martes, 21 de octubre de 2008

San Hilarión

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Hilarión

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En el calendario litúrgico de la Forma Extraordinaria del Rito Romano se celebra hoy la memoria de San Hilarión. Su vida fue escrita por San Jerónimo. Presentamos aquí el Prólogo de esta biografía y ofrecemos a los lectores el texto completo, cuya lectura recomendamos.

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Al disponerme a escribir la vida de san Hilarión invoco al Espíritu Santo que habitó en él para que, así como le concedió el poder de realizar milagros, me conceda a mí palabras para relatarlos, de modo que expresen adecuadamente los hechos. Porque, como afirma Crispo, la virtud de aquellos que han realizado obras es apreciada en la medida en que los grandes ingenios la han alabado con palabras apropiadas.

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Alejandro Magno de Macedonia, a quien Daniel llama trompeta, leopardo o macho cabrío, cuando llegó ante la tumba de Aquiles exclamó: "Feliz de ti, joven, que tuviste la fortuna de encontrar un gran pregonero de tus hazañas." Se refería, naturalmente, a Homero.

Yo debo narrar la vida y las virtudes de un hombre tal que, si Homero viviera hoy, envidiaría mi tema y sucumbiría ante su magnitud.

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San Epifanio, obispo de Salamina de Chipre, que vivió mucho tiempo con Hilarión, escribió sus alabanzas en una breve carta que es leída por el pueblo; pero una cosa es alabar de modo general a un difunto, y otra, narrar los milagros obrados personalmente por él.

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Por eso también nosotros, que emprendemos la obra iniciada por Epifanio, más para honrarlo que para ofenderlo, no tenemos en cuenta las palabras de los maledicentes que en otro tiempo criticaron mi Vida de Pablo y que tal vez criticarán también la de Hilarión; a uno le reprocharon la vida solitaria, a éste le echarán en cara que frecuentaba el mundo; de modo que, quien siempre permaneció oculto fue considerado como inexistente, y quien fue visto por todos como insignificante.

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Esto mismo hicieron en otro tiempo sus predecesores, los fariseos, a quienes no agradaron ni el desierto ni los ayunos de Juan, ni tampoco las multitudes que acompañaban al Señor nuestro Salvador, como su comer y beber.

Por eso pongo manos a la obra que me he propuesto y seguiré adelante haciendo oídos sordos a los perros de Scilla.

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