martes, 3 de noviembre de 2009

Pablo VI y Benedicto XVI

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El próximo domingo 8 de noviembre, Benedicto XVI visitará la ciudad de Brescia, tierra natal del Papa Pablo VI, para rendir homenaje a la figura de su predecesor por quien siempre ha manifestado admiración y amor sincero. Presentamos la traducción de una entrevista al Cardenal Giovanni Battista Re, también él bresciano, en la que pone de manifiesto la continuidad entre los dos pontificados.


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“Sobrehumano”: así definió Benedicto XVI, el 3 de agosto del año pasado, “el mérito de Pablo VI al presidir la asamblea conciliar, al llevarla felizmente a término y al gobernar la agitada fase del post-concilio”. Por su parte, Pablo VI definió a Ratzinger “insigne maestro de teología”. ¿Cuándo nació este “feeling” entre los dos Pontífices?


Después del concilio Vaticano II. De hecho, si bien el profesor Ratzinger estuvo presente en el concilio como perito, no parece que Pablo VI lo haya encontrado en ese período. Los peritos conciliares con los que Montini tuvo contactos directos fueron principalmente monseñor Carlo Colombo, el franciscano Umberto Betti y los jesuitas William Bertrams y Sebastian Tromp.


Pablo VI comenzó sólo después a seguir el trabajo teológico del entonces profesor Ratzinger. En su biblioteca personal estaba, desde 1970, el volumen Introducción al cristianismo de Joseph Ratzinger. Actualmente, ese volumen se conserva precisamente en la biblioteca del Instituto Pablo VI de Brescia.


El 25 de marzo de 1977, Pablo VI nombró al profesor Ratzinger como arzobispo de Munich y Freising, y lo creó cardenal en el Consistorio del 27 de junio siguiente, calificándolo – según las palabras expresadas en aquella ocasión – como “insigne maestro de teología”. Esto demuestra su profunda admiración.


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Si nos referimos a su camino pastoral, ¿qué tienen en común los dos Pontífices?


En principio, el inicio de su ministerio episcopal ha sido casi similar. Monseñor Montini, a fines de 1954, se encontró de repente frente a la misión de guiar la diócesis más grande por número de sacerdotes, de parroquias y de instituciones, y de afrontar los complejos problemas pastorales de la ciudad de Milán que, desde el punto de vista económico y social, representaba, más que otras grandes ciudades, el rápido crecimiento de nuestro país después de la reconstrucción post-bélica, pero al mismo tiempo estaba marcada, desde el punto de vista religioso, por el avance de la secularización.


Del mismo modo, monseñor Ratzinger, en 1977, por voluntad del mismo Pablo VI, como he dicho, fue puesto a cargo de la gran arquidiócesis de Munich y Freising, pasando del mundo académico a la vida pastoral, en un contexto marcado por los notables desafíos impuestos a la misión evangelizadora de la Iglesia por los profundos cambios sociales entonces en acto.


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En cuanto a la formación, los dos Pontífices parecen muy diversos el uno del otro.


Efectivamente, provienen de raíces, de ambientes formativos, de tradiciones y experiencias un poco diversas. Son dos personalidades muy diferentes pero ambas de excepcional inteligencia y profunda espiritualidad, comprometidas en el diálogo con la modernidad. El joven prelado bresciano había ejercido el ministerio sacerdotal en Roma, en los ambientes universitarios de la FUCI, logrando mantener después, a pesar del crecimiento de la responsabilidad, un círculo de amigos pertenecientes al mundo de la cultura, con los cuales compartía una apasionada profundización de la verdad, en un constante esfuerzo de diálogo con el mundo contemporáneo con un lenguaje abierto a los grandes interrogantes de la humanidad.


La relación del profesor Joseph Ratzinger con sus numerosos estudiantes universitarios estuvo ciertamente inspirada por el mismo amor por el estudio y por el mismo deseo de ver crecer en el corazón de los jóvenes alumnos la semilla de la verdad que hace libres.


De aquí se desprende un rasgo singular común a ambos Papas: su cultura y su apertura al diálogo. Pablo VI apreció profundamente a los hombres de cultura y a los artistas, y buscó abrir un diálogo también con muchos de ellos que estaban alejados de la fe católica. Él amó intensamente nuestro mundo moderno, acerca del cual dirá en el testamento: “no se piense que se ayuda al mundo adoptando sus criterios, su estilo y sus gustos, sino procurando conocerlo, amándolo y sirviéndolo”. Su primera encíclica estará dedicada en gran parte al diálogo; un diálogo inspirado por un profundo anhelo pastoral.


Así es también Benedicto XVI. Es un hombre de cultura superior, abierto al diálogo con el mundo, que ha vivido por años en las aulas universitarias. En una conferencia de 1982, el teólogo Ratzinger dijo: “¿Pero qué es, en realidad, el diálogo? El diálogo no se realiza simplemente por el hecho de hablar: las meras charlatanerías representan la degradación y el fracaso del diálogo. El diálogo nace solamente donde no está sólo el hablar sino también el escuchar, y donde en el escuchar se realiza el encuentro; en el encuentro, la relación; y en la relación, la comprensión como profundización y transformación de la existencia”.


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¿En qué se puede identificar la continuidad entre los dos pontificados?


Ambos Pontífices se destacan por la fidelidad al concilio Vaticano II y por el compromiso en defender el verdadero espíritu del concilio. En el discurso a la Curia Romana, con ocasión de la Navidad de 2005, Benedicto XVI, afrontando el tema de la recepción del concilio y hablando de la hermenéutica de la continuidad y de la discontinuidad, confirmaba de hecho la interpretación del concilio Vaticano II dada, en su momento, por Pablo VI: continuidad en la renovación.


Esta solicitud por la correcta interpretación del concilio muestra el gran amor de los dos Papas por la Iglesia, llamada a custodiar y transmitir el depositum fidei y a ser comunidad unida por el amor. Pablo VI, en su primera encíclica Ecclesiam suam, presentando el rostro de la Iglesia, en la parte referida a su renovación, se detuvo sobre la caridad, preguntando: “¿No es acaso la caridad el descubrimiento cada vez más luminoso y más gozoso que la teología, por una lado, y la piedad, por otro, van haciendo en la incesante meditación de los tesoros de la Escritura y de los sacramentos, de los que la Iglesia es heredera, depositaria, maestra y dispensadora?” Y concluía preguntándose: “¿No es ésta acaso la hora de la caridad?


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Una pregunta que ha sido retomada por Benedicto XVI en su primera encíclica, Deus Caritas est.


Sí, a esa pregunta ha dado respuesta en la segunda parte de la encíclica, presentando a la Iglesia como “comunidad de amor” e indicando a la comunidad eclesial que su tarea es la caridad. Además, ambos Papas, convencidos de la preciosidad de la fe, están particularmente comprometidos en servir a la verdad de la fe y en ofrecer esta verdad a cuantos la buscan.


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También la fe es un terreno de encuentro natural para los dos Pontífices.


Ciertamente. Fue grande el esfuerzo de Pablo VI por recordar los puntos capitales de la fe de la Iglesia, en un momento en el que no faltaban tomas de posición de carácter doctrinal que parecían sacudir las supremas certezas de la fe. Al respecto, basta recordar muchos discursos suyos pero principalmente el “Credo del Pueblo de Dios”.


Así hoy, Benedicto XVI invita continuamente a repensar qué quiere decir ser cristianos en nuestro tiempo: sea en la dimensión personal de la fe y en la eclesial del anuncio cristiano, sea en la dimensión ética ya que la fe plasma la calidad del modo de actuar. Precisamente como decía Pablo VI: “el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, y si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio”.


Unos meses antes de su muerte, el Papa Montini, trazando un balance de su pontificado en la Basílica Vaticana el 29 de junio de 1978, concluía: “Fidem servavi: podemos decir así, con la humilde y firme conciencia de no haber traicionado nunca la santa verdad”.


También por el magisterio del Papa Benedicto XVI es evidente el gran compromiso por la cuestión de la verdad de la fe cristiana en la actual situación histórica y en relación con las formas de racionalidad hoy predominantes. Él presta gran atención a la relación entre la fe y la razón, y pide que los espacios de la razón sean ampliados. Es, de hecho, un sostenedor de la armonía entre fe y razón y está convencido de que la luz de la razón humana y la luz de la fe, cuando caminan juntas, se convierten en fuente de bendición para la persona humana y para la sociedad.


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¿Y respecto a la relación con las otras Iglesias y confesiones cristianas?


Tanto el Papa Montini como el Papa Ratzinger consideran al compromiso por el ecumenismo como parte integrante del servicio petrino. Un avance importante en este ámbito, como se sabe, se verificó en la clausura del concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1965, con la eliminación de la memoria de la Iglesia católica y de la Iglesia ortodoxa de las excomuniones recíprocamente pronunciadas en el 1054. Fue un evento que dio inicio a una nueva etapa de relaciones entre las dos Iglesias, con sentimientos de respeto mutuo y de amistad.


En la memoria de todos permanece el encuentro, en Jerusalén, entre Pablo VI y el Patriarca de Constantinopla, Atenágoras. De particular significado ecuménico, en el Pontificado de Benedicto XVI, son las palabras con que, precisamente al inicio de su pontificado, dijo que el compromiso ecuménico estaba para él entre las finalidades prioritarias. De hecho, el nuevo Papa ha buscado enseguida intensificar los contactos y las relaciones con los líderes de las Iglesias ortodoxas y de las diversas comunidades eclesiales. Basta recordar, al respecto, la presencia en Roma, para la apertura del Año paulino, del Patriarca Bartolomé, y las peregrinaciones del Papa a Turquía, en noviembre de 2006, y a Tierra Santa, en el pasado mes de mayo.


Otra circunstancia indicativa del diálogo particularmente intenso con las Iglesias ortodoxas es la presencia, desde el pontificado de Pablo VI en adelante, de una delegación del Patriarcado ecuménico de Constantinopla cada año en la basílica vaticana con ocasión de la solemnidad de los santos apostales Pedro y Pablo. En el 2008 estuvo presente el mismo Patriarca Bartolomé.


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¿Es posible determinar este espíritu de continuidad en la última encíclica de Benedicto XVI, Caritas in veritate, releyéndola a la luz de la gran encíclica montiniana Populorum progressio?


Diría que, examinando estos dos grandes documentos magisteriales, el espíritu de continuidad aparece con luminosa evidencia. En toda la encíclica social de Benedicto XVI está presente la perspectiva indicada por Pablo VI en la Populorum progressio. Todo el primer capítulo de la Caritas in veritate es una reanudación y un nuevo lanzamiento de los principios de la Populorum progressio. Al respecto, Benedicto XVI escribe en el número 8: “A más de cuarenta años de la publicación de la Encíclica, deseo rendir homenaje y honrar la memoria del gran Pontífice Pablo VI, retomando sus enseñanzas sobre el desarrollo humano integral y siguiendo la ruta que han trazado, para actualizarlas en nuestros días”. En los últimos capítulos, la Caritas in veritate hace propias tres perspectivas de la encíclica Populorum progressio.


La primera es la idea de que “el mundo sufre por la falta de pensamiento”. La Caritas in veritate desarrolla esta reflexión subrayando el tema de la verdad del desarrollo y advirtiendo la exigencia de una interdisciplinariedad ordenada de los saberes y de las competencias al servicio del progreso humano.


La segunda es que “no hay humanismo auténtico si no está abierto al Absoluto”. La Caritas in veritate está articulada en la perspectiva de un humanismo verdaderamente integral, de cada hombre y de todo el hombre, iluminado por la luz que viene de Dios.


Por último, allí donde Pablo VI hacía un llamamiento a la caridad y a la verdad y exhortaba a trabajar con el corazón y con la inteligencia, la Caritas in veritate plantea este tema ya en el íncipit y lo articula en varios pasajes, viendo en el origen del subdesarrollo una falta de fraternidad y de solidaridad.


Ambos Papas están convencidos de que la primera contribución al bien de cada hombre y de cada mujer y al desarrollo integral de los pueblos está en el anuncio de la verdad de Cristo, que educa las conciencias y enseña la auténtica dignidad de las personas, promoviendo la formación de una cultura que responda verdaderamente a todas las preguntas del hombre.


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Pensando en un santo, ¿quién, según usted, ha inspirado más la vida de los dos Pontífices?


Creo que, teniendo que indicar a uno que los una y que haya sido fuente de inspiración para ambos, se puede pensar en san Benito. En Joseph Ratzinger esto aparece evidente también en la elección del nombre tomado como Pontífice y, sobre todo, en su asidua práctica del ora et labora, asumido como regla cotidiana de acción y constantemente propuesto a los sacerdotes y a los fieles como itinerario de formación cristiana.


Por su parte, Pablo VI ha nutrido siempre simpatía por los benedictinos con los cuales ha tenido numerosas relaciones desde su juventud. En los años de la adolescencia, el joven Montini frecuentaba la abadía benedictina que entonces existía cerca de Chiari. El 24 de octubre de 1964, Pablo VI fue a Montecassino para consagrar la iglesia reconstruida de la abadía y, en aquella ocasión, proclamó patrono de Europa a san Benito, señalándolo como uno de los principales artífices de las raíces cristianas del viejo continente a cuya espiritualidad es necesario acudir todavía hoy. Por algunos aspectos, lo es todavía más san Agustín, profundamente estudiado por ambos.


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Si tuviera que indicar un único elemento para expresar la continuidad de estos dos grandes pontificados, ¿cuál sería?


Diría que el amor por Cristo y por su Iglesia. Un amor que se convierte también en valiente claridad para denunciar dificultades y errores: amor en la verdad, caritas in veritate. Fuerte fue el grito de denuncia pronunciado por Pablo VI, el 29 de junio de 1972: “Se creía que después del concilio habría venido una jornada de sol para la historia de la Iglesia. Ha venido, por el contrario, una jornada de nubes, de tempestad, de oscuridad… Por alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios”.


Casi como eco de estas palabras suenan las meditaciones escritas por el cardenal Ratzinger para el Vía Crucis en el Coliseo del 2005, en aquel inolvidable Viernes Santo cuando Juan Pablo II, extenuado, casi aferrado al crucifijo, en un vehemente “ícono” de sufrimiento”, escuchó en silencioso recogimiento las palabras de aquel que, pocas semanas después, se habría convertido en su sucesor en la cátedra de Pedro. “¿No debemos pensar también – ha sido su vibrante invitación en la meditación de la novena estación - en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías!”. Y este amor vibrante por la Iglesia vuelve a traer a la mente las palabras de Pablo VI, que nos ha dejado en su “Pensamiento frente a la muerte”.


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Fuente: L’Osservatore Romano

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo


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