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“He querido llamarme Benedicto XVI. Este nombre evoca la extraordinaria figura del gran "patriarca del monacato occidental", san Benito de Nursia. La progresiva expansión de la orden benedictina, por él fundada, ejerció un influjo inmenso en la difusión del cristianismo en todo el continente… y constituye un punto de referencia fundamental para la unidad de Europa y un fuerte recuerdo de las irrenunciables raíces cristianas de su cultura y de su civilización. De él conocemos la recomendación que hizo a los monjes en su Regla: «No antepongáis absolutamente nada a Cristo». Al inicio de mi servicio como Sucesor de Pedro pido a san Benito que nos ayude a mantener firmemente a Cristo en el centro de nuestra existencia. Que él ocupe siempre el primer lugar en nuestros pensamientos y en todas nuestras actividades.”
Benedicto XVI, primera audiencia general, 27 de abril de 2005
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P. Seewald: Montecassino está considerado el monasterio más famoso de la Iglesia latina. Se dice que ninguno se le puede comparar en antigüedad y dignidad. Justo en el año 529, cuando se construyó esta pequeña ciudad en la montaña para la comunidad dirigida por San Benito, cerró la Academia platónica de Atenas.
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J. Ratzinger: Creo que esta coincidencia temporal fortuita entre el cierre de la Academia de Atenas, que había sido el símbolo de la cultura de la antigüedad, y el comienzo del monasterio de Montecassino, que se convierte, como quien dice, en la Academia de la cristiandad, tiene enorme importancia. Es ciertamente el ocaso de un mundo. El Imperio romano se ha derrumbado, Occidente se ha desmembra en múltiples fragmentos y prácticamente deja de existir en cuanto tal. Lógicamente, esto supone una amenaza de ruina para toda una cultura, pero san Benito la pone a salvo y la hace renacer. Y con ello responde por completo a una directriz de los benedictinos, succissa virescit (“con la poda, reverdece”). El daño se convierte, en cierto modo, en un renacimiento.
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P. Seewald: Y obviamente en piedra angular de la civilización europea.
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J. Ratzinger: En principio, los benedictinos querían crear sencillamente un ámbito de oración siguiendo la tradición monástica. Lo importante era que allí el trabajo manual, el transformar la tierra en una jardín y el servicio a Dios se imbricasen convirtiéndose en un todo.
El lema ora et labora (“reza y trabaja”), expresa con claridad meridiana esta estructura de la comunidad benedictina. El servicio a Dios siempre tiene prioridad. Es esencial porque Dios es lo más importante. Recorre el día y la noche, acuña y forma el tiempo, haciendo madurar así una cultura elevada y pura. Pero a la vez hay que reconstruir y renovar la tierra a partir del ethos del culto divino. Vinculada a esto está también la superación de los prejuicios de la antigüedad frente al trabajo manual, hasta entonces reservado a los esclavos. Ahora el trabajo manual se convierte en algo noble, a partir del Evangelio según san Juan se vuelve imitación del Creador, si me permite la expresión.
La nueva concepción del trabajo transforma asimismo la idea de la dignidad humana. Quien ingresa en el convento entra en un espacio en el que se borran las diferencias entre el esclavo y el libre aún imperantes en el resto de la sociedad. En el convento todos son libres. Y desde la libertad de Dios todos son iguales en la misión común de traer a Dios a la tierra y elevar la tierra a Dios.
Con todo esto, Montecassino sustituyó la cultura de la antigüedad, pero también la salvó. Allí copiaron los manuscritos y cuidaron el lenguaje. El monje francés Leclerq demostró en una ocasión que el amor a la gramática iba indisolublemente unido al amor a Dios. En efecto, había que entender las palabras sagradas, toda lectura era, valga la expresión, un acto de servicio. Esto a su vez motivó, por mencionar sólo un ejemplo, el surgimiento de las ciencias del lenguaje y que se cuidase la palabra en todas sus variantes. Por otro lado, el cultivo de la tierra desencadenó como consecuencia que se investigase esa parcela. En conjunto, cabe afirmar que esta nueva ética basada en el “culto divino y trabajo”, en el ora et labora, propició la emergencia de una nueva cultura, la cultura europea.
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P. Seewald: El gran legado de San Benito es la regla creada por él. Esta pequeña obra es, con seguridad, uno de los grandes acontecimientos felices de Occidente, cuyo mensaje práctico – en cierto modo para una existencia irregular – proyecta su influjo hasta nuestros días y puede ser redescubierto siempre. “En sí, la Sagrada Escritura es directriz suficiente para la vida humana”, anotó San Benito. Pero para hacer transitable el camino de la vida también a los principiantes, escribió una sencilla ayuda para que aquel que “ame la vida y desee vivir días gratos”.
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J. Ratzinger: El rasgo característico de esta regla es la mesura. Numerosas reglas monásticas pecaron de excesiva severidad. El afán de la conversión propició a menudo un radicalismo enorme al que puede atenerse el individuo, aunque el realmente adepto, a la larga, es incapaz de llevar una vida en común. San Benito halló la vinculación correcta entre el respeto a la naturaleza humana, a lo que es posible en común, y la necesaria seriedad, el necesario rigor. Él prescribe en principio flexibilidad, porque el abad tiene manga ancha y juzga lo que se adepta verdaderamente a la situación. A pesar de todo, la regla no es arbitraria, sino que ofrece un sistema muy estable, sobre todo con la estructura del culto divino, que ordena y recorre el día, pero también con la estructuración de las comidas y la vinculación al trabajo. Al trabajo manual se añadía – como ya hemos visto- la labor cultural, el amor a la letra que demandaba el servicio divino.
En cierto modo, Benito también fue considerado un Moisés, alguien que proporcionada pautas de conducta. Aunque las de Benito proceden de Cristo, que ha llevado la ley mosaica a su culminación definitiva de forma que pueda convertirse en una regla de conducta muy concreta. En este sentido, se convirtió en el legislador de Occidente, y a partir de este personaje civilizador surgió finalmente un nuevo continente – Europa-, una cultura que transformó el mundo.
Si hoy, como vemos, nuestra cultura amenaza con perder el equilibrio, se debe también a que, con el paso del tiempo, nos hemos alejado mucho de ello. Y eso que nuestro mundo podría encontrar muy fácilmente su correctivo en esta regla benedictina, pues ofrece las actitudes y virtudes humanas fundamentales para el equilibrio interno de una vida, las necesarias para posibilitar la comunidad y, en consecuencia, para la maduración individual.
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P. Seewald: Observemos un momento más esta importante ayuda. La primera palabra de la regla de san Benito es “escucha”: “Escucha, hijo mío, la indicación del maestro”, y Benito añade: “Aguza el oído de tu corazón”.
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J. Ratzinger: Sí, es una invitación a escuchar, y esto es fundamental para la persona. El individuo no es autosuficiente y debe tener la humildad de aprender, de aceptar algo – “inclina tu cabeza”-. Debe sentir la vocación de escuchar. Y escuchar no significa sólo abrir los oídos a lo que ocurre en un momento concreto, sino también escuchar tu intimidad o las palabras de lo alto, porque lo que dice el Maestro es, en el fondo, la aplicación de la Sagrada Escritura, la aplicación de esa regla primitiva de la existencia humana.
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P. Seewald: Escuchar y responder, creía san Benito, era como respirar. Y el ser humano también tenía que “vivir consigo mismo”, callar, escuchar, hallar el sosiego. Obviamente, la regla no ha perdido un ápice de su actualidad después de mil quinientos años.
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J. Ratzinger: La regla de san Benito demuestra que lo que es realmente humano no ha envejecido. Lo que procede de las auténticas profundidades sigue siendo una forma de vida de permanente actualidad. Podemos comentarla, intentar encontrar las diferentes formas de aplicarla en cada momento, pero en cuanto regla, en cuanto estructura básica, sigue siendo actual. Precisamente hoy vemos de nuevo cómo la dedicación a la tierra, el respeto a sus propias leyes, el preservar la creación, es una labor esencial y necesaria.
Y quizás empecemos también a comprender de nuevo que necesitamos la libertad del trabajo que regala el culto divino, el salir del mero pensamiento productivo. Que el escuchar – porque el culto divino consiste sobre todo en dejar entrar a Dios y en escuchar- forma parte de la existencia. Al igual que la disciplina y la mesura y el orden, la obediencia y la libertad se pertenecen mutuamente; el soportarse mutuamente desde el espíritu de la fe no sólo es la regla fundamental de una comunidad monástica, sino que en el fondo todas estas cuestiones son elementos esenciales para la génesis de cualquier comunidad. Es una regla que emana de lo que es auténticamente humano y el que la formuló lo hizo porque miraba y escuchaba más allá de lo humano y percibía lo divino, pues la persona se vuelve humana cuando es tocada por Dios.
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Tomado de “Dios y el mundo. Una conversación con Peter Seewald”, de Joseph Ratzinger.
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2 Comentarios:
Ahora que parece que nadie se acuerda de nuestras raíces cristianas (sobre todo nuestros políticos), que oportuno conocer un poco más a nuestro patrón san Benito, la lástima es no se habrá enterado mucha gente del acontecimiento porque me parece que en los medios no ha salido nada. Pero bueno, tendremos que "perseverar" en nuestras oraciones para que cada vez más personas puedan ver la luz de Cristo.
También quería darle las gracias a Antonio por su aclaración sobre los Anglicanos.
Saludos.
Julio.
Julio:
Es verdad que en Europa y en todo Occidente estamos viviendo una gran crisis.
De ahí la importancia de mirar a aquellos que, con la Ayuda de Dios, ayudaron a los hombres de su tiempo a encontrar un camino para seguir adelante.
En cuanto a los Anglicanos, en estos días tendrán una reunión muy importante (la Conferencia de Lambeth) donde puede pasar cualquier cosa.
Sigamos rezando por todos ellos, y especialmente por los anglo-católicos.
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