viernes, 13 de noviembre de 2009

La vocación de Santa María Faustina

(un pasaje de su vida)

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StFaustinaKowalska5-10

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Estando un día en un baile con su hermana, Helena (más tarde Sor Faustina) vio de repente a Jesús doliente y cubierto de llagas, que le dijo:


¿Hasta cuándo Me harás sufrir, hasta cuándo Me engañarás?


Esta visión turbó profundamente a la joven, quien convencida de que ahí no era su lugar, pretextó un dolor de cabeza y abandonó la reunión para ir a refugiarse en una iglesia, y allí, delante del Santísimo Sacramento, le preguntó al Señor qué quería de ella. Entonces oyó estas palabras:


Ve inmediatamente a Varsovia, allí entrarás a un convento.


Aquella misma tarde, el 1° de julio de 1924, no llevando equipaje alguno, partió de Lódz para Varsovia. Cuando Helena bajó del tren y vio que cada cual se iba por su camino, le entró miedo y no supo qué hacer ni adónde ir, porque no conocía a nadie allá. Y dijo a la Madre de Dios:


María, dirígeme, guíame.


Inmediatamente oyó en su alma unas palabras que le decían que saliera de la ciudad a una aldea donde pasaría una noche tranquila. Así lo hizo y encontró todo tal y como la Madre de Dios le había dicho.


Al día siguiente, a primera hora regresó a la ciudad y entrando en la primera iglesia que encontró, empezó a rezar para que se revelara en ella la voluntad de Dios. Durante una Santa Misa oyó estas palabras:


Ve a hablar con este sacerdote y dile todo, y él te dirá lo que debes hacer en adelante.


Cuando terminó la Santa Misa, Helena fue a la sacristía y le contó al sacerdote todo lo que había ocurrido en su alma pidiendo que le aconsejara a qué convento debía entrar.


Al principio el Padre se sorprendió, pero le recomendó confiar mucho en que Dios lo arreglaría. Entretanto la mandó a casa de una amable y piadosa señora, donde Helena tendría alojamiento hasta que entrara a un convento. Así, Helena empezó a buscar un convento, pero dondequiera que llamaba la rechazaban. El dolor traspasó su corazón y dijo al Señor Jesús:


— Ayúdame, no me dejes sola.


En el mes de agosto de 1924, Helena llamó a la puerta del Convento de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia en Varsovia. Sin embargo, cuando la Superiora iba a entrar al locutorio, entrevió por la puerta abierta a la muchacha. No le dio buena impresión su aspecto pobre. Entonces, sin haber sido vista por Helena, retrocedió, rogándole a una religiosa que diese una respuesta negativa a la aspirante.


En ese momento, declaró la Superiora, me vino el pensamiento de que sería poco caritativo despedir a una persona sin intercambiar, por lo menos, algunas palabras con ella. Siguiendo esta inspiración, volví sobre mis pasos y me convencí que, vista de cerca, la joven tenía un aspecto distinto: su amable sonrisa, su fisonomía simpática, su sencillez, su franqueza y su manera de expresarse me conquistaron.


La Madre Superiora le ordenó ir al Dueño de casa y preguntarle si la recibía. Helena enseguida comprendió que se lo debía preguntar al Señor Jesús.


Santa María Faustina escribió sobre esto en su Diario:


Muy feliz fui a la capilla y pregunté a Jesús:

— Dueño de esta casa, ¿me recibes?


En seguida oí esta voz:

Te recibo, estás en Mi Corazón.


Cuando regresé de la capilla, la Madre Superiora, me preguntó:

— Pues bien, ¿te ha recibido el Señor?


Contesté que sí.

— Si el Señor te ha recibido, yo también te recibo.


Así fue su ingreso al convento, aunque tuvo que permanecer en el mundo durante un año más por varias razones, pero a su casa paterna ya no regresaría sino como Sor María Faustina.


Helena entró en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, en Varsovia, el 1° de agosto de 1925, en vísperas de la fiesta de la Madre de Dios de los Ángeles.


Se sentía sumamente feliz, le pareció que entró en la vida del paraíso. De su corazón brotó una sola oración, la de acción de gracias.


Sin embargo, tres semanas después vio que allí había muy poco tiempo para la oración y que muchas otras cosas la empujaban interiormente a entrar en otro convento de regla más estricta. Esta idea se clavó en su alma, pero no estaba en ella la voluntad de Dios. No obstante, la idea, es decir la tentación, se hacía cada vez más fuerte hasta que un día decidió hablar con la Madre Superiora y salir definitivamente. Pero Dios guió las circunstancias de tal modo que no pudo hablar con la Madre Superiora. Antes de acostarse, Helena entró a la capilla y pidió a Jesús la luz en esta cuestión, pero no recibió nada en su alma. Llena de angustia y desconsuelo volvió a su celda. No sabía qué hacer, en todas partes había un silencio como en el tabernáculo. Después de un momento, su celda se iluminó y en la cortina vio el rostro del Señor Jesús muy lastimado; tenía llagas abiertas y dos grandes lágrimas le bajaban por Su rostro. Sin saber qué significaba todo esto, le preguntó:


— Jesús, ¿quién te ha causado tanto dolor?


Y Él le contestó:

Tú Me vas a herir dolorosamente si sales de este convento. Te llamé aquí y no a otro lugar y te tengo preparadas muchas gracias.


Helena pidió perdón al Señor Jesús e inmediatamente cambió la decisión que había tomado (cf. Diario, 18-19).


Por fin, el 30 de abril de 1926, Helena empezó su noviciado, recibiendo el hábito y tomando el nombre de María Faustina, al cual después añadió del Santísimo Sacramento. Durante dos años, Sor Faustina probó que su vocación era verdadera y, en consecuencia, fue admitida a pronunciar sus votos anuales el 30 de abril de 1928.


Sus padres, invitados a la ceremonia, pasaron en aquella ocasión algunos instantes con su hija; encontrándola radiante de alegría, su padre le preguntó:


— Bien, hija mía, ¿no te aburres aquí?

¿Cómo podría aburrirme viviendo con nuestro Señor, bajo el mismo techo?


Por lo cual, durante el viaje de vuelta, su padre repitió varias veces:


— ¡Cómo debe amar a Jesús! Hay que dejarla en paz, es la voluntad de Dios.


El 1° de mayo de 1933, Santa María Faustina del Santísimo Sacramento pronunció sus votos perpetuos.


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Fuente: “Santa María Faustina Kowalska. Secretaria y Apóstol de la Divina Misericordia

de Hna. Bárbara de Jesús Tomaszewska

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