viernes, 12 de septiembre de 2008

Decía el Padre Castellani, allá por 1939...

 

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Leonardo_Castellani

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Pío XII ha sido saludado por todos los pueblos como el Papa de la Paz. El santo cardenal que acaba de recibir sobre sus hombros el peso inmenso de la dirección de la Iglesia mira desde su trono un mundo envuelto en “guerras y rumores de guerra” que clama hacia él una palabra angustiada: “queremos la paz”.

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La gran familia humana está reñida: no se llevan bien los hermanos. No hay peor guerra que la guerra entre hermanos. Es evidente que cuando dos hermanos se amenazan o se golpean, es que el padre está ausente. El mundo moderno no tiene padre. La Reforma Protestante, al romper con la Iglesia Visible, rechazó violentamente el Padre Terrestre. El Mundo Liberal que nació de ella consumó la separación con el Padre Celestial. Y, sin embargo, quería conseguir y conservar por sus propios medios la hermandad definitiva y laica entre todos los hombres, a la cual llamó Fraternidad; quiso instaurar el amor entre estos huraños hijos de tantas madres, independientemente del Padre Celestial y con prescindencia del Padre Nuestro.

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La Guerra Mundial anunció a los hombres con fragor de trueno el derrumbe de la Fraternidad Laica y Masónica; esa guerra de 1914, que no pertenece al pasado, puesto que se cierne sobre nosotros de nuevo conminando a los pueblos una segunda parte empeorada y aumentada, si se niegan otra vez a asentar el juicio… Es decir, a ponerse de rodillas y a mirar al cielo.

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Vivimos en días en que las peores catástrofes son posibles. Dios puede salvarnos. Pero Dios no querrá salvarnos, si los hombres, los pueblos y los jefes no comienzan por ver que sólo Dios puede salvarnos. Si Dios no edifica la casa, es inútil que se afanen los albañiles. Si Dios no guarda la ciudad, los guardianes se desojan en vano.

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A los hombres sin Dios, que antes del 14 barbotaban ensordecedores su gran borrachera de palabras en la euforia del dogma del Progreso Indefinido y la Religión de la Humanidad, se les han acabado las palabras, la euforia y hasta las esperanzas. Son justamente los que se ríen de nuestros santos dogmas, los que han pasado bruscamente del seudodogma del Paraíso Terrestre al seudodogma del Fin del Mundo. El viejo novelista inglés Wells acaba de publicar su libro definitivo, El Destino del Homo Sapiens, en el cual abomina de la humanidad actual y desespera de su porvenir; lo cual no quita que en seguida, novelista hasta la muerte, proponga el siguiente remedio: que todos los sabios del mundo se alejen del mundo, se reúnan en Nueva York y funden una especie de Super-Universidad… con él a la cabeza, por supuesto; la cual se dedique a reeducar a todos los hombres, para darles conciencia de que son ciudadanos del mundo; son palabras textuales.

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Esta clase de chiquilines son los que quieren hacerse maestros del mundo, los que recusan como supersticiosa y mítica la dulce, secular y eterna tradición de unidad de la Santa Madre Iglesia Católica. ¡Cuán proféticamente los retrató el primer Papa en su Epístola Segunda, con estas terribles palabras, que deben cubrir las mías:


Así como hubo seudoprofetas,

así hay ahora maestros mendaces,

que introducen sectas de perdición,

renegando del Dios que los redimió

y atrayéndose una rápida ruina…

Estas son fuentes sin agua

y nubes llevadas en torbellino,

reservadas a la noche tenebrosa.

Profiriendo la petulancia del orgullo,

precipitan en los deseos brutos de la carne

a los que van cediendo poco a poco

por el contacto y trato con el error;

y les prometen la libertad, oh irrisión,

siendo ellos esclavos del vicio;

pues de aquel de quien fue vencido,

de aquel todo hombre es esclavo!

(II Pe. 2)


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Fuente: "Cristo ¿vuelve o no vuelve?" de Leonardo Castellani

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