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Beato Dom Columba Marmión
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Cuando el Salvador instituyó el Misterio Eucarístico con objeto de perpetuar los frutos de su sacrificio, dijo a sus Apóstoles: Haced esto en conmemoración mía (Lc 22, 19; 1Cor 11, 24). Así, además del fin primario de renovar su inmolación y hacernos partícipes de este Misterio por medio de la comunión, quiso Cristo dar también a la Eucaristía un carácter de memorial. Pero ¿cómo conserva este Misterio el recuerdo de Cristo y lo perpetúa entre los hombres?
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La Eucaristía conserva el recuerdo de Jesús, primero en cuanto que es sacrificio. No hay más que un sacrificio pleno y perfecto, por el cual quedó saldada y expiada toda la deuda. Él es causa de todo mérito y fuente de toda gracia. Hablamos, pues, del sacrificio del Calvario: por una sola oblación, como dice la Carta a los Hebreos, hizo Cristo perfectos para siempre a los que santificó. Mediante una sola oblación, ha perfeccionado para siempre a los que santifica (Heb 10, 14). Para que los méritos de este sacrificio se apliquen en todo tiempo a todas las almas, quiso Cristo que fuese renovado en el Altar. El Altar es como otro Calvario que nos recuerda, nos representa, reproduce, la inmolación de la Cruz. Por eso, dondequiera que haya un sacerdote para consagrar el pan y el vino, allí está el memorial de la Pasión. Lo que se ofrece e inmola sobre el Altar es el Cuerpo de Cristo entregado a nosotros y su Sangre derramada por nuestra salvación (Mt 26, 28; Mc 14, 24; Lc 22, 19-20). El Pontífice es el mismo Jesucristo, el cual se ofrece aún valiéndose del ministerio de sus sacerdotes. ¿Cómo no hemos de pensar en la Pasión, cuando asistimos al Sacrificio Eucarístico, si en todo es idéntico al de la Cruz, salvo el modo incruento con que se realiza la oblación eucarística?
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No se celebra una sola Misa ni se hace una sola comunión, sin que nos recuerden que Jesús se entregó a la muerte por rescatar el mundo. Dice San Pablo: Siempre que coman este Pan y beban esta Copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva (1Cor 11, 26).
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De este modo se perpetúa vivo y fecundo hasta el fin de los tiempos el recuerdo de Cristo en aquellos a quienes un día redimió por medio de su inmolación. La Eucaristía es, pues, el memorial perenne que Cristo nos dejó de su sagrada Pasión y Muerte, la vida y testamento de su amor. Dondequiera que se ofrezca el pan y el vino, allí se encuentra la Hostia consagrada y allí aparece el recuerdo del sacrificio de Cristo: “Haced esto en conmemoración mía”.
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La Eucaristía nos recuerda, ante todas las cosas, la Pasión de Jesús, ya que fue instituida la víspera de su Muerte y viene a ser como el testamento de Jesús, si bien es cierto que no excluye por eso los demás misterios.
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Reflexionemos sobre lo que hace la Iglesia, esposa de Cristo y conocedora como nadie de las intenciones de su esposo Jesucristo, que la guía por el Espíritu Santo en la organización del culto público. Terminada la consagración, comienza por recordarnos las palabras de Jesús: Haced esto en conmemoración mía, e inmediatamente, como para demostrar cuánto desea embeberse en los mismos sentimientos de su Esposo, añade: “Por eso, Señor, nosotros tus siervos y todo tu pueblo santo, al celebrar el memorial de la Pasión gloriosa de Jesucristo tu Hijo, nuestro Señor, de su santa Resurrección del lugar de los muertos y de su admirable Ascensión a los cielos, te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, de los mismos bienes que nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado y santo: Pan de vida eterna y Cáliz de eterna salvación”.
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La liturgia bizantina, después de hacer mención de la Ascensión a la diestra del Padre, conmemora también el segundo advenimiento glorioso.
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Así, pues, aunque la Eucaristía recuerda ante todo y de un modo directo la Pasión de Jesús, no excluye el recuerdo de los misterios gloriosos, que tan íntimamente se encadenan y relacionan con la Pasión, siendo, de alguna manera, como su coronación.
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Recibiendo en la Eucaristía el Cuerpo y la Sangre de Cristo, supone ésta, por lo mismo, la encarnación y demás misterios que se fundan en ella o de ella derivan. Cristo está sobre el altar con su vida divina, que jamás abandonará y con su vida mortal, cuya forma histórica cesó ya, pero cuya sustancia y méritos todavía perduran juntamente con su vida gloriosa, que ya no tendrá fin.
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Todo esto contiene realmente la Hostia Santa que recibimos en la comunión. Al entregarse Cristo a nosotros, nos entrega también todas sus obras y todos sus misterios, como nos entrega toda su Persona. Así que bien podemos cantar con el salmista celebrando de antemano la gloria de la Eucaristía: El Señor ha hecho maravillas memorables, el Señor es piadoso y clemente: Él da alimento a sus fieles, recordando siempre su alianza (Sal 111, 4-5).
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La Eucaristía es como la síntesis de los prodigios que el Verbo encarnado obró con nosotros.
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(Extraído de "Jesucristo en sus Misterios", Dom Columba Marmión, OSB)
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