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Benedicto XVI Conferencia Episcopal de Francia
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Nada tiene de extraño el que, en esta etapa "posconciliar", se hayan desarrollado también, con bastante intensidad, ciertas interpretaciones del Vaticano II que no corresponden a su Magisterio auténtico. Me refiero con ello a las dos tendencias tan conocidas: el "progresismo" y el "integrismo". Unos están siempre impacientes por adaptar incluso el contenido de la fe, la ética cristiana, la liturgia, la organización eclesial, a los cambios de mentalidades, a las exigencias del "mundo", sin tener suficientemente en cuenta no sólo el sentido común de los fieles que se sienten desorientados, sino lo esencial de la fe ya definida; las raíces de la Iglesia, su experiencia secular, las normas necesarias para su fidelidad, su unidad, su universalidad. Tienen la obsesión de "avanzar", pero, ¿hasta qué "progreso", en definitiva? Otros -haciendo notar determinados abusos que nosotros somos los primeros, evidentemente, en reprobar y corregir - endurecen su postura deteniéndose en un período determinado de la Iglesia, en un determinado plano de formulación teológica o de expresión litúrgica que consideran como absoluto, sin penetrar suficientemente en su profundo sentido, sin considerar la totalidad de la historia y su desarrollo legítimo, asustándose de las cuestiones nuevas, sin admitir en definitiva que el Espíritu de Dios sigue actuando hoy en la Iglesia, con sus Pastores unidos al Sucesor de Pedro.
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Todo el párrafo que precede está tomado de las palabras que dirigió el Papa Juan Pablo II a los obispos de Francia durante su primer viaje apostólico a esa Nación, en 1980. El próximo domingo será el actual Sucesor de Pedro quien se dirigirá a los obispos franceses durante un encuentro en París. Y no parece ser que el tema de la interpretación correcta del Concilio Vaticano II sea un asunto solucionado. En los comienzos de su Pontificado, Benedicto XVI pronunció aquel importante discurso, casi programático, acerca de la necesidad de una hermenéutica de la continuidad. Y posteriormente, en los largos meses de preparación del Motu Proprio, Francia fue precisamente uno de los focos de resistencia(quien quiera recordarlo puede acudir a la Sacristía más famosa de la blogosfera que, en su momento, dedicó a este tema un memorable post). La última palabra del Papa, en este sentido, fue la que expresó en la carta que acompañaba Summorum Pontificum: "Abramos generosamente nuestro corazón y dejemos entrar todo a lo que la fe misma ofrece espacio".
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No sabemos cuáles serán los temas que el Papa Ratzinger decidirá tratar pero sí podemos estar seguros de que, como en otras ocasiones, dirá todo aquello que considere importante, aún "cuando resulte incomprensible algo de lo que el Papa debe decir, según su conciencia y según la conciencia de la Iglesia"(cfr. Discurso del Papa Benedicto XVI a los peregrinos alemanes, 25 de abril de 2005). Aún cuando ciertas declaraciones del Arzobispo de París no parecen ser muy alentadoras respecto al panorama eclesial de Francia y a la recepción local de las medidas del Papa, las palabras del Cardenal Barbarin pueden llegar a interpretarse como una respuesta un poco más acorde a la mens del Papa. Invitamos a leer la entrevista que, sobre el tema litúrgico, concedió el Arzobispo de Lyon, en el blog amigo Secretum meum mihi.
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