que concierne a la solidaridad. Siendo expresión de la universalidad de la Iglesia, las JMJ tienden a reproponer el modelo reuniendo en una única familia a muchos pueblos y culturas diversas. Por eso, desde el inicio hemos instituido un fondo – sostenido por las donaciones de los jóvenes de los países más ricos- para permitir la participación de aquellos que provienen de los países más desfavorecidos. Gracias a una contribución individual de diez euros, este año hemos recolectado un millón, que ha sido puesto a disposición de naciones de Asia y de África. Gracias a esto, las JMJ se convierten en escuelas de comunión, basadas sobre el fundamento de una única fe en común, la fe en Jesucristo.

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Las JMJ son un acontecimiento multiforme, que involucra diversas dimensiones: espiritual, humana, social, artística, familiar. ¿Hay, según usted, un aspecto que se destaque especialmente?

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Sin duda, el aspecto vocacional: en los encuentros mundiales nacen nuevas amistades, se favorece el conocimiento entre las culturas diferentes. Sobretodo hay que recordar que muchos jóvenes, después de haber participado en las Jornadas, han hecho importantes elecciones de fe: consagración religiosa, vida sacerdotal, mayor participación en los movimientos. También han surgido vocaciones para la familia. Justamente aquí, en Sidney, he encontrado a una mujer, ministro del estado de Nueva Gales del Sur, que me ha confiado que su camino hacia el matrimonio se inició en el contexto de la JMJ de Czestochowa. Fue allí donde ella, joven estadounidense, encontró a un coetáneo australiano. Se casaron y luego vinieron aquí. Hoy tienen dos hijos.

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Luego, en el viaje de retorno a sus casas, ¿los jóvenes se llevan consigo un don que recompense los muchos sacrificios afrontados?

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Pienso que sí. En un mundo siempre más globalizado y masificante, donde parece reinar el anonimato y la soledad, los jóvenes sufren e incluso cuando tienen un destello de fe, prefieren hacer de eso una cuestión privada. Las grandes asambleas mundiales, en cambio, les permiten no sentirse solos y esto infunde valor. También aquí, en Sidney, los participantes podrán recoger frutos en abundancia en la medida en que sepan abrir sus corazones a los dones de gracia otorgados por el Espíritu.

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