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El Cardenal Giacomo Biffi, Arzobispo emérito de Bologna, es conocido no sólo por su eminente preparación intelectual y su vasta experiencia pastoral, sino también por su gran sentido del humor. El año pasado, luego de haber predicado los ejercicios espirituales al Santo Padre y la Curia Romana, el Pontífice le agradeció precisamente “por su realismo, por su humorismo y concreción”. Con 80 años recién cumplidos, ha publicado hace algunos meses sus memorias en las cuales realiza un agudo y profundo análisis de su vida y, paralelamente, de la Iglesia y el mundo en esos mismos años. Basta ver la presentación del libro que Sandro Magister publicó en su web para darse una idea de la personalidad del Cardenal.
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Lo que aquí presentamos es un fragmento de uno de sus libros, publicado en 1969, cuando era párroco. Se titula “El quinto evangelio” y, en el mismo, imagina el descubrimiento de un nuevo evangelio que explicaría y daría fundamento a tantas doctrinas en auge en aquella época (y deberíamos agregar, aún hoy…) que poco o nada tenían que ver con las enseñanzas de Jesús. Así, Biffi, pone los pasajes de este evangelio de ficción en contraste con los Canónicos para brindar luego, con humor e ironía, un análisis que ridiculiza aquellas posturas. En definitiva se trata, como él mismo dice, del evangelio que no existe pero que el "mundo" desearía…
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Fragmento 8:
En aquel tiempo, Jesús se retiró a una montaña para orar y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de apóstoles. (Lc. 6, 12-13).
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Subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar. (Mc. 3, 13-14).
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En aquel tiempo, pasó toda la noche presidiendo la discusión de la asamblea de los discípulos para la elección de doce apóstoles. Y decía: Ninguno puede verdaderamente representar a los otros hombres, si no es elegido por ellos. Luego, llamó a aquellos que la asamblea había indicado. (Quinto evangelio).
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Los pasajes de Lucas y Marcos, en los cuales la elección apostólica parece llover de lo alto sin consulta alguna a la comunidad, son responsables de una de las más perniciosas enfermedades que han afligido durante siglos a la cristiandad: el autoritarismo.
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“Como el Padre me ha enviado, así los envío a ustedes” convencidos de esta mística investidura, ¿cómo podían los obispos resistir a la tentación de confundir su propio criterio con el celestial y sus pensamientos con auténticas revelaciones del Espíritu de Dios? Nació así en los pastores de la Iglesia la costumbre de no pedir la opinión de nadie, sino sólo la de aquellos que presumiblemente concordasen en todo con su propia opinión: estilo que, no obstante las apariencias, era mantenido con igual empeño en todos los niveles de la jerarquía, desde los asistentes de oratorio hasta el sumo pontífice.
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Es verdad que las malas aplicaciones de un principio no son de por sí argumento contra la bondad y la verdad del principio mismo, y no se reniega de las prerrogativas sólo por el temor a los abusos en su ejercicio. De lo contrario habría que dejar a los hombres sin lengua y sin sus órganos de reproducción.
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Pero nuestro fragmento prefiere golpear al mal en la raíz, canonizando por primera vez el método asambleal en la elección de los hombres de Iglesia. Alguien ha observado autorizadamente que la inteligencia de una asamblea es inversamente proporcional al número de participantes: las más locas decisiones de los dictadores de todo color – que son siempre los más fanáticos defensores del método asambleal integral – han tenido la aprobación frenética de multitudes oceánicas, anónimas e irresponsables, que en el momento de rendir cuentas han desaparecido misteriosamente. Pero no es nuestro caso. Aquí se trata de la comunidad que está bajo la acción del Espíritu de Dios y, por tanto, posee los carismas.
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Más bien es toda una nueva eclesiología la que se impone desde este quinto evangelio: es la comunidad que directamente recibe el mandato de evangelizar y de santificar, y no los doce. O mejor, los doce mandados por la asamblea, la representan y asumen sus tareas en nombre y por autoridad de todos los hermanos. Propiamente hablando, son apóstoles no de Cristo, sino de la “ekklesía”, que así como asigna el cargo, así puede revocarlo. La visión “piramidal” está netamente superada. A la idea aristocrática de la trama de las diversas “misiones” que compaginarían la Iglesia según el esquema antiguo (el Padre manda al Hijo, el Hijo manda al apóstol, el apóstol manda al obispo, el obispo da origen a la comunidad: ideas insostenibles después de la Revolución Francesa), la sustituye una concepción más democrática y moderna.
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Existe una incongruencia con Jesús, el Apóstol por excelencia, que siendo mandado por el Padre no parece sacar la propia misión de la asamblea de los fieles. Pero es necesario esperar el progreso de los estudios teológicos: ¿quién nos dice que no exista también un sexto evangelio, escondido en alguna gruta del Mar Muerto, que un día nos permitirá corregir también esta anomalía?
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