jueves, 10 de julio de 2008

Los cambios en la Iglesia

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El activista, el que quiere construirlo todo por sí mismo, es lo contrario del que admira, el “admirador”. Restringe el ámbito de su razón, perdiendo así de vista el Misterio. Cuanto más se extiende en la Iglesia el ámbito de las cosas decididas y hechas autónomamente, tanto más estrecha se vuelve para todos nosotros.

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En ella la dimensión grande y liberadora, no está constituida por lo que hacemos nosotros sino por lo que a todos se nos da y que no procede de nuestro querer e ingenio sino de algo que nos precede, de algo inimaginable que viene a nosotros, de algo que “es más grande que nuestro corazón”. La reformatio, que es necesaria en todas las épocas, no consiste en que podamos remodelar cada vez “nuestra” Iglesia como nos plazca, en que podamos inventarla, sino en que prescindamos continuamente de nuestras propias construcciones de apoyo a favor de la luz purísima que viene de lo alto y que es al mismo tiempo la irrupción de la libertad pura.

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Permitidme decir con una imagen lo que pienso: una imagen que he encontrado en Miguel Ángel, quien retoma en esa perspectiva antiguas concepciones místicas y filosóficas cristianas. Con la mirada del artista, Miguel Ángel veía ya en la piedra que tenía ante sus ojos la imagen-guía que esperaba secretamente ser liberada y sacada a la luz. La tarea del artista, en su opinión, consistía sólo en quitar lo que aún recubría a la imagen. Miguel Ángel concebía la acción artística auténtica como un sacar a la luz, un poner en libertad, no como un hacer.

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En la misma idea, pero aplicada a la esfera antropológica, se hallaba ya en san Buenaventura, quien explica el camino por el cual el hombre llega a ser auténticamente él mismo, estableciendo una comparación con el cincelador de imágenes, es decir, el escultor. El escultor no hace nada, dice el gran teólogo franciscano. Su obra es, en cambio, una ablatio: consiste en eliminar, en quitar lo que es inauténtico. De esta manera, mediante la ablatio, sale a la superficie la nobilis forma, la figura preciosa. Así también el hombre, para que resplandezca en él la imagen de Dios, debe acoger principalmente la purificación por medio de la cual el escultor, es decir, Dios, le libera de todas las escorias que oscurecen el aspecto auténtico de su ser y que le hacen parecer sólo un bloque de piedra bruto, cuando, en realidad, habita en él la forma divina.

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Si entendemos rectamente esta imagen, podemos encontrar en ella incluso el modelo guía para la reforma eclesial. Desde luego la Iglesia tendrá necesidad siempre de nuevas estructuras humanas de apoyo, con el objeto de poder hablar y obrar en cualquier época histórica. Estas instituciones eclesiales, con sus respectivas configuraciones jurídicas, lejos de ser algo malo, son simplemente necesarias e indispensables. Pero envejecen, y entonces corren el riesgo de presentarse como algo esencial, apartando la atención de todo lo que verdaderamente lo es. Y por esta razón han de ser retiradas siempre, como si fueran andamiajes superfluos. La reforma es siempre una ablatio: un quitar, para que se haga visible la nobilis forma, el rostro de la Esposa, y junto con él también el del Esposo, el Señor vivo.

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Semejante ablatio, semejante “teología negativa” representa una vía hacia una meta positiva. Sólo así penetra lo Divino y sólo así surge una congregatio, una asamblea, una reunión, una purificación, esa comunidad pura que anhelamos; una comunidad en la que un “yo” no está ya contra otro “yo”, un “sí mismo” contra otro “sí mismo”. Es más bien ese darse, ese fiarse que forma parte del amor, el que se convierte en un recibir recíproco de todo el bien y de todo lo que es puro. Así pues, para cada uno tiene valor la palabra del Padre generoso, que recuerda al hijo mayor envidioso todo lo que constituye el contenido de cualquier libertad y de cualquier utopía realizada: “Todo lo mío es tuyo…” (Lc. 15, 31; Cfr. Jn. 17,1).

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La reforma verdadera es, pues, una ablatio, que como tal se transforma en congregatio.

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Fuente: “La Iglesia. Una comunidad siempre en camino”, de Joseph Ratzinger.

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2 Comentarios:

Danilo ha dicho

Quero felicitar a todos pelo Blog.
Continuem nesse trabalho pela Igreja de Cristo!

Danilo

Jerónimo ha dicho

Muchas gracias, Danilo Augusto. Dios te bendiga.